Revista
de Derecho. Año XXII (Julio 2023), Nº 43, pp. 121-138
| ISSN: 1510-5172 (papel) - 2301-1610 (en línea) - https://doi.org/10.47274/DERUM/43.7
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CONFERENCIAS Y CLASES MAGISTRALES
Gabriela CAVIEDES
THOMAS
Universidad de los
Andes (Chile)
ORCID:
https://orcid.org/0000-0001-8896-4944
Cecilia
GALLARDO MACIP
Universidad de los
Andes (Chile)
ORCID
iD:https://orcid.org/0000-0001-7230-6234
Recibido:
06/06/2023 - Aceptado: 13/06/2023
Para citar este artículo / To reference this
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Caviedes Thomas, G. y Gallardo
Macip, C. (2023). Ofrecer el vientre. Consideraciones
sociales y filosóficas de la maternidad subrogada. Revista de Derecho, 22(43),
121-136. https://doi.org/10.47274/DERUM/43.7
Ofrecer el vientre. Consideraciones
sociales y filosóficas de la gestación subrogada*
Resumen: La
gestación subrogada se presenta como una técnica de reproducción asistida que colabora
con el deseo de ciertas personas de convertirse en padres. No obstante, su
práctica ha generado discrepancias entre feministas. En efecto, el feminismo
liberal, al abogar por la autonomía de las mujeres, defiende los vientres de
alquiler como muestra de libertad. En cambio, feministas radicales y
ecofeministas ven esta práctica una forma de instrumentalización y explotación
de las mujeres. Este artículo busca reflexionar sobre las implicaciones
sociales y filosóficas que supone la maternidad subrogada, para así mostrar lo
que se deriva de mercantilizar la maternidad y lo que puede suceder con el
vínculo paterno y materno-filial cuando se introduce
en él la lógica tecnocientífica.
Palabras clave: maternidad subrogada, mercantilización, feminismo radical, tecnocientificismo.
* Conferencia “Claves
para el Debate sobre maternidad subrogada” organizada por el IES en Santiago de
Chile Chile, el 25 de mayo de 2023.
Offering the
womb. Social and philosophical considerations of surrogacy
Abstract: Surrogacy is
presented as an assisted reproduction technique that assists certain people who
wish to become parents. However, its practice has generated disagreements among
feminists. Indeed, liberal feminism, advocating women's autonomy, defends
surrogacy as a sign of freedom. In contrast, radical feminists and ecofeminists
see the practice as a form of instrumentalisation and
exploitation of women. This article seeks to reflect on the social and
philosophical implications of surrogacy in order to
show what comes from commodifying motherhood and what what
can happen to the paternal and maternal-filial bond when techno-scientific
logic is introduced into it.
Key words: surrogacy, commodification, radical
feminism, techno-scientific logic.
Oferecendo o
útero. Considerações sociais
e filosóficas sobre a barriga de aluguel
Resumo: A
barriga de aluguer é apresentada
como uma técnica de reprodução
assistida que ajuda certas pessoas que desejam ser pais. No entanto, a sua prática tem gerado
divergências entre as
feministas. De facto, o feminismo liberal, que advoga
a autonomia das mulheres, defende a barriga de aluguer como
um sinal de liberdade. Em contrapartida, as
feministas radicais e as ecofeministas vêem esta prática como uma forma de instrumentalização e
exploração das mulheres.
Este artigo procura reflectir sobre as implicações sociais e filosóficas
da maternidade de substituição,
a fim de mostrar o que resulta da mercantilização
da maternidade e o que pode acontecer ao vínculo paterno e materno-filial
quando nele se introduz a lógica tecnocientífica.
Palavras-chave: barriga de aluguer,
mercantilização, feminismo radical, tecnociência.
Introducción
Mary Beth Whitehead era una mujer
sin estudios. Se había casado de joven con un hombre, basurero de oficio, y
había tenido dos hijos con él. Apremiada por las necesidades económicas de su
familia, y bastante segura de que no quería ni podía tener más niños, Mary Beth
accedió involucrarse en una novedosa manera de generar algún ingreso: se
inseminaría artificialmente con el esperma de un hombre llamado William Stern,
para dar a luz a su hijo. William Stern estaba casado con Elizabeth, que
padecía de esclerosis múltiple. Aunque ambos querían hijos, temían que el embarazo
afectara la salud de Elizabeth, y decidieron recurrir al cuerpo de Mary Beth, a
quien seleccionaron sobre la base de unas fotografías. William le pagaría una generosa
suma, además de correr con los gastos necesarios. La inseminación artificial
contaba con el esperma de Stern, pero con el óvulo de Whitehead, luego el bebé
que se gestó en su interior contaba con el material genético de la madre
gestante. Pero Mary Beth firmó un contrato con Stern según el cual ella cedería
sus derechos de maternidad luego del parto.
El 27 de marzo de 1986, Mary Beth
dio a luz a una niña. Pero el vínculo creado con la bebé durante el embarazo y
el parto causó que ya no quisiera entregarla a los Stern, y se dio a la fuga
llevándose a su bebé con ella. Los Stern respondieron interponiendo una demanda
en su contra. Los Whitehead vieron sus cuentas bancarias congeladas, y
finalmente, la policía dio con la mujer y la pequeña. Aunque el juzgado anuló
el contrato suscrito por las partes, consideró que, de todos modos, el interés
superior de la niña suponía que William Stern se quedase con la custodia, en
atención a su mayor solvencia económica. El caso, conocido desde entonces como
“Baby M”, trajo como consecuencia una avalancha de debates, y la posterior
reformulación en los métodos y técnicas con los que se llevarían a cabo a
partir de entonces las prácticas de maternidad subrogada (Spar,
2006).
Hoy en día, aunque una madre de
alquiler no puede gestar un hijo de otros padres con sus propios gametos para
evitar casos como el de Baby M., la gestación subrogada sigue ganando
popularidad. A causa de las distintas condiciones de esterilidad de mujeres y
hombres, el incremento de la infertilidad provocada por el atraso de la
maternidad, y la inclusión de personas pertenecientes a la comunidad LGBTIQ+,
rentar el vientre de una mujer es una alternativa interesante para muchas
parejas. En especial, se presenta como una buena alternativa para aquellas
personas que desean tener descendencia propia y no pueden, o simplemente no
quieren utilizar su propio cuerpo (Lorenceau
et al., 2015). Así, la subrogación se ha convertido en una realidad
prácticamente en todo el mundo, con los consecuentes debates sociales, morales
y legislativos en cada país. Dado que la legislación actual de países como
Alemania, Suecia, Francia o Polonia prohíbe la práctica, las parejas recurren
entonces al turismo reproductivo, y éste se ha normalizado en países donde la
práctica es legal, o bien no está regulada. Es el caso, por ejemplo, de la
India, México, Ucrania, o algunas ciudades de Estados Unidos. Ante la
disyuntiva, algunos países optan por su legalización regulada, otros ―como
Italia, recientemente―, buscan penalizar la gestación subrogada que se realiza
en el extranjero, y algunos grupos exigen la derogación universal de toda
práctica semejante.
Aunque no se deben generalizar los
motivos por los que las mujeres entran en prácticas de subrogación, se entiende
que, en términos generales, existen dos grandes motivaciones: dinero y
altruismo. A las prácticas movilizadas exclusiva o mayoritariamente por razones
económicas se les denomina subrogación gestacional. Las prácticas impulsadas
por empatía o por el deseo de colaborar con el bienestar de otra persona o
pareja se denominan subrogación altruista. En ambos casos, la industria de las
técnicas de reproducción asistida hace de intermediario, a través de un
contrato, para que la subrogante ceda los derechos de su maternidad. Así, aun
cuando se trate de un caso altruista, siempre debe haber un sustento legal para
la protección de las partes (Klein, 2017).
A pesar de la existencia de contratos
válidos en algunas partes del mundo, la complejidad ética y política del
problema continúa levantando una serie de discusiones en torno a las implicancias
de la subrogación en general. En este contexto, resulta interesante observar
que las posturas sobre su defensa o rechazo es un punto de quiebre importante
en el movimiento feminista. Las feministas liberales suelen ser más entusiastas,
o al menos generosas ante la idea de diversas modalidades de gestación
subrogada (Firestone, 1972; Haraway, 2016), pero
precisamente los principales detractores políticos provienen de distintos
feminismos a lo largo del mundo, en especial los feminismos radicales y el ecofeminismo (Raymond, 1995; Klein, 2008; Corea, 1985;
Rita Arditti et al., 1984). La discordia se
siembra a causa de la lectura dispar sobre si existe la mercantilización de una
parte del cuerpo de la madre, y su posterior invisibilización,
además de la defensa o cuestionamiento acerca de la libertad femenina
involucrada. Además de ello, las ecofeministas radicales rechazan el carácter
tecnocrático y manipulador de la naturaleza que, según sostienen, predomina en
la lógica interna a la gestación subrogada.
Considerando que el debate legislativo
está en curso en muchos países, vale la pena tomar en cuenta esta discusión
desde el punto de vista social, político y filosófico. Este artículo pretende aportar
en esa dirección. En lo que sigue, buscaremos iluminar el debate según se da en
las discusiones feministas al respecto, porque ellas poseen los argumentos más socialmente
predominantes, a favor y en contra. El primer y el segundo apartado se concentrará
especialmente en la crítica que las feministas radicales formulan contra el
feminismo liberal, basándose en la idea de mercantilización del cuerpo femenino
y los efectos psicológicos. En el tercer apartado analizaremos las
consecuencias de insertar una lógica transaccional tecnocientificista
en la familia y en las mujeres. Para tales efectos, nos valdremos especialmente
de las reflexiones elaboradas por el filósofo alemán Max Horkheimer, y el eco
que encuentra su filosofía en el ecofeminismo.
1.
Dentro
de la industria. La mercantilización del cuerpo femenino
Mucho se ha dicho y escrito sobre la
subrogación que se basa en motivos exclusivamente económicos[1]. La extrema precariedad que, en la gran mayoría de los
casos, empuja a ciertas mujeres a ofrecerse como subrogantes hace más fácil el
acuerdo relativamente general según el cual existe ahí una mercantilización del
cuerpo de la mujer. Resulta difícilmente soslayable y pobremente defendible el
aprovechamiento por parte de una pareja adinerada respecto del cuerpo de una
mujer en pobreza extrema, a menudo con hijos propios que alimentar (Klein,
2017). Ella se involucra en un trabajo temporal bien remunerado, con su propio
cuerpo, sin horario laboral y asumiendo las incomodidades y penurias del caso[2]. Los paralelos con la prostitución son innegables, pero,
como sugiere la feminista abolicionista Andrea Dworkin, la subrogación es una
práctica liberada del estigma sexual por la ausencia de erotismo y penetración
(Dworkin, 1981).
Lo anterior deslegitima en buena
medida el argumento según el cual esta sería una práctica que fortalece la libertad
de las mujeres respecto de sus propios cuerpos. Como afirma la socióloga Amrita Pande, si bien existe un contrato en el cual las
mujeres consienten a someterse a la práctica, las condiciones en las que se
hallan muestran que su libertad está muy restringida. Insistir en cuán libres
son ellas para tomar esa decisión coloca en segundo plano la estructura social
en la que están inmersas, y por lo tanto no sólo no ataca el problema de raíz,
sino que lo perpetúa (Pande, 2014). Las subrogantes, en la gran mayoría de los
casos, pertenecen a una clase trabajadora o contextos de pobreza extrema
(Ekman, 2013; Klein, 2017, 2019; Pande, 2014). A menudo, sus ingresos son tan
bajos, que rentar su vientre les supone una ganancia cien veces superior a su
salario mensual. Aunque no sea posible afirmar que no existe agencia alguna, ni
que la extrema necesidad de las mujeres involucradas las ha inhabilitado para
tomar cualquier tipo de decisión (Pande, 2010), la libertad en estos casos está
reducida a la mera capacidad de suscribir acuerdos contractuales. No alcanza a
sugerir la posibilidad de ser artífice de la propia existencia.
La extrema pobreza, la completa
dependencia de quien es económicamente más solvente, y la necesidad de ofrecer
el vientre a cambio de un alivio pecuniario obliga a asumir una merma en la
libertad. Sin embargo, en algunos casos la mercantilización es menos evidente.
La remuneración recibida se encuentra con otros objetivos, con las mejores
intenciones, y una menor necesidad económica. Pero, aunque el rostro de prostitución
comience a ocultarse, la lógica de mercado continúa operando al alero de la
industria que facilita y favorece la renta del vientre.
Susan Ince, en su artículo titulado Inside
the Surrogacy Industry, dice ofrecer “una descripción de primera mano
de la experiencia de una mujer al postular para convertirse en madre
subrogante. [El artículo] expone la falta de garantías médicas y psicológicas,
la insensibilidad tanto para con las gestantes como para con las mujeres
infértiles, la precaria posición legal y financiera de las madres subrogantes,
y el gran control sobre sus vidas por parte de la compañía” (Ince, 1984, pp.
99). Según su crudo relato, la industria busca aclarar constantemente que la
mujer en cuestión está y debe estar total y completamente abocada a su tarea.
Sólo se le pagará al final, si logra entregar al bebé sano y salvo, luego la
empresa se encarga de vigilar que cumpla su parte. Si la mujer no se presenta
con motivos altruistas, se la conmueve con historias y testimonios para elevar
el sentido del trabajo, y que el compromiso sea mayor. También se le felicita y
se le ensalza continuamente para reafirmarla en su decisión. El proceso sigue
adelante sin que medie un examen pormenorizado de las circunstancias o la salud
mental de la potencial madre. Solo afloran las preocupaciones si ella presenta
algún problema físico que pueda interferir en el embarazo, o si da alguna razón
para pensar que no seguirá las reglas, que se asesorará con abogados propios, o
que interpondrá alguna suerte de obstáculo.
Ahora bien, es de suponer que, desde que Ince publicó su
texto hasta hoy, el trato hacia las mujeres que firman contrato ha mejorado. Sin
embargo, es posible pensar que el cambio no ha sido demasiado sustancial[3]. Cuando eventuales gestantes visitan diversas páginas web,
atendido un posible deseo de convertirse en subrogantes, pueden encontrar
cuestionarios que contienen algunas preguntas básicas para conocer su historial
médico, psicológico y personal. De un modo muy simple se lleva a cabo una
selección de mujeres a partir de sus rasgos físicos. Algunos sitios web se
limitan a encantar a futuras gestantes por medio de un discurso basado en la
felicidad y la generosidad, posiblemente en vistas a la agilización del
proceso. Diversas páginas exhiben fotografías para evidenciar el apoyo
emocional que reciben las gestantes durante el proceso. No obstante, el foco siempre está puesto en la
felicidad de las parejas que recibieron a su bebé.
Por ejemplo, una persona que alquiló
un vientre en Georgia, Estados Unidos, por medio de la industria New Life, describe
su experiencia de la siguiente manera:
Muchas empresas podrían
ofrecernos un bebé, pero sólo New Life podría ofrecernos realmente el lado humano de la
gestación subrogada con dedicación, respeto, comprensión y cariño. Son personas
que aman su trabajo. Son decididas y tienen espíritu de servicio. Y lo que es
más importante, son personas con un corazón enorme. New Life trabaja con sentimientos y
personas, no con cosas[4].
El
lenguaje es claro y convincente. Todo el proceso de la gestación subrogada se
inserta en una narrativa de bondad por parte de la empresa y sus mujeres para
que otros puedan formar una familia. Se
hace un especial énfasis en que no se trata de “cosas”, sino de un equipo de
personas generosas. Aunque es posible que haya algo de esto, en particular por
parte de las madres gestantes voluntarias, cabe cernir la sospecha respecto del
carácter humanizador en el que se centra el discurso por parte de la empresa.
Piénsese por ejemplo en el fuerte contraste con el lenguaje utilizado en la
página Hatch US, un sitio web de
donación de óvulos y renta de vientres. En ella se hace una evaluación para
generar un match entre parejas y subrogantes. Se presentan conmovedores
testimonios en los que se narra cómo la empresa en cuestión se ha dedicado al
“milagro de la vida”. No obstante, cuando se exponen los beneficios de comprar
óvulos, para llevar a cabo el proceso de la gestación subrogada se anuncia que
los clientes deben “confiar su familia en la empresa con los mayores
ovocitos frescos del mercado” (Fertility,
s. f.). El discurso no logra unificarse en torno a una visión de
humanidad, o de trabajo con la integridad de las personas. El espíritu de marketing
aflora a causa de la búsqueda de utilidades, y al hacerlo, fragmenta a las
mujeres para destacar sus partes como los productos con mejor calidad del
mercado. La lógica mercantil opera desde la selección de las subrogantes,
pasando por el proceso de fecundación in
vitro, la selección del bebé y hasta su entrega a quienes la contrataron.
Como lo afirma Gena Corea: la función primordial de la atención genética,
médica y psicológica de las subrogantes es controlar la calidad del producto
que darán a luz (Corea, 1985). Incluso la preocupación por ellas es en aras de
que el bebé sea perfecto para la pareja. La mujer subrogante es simplemente un
medio, un “horno”, o un “hotel de paso” (Berkhout,
2008; Ekman, 2013). Las mujeres, en cambio, son ―y deben ser― olvidadas e
invisibilizadas. Lo que interesa a la industria que regula la transacción es
que se cumpla el contrato y que éste sea exitoso. La gestante se encuentra en
desventaja, puesto que debe llevar a término su embarazo para recibir la
remuneración económica y el esperado reconocimiento emocional. Si no obtiene
ninguna de las dos, será a causa de alguna falla en el proceso. Para evitar
fallas, lo importante es que el vientre opere correctamente. Ningún cliente
pagaría por un producto que no ha sido entregado, sin importar cuál ha sido la
causa del fracaso en la entrega. Si el aparato de producción ha fallado, la
responsabilidad recae, lógicamente, en su dueña.
2.
Dentro
de los corazones. La borradura altruista
Para algunas personas, la lógica
mercantil que puede operar tras las prácticas de subrogación no es razón
suficiente para deslegitimar su elección (Jadva
et al., 2003). Una mujer puede incluso ser perfectamente consciente de la
mercantilización de su cuerpo, y aun así querer continuar adelante con el
proceso. Puede parecer que la apropiación de la corporalidad, incluso para
conseguir fines económicos, es un modo de libertad susceptible de ser
concedido, e incluso celebrado.
Aunque, como hemos visto, las
prácticas de gestación subrogada en pobreza extrema dificultan el
reconocimiento de una libertad sustantiva, los casos de gestación subrogada que
son exclusiva o mayoritariamente motivados por razones altruistas parecen más
evidentemente libres. En ellos, la generosidad y el deseo de darle a una
familia su descendencia propia se vuelven causas primordiales para ofrecer el
vientre. La remuneración se presenta como un objetivo de segundo orden, o
incluso irrelevante (Berend, 2012; Klein, 2019). Así,
hay mujeres que se ofrecen abrazando la certeza de que su buena voluntad y
disposición son condición de posibilidad para que otras personas puedan
sostener un niño en sus brazos, de modo que su propia entrega forma parte
esencial del amor con el que la familia en cuestión se constituye. Aunque los
beneficios económicos no sean prioritarios, las mujeres de todos modos firman
un contrato en el cual ceden su maternidad a la pareja que buscó su servicio.
Incluso, las mujeres que se involucran en la gestación subrogada por altruismo,
o por lo que ellas llaman un “viaje de amor”, son motivadas por una “obligación
sagrada” de dar vida (Ragoné, 1994). De esa manera,
la industria adopta un rostro humanitario, caritativo y solemne que naturalmente
genera entusiasmo y empatía en muchas mujeres (Ekis
Ekman, 2018, p.177). Sin embargo, aun si no hay evidentes restricciones a la
libertad, hay un uso necesario del cuerpo de una mujer como un medio del que
terceros se valen para la obtención de un hijo, y un determinado proceso
psicológico que vale la pena observar.
La socióloga Zsuzsa
Berend se ha dedicado a analizar los portales web de
las mujeres que ofrecen sus vientres por altruismo. Ellas vierten sus
experiencias en la web a través de un perfil, y conforman una sociedad entre
ellas. Se trata de constituir una comunidad de apoyo al distanciarse del resto,
con discursos que las identifican como superiores de alguna manera (“no todo el
mundo está hecho para esto”), o incomprendidas (Berend,
2010; 2012). Sobre todo, declaran un sentido compartido: amor. Ellas dicen
querer profundamente a los padres intencionales, a quienes ya han conocido a
través de la agencia, y con quienes tratan como si se tratara de una pareja. Mencionan
un “match” entre ellas y los padres, que es “como cuando conoces a alguien, y
sabes que te casarás con él” (Berend, 2012, p. 914)
Dicen no tener ningún vínculo afectivo con el bebé que están gestando, pero sí
una gran relación con sus futuros padres[5]. Estos les prestan mucha atención, las llaman
constantemente y mantienen largas conversaciones con ellas.
“La mayoría de la gente cree que tendrás problemas para
dejar ir al bebé. Pero el bebé nunca fue mío desde el principio, así que no fue
nada. Pero mis padres intencionales eran míos, como yo era suya”.[6]
“La razón por la que cuido [a este bebé] es simplemente
porque es de ustedes…Hecho con amor entre nosotros cuatro”[7].
Las múltiples experiencias recogidas
por la socióloga muestran, si bien no una carencia material, sí una curiosa
carencia emocional, una gran necesidad de vínculos afectivos con personas
completamente extrañas que se le han acercado a través de una empresa, no por amistad,
sino por interés en su capacidad de gestar. Tal carencia emocional también
llama la atención porque usualmente no son mujeres solas. Tanto Susan Ince como
Zsuzsa Berend muestran que
la mayoría de las mujeres que ofrecen sus vientres tienen un marido o una
pareja, y en general, tienen hijos. Para estas mujeres, pensar en su familia
ayuda a justificar la aceptación de algún tipo de remuneración. Para ellas las
palabras “negocio”, “dinero”, “pago”, “industria” o “contrato” son difíciles de
compatibilizar con el relato romántico que suelen compartir, de modo que
recurren como justificación del pago a los sacrificios que su marido y sus
hijos han debido hacer también (Ragoné, 1994). Por
otro lado, algunas observan que la remuneración ayuda a que los padres
intencionales tomen cierta conciencia del esfuerzo que ellas están realizando
por ellos. De todos modos, los padres con quienes han firmado un contrato son
para ellas amigos queridos y cercanos.
Pero una vez nacido el bebé, la
mayoría de los padres intencionales cortan lazos con la madre biológica,
gradual o abruptamente, y ellas resienten fuertemente lo que consideran una
traición, una forma vil de mal agradecimiento, o un mal trato (Berend, 2010, 2012). Algunos padres, antaño cálidos y cariñosos,
ahora les espetan con frialdad que “no tienen nada que agradecer, porque ella
no hizo nada por lo que no se le pagase”. No les deben ninguna mantención de
vínculo alguno, porque siempre fue un negocio pagado. “Literalmente, en ese
minuto me sentí arrojada a la basura”, dice una de ellas. Comienzan a abundar
los lamentos en la web: “me siento herida”. “Siento que han abusado de mí”. “Al
menos podrían haberme dicho lo que realmente esperaban, en vez de mentirme”. “La
próxima vez que lo haga, lo consideraré estrictamente como un negocio, o me
sentiré herida una y otra vez”. “Di una parte de mi alma para llevar a estos
bebés, y se han aprovechado de mí. Me ha tomado dos años llegar al punto de
poder hablar de esto” (Berend, 2012).
Desde luego, estas mujeres deben
darle un sentido a su tristeza. Muchas guardan en su memoria los rostros y los
llantos de los bebés, y hasta celebran sus cumpleaños para sí mismas, para
recordarse que sin ellas esos niños no estarían en el mundo. Su acto de amor no
fue en vano, a pesar de su dolor. Además, durante todo su “viaje” han debido
valerse de un lenguaje que, en palabras de Freud, sublima algún dolor profundo
en sentimientos puros. Esto, desde luego, no es una estrategia consciente. Es
más, no es una estrategia en absoluto, es la manera que ellas tienen para
otorgar sentido al hecho de prestar el cuerpo a unos completos extraños que
pagan a una compañía por su uso. En especial, es la manera de concientizar el
proceso cosificador que vivieron (Ekis
Ekman, 2017). Se sienten usadas, olvidadas e invisibilizadas porque, en efecto,
lo fueron.
Los procesos psicológicos de las
mujeres que arriendan su vientre en casos de altruismo han sido poco estudiados.
Se afirma, en cambio, y de manera insistente, que en aquellos casos siempre hay
plena libertad y solo generosidad por parte de las subrogantes. Su donación en
favor de la construcción de una familia feliz permea el discurso y romantiza la
práctica (van den Akker, 2007). Pero lo que ocurre más
tarde en su interior vuelve a quedar oculto. Aunque es posible que algunas de
ellas no sufran duelo alguno, el seguimiento sociológico de Berend
muestra que, al menos en una cantidad importante de casos, tal duelo existe,
pero invisibilizado. Por otro lado, el impacto psicológico puede no limitarse
al vacío afectivo que deja el abandono de los padres intencionales, o incluso de
la entrega del bebé. Para la periodista y escritora Kajsa
Ekis Ekman, el proceso interno que debe vivir una
mujer que renta su vientre es semejante a la alienación que Marx observa en el
proletariado de la Revolución Industrial. La persona alienada, comenta Ekis Ekman recordando a Marx, deposita su vida entera en el
objeto de su trabajo, hasta el punto en que su vida ya no le pertenece, sino
que le pertenece al objeto en cuestión, que, por lo demás, será disfrutado por
un tercero. Así, el obrero es reducido al estatus de máquina. Otro tanto
sucede, para Ekman, con la madre por subrogación. Aun si sus buenas intenciones
son las que la han conducido a esa actividad, es precisamente de ellas de las
que se vale o se aprovecha el tercero que disfrutará del “producto” (Ekman, 2013,
p.174).
Al igual que Andrea Dworkin, Ekis Ekman equipara la renta del vientre a la prostitución,
pero para ella, la diferencia fundamental radica en que la gestante no es capaz
de crear un alter ego o un personaje, de usar un nombre falso, o escapar
temporalmente de su situación (Ekis Ekman, 2013, p.
176). La embarazada debe mantenerse en su trabajo por el bebé que se encuentra
en su interior. No obstante, al mismo tiempo, debe crear una distancia entre
ella misma y su cuerpo, entre ella y el hijo que carga (Ragoné,
1994). “¿Qué haces en una situación donde te tienes que distanciar de una parte
de ti misma (y tu ser) y al mismo tiempo debes cuidarlo y preocuparte por ti?”
(Ekis Ekman, 2013, p. 176). Esta disociación es una
de las mayores preocupaciones de las feministas radicales en todo el proceso
que rodea a la práctica. Según observan, las mujeres sufren una doble
fragmentación. Por una parte, el deseo de descendencia de algunos se traduce en
un derecho a utilizar el cuerpo de una mujer y la reduce a sus partes, en
concreto, a la función de su vientre (Raymond, 1995). Por otra parte, para que
la selección de su órgano y el funcionamiento del proceso tengan éxito, ella
misma debe desdoblarse psicológicamente. La narrativa predominante, además,
insiste en que ninguna de estas cosas es particularmente grave, preocupante, o
existente en absoluto (Corea, 1985).
3.
La
familia y la mujer ante el reinado de la técnica
Además de casos como los
anteriormente mencionados, existen otros en los que una persona querida y
cercana presta su vientre. Aquí no hay pobreza extrema de la que aprovecharse,
y posiblemente tampoco la necesidad de construir vínculos afectivos con los
padres intencionales (aunque tampoco es descartable ese escenario). Puede que esta
sea una elección genuinamente altruista que no derivará en la ruptura de los
lazos familiares o de amistad previos (Klein, 2019). Este tipo de situaciones resuelve
algunos problemas, pero mantiene algunos, y levanta otros nuevos. Por de pronto,
al parecer, la necesidad de fragmentación persiste. Y puede ser incluso más
dolorosa que en la subrogación en la cual madres gestantes sirven a completos
extraños. Después de todo, es la propia familia, además de la gestante, la que
opera la disociación sobre ella. Es el caso de Odette, según lo estudia Renate
Klein.
Odette es una mujer que gestó al
bebé de su prima Melanie, porque ésta no podía tener hijos propios. Melanie y
su esposo habían congelado un embrión, y solicitaron a Odette que lo llevara en
su vientre antes de que dejara de ser viable. Ella accedió, en parte por
conmiseración por la prima mayor a quien admiraba, en parte porque sabía que
generaría un vínculo de por vida con el niño, y al menos podría tenerlo cerca. El
proceso fue doloroso y traumático para Odette. Su propia familia la sometió a
un bombardeo de drogas y medicamentos, propios del procedimiento que conlleva una
fecundación in vitro y que suponía desbalances corporales que ella no tenía. A
la vez, su prima, incapaz de superar los celos que le producía el hecho de que
Odette pudiera embarazarse y ella no, la trató con distancia e indiferencia
primero, y luego con abierta violencia psicológica. Luego de nacer su
hijo/sobrino Mitchell, sobrevino un tortuoso proceso legal, que concluyó en la
separación completa del niño (su sobrino/hijo) a quien Odette había esperado
ver durante toda su vida (Klein, 2019).
Es evidente que el caso de Odette es
particularmente traumático, y que de su testimonio no se sigue que todos los
casos sigan el mismo patrón. No obstante, tampoco cabe la romantización
de la subrogación de este tipo. Aunque el caso de Melanie es extremo, algo en
las relaciones familiares o de amistad se modifica cuando una de las partes
crece al bebé de la otra dentro de sí. Existen posibilidades de entrar en
problemas que distorsionen la relación inicial. La disputa por el lazo
emocional con el niño, los celos del vínculo originario, o la sensación de
haber pasado de ser una persona querida por sí misma a un recipiente, son
algunos de los conflictos que tienen altas probabilidades de surgir.
Por otro lado, será necesario
considerar qué ocurre con la relación familiar que se tiene con el bebé. ¿Se es
a la vez madre y abuela, madre y tía, madre y hermana? Sucede que el lazo de
maternidad que se ha desarrollado durante nueve meses no puede romperse solo
aludiendo a la voluntad de que el bebé sea criado por otra persona. Además, él
lleva ya un buen tiempo creando un vínculo con quien lo alberga en su vientre.
A diferencia de la adopción, el niño ha sido gestado desde el comienzo para ser
entregado y para satisfacer el deseo de paternidad de otro, que se vale de un
primer acto que resulta violento para el bebé. Estas consideraciones permiten
desplazar ahora el foco de la cuestión desde la madre gestante al niño y a la
lógica en la que operan los padres intencionales respecto de su futuro hijo.
La identidad de una persona está
estrechamente ligada a su origen. Existen orígenes dramáticos: el hijo o la
hija de una violación, pero que encuentra una suerte de redención en el amor
que su madre le ha profesado de todos modos. Hay otros orígenes cuyo dolor
marca la identidad, como los abortos fallidos, o los eternos no deseados. En el
caso del hijo por subrogación, en cambio, se da una paradoja especial. Son
niños deseados y queridos, pero a
cualquier costo, incluyendo el dolor originario del hijo tan deseado ser
separado de la madre que lo gestó[8]. Según señala la psicóloga belga Anne Schaub en una
entrevista, “la herida más profunda del niño es darse cuenta de que son sus
padres quienes han creado la ruptura con la madre de nacimiento” (Atienza,
2023). La balanza del amor se inclina más hacia el amor propio del padre que
hacia el hijo. La particularidad y la identidad única de la persona, tanto de
la madre gestante como del niño, se oscurecen ante la omnipotencia del deseo de
posesión de aquello a lo que se cree tener derecho (Klein, 2017). Así, el niño
se asemeja más a un producto caro que ha costado mucho obtener que a una
persona inesperada e incluso incómoda[9].
De lo anterior se siguen reflexiones
en un doble orden: primero, respecto a la particularidad no transaccional de la
familia, y segundo, respecto a la relación de la lógica técnica con su objeto.
Max Horkheimer, filósofo neomarxista alemán y primer
director de la Escuela de Frankfurt, ofrece consideraciones interesantes que
permiten vincular ambas reflexiones. Horkheimer recuerda que la familia es el
núcleo social donde, por esencia, las relaciones no pasan por la mediación del
mercado ni la lógica de intercambios, y es justamente eso lo que permite que el
hombre y la mujer no actúen como funciones de un mecanismo, sino como seres
humanos (Horkheimer, 2003, pp. 137-138; 2001, pp. 207-208). Según el alemán, la
familia funciona como punto de base y de apoyo para la búsqueda de una mejor
condición humana. En definitiva, sólo allí donde no se es un producto o una
pieza para que funcione un mecanismo, se puede ser realmente libre. Por ende,
la condición del niño que ha llegado al seno de una familia como resultado de
una transacción es ontológicamente dramática. Más aún cuando interviene la
técnica en su formación.
En general, la relación de amor ―paterno-filial o erótico― con otro supone un anhelo, la
conciencia de que el otro no está plenamente disponible para los propios
deseos, sino que se debe esperar su llegada. La llegada del otro, no
completamente planeada, no enteramente manipulada por los propios planes crea
entonces en el sujeto la experiencia de gratitud y cumplimiento del deseo.
Horkheimer es consciente de que, en general, las técnicas de reproducción
asistida o de control de natalidad se presentan como un progreso relevante. Sin
embargo, sostiene que considera una obligación filosófica “hacer ver a los
hombres que debemos pagar un precio por este progreso, y ese precio es la
aceleración de la pérdida del anhelo, y a la larga, la pérdida del amor” (Horkheimer,
2000, p. 176). Según las advertencias de Horkheimer, la introducción en general
de la lógica técnica e instrumental en la familiar redunda luego en una
corrosión de los vínculos basados en el amor genuino, esto es, no entendido
como la satisfacción de las propias necesidades afectivas, sino como la
recepción de la llegada del otro en su integridad. Como resultado, la manera en
que se conciben los vínculos familiares deviene utilitaria y descarta el azar (Sandel, 2007).
La lógica interna al paradigma de
pensamiento liberal tiene dificultades para ver algún problema en lo anterior. Para
ella, la libertad procreativa es un punto de partida elemental para poder
pensar la autonomía de todo individuo (Robertson, 1994). En tal escenario, el
azar no tiene ningún valor en sí mismo, y erradicarlo valiéndose de la
tecnología es, ante todo, un avance en la consecución de autonomía personal.
Así, la tecnología se presenta como un auxilio preponderante cara a la
oportunidad de exigir como derecho aquello que existe como deseo, comenzando
por la posibilidad de ser o no padres o madres. Sin embargo, como afirma la
feminista radical Janice Raymond, el derecho a utilizar estas tecnologías
significa también la utilización masculina de una mujer por sus fines
reproductivos (Raymond, 1993). En otras palabras, la libertad procreativa
tecnocrática defiende e institucionaliza la instrumentalización femenina como
un medio de procreación. La mujer se convierte en un mero objeto reproductivo y
en una parte de las herramientas científicas destinadas a satisfacer los fines de
un tercero (Raymond, 1993, p. 102). En consecuencia, la actividad que se da a
lugar no es la reproducción, sino la producción de un hijo valiéndose de la
conjunción de técnicas y (meros) úteros ajenos. Sin embargo, resulta necesario
cuestionar si la tecnología está hecha para cumplir necesariamente con el fin
de hacer que los cuerpos naturales respondan a los propios deseos.
Según comenta Heidegger, la técnica nace
intrínsecamente vinculada al conocimiento y al arte, y como tal, tiene la
capacidad de desvelar lo verdadero (Heidegger,
1994).
En su origen griego, tanto la técnica (techné)
como el conocimiento (episteme) hacen alusión a ser entendido en algo, a
ser conocedor de alguna verdad que puede ser desocultada
ante nuestra inteligencia. En su trabajo de desocultamiento,
la técnica es capaz de sacar lo mejor de la naturaleza y lo mejor de la razón
humana, motivo por el cual no cabe su demonización. Pero la técnica moderna
introdujo, de manera irreflexiva, un quiebre en su propia comprensión. Si la
técnica premoderna trabajaba a la par con la naturaleza, desvelándola a la vez
que la cuidaba y la cultivaba, la técnica moderna, aunque aún desvela el poder
de la naturaleza y de la mente humana, ya no cultiva ni cuida, sino que ante
todo somete y domina. La técnica que doblega
a la naturaleza para que ella se adapte, se acomode a la voluntad humana se
pierde a sí misma, en cuanto que deja de servir al desocultamiento
de la verdad del ser-ahí de las cosas cuya búsqueda la gestó en primer lugar. Nada
de esto, no obstante, puede ser evaluado por y desde la lógica técnica. Para
Heidegger, la esencia de la técnica y nuestra relación con ella no aparecerá
mientras nos encontremos entregados a la técnica, sino únicamente cuando se
toma alguna distancia de ella. Sobre todo, nunca se la debe considerar neutral.
Cuando se llega a tomarla por neutral respecto de sus objetivos y sus
características, la ceguera se apodera de la reflexión.
En esa misma línea, Horkheimer
denuncia también la liviandad con la que las ciencias asumen sus objetivos
desde una perspectiva pragmática y progresista, como si el excelso manejo de la
técnica las eximiera de hacerse preguntas difíciles, fundamentales y de largo
aliento (Horkheimer, 2016). Se asume que la técnica posee un carácter de
panacea universal donde todo problema humano puede y debe ser resuelto por su
intercesión. Sin embargo, nada asegura que el camino actual del progreso
científico sea el mejor, especialmente en ausencia de consideraciones morales. La
técnica tiene efectos buenos y malos, y es necesario ponderarlos. En el caso de
la gestación subrogada, hay un efecto económico y otro sentimental, al tiempo
que un costo elevado respecto del modo en que concebimos a las personas, y
también a la técnica y a la naturaleza.
Buena parte de las ecofeministas
radicales también tienen estos asuntos en mente, y alertan fuertemente contra
ellos (De Saille, 2017). En cuanto ecologistas,
observan el avance desmedido de una ciencia y una tecnología que pone en riesgo
la naturaleza (Shiva & Mies, 1998); y en cuanto feministas, denuncian que
sea justamente el cuerpo femenino el intervenido, manipulado y utilizado
(Corea, 1985; Rita Arditti et al., 1984). Aunque
cabe la objeción de que esta visión vuelva a asociar a la mujer a lo natural, y
al hombre a lo científico y racional, como si ella no tuviese agencia propia en
todo este asunto, las feministas radicales recuerdan que aquel es un problema
aparente y simplificado que oculta el verdadero conflicto (Holland-Cunz,
1996). No se puede olvidar el carácter natural que poseen los cuerpos femeninos
y masculinos: los seres humanos somos también naturaleza. Las técnicas de
ingeniería reproductiva hacen parecer como si sólo las mujeres lo fueran, y
además se valen del ejercicio dualista que ellas deben hacer sobre su propia
existencia para disociar su elección ―si verdaderamente hay tal― de lo que
biológicamente sucede dentro de ellas.
Ahora bien, las inquietudes de las
feministas radicales exceden las particularidades de la gestación subrogada. De
hecho, esta podría eventualmente extinguirse conforme avanzan otro tipo de
técnicas reproductivas, y el problema seguiría presente. Su crítica radica en
solucionar todo problema, personal o social, por medio de la técnica. Esto vale
incluso para los propios objetivos feministas. Para las pensadoras
ecofeministas y radicales, liberar a la mujer por medio de la tecnología
únicamente crea una paradoja donde algunas son libres para cumplir ciertos
deseos, mientras que otras se someten como objeto de experimentación para conceder
esos deseos a quienes pueden pagarlo. Esta lógica predispone a las mujeres a
verse y ver a las demás como una mercancía o un producto intercambiable (Mies,
1985).
La preocupación de las feministas
radicales estriba también en que la disponibilidad del cuerpo gestante, al
alcance de la técnica para conseguir objetivos puede funcionar como paso
intermedio para un futuro descarte total del cuerpo femenino. No hace falta
hacer ciencia ficción: China ya desarrolla úteros artificiales que reproducen
perfectamente las condiciones ideales para el buen desarrollo del feto, que
permitan evitar enfermedades, reproducir los sonidos del útero, incluso la voz
de la madre. Y aunque, en principio, esto podría significar la buena noticia de
la inminente obsolescencia de la maternidad subrogada, las radicales ven el
riesgo de la obsolescencia de la mujer. “Es cuestión de tiempo para que el
cuerpo de la mujer sea prescindible”, señala Gena Corea (Corea, 1985). La
técnica ya no se limita a utilizar a la mujer, sino que se encamina a crear su perfecto
suplemento, hasta volverla completamente innecesaria (Rita Arditti
et al., 1984).
Según todo lo anterior, es posible
pensar que el alegato libertario según el cual depende de cada mujer ofrecerse
para la subrogación, aunque puede tener un lugar, no copa el espacio reflexivo,
ni es lo único que se debe tener en consideración. Incluso él puede ser puesto
en tela de juicio. Tampoco es suficiente sostener que las personas que no
pueden concebir por sí mismas deberían poder acceder a sus metas reproductivas
y a sus deseos de paternidad como un derecho. Primero, porque no es obvio que
la paternidad y las relaciones familiares sean un derecho exigible, y segundo
porque ese fin nunca está separado de determinadas prácticas que lo
posibilitan, y que deben ser evaluadas por sí mismas. El caso concreto es que,
aunque hayan accedido a ello, los cuerpos de las mujeres se usan como medios
reproductivos para los fines reproductivos de otros. Es difícil no ver en ello
un problema.
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Gabriela Cavieds Thomas es responsable intelectual del 50% del
trabajo que fundamenta la investigación de este estudio y Cecilia Gallardo Macip Algorta del 50% restante.
Editor responsable
Miguel Casanova: mjcasanova@um.edu.uy
[1] Véase, por ejemplo, Arneson, 1992; Arreguin,
2021; Belliotti, 1988; Ber, 2000; Brinsden, 2005; Hanna, 2010; Pande, 2010.
[2] Incluso en los casos de subrogación altruista,
las gestantes buscan un beneficio. Si bien hay estudios donde la remuneración
económica pasa a un segundo plano, hay estudios que sugieren la búsqueda de
algún tipo de vínculo emocional con las parejas. Para más sobre esto, véase:
(Berend, 2012; Edelmann, 2004; Ragoné, 1994; Tieu, 2009; van den Akker, 2007)
[3] En efecto,
si la industria invirtiese más tiempo y recursos de los que destina actualmente
a atender las circunstancias de cada mujer y mejorarlas, posiblemente vería
disminuida, al menos en parte, la oferta de vientres que requiere para
incrementar sus utilidades.
[4] “Many companies could offer us a baby, but only New Life
could truly offer us the human side of surrogacy with dedication, respect,
understanding, and affection. These are people who love their work. They’re
decisive and have a spirit of service. Most importantly, they are people with
huge hearts. New Life works with feelings and people, not with things” (Surrogate Mother Selection, s. f.).
[5] Con respecto a este punto, la socióloga Amrita
Pande ha analizado el vínculo que generan las mujeres indias con los bebés,
porque lo relacionan con la conexión sanguínea y laboral (sudor). A estas
mujeres, afirma Pande, el vínculo que les resulta crucial es el del bebé, no el
de los padres. Pero siempre parece existir la necesidad de crear una conexión
emocional humana (Pande, 2009)
[6] Most people
think you will have trouble giving up the baby … but the baby isn’t mine from
the beginning so that was nothing. But my intended parents were mine … and I
was theirs also’’ (Berend, 2012, pp.
923-924)
[7] The reason
that I do care for him is simply because he is yours … Made with love between
the 4 of us (sic). (Berend, 2012,
p. 924).
[8] Para el
impacto psicológico de la separación del bebé de la madre a la que estuvo ligado
durante nueve meses, véase N. Newton, 2003. El libro The Primal Wound
trata sobre aquella herida originaria que acompaña durante toda su vida a
cualquier niño adoptado. Pero si ya la separación en el caso de la adopción es
dolorosa para el bebé, el caso de la maternidad subrogada es aún peor. Mientras
el padre adoptivo no busca crear en el pequeño la experiencia de la separación,
ni abandona el carácter dado de la persona humana, en la maternidad subrogada,
el niño es producido, y los padres intencionales saben desde antes de su
gestación que la separación será un medio necesario para obtenerlo. Serán los
propios padres de acogida los que provocarán la herida originaria en el niño.
[9] En ese
escenario, no resulta demasiado extraño que en algunas ocasiones el “producto”
se abandone, en particular cuando no satisface
las expectativas de sus creadores. El caso más famoso es el de Baby Gammy. Se trata de una pareja australiana que contrató a una mujer tailandesa
para tener a su bebé. Sin embargo, la abandonaron al enterarse de que ella
tenía síndrome de Down, y la dejaron a cargo de la madre gestante. Ellos
volvieron a Australia con su melliza, que nació en perfecto estado de salud.
(«Baby Gammy Granted Australian Citizenship», 2015).