REVISTA DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE MONTEVIDEO  NÚMERO 37 — AÑO 2020 — https://doi.org/10.47274/DERUM/37.1

 

¿QUÉ TRAJO Y QUÉ DEJARÁ EL CORONAVIRUS?

 

Hubiéramos preferido enfocar otros temas, pero no hay más remedio (qué ironía hablar de remedios cuando están tan en boga y tanta falta hacen…) que referirnos a la epidemia o pandemia, según cómo se prefiera designarla.

No hay políticas aislacionistas ni muros de contención para las epidemias o crisis sanitarias. No existen alambrados, fosos o fumigaciones que eviten la migración de microbios, bacterias o virus. Por más auge de nacionalismos y resurgimiento de políticas proteccionistas en lo comercial y económico, el Covid 19 nos ha dado una nueva lección de internacionalización, interdependencia o globalización – como quiera llamársele – de todos los ciudadanos del planeta. Esta enfermedad nos acercó, nos hermanó en el dolor, la incertidumbre, el temor y la tragedia. También nos hizo retroceder algunos casilleros en materia de autosuficiencia y fe ciega en los avances de la ciencia y la tecnología; los errores humanos, el empecinamiento y la imprudencia siguen tan campantes como hace siglos. Nos mostró con claridad meridiana que el ser humano, pese a sus logros, avances y conquistas, sigue muy frágil y vulnerable no sólo física sino mentalmente. Ha sido un grito y bofetada fuerte para volver a recordar que nada de lo humano nos es ajeno y que el indiferentismo es muy mala receta para convivir en sociedad. Tanto a nivel familiar como en el plano nacional e internacional, la enfermedad y la crisis económica nos acercó, nos hizo ver desde más cerca el rostro de los otros, del alter, que a fin de cuentas no es tan ajeno, tan distante como pensábamos o creíamos, sino por el contrario es un prójimo, mi semejante, mi hermano, al decir de muchas religiones y de Baudelaire, que acompaña estas expresiones en su poema “Al lector”.

Va de suyo que este fenómeno le cambió la vida al planeta entero. El golpazo sanitario y económico todavía es difícil de evaluar, y habrá que esperar bastante tiempo para realizar diagnósticos más precisos. Pocos dudan que esta nueva forma de vida vino para quedarse por lo menos por mucho tiempo. Y habrá que adaptarse. Recuerdo cuando se comenzó a ver a los orientales con tapabocas permanentemente, muchos lo consideramos una exageración, casi una obsesión desmedida y paranoica. Nos olvidamos de algunos detalles, como las culturas milenarias que tienen detrás y la cantidad de personas que las integran. Comenzaron además a conocer acerca de viajes, migraciones, comercio, enfermedades y guerras varios siglos antes que nosotros. Y nos dimos el lujo de no tomarlos muy en cuenta, incluso ignorarlos o sonreír despectivamente con sus comportamientos durante demasiado tiempo. Ya no más. Es hora de aprender mucho de ellos también.

En lo académico, muchas instituciones pudieron adaptarse con rapidez, eficacia y eficiencia a la nueva realidad y pudieron continuar impartiendo sus cursos por la vía on-line. La ciencia y la tecnología le brindaron a la educación una herramienta invalorable. Como tantas veces antes había ocurrido en la historia, este virus empujó y aceleró la imaginación, la creatividad y la innovación en un sinfín de áreas de la actividad humana, incluida la educación. Pero no todos pudieron acceder a ella de la misma forma y con la misma celeridad; en consecuencia, la brecha educativa en algunos casos se agrandó. Muchos no supieron o no quisieron adaptarse a esta nueva modalidad de enseñanza y eso traerá en el mediano y largo plazo consecuencias muy graves para nuestro país. No se trata de ser alarmista, sino de señalar desde ahora las deficiencias y dificultades que esa brecha educativa puede suponer para nuestra mejora social, económica y cultural.

Por otra parte, el confinamiento y la virtualidad, si bien trajo aspectos positivos, pues muchas personas aprovecharon la tecnología para tomar cursos, escuchar conferencias, participar en talleres y seminarios y sacarle jugo a su tiempo disponible, no considero que la modalidad del webinar y el “on-linismo” pueda en el mediano y largo tiempo, reemplazar y mejorar la presencialidad. Hay una multiplicidad de aspectos que quedan mutilados, tronchados, disminuidos, cuando no eliminados, con la comunicación virtual. Se mantiene la oralidad, siempre y cuando el sonido y la conexión entre emisores y receptores sea buena, pero todo lo referente al lenguaje corporal y al enlace íntegro-visual, se pierde. La pantalla limita el campo o área visual a ciertos confines; todo el entorno fuera de lo captado por la pantalla queda ignorado por emisores y receptores. En consecuencia, el “control” del auditorio, sea del tipo que sea, se reduce a la mínima expresión.  En pocas palabras, los avances tecnológicos pueden brindarnos eficiencia y eficacia, pero nos quitan humanidad personalizada y esto a mi entender es un empobrecimiento. 

El abrazo o saludo virtual podrá ser una medida provisoria para mantener a los educadores y educandos conectados y a las familias contactadas entre sí; pero sería deshumanizante si pasara a ser definitivo. El riesgo de esto es que nos acostumbremos muy rápidamente a esta nueva forma de relacionarnos. En lo que refiere a la educación, son múltiples los aspectos que trascienden la simple oralidad de una clase o curso; si se acepta que el buen ejemplo equivale o supera mil palabras, hay varios mensajes que un docente puede transmitir fuera del momento en que está dando una clase; recogiendo un papel fuera de sitio y colocándolo en una papelera, charlando con uno o más estudiantes en los pasillos o cantinas de su lugar de enseñanza, aprovechando los tiempos entre clase y clase para sugerir una idea o dar un consejo. Es quizás por esta suma de pequeñas cosas o gestos que un docente “educa” más que otro. Todo esto ha quedado entre paréntesis cuando apareció el virus y cuanto antes se pueda recuperar y reiniciar mejor.

Si entendemos a la educación como algo más que mera transmisión de datos e información, si la comprendemos en su dimensión integralmente formativa, los servicios de educación on-line pueden ser un gran y muy útil complemento, pero no un reemplazo que desplace para siempre el tipo de formación académica que una Universidad como la UM pretende seguir brindando. Una educación on-line no puede abarcar dimensiones tan variadas, pero tan necesariamente complementarias como pueden ser la intelectual, la ética, afectivo-emocional o la espiritual entre otras.

Nos planteábamos hace pocas semanas - cuando esta crisis sanitaria y económica termine - que ocurrirá: ¿Habremos aprendido algo? ¿Seremos más disciplinados y prudentes? ¿Habremos adquirido hábitos y rutinas diarias que cuiden y mejoren nuestra salud física y sobre todo mental? ¿Podremos discernir y advertir que la obediencia razonable muchas veces es la mejor forma de ser libres y que, por el contrario, la desobediencia irracional es reiteradas veces el mayor camino para la esclavitud?

¿Procuraremos reordenar nuestra escala de valores, apreciando más las cosas inmateriales y menos las materiales? ¿Priorizaremos entonces abrazar a nuestros seres queridos - y a los no tan conocidos también - antes que abrazar y adquirir objetos de consumo del use y tire cotidiano? ¿Revalorizaremos la paciencia, sonreír aunque cueste, el buen humor y la humildad como buenas recetas de sana convivencia humana? ¿Habremos ejercitado mejor la generosidad y empatía con actos concretos de cercanía y solidaridad hacia conocidos y también desconocidos? ¿Comprenderemos más la inutilidad y el daño que nos hacen el resentimiento y el ver enemigos constantemente fuera de nosotros mismos? ¿Percibiremos la futilidad de pretender politizar y utilizar ideológicamente esta epidemia con fines mezquinos, reduccionistas y partidarios? ¿Alguna vez vamos a entender que recurrir al insulto público, soez, vulgar e irrespetuoso, para luego premeditada y astutamente pedir disculpas – también públicas – es utilizar una estrategia tan ladina como cínica?

¿Habremos captado un poco mejor el verdadero sentido de la fraternidad humana, que nos iguala en algo mucho más profundo que simplemente compartir una misma epidemia o padecer dificultades económicas? ¿Nos daremos cuenta, de una vez por todas, que los tiempos de Dios y los tiempos de la Naturaleza no son los mismos que los nuestros? ¿Entenderemos que se nos ha enviado un potente nuevo mensaje que no alcanza con escuchar, sino que debemos respetar y poner en práctica? ¿Asimilaremos la idea de que ponernos a rezar u orar, y poner todos los medios humanos a nuestro alcance, pueden ser complementarios y no contradictorios?

No tengo respuestas concluyentes para todas estas interrogantes. Sólo estoy seguro de una cosa: mucho va a depender de cómo vamos a seguir reaccionando todos y cada uno. Las frases “esto no me incumbe” o “cada uno haga la suya” ya no deberían tener más ningún sentido.

La naturaleza y esta epidemia nos iguala a los humanos en lo esencial y nos diferencia también a todos; según cómo administremos nuestra individual libertad responsable.

Por eso vaya nuestro más sincero agradecimiento a miles de docentes y al personal administrativo en todos los niveles de la educación, en el ámbito público y privado, sin distinción de edades suyas o de sus estudiantes, que han encarado esta nueva etapa con una entrega, generosidad y sacrificio que sólo pueden generar admiración. En pocos días se readaptaron a la nueva situación y comenzaron a contagiar su buena onda, experiencia y conocimientos con horas y horas de clases virtuales, de resolución de consultas o de asistencia y nueva preparación académica que – me consta – los dejaba exprimidos y agotados hasta altas horas de la noche, para volver a recomenzar en las tempranas horas del día siguiente.

También a los médicos, enfermeros y el resto de las personas que trabajan en el área de la salud, aquí y en todas partes del mundo, porque ellos son los nuevos ejemplos de heroísmo y resiliencia en este siglo XXI.

Por todo lo que han hecho y seguirán haciendo con vocación de servicio, con el principal objetivo e interés de ayudar a otros, enfermos o estudiantes, sus respectivas familias de todo tipo y condición y todos nosotros les debemos decir de nuevo, muchísimas gracias.

 

Nicolás Etcheverry Estrázulas 

Julio,  2020