REVISTA DE DERECHO – ISSN: 1510-5172 (en papel) ISSN: 2301-1610 (en línea) - NÚMERO 38 – AÑO 2020 - https://doi.org/10.47274/DERUM/38.1

 

La migración y sus matices

Migration and its nuances

A migração e as suas nuances

 

Uno de los aspectos más difíciles en la tarea de cualquier persona que se propone estudiar o investigar es aprender a discernir. El diccionario de la Real Academia Española define el acto del discernimiento como Distinguir algo de otra cosaseñalando la diferencia que hay entre ellas. Podríamos agregar que discernir es filtrar o clasificar para diferenciar unos aspectos de otros y para que un término o palabra cualquiera no sea empleada de múltiples formas, lo que podría llevar a confusión o error.

En la actualidad, el fenómeno migratorio nos interpela cada vez más y nos insta a poder discernir los distintos tipos de migración que pueden encontrarse en nuestro globalizado planeta. Por eso me ha parecido interesante ocuparnos un poco de este desafiante tema.

Comencemos por una noticia real, que ya tiene unos años, y que fue incluida en un libro de José Ramón Ayllón hace ya más de diez años: “Rotterdam. – Doscientas personas contemplaron, curiosas pero impasibles, cómo una niña marroquí de 9 años se ahogaba después de que volcara su barquichuela de goma. El video del drama, filmado por un aficionado, ha sido proyectado en la televisión nacional y ha producido escándalo en todo el país. La niña, que no sabía nadar, gritó desesperadamente pidiendo socorro mientras luchaba por mantenerse a flote. Los bañistas, incluyendo algunos jóvenes, se limitaron a observar cómo iba desapareciendo debajo del agua, en el lago de Barendrecht. La policía y la justicia están investigando el video para ver si procede acusar a los presentes por violación del artículo 446 del código penal, que castiga a quienes se niegan a socorrer a las personas en peligro. Los mirones también se negaron a ayudar cuando los bomberos pidieron voluntarios para buscar el cadáver de la niña debajo del agua”. (Europe Today, Bruselas, 30 de agosto de 1993.) (1)

A más de un lector se le puede haber helado la sangre una vez terminada la lectura de esta información. Pero lo importante ahora es tratar de explicar, de interpretar esta información, no para justificarla, lo que sería inhumano e indignante, sino para encuadrarla dentro de lo que pretendemos interpretar como el fenómeno migratorio. Muchas veces, una vez leído este texto, le he preguntado a diferentes auditorios dos cosas: a) ¿Cómo es posible que 200 personas a la orilla de un lago reaccionaran todas de la misma forma, es decir, con pasividad e indiferencia? b) ¿Creen que, si la niña hubiera sido rubia y de tez blanca, la reacción del público presente hubiese sido la misma? A la primera pregunta, una amplia mayoría siempre ha respondido, con argumentos similares a éste: la vieron como una extranjera; no perteneciente a su círculo; una posible inmigrante ilegal; una potencial competidora laboral desleal que poco a poco destruirá las fuentes de trabajo de su comunidad; una “diferente” en todos los sentidos del término. A la segunda pregunta, casi por unanimidad la respuesta siempre fue negativa: alguien del público habría reaccionado de manera distinta, tratando de ayudar a la niña en peligro.

 

Han pasado casi treinta años de esta terrible noticia y los fenómenos migratorios no sólo se han extendido, se han complejizado. Ya no resulta sencillo referirse a la migración como un solo problema, pues han ido surgiendo nuevos tipos de migración que dificultan la definición de la misma, así como la manera en que cada una de ellas puede ser encarada. De ahí el intento de discernir entre unas y otras manifestaciones de las corrientes migratorias para procurar ordenar un poco mejor las cosas.

a)      Un primer fenómeno migratorio podríamos designarlo como abierto, voluntario, pacífico y permeable. Los mejores ejemplos de este primer grupo, con alta probabilidad, serían los antepasados de muchos lectores de este trabajo. Es decir, los migrantes que llegaron a nuestro país procedentes de otras regiones del mundo, buscando nuevas oportunidades de trabajo o de inversión, o quizás también escapando de diversas situaciones difíciles, dolorosas, violentas. Sea como fuere el caso, siempre su llegada fue voluntaria y libre, meditada previamente, aunque en algunos casos el factor casualidad o suerte también puede haber intervenido; es el caso de personas que tenían previsto llegar a otros destinos, y por hacer escala en nuestro puerto, decidieron quedarse por un tiempo coyuntural que terminó siendo permanente. Una vez radicados en tal o cual ciudad, su arraigo fue paulatino pero firme, pacífico y permeable; es decir, se adaptaron a la cultura receptora, sin por ello perder algunas características de su propia cultura. Más allá de ir configurando a veces un barrio específico, como sería el caso de Chinatown o Little Italy en Nueva York, las comunidades migrantes se adaptaron a las características del país receptor, adquirieron algunos de sus hábitos y costumbres, aprendieron un nuevo idioma, aceptaron comer algunos de sus alimentos más característicos, se insertaron en el mercado laboral y enviaron a sus hijos a las nuevas escuelas, por simplemente citar algunos de los ejemplos más típicos de lo que puede entenderse como una migración abierta, voluntaria, pacífica y permeable. Es importante recalcar esto último, pues la permeabilidad a la que me refiero, supone un ida y vuelta, un intercambio recíproco, en el que el grupo de migrantes, sin perjuicio de haber aceptado e incorporado las peculiaridades mencionadas antes, no por ello dejó de conservar y seguir cultivando muchos aspectos que trajeron de su propia cultura y de sus propias raíces, como ser su idioma originario, que igual procuran seguir practicando, así como su religión y espiritualidad, su arte, su música, sus comidas tradicionales y muchas veces hasta su forma de vestir. Y no sólo esto, sino que a medida que transcurrió el tiempo, ellos también han podido transmitir e impregnar a la cultura receptora con algunos rasgos y elementos de su propia cultura, todo ello en forma paulatina y pacífica. Así ocurrió en países como el nuestro, donde muchos de nuestros antepasados son italianos, españoles, judíos, británicos, franceses o vascos. Basta ver los ascendentes y parientes de muchos de los mejores jóvenes tenistas profesionales del mundo, para comprobar cómo este primer tipo de migrantes han dejado huella en tantas partes del mundo. (2)

 

El resultado de este primer fenómeno migratorio – a mi entender – ha sido siempre altamente enriquecedor y positivo tanto para los migrantes como para los países receptores. En expresiones del Papa Francisco según su última Encíclica, sería el típico desenlace de la “cultura del encuentro” que tan necesaria es y tanto bien le puede hacer a los seres humanos, que pueden verse como prójimos, cercanos, hermanados en búsquedas e intereses comunes y complementarios. (3)  En otros términos, estas migraciones han sido uno de los factores clave para la construcción más sólida, universal y extendida del bien común de muchas sociedades.

 

b)      Veamos un segundo tipo de migración. Lo podemos llamar cerrada, involuntaria, pacífica e impermeable. Es involuntaria la migración, pues es el resultado de graves conflictos, crisis sociales o económicas, guerras civiles, choques tribales, persecuciones implacables civiles, militares o políticas, etc, en los países de origen. Los migrantes huyen y buscan refugio como sea y donde sea, pero al ser su traslado el resultado de algo no querido originariamente, no pretenden abrirse al lugar, país o región receptora, sino permanecer lo menos posible, sin radicarse definitivamente, con ánimo de retornar al lugar de origen lo antes posible. Podría designarse como una migración “enquistada”, pues no pretende recibir nada de la cultura receptora como tampoco apunta a entregar o intercambiar nada con esa misma cultura. Eso sí, es pacífica, no realiza ninguna manifestación de violencia, ni física ni verbalmente; quizás lo máximo que pueda verse a veces en este tipo de migración enquistada, es indiferencia y aislamiento: ningún interés por conocer y aprender algo del nuevo lugar y cultura que la recibe. Solamente preservar todo lo suyo sin compartirlo con nadie de afuera. Y siempre con el anhelo del retorno, con la nostalgia perenne de lo perdido que se quiere recuperar en cuanto sea posible. De integración, cooperación conjunta, asimilaciones e intercambios recíprocos, poco y nada. Todo lo extraño o extranjero le resbala, protegida por el impermeable que la refugia en el sentimiento de “no pertenecer”, ni pretender hacerlo más adelante. Un típico ejemplo de este tipo de migración sería el caso de alguno (no todos) de los refugiados que llegaron a nuestro país luego de estar en cautiverio en la infame prisión de Guantánamo. Algunos recordarán la actitud rebelde y no adaptable de uno de ellos, quien hizo huelga de hambre y terminó emigrando a otras tierras.

Lo significativo de este fenómeno migratorio es que es visible, detectable, pues no oculta ni disimula en nada su postura aislacionista. Seguirá vistiendo como siempre lo ha hecho, procurará enviar a sus hijos a las nuevas escuelas y liceos con los mismos símbolos y ropajes que por tradición han usado, mantendrá incambiados todos sus hábitos de alimentación y cultivará sus ritos religiosos con el mismo celo, rigor y exterioridad que lo hiciera antes de migrar.

 

Las mayores dificultades y rispideces que habitualmente se generan con este segundo grupo surgen a) cuando comienzan a competir en el mercado laboral, aceptando trabajos con remuneraciones mucho más bajas que las que hasta el momento eran ejercidos por los integrantes de las comunidades locales receptoras, y b) cuando no consienten en adaptarse a las exigencias o costumbres de esas comunidades en materia de servicios educativos o sistemas de salud. Esto lo han experimentado con fuerza y dramatismo países como Francia o Italia en las últimas décadas.

 

c)      Pese a todo, y sin perjuicio de los problemas mencionados, hay un tercer tipo de fenómeno migratorio que, en mi opinión es al que hay que prestar mayor atención. Me refiero a lo que designo como “migración camaleónica” pues es pseudo-abierta, voluntaria, pseudo pacífica, y supuestamente permeable. El ejemplo más contundente y reciente de este tipo de migración pudo verse luego de los atentados de 11 de setiembre de 2001. A muchos países y regiones se les encendieron luces de alerta cuando constataron que quienes cometieron los atentados contra las torres gemelas, el pentágono y contra un cuarto y fallido objetivo que pudo ser la Casa Blanca o el Congreso de Washington, fueron personas que durante meses se dispersaron por diversos Estados de Norteamérica, se integraron paulatinamente a la cultura estadounidense. Con inteligencia, paciencia y astucia se colocaron gorras de béisbol, tomaron cerveza con o sin alcohol, usaron remeras típicamente “yanquis”, cumplieron con todo lo que formalmente se les pedía, mientras que, sin apuro ni distracciones, fueron elaborando el plan para castigar y destruir a esa misma cultura que los había acogido. Ciertamente, habían existido casos anteriores al de 9/11, muchos trágicos y de resonancia internacional, pero sin dudas fue este el momento clave para hablar de un antes y un después en materia de seguridad nacional e internacional; de restricciones a la libertad de circulación en pos de mayor seguridad; de aumento en la invasión de la privacidad individual y conculcación de otros derechos fundamentales del ser humano (vg. El Patriot Act). También hubo un resurgimiento de la desconfianza entre las personas y un exacerbamiento del sentido de nacionalismos, que durante décadas había quedado adormecido por el auge de la tecnología y la rapidez de la comunicación global. Nos habíamos acercado, pero hechos como este acto de terror, distanciaron a muchos, tornándonos más inseguros y desconfiados. Así como en la década de los años 60, ciento de miles de personas tanto en los EEUU como en el resto del mundo recordaban exactamente dónde estaban y qué hacían el día que mataron a John F. Kennedy, a Martin Luther King o a Robert Kennedy, esa misma sensación de impacto y registro indeleble quedó en la mente, memoria y sentimientos de incontables personas en todo el planeta cuando las torres fueron atacadas y se derrumbaron.

(En mi opinión, quienes planificaron y cometieron ese atentado contaban con la reacción que tuvo el gobierno del Presidente Bush. No fue algo hecho al azar y con absoluto desconocimiento de lo que podría venir después. Sería menospreciar la inteligencia y visión de los terroristas y burlarse de su capacidad para buscar sus objetivos de mediano y largo alcance, creer que luego del atentado, los sucesos no se iban a dar como ellos preveían. Pero esto da para otras reflexiones.)

Todo ello viene a cuento para ilustrar un poco mejor este tipo de migración camaleónica que puede pasarse meses o años oculta, sin hacer nada que llame la atención, disfrazada con ropajes locales y fingiendo tener la cultura y mentalidad del país o ciudad receptora, cuando en realidad está aguardando el momento y lugar oportuno para darle una fuerte e histórica bofetada letal a quien la acogió.

Por supuesto, setiembre 2001 no fue el último suceso trágico; baste recordar lo ocurrido en Boston, en Madrid, Paris, Londres, Buenos Aires o Atenas para comprobar la dispersión y magnitud del horror de estos hechos que se disfrazan bajo el rótulo de acciones militarizadas por motivos políticos o religiosos.

Lo más significativo y peligroso de esta tercera forma de migración, es que no precisa ser multitudinaria. Alcanza con un pequeño grupo de fanáticos dispuestos a ingresar y dispersarse por tiempo indeterminado en un territorio para cuando llegue el momento, cometer actos barbáricos y destructivos. No me parece adecuado llamarlos fundamentalistas, pues si hay algo que no son es eso; pues lo que apuntan a demoler y devastar es precisamente los fundamentos y cimientos espirituales, religiosos, éticos, económicos, sociales y culturales de una sociedad que consideran maligna, enemiga y diferente.

Su objetivo no es la cooperación, la complementación, la construcción de poliedros con diversas y enriquecedoras caras, al decir del Papa Francisco en su última Encíclica. Su finalidad es aniquilar, extirpar, arrasar y extinguir las formas de pensar y de vivir que no sean las suyas propias.

Por eso estas reflexiones. Para comprender un poco más y discernir qué tipo de migración y qué forma de coexistencia nos debe interpelar para ser más abiertos, generosos y dispuestos al encuentro fraterno y amistoso, y con cuál nos debemos manejar con mayor cautela y prudencia. No todos los que nos abrazan y sonríen son nuestros amigos y nuestros hermanos. Ni siquiera con los coterráneos debemos ser ingenuos, pues los fenómenos migratorios a veces pueden ser mucho menos peligrosos que algunos fenómenos de convivencia y des-armonía interna. Conviene siempre recordar la recomendación de ser humildes y buenos como palomas, pero también astutos e ingeniosos como serpientes. La actitud y el gesto del Padre Myriel en Los Miserables de Victor Hugo es propia de un santo, pero no se la podemos pedir a todos o a cualquiera. (4)

 

Una cosa es tender puentes de encuentro, de fraternidad y amistad; una construcción social para un mayor y mejor bien común. Otra muy diferente es cerrar los ojos, abrir los brazos y caer en la candidez inexperta de los que imprudentemente se dejan destruir.

 

Nicolás Etcheverry Estrázulas[1]

 

 

 

(1)   Ética. José Ramón Ayllon/Aurelio Fernández. Editorial Casals, 1997. Pag.100

 

(2) (El semanario Galería, en su N° 1.030 del 5-11-20 pags 26-30 presenta la nueva generación de tenistas y entre ellos figuran Álex de Miñaur, nacido en Sidney, Australia, de padre uruguayo y madre española; Denis Shapalov, nacido en Tel Aviv, con padres de ascendencia rusa y radicado en Canadá; Stéfanos Tsitsipas, nacido en Atenas de padre griego y madre rusa; Sofia Kenin, de origen y padres rusos pero radicada en EEUU; Alexander Zverev, nacido en Alemania de padres rusos;  Bianca Andreescu, nacida en Canadá de padres rumanos; Félix Auger-Aliassime nacido en Canadá de padres que emigraron desde Togo o Naomi Osaka nacida en Japón de padre haitiano y madre japonesa.)

 

(3 )Carta Encíclica Fratelli Tutti sobre la fraternidad y amistad social, puntos 215-216, 218, 220-221.

(4) Versión resumida y adaptada del autor de este artículo: Al comienzo de la obra, Jean Valjean, su personaje principal, luego de 19 años de prisión es liberado y solicita comida y pasar la noche en la casa del Obispo de Digne, Mons. Myriel. Ante la presencia de este forastero caminante, mal rapado, sucio y vestido con harapos, el sacerdote le pide a su ama de llaves que tienda sábanas limpias en una cama, ponga un plato más en la mesa y saque a relucir la vajilla y los candelabros de plata que provenían de su familia. Impresionado y desconcertado por el trato recibido, Valjean pernocta en esa casa y muy de madrugada se va, robándose en una bolsa toda la vajilla. Es descubierto y apresado por tres gendarmes en un bosque cercano al pueblo y reconducido a la casa de Mons. Myriel para verificar si lo que sostiene Valjean, que la vajilla es suya, es cierto. Una vez puestos frente a frente el ladrón y el sacerdote robado, Myriel reafirma la versión de Valjean: los cubiertos son suyos porque él se los había regalado y, por si fuera poco, le entrega los dos candelabros de plata, afirmando que Valjean se los había olvidado al partir esa mañana. Una vez resuelto el incidente y liberado Valejan por los policías, cuando de nuevo quedan a solas el cura y el expresidiario, Myriel le comenta a Valjean “Tenga en cuenta una cosa, lo que acabo de hacer con usted no es simplemente re-comprarle su libertad, lo que hice fue re-comprarle su alma. A partir de ahora, debe pertenecerle al bien”.

 



[1] Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Montevideo. ORCID ID: https://orcid.org/0000-0002-7210-4090