Humanidades:
revista de la Universidad de Montevideo, nº 17, (2025): e172. https://doi.org/10.25185/17.2
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Estudios
El debate en Chile
sobre la intervención estadounidense en República Dominicana, 1965
The Debate in Chile on the
U.S. Intervention in the Dominican Republic, 1965
O Debate no Chile sobre a Intervenção
dos EUA na República Dominicana, 1965
Milton Andrés Cortés Díaz
Universidad San Sebastián, Chile
milton.cortes@uss.cl
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-1175-5954
Recibido:
28/09/2024 - Aceptado: 3/02/2025
Resumen: Este artículo examina el debate político en Chile sobre la
intervención estadounidense en la República Dominicana en 1965, destacando su
relevancia tanto en la política exterior como en la dinámica interna del país.
A partir del análisis de discursos parlamentarios y editoriales, se postula que
los tres grandes sectores políticos—izquierda, centro y derecha—utilizaron la
crisis dominicana para legitimar sus respectivas ideologías y denigrar la de
sus adversarios. La izquierda caracterizó la intervención como imperialista,
presentándose como defensores de la autodeterminación y la soberanía de los
pueblos. Democratacristianos y radicales criticaron la intervención desde un
marco legalista basado en el respeto al derecho internacional, con los primeros
compitiéndoles el lenguaje antiimperialista a la izquierda. La derecha, por su
parte, esbozó una justificación de la intervención como una medida necesaria
contra la expansión del comunismo en América Latina. Finalmente, se analiza
cómo el gobierno de Eduardo Frei adoptó una postura crítica hacia Estados
Unidos para consolidar su legitimidad interna, al tiempo que mantuvo una
relación pragmática con Washington.
Palabras clave: Guerra Fría; Chile; República Dominicana; Organización de Estados Americanos; legitimidad
Abstract: This article analyzes the
political debate in Chile regarding the U.S. intervention in the Dominican
Republic in 1965, highlighting its significance to both the country’s foreign
policy and internal dynamics. By analyzing parliamentary speeches and
editorials, this study argues that the three major political sectors—left,
center, and right—used the Dominican crisis to legitimize their respective
ideologies and disparage those of their opponents. The left characterized the
intervention as imperialist, presenting itself as the defender of
self-determination and the sovereignty of nations. Christian Democrats and
Radicals criticized the intervention from a legalistic perspective, emphasizing
respect for international law, with the former adopting anti-imperialist
rhetoric to compete with the left. The right framed the intervention as a
necessary measure to counter the expansion of communism in Latin America. Finally,
the article analyzes how Eduardo Frei's government adopted a critical stance
toward the United States to consolidate internal legitimacy, while
simultaneously maintaining a pragmatic relationship with Washington.
Keywords:
Cold War; Chile;
Dominican Republic; Organization of American States; Legitimacy
Resumo:
Este artigo examina
o debate político no Chile sobre a intervenção americana na República
Dominicana em 1965, destacando sua relevância tanto na política externa quanto
na dinâmica interna do país. A partir da análise de discursos parlamentares e
editoriais, postula-se que os três grandes setores políticos — esquerda, centro
e direita — utilizaram a crise dominicana para legitimar suas respectivas
ideologias e desqualificar as dos seus adversários. A esquerda caracterizou a
intervenção como imperialista, apresentando-se como defensora da
autodeterminação e da soberania dos povos. Democrata-cristãos e radicais
criticaram a intervenção a partir de um marco legalista baseado no respeito ao
direito internacional, com os primeiros competindo com a esquerda no uso da
linguagem antiimperialista. A direita, por sua vez, delineou uma justificativa
para a intervenção como uma medida necessária contra a expansão do comunismo na
América Latina. Finalmente, analisa-se como o governo de Eduardo Frei adotou
uma postura crítica em relação aos Estados Unidos para consolidar sua
legitimidade interna, ao mesmo tempo que manteve uma relação pragmática com
Washington.
Palavras-chave: Guerra Fria; Chile; República
Dominicana; Organização dos Estados Americanos; Legitimidade
Introducción
Los estudios sobre la Guerra Fría interamericana en Chile[1] han prestado gran atención al rol que jugó Cuba como catalizador de toda una serie de debates internos que cuestionaban el sistema interamericano, el rol de Estados Unidos en el hemisferio, la presencia de la Guerra Fría y el comunismo en el continente y los propios valores de la diplomacia chilena.[2] A su vez, este debate contribuyó a un mayor nivel de confrontación interna, puesto que la cuestión cubana no se limitó a ser un mero debate sobre política exterior, sino que también se convirtió en una herramienta de posicionamiento interno respecto a las luchas políticas locales.[3]
Esta atención está perfectamente justificada, ya que el caso cubano fue el que tuvo más influencia en la política interna de Chile, pero no como una mera recepción acrítica. Esto se ha remarcado en varios trabajos recientes. Palieraki ha mostrado movimientos locales como el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) se vieron influenciados por la Revolución Cubana en una dinámica de influencia recíproca entre lo local y lo global, que excede lo que se podría considerar una subordinación unidimensional al “modelo cubano”.[4] Por su parte, Cassals argumenta que el impacto de esta revolución polarizó aún más el espectro político chileno y llevó a una alineación explicita de los actores nacionales con las posiciones de los bloques ideológicos, interpretando la suya como una reproducción local de esa disputa global.[5]
Análisis como estos enfatizan que la influencia de la Guerra Fría no fue unilateral, de recepción acrítica ideas foráneas, sino que hubo una recepción que lo adaptó a las realidades locales. Sin embargo, esta centralidad del caso cubano ha hecho que otros momentos clave en la Guerra Fría interamericana queden relegados en el olvido. Recientemente, se han realizado trabajos que han rescatado la importancia de un caso previo al cubano, el de Guatemala, observando cómo este afectó a la radicalización de la izquierda chilena. Sin embargo, un caso relegado ha sido el debate en Chile respecto a la intervención norteamericana en República Dominicana, que solo ha sido estudiado en su aspecto diplomático, pero no en el debate ideológico y su significación para la política interna chilena.
En consecuencia, este trabajo busca rescatar los debates sobre la crisis en República Dominicana, planteando que, tal como en los casos guatemalteco y cubano, en estas discusiones no se dio una mera repetición acrítica de ideas o discursos foráneos, sino posicionamientos políticos que tenían en vista el debate interno, particularmente los temas de legitimidad de sus ideologías. Ello, puesto que se entendía al caso dominicano como una lucha en que se reflejaban problemáticas que también afectaban a Chile, particularmente la posibilidad de establecer un gobierno reformista que no siguiera los lineamientos de Estados Unidos.
Como ya se ha mencionado, el tema de la reacción chilena a la crisis dominicana ha sido tratado en obras previas, pero con un énfasis dado preferentemente a las relaciones bilaterales, antes que a la discusión ideológica sobre el tema. Un autor contemporáneo a los hechos, Arturo Olavarría, desarrolla el tema en su detallada crónica sobre el período, valorándola positivamente como defensa honrosa del principio de no intervención.[6] Al tema se le han dedicado algunas páginas dentro de obras que tratan la política exterior de Frei Montalva, como las tesis de Manfred Wilhelmy, “Chilean Foreign Policy: The Frei government, 1964-1970”,[7] y Paul Dennis, “Britain and Eduardo Frei's Chilean 'Revolution in Liberty', 1964-1970”,[8] y el libro de Sebastián Hurtado, The Gathering Storm. Eduardo Frei's Revolution in Liberty and Chile's Cold War.[9] En ellos se presenta la idea de que Chile pudo resistir la presión regional, defendiendo sus principios, pero sin afectar negativamente su relación bilateral con Washington. De los tres, Hurtado es el que incluye con mayor profundidad la participación de actores internos, como la opinión pública y los partidos políticos. También han existido menciones más breves en obras generales sobre el gobierno de Frei.[10]
El tema se ha desarrollado más ampliamente en la tesis de Hugo Harvey, “La Política Exterior de Chile frente a la intervención de Estados Unidos en República Dominicana de 1965”, la cual aborda las tensiones entre las decisiones de política exterior de Chile y su relación con Estados Unidos en un contexto de Guerra Fría, subrayando que esta crisis reveló la capacidad del país para defender su autonomía política y legal en el ámbito internacional.[11] El mismo autor también ha elaborado artículos sobre el tema.[12]
La ausencia que hemos detectado es que hay un énfasis muy fuerte en la dinámica entre el gobierno chileno y el norteamericano, basándose muchas de estas obras en fuentes diplomáticas. Por ello, salvo en el caso de Hurtado, que lo trabaja brevemente, el tema de la influencia de los actores internos quedó relegado o derechamente está ausente. Por ello, este texto busca realizar un análisis en profundidad del debate político en Chile sobre la crisis dominicana, que aunque no alcanzó los niveles de intensidad de la cuestión cubana, nos abre una ventana para comprender las ideas y debates internacionales en Chile a mediados de los años sesenta.
Como hipótesis, planteamos que las reacciones de los sectores políticos ante la crisis dominicana, junto con su rol en el debate de ideas, tuvieron dos objetivos de política interna: la reafirmación de ideologías y valores, consolidando su legitimidad y cuestionando la de sus rivales; y afectar en lo posible la política exterior de Chile.
Respecto a la metodología, se ha decidido realizar un análisis de fuentes primarias, específicamente las editoriales y noticias de la prensa y las discusiones en las sesiones del Congreso Nacional.[13] Para el análisis de los discursos, nos inspiramos en Quentin Skinner, quien enfatiza que los discursos no solo reflejan ideas, sino que también deben considerarse como actos de habla que buscan influir en la percepción y comportamiento de la audiencia.[14] En este marco, analizaremos cómo los diferentes sectores políticos en Chile (izquierda, centro y derecha) construyeron discursos que otorgaban legitimidad a ciertas posturas y se la negaban a otras, no solo en relación a cuestiones internacionales sino también de política interna.
Asimismo, tomamos en consideración reflexiones sobre el análisis de política exterior. Hudson afirma que la política exterior a menudo refleja las dinámicas y conflictos presentes en el ámbito doméstico, ya que las decisiones internacionales están influenciadas por las luchas de poder y la diversidad de opiniones dentro de la sociedad.[15] Robert Putnam enfatiza, mediante su teoría de los dos niveles, que los líderes trabajan simultáneamente en el ámbito doméstico y en el internacional, puesto que requieren de apoyo interno para ratificar y sostener sus posiciones internacionales. [16] Estas discusiones internas establecer límites a que posiciones gubernamentales son viables. En el caso chileno, veremos cómo las posiciones de los democratacristianos y la izquierda colocaban claros límites a las posibilidades del gobierno de Frei, si bien este también usó estas limitaciones internas como excusa ante los norteamericanos.
Seguiremos una estructura que comienza dando un contexto a través de los debates previos en los casos guatemalteco y cubano, después se revisará la actuación del gobierno chileno y otros actores políticos, para luego entrar en el aspecto central de nuestra investigación, los debates en el Congreso y la prensa por la cuestión dominicana, dedicando un apartado a cada gran sector político, izquierda, centro y derecha.
1. Las crisis previas
La primera crisis en América Latina que sirvió de catalizador para los debates políticos internos en Chile fue la de Guatemala en 1954. Ese año se produjo el derrocamiento del gobierno de Jacobo Árbenz por parte de Carlos Castillo Armas, con el argumento de que el gobierno de Árbenz estaba apoyado por los comunistas. El derrocamiento tuvo el apoyo norteamericano, tanto a nivel encubierto, con envíos de armas, como diplomático, aislando internacionalmente al gobierno de Árbenz.
La posición de los partidos chilenos frente a esta crisis puso de manifiesto una división de un tema de política externa a partir líneas ideológicas. Una postura de izquierda, que presentaba el argumento antiimperialista; una de centro, representada por radicales y falangistas, que se oponían a la posición norteamericana en nombre de la no intervención; y una de derecha, crítica de la penetración comunista y que justificaba la intervención estadounidense.
Los debates en el Senado nos permiten acercarnos a esta visión ideológica de crisis externas. En la izquierda, el senador socialista Salvador Allende advirtió que lo sucedido en Guatemala era parte de una estrategia imperialista, que usando el pretexto de la intromisión comunista para desestabilizar a gobiernos que promovían reformas sociales o que amenazaban a los grandes monopolios, como la United Fruit Company. En una de las partes representativas de su intervención, afirmaba que «en la situación de Guatemala, en lo que es y representa la United Fruit, lo que es el monopolio bananero, en qué países actúa esa compañía y cuál es su política en ellos, las ventajas, las facilidades y los contratos que tiene, cómo sus garras imperialistas se extienden sobre ocho o nueve países».[17]
Los partidos de centro adoptaron una estrategia diferente para condenar la intervención, debiendo dejar claro que esta postura no implicaba un apoyo al comunismo. El falangista Eduardo Frei Montalva afirmó que «no me solidarizo con su Gobierno. Categóricamente y por definición, soy contrario a los principios comunistas; pero condeno el hecho de que se establezca como precedente, en América Latina, que hombres de un país sean armados en territorios vecinos».[18] El senador Marcial Mora, del Partido Radical, también desarrolló el mismo argumento, que su partido no estaba a favor del comunismo, pero que rechazaban firmemente la intervención extranjera.
Los partidos de derecha eran los más incómodos con la situación, no logrando articular un discurso tan coherente como el de sus rivales, siendo el suyo más bien una respuesta a las posiciones de la izquierda y el centro. El liberal Eduardo Moore declaró que el «caso de Guatemala es uno de los más obscuros, sobre el cual no podemos todavía pronunciarnos», pero que lo único cierto era que gran parte de la política social de su país estaba «influidas por la acción del Partido Comunista». Si bien no se suma a la condena, tampoco apoya abiertamente la acción norteamericana, afirmando que a los liberales «nos parecía demasiado prematuro pronunciarnos en contra de Estados Unidos».[19]
El Partido Conservador intentó invertir el discurso de la izquierda afirmando que la defensa de la no intervención en los asuntos de otros estados «obliga a todas las naciones americanas a impedir la intromisión de las influencias comunistas y totalitarias en América».[20]
La crisis guatemalteca marcó el patrón por el que se desenvolvería la recepción chilena de los conflictos de la Guerra Fría en América Latina. Particular importancia tuvo para el endurecimiento de posiciones de la izquierda chilena en general (y Salvador Allende en particular), que levantó al imperialismo no solo como una de sus banderas de lucha sino como una marca de identidad política, a través de marchas, protestas y declaraciones de apoyo al gobierno amenazado por los norteamericanos.[21]
El siguiente caso de la Guerra Fría interamericana que motivó gran controversia en Chile fue el de la revolución cubana. Por su carácter socialista, su cercanía a la Unión Soviética y por el mantenimiento del movimiento revolucionario en el poder, este debate no se limitó a eventos particulares, sino que ocupó gran parte del debate nacional desde 1959 hasta 1973.
Varios partidos, incluyendo los de derecha y centro, celebraron la caída de Batista, al considerarlo un régimen corrupto y tiránico. Al poco andar aparecieron posturas críticas, particularmente en la derecha, que apuntaba a los juicios sumarios y ejecuciones, además de la preocupación de que Cuba se estaba aliando con el comunismo internacional. Un argumento frecuente, expresado por El Mercurio de Valparaíso, es que la revolución «no ha hecho sino cambiar una dictadura por otra, con el agravante de la tendencia comunizante del gobierno de Fidel Castro».[22] Una característica de esta postura crítica fue el uso del vocablo «totalitario», por parte de liberales y conservadores, para calificar al gobierno de la isla.
Los democratacristianos también comenzaron a criticar la revolución al considerar que no se encaminaba a una democratización, particularmente por la falta de elecciones libres y la represión política. El tema cubano fue fundamental para la identidad política de los democratacristianos, que articularon su idea de «Revolución en Libertad» como explícito contraste a la situación cubana, bajo la idea de realizar cambios profundos sin caer en el autoritarismo.[23]
Una de las grandes diferencias entre la derecha y los democratacristianos es que los primeros veían a Cuba como una directa amenaza para la estabilidad y seguridad de la región, que justificaba la adopción de medidas contra la isla, incluyendo su condena abierta por parte de la cancillería chilena y una ruptura de relaciones. En cambio, los democratacristianos insistían en la necesidad de la no intervención y la importancia de respetar la soberanía de Cuba. Los radicales mantenían una postura ecléctica, con los sectores más derechistas del partido siendo partidarios de una condena total a Cuba, mientras que otros buscaban evitar un alineamiento completo con Washington.[24]
La postura de la izquierda frente a la revolución cubana fue de apoyo y entusiasmo, que se acrecentó a medida que arreciaban las críticas de la derecha y la Democracia Cristiana. Para el FRAP, alianza de partidos de izquierda, la revolución cubana era un ejemplo de liberación del imperialismo y de la explotación extranjera. Particular entusiasmo tuvo Salvador Allende, que llegó a decir que Cuba mostraba «el camino de la liberación para todos los pueblos de Latinoamérica», si bien añadiendo que cada país debía seguir su propio camino.[25]
A medida que avanzaba la década de los sesenta, la revolución cubana ya no solo fue entendida por la izquierda chilena como un ejemplo de liberación antiimperialista, de que se podía desafiar al imperialismo norteamericano y triunfar, sino que se comenzó a transformar en un paradigma, de una demostración que era posible construir una sociedad socialista a pesar de todos los obstáculos internos y externos. Ello hizo más tangible la idea que un futuro socialista para Chile no era una posibilidad lejana, sino que podría realizarse a corto plazo. No obstante, al menos en una primera etapa, los partidos Socialista y Comunista insistieron en que las vías debían adaptarse a las realidades de cada nación. Tras la derrota electoral de 1964, creció el número de militantes de izquierda que comenzaron a ver en el modelo insurreccional una estrategia posible para Chile.
2. El gobierno chileno frente a la crisis dominicana
Si bien el caso de la República Dominicana no tendría el mismo impacto a largo plazo en la política chilena que tuvo la revolución cubana, fue parte de los debates sobre la Guerra Fría en el continente y permite comprender las diferentes visiones de las relaciones internacionales, así como la creciente distancia entre las distintas posturas.
La crisis de 1965 fue un episodio cuyos orígenes datan del asesinato del dictador Rafael Leonidas Trujillo en 1961. Una transición a un régimen democrático se dio con la elección de Juan Bosch al año siguiente, que adoptó medidas reformistas que le ganaron la oposición de los sectores conservadores y empresariales. En 1963, una junta militar derrocó a Bosch, quien fue acusado de procomunista. La nueva junta demostró ser impopular y un grupo dentro del Ejército se sublevó contra ella en abril de 1965, buscando restaurar a Bosch en la presidencia. Ello derivó en enfrentamiento militares en las calles. Temiendo que la situación de caos derivase un caso parecido al cubano, el presidente norteamericano Lyndon Johnson ordenó el desembarco de tropas norteamericanos, argumentando que lo hacía para proteger la vida de los ciudadanos estadounidenses en República Dominicana.[26]
El presidente chileno Eduardo Frei Montalva adoptó una postura activa en la crisis, solicitando a la Organización de Estados Americanos (OEA) la convocatoria a una reunión extraordinaria para considerar la grave situación de República Dominicana. El canciller Gabriel Valdés dijo el 30 de abril: «Con firmeza solicitamos de la OEA el rechazo de la intervención unilateral, la adopción de las medidas conducentes al cese de la lucha y al respeto por la libre determinación del pueblo dominicano».[27] En su parte más crítica a la postura norteamericana, el canciller chileno afirmó que «El Gobierno de Chile considera la presencia de fuerzas militares norteamericanos en la República Dominicana, aún si se tratara de proteger a sus connacionales, como contraria a la Carta de la OEA y a claros principios del derecho internacional, y pide su retiro, habilitando así al Consejo de la OEA para adoptar las medidas colectivas que sean procedentes según la Carta». [28]
Durante la reunión de la OEA, el embajador chileno en ese organismo, Alejandro Magnet presentó un proyecto de resolución en que se solicitaba a Estados Unidos el cese inmediato de su intervención unilateral en la República Dominicana, colocar sus tropas bajo el comando de la OEA mientras se cumplía la anterior resolución, y crear una fuerza interamericana si es que el gobierno dominicano lo solicitaba. Chile no encontró apoyo de otros gobiernos americanos para su moción. Fue aprobada en cambio otra resolución, por la cual se creaba una Comisión Investigadora y Pacificadora, integrada por representantes de varios países y que debía viajar a la isla para mediar en el conflicto. Chile se abstuvo en esa votación.[29]
En la OEA, Chile se opuso a la creación de una fuerza interamericana, votando en contra el 6 de mayo, si bien esta fue aprobada por 14 votos a favor. El gobierno chileno argumentó que esto constituía una violación a los principios de soberanía e independencia de los países latinoamericanos.[30]
El gobierno chileno envió al embajador Magnet a República Dominicana para obtener información directa sobre la crisis. Sostuvo varias reuniones con figuras claves, incluyendo al coronel Francisco Caamaño, líder del bando constitucionalista, y el enviado estadounidense John Barlow Martín. En sus informes a la cancillería, Magnet mostró un apoyo claro al bando constitucionalista, remarcando su carácter democrático y minimizando el rol de los comunistas.[31] De vuelta en la OEA, Magnet, junto a su par venezolano Enrique Tejera París, hicieron gestiones para que el organismo reconociera al gobierno de Caamaño.[32] Posteriormente, nuevamente Chile y Venezuela presentarían una propuesta a la OEA para el envío de una Comisión de Alto Nivel a la República Dominicana para mediar en la crisis, sugiriendo la participación de figuras como Rómulo Betancourt, José Figueres y Luis Muñoz Marín.[33]
No obstante la posición de Magnet y las presiones de diversos grupos para que el gobierno chileno reconociera oficialmente a Caamaño, este se abstuvo de dar tal paso, evitando comprometerse con ninguno de los dos bandos.[34] Ante el fracaso de sus propuestas en la OEA, el gobierno chileno afirmó que «está activamente trabajando para contribuir a que se mantenga la tregua pactada y colaborando en la búsqueda de fórmulas que conduzcan rápidamente a la consolidación de un Gobierno Civil, representativo del pueblo, que pueda convocar lo antes posible a elecciones libres».[35]
En septiembre, la cancillería reconoció al gobierno provisional encabezado por Héctor García Godoy, que había resultado de las negociaciones de los bandos en pugna.[36] El gobierno de Caamaño, que llegaba a su fin, envió una nota de agradecimiento al gobierno de Frei, por la «digna actitud americanista asumida por Chile».[37]
3. Movilizaciones sociales
Las posturas antiestadounidenses de la izquierda se caracterizaron por su capacidad de movilización social. Si bien no es el tema central del presente artículo, es importante dar cuenta brevemente de su accionar, para contextualizar el ambiente en donde se dio la discusión sobre el caso dominicano.
Frente a la crisis dominicana se produjo una particular movilización de los estudiantes y trabajadores. Durante la marcha del 1 de mayo, Mireya Baltra leyó una declaración de la CUT en rechazo a la agresión yanquí y en solidaridad con el pueblo dominicano.[38] El diario comunista El Siglo convocó a la «prosecución de las protestas, la movilización todavía más intensa de las masas, el reforzamiento de la solidaridad con los dominicanos, puede y debe obligar a los imperialistas a echar marcha atrás, a regresar a los cuarteles».[39]
Días después, la CUT realizó una concentración el 6 de mayo, a la cual asistieron unas dos mil personas, para expresar su solidaridad con la República Dominicana. Entre los oradores se encontraban representantes de organizaciones estudiantiles, como la Federación de Estudiantes Industriales y de la Enseñanza Media y la Unión de Federaciones Universitarias de Chile. El principal orador fue Luis Figueroa, en representación de la CUT, el cual atacó a Estados Unidos, sus gobernantes y la guerra en Vietnam. Además del retiro inmediato de las tropas, rechazó cualquier intento de intervención unilateral o multilateral, el reconocimiento del gobierno provisional y la creación de un organismo de solidaridad y cooperación con los pueblos de Latinoamérica.[40]
Llegó a Chile el representante del gobierno del coronel Francisco Caamaño, Caonabo Javier, para solicitar el reconocimiento de este gobierno.[41] En su visita a la Cámara de Diputados, insistió en que el gobierno de Caamaño no era comunista, sino que se trataba de un movimiento popular con apoyo militar, cuyo objetivo era restablecer la constitucionalidad. Negó asimismo cualquier involucramiento cubano.[42]
El 30 de mayo se realizó un acto en el Teatro Caupolicán organizado por líderes sindicales, estudiantiles, intelectuales y políticas, cuyo objetivo era presionar al gobierno chileno para que no dilate el reconocimiento al gobierno del coronel Caamaño.[43]
Finalmente, hubo un intento de enviar ayuda directa, por medio de una delegación parlamentaria integrada por los diputados José Cadémartori y Eduardo Osorio, junto con el presidente de la Confederación del Cobre Alejandro Rodríguez, los cuales llevarían a República Dominicana medicamentos recolectados por agrupaciones sociales. No obstante, cuando arribaron el 28 de mayo, al estar el aeropuerto controlado por tropas estadounidenses, estos no les dejaron entrar al país y requisaron los medicamentos. Los parlamentarios se quejaron de la ausencia del Encargado de Negocios, que se justificó alegando que no podía abandonar la embajada, debido a que allí habían tomado refugio a familiares de Caamaño.[44]
4. Debates sobre legitimidad en el Congreso y la prensa
Los debates sostenidos en Chile sobre la intervención norteamericana en República Dominicana tenían un impacto inmediato muy limitado, al menos en lo que respecta a lo que sucedía en la isla. Lo más que se podía esperar era influir en la posición de la Cancillería chilena, que ya había adoptado medidas contrarias a la intervención, que era la posición predominante en el discurso público.
Pero fuera del alcance inmediato, existe una importante dimensión de disputa ideológica, puesto que el evento obligó a los actores a tomar posiciones respecto a la legitimidad no solo de la acción estadounidense, sino también del sistema interamericano, la política exterior chilena, a las distintas posiciones frente a la Guerra Fría y, en última instancia, a la validez de las propias ideologías.
A continuación, analizaremos las posiciones de los sectores políticos chilenos, la izquierda, el centro y la derecha, a partir de cómo respondían al problema de la legitimidad en tres aspectos: la legitimidad de la intervención estadounidense; legitimidad del sistema interamericano; y la legitimidad de la acción del gobierno chileno y de otros sectores políticos. Analizaremos fundamentalmente los discursos parlamentarios en la Cámara y el Senado, así como algunas editoriales de prensa.
a. La izquierda: condena al imperialismo yanqui y defensa de la
autodeterminación de los pueblos
En línea con su actitud frente a casos previos de intervención norteamericana como Guatemala y Cuba, la izquierda chilena, agrupada en el FRAP, condenó en fuertes términos la intervención estadounidense, que era caracterizada como una acción del imperialismo yanqui que oprimía los esfuerzos latinoamericanos por lograr su emancipación.
La izquierda atacó los pretextos esgrimidos por los estadounidenses para intervenir, que eran consideradas meras excusas. En realidad, argumentaba la izquierda, el objetivo no era otro que mantener el control imperialista en la región, para lo cual era necesario aplastar movimientos populares. En palabras del senador Salvador Allende: «el propósito irrevocable de aquel país de impedir que los movimientos emancipadores de América Latina conquisten el poder para cristalizar sus ideales… la política del Departamento de Estado norteamericano refleja una táctica, una estrategia de alcance mundial, destinada a atajar los movimientos emancipadores en los distintos continentes, levantando obcecada y torpemente la bandera raída del anticomunismo».[45]
Aniceto Rodríguez lo califica como una de las más «cínicas y desvergonzadas intervenciones del Gobierno de Estados Unidos» [46], ya que «Estados Unidos interviene primero, pretextando la protección de la vida y bienes de sus connacionales y, luego, cuando ya desaparece tal justificación, argumenta que lo hace para impedir el acceso de un movimiento comunista al poder».[47] Pero, se argumenta, los comunistas eran un grupo meramente minoritario.
La intervención estadounidense era presentada bajo el cariz más negativo posible, pues no solamente era una agresión, sino que había aumentado la violencia. Las palabras más duras las tuvo la declaración oficial del Partido Socialista, según la cual los estadounidenses: «en el curso de una semana han asesinado con sus propias tropas o sus sayones locales a más de dos mil dominicanos y preparan, sin duda, un verdadero genocidio de los ciudadanos más progresistas, valerosos e ilustrados de esa pequeña nación».[48]
La izquierda no se basó solo en su discurso antiimperialista, sino que también hizo uso del lenguaje del derecho internacional. Esto le permitió hacer una crítica al sistema interamericano, pues Estados Unidos estaba violando la propia Carta de la OEA y el Tratado de Asistencia Recíproca, que Rodríguez califica ahora eran «letra muerta», en vista de la «flagrante destrucción de esos principios por la política norteamericana del Departamento de Estado del señor Jonhson [sic]».[49] Uno de los términos que más se usaba era el de «agresión», colocando a Estados Unidos como violador del derecho internacional y parangonándolo con otros agresores, incluyendo el nazismo. En palabras del diputado Osorio: «Su accionar, en todo orden de cosas, lleva el signo de la cruz gamada del nacismo hitleriano».[50]
Un punto fuerte del argumento de la izquierda era que la situación demostraba el fin de la OEA como institución válida, al haber legitimado una acción unilateral de intervención, revelándose su carácter de instrumento del imperialismo. En palabras del comunista Carlos Contreras Labarca: «Ha quedado demostrado que es una entidad corrompida, que traiciona los intereses fundamentales de los pueblos latinoamericanos; y todas las tentativas de mantenerla en pie, sea a título de reforma de sus estatutos, sea reestructurándola, están condenadas a recibir el repudio de los pueblos».[51]
La denuncia de que la OEA era un instrumento del imperialismo norteamericano se basaba no solo en esta acción, sino que en una plétora de decisiones, la más destacada siendo la exclusión de Cuba del sistema interamericano. Para ellos, la OEA no era una organización que resguardara la soberanía de los países de América Latina, al contrario, en palabras del comunista Volodia Teitelboim, «ella es una amenaza, es la celestina cómplice del crimen, es la que trata de copar días y horas a fin de dar tiempo a los opresores, para consumar el asesinato», siendo la única solución la «liquidación de la Organización de Estados Americanos, colocándole una lápida mortuoria encima».[52]
Existía una perspectiva muy negativa del presidente Lyndon Johnson, al que se calificaba como el «tejano», contrastándolo constantemente con Kennedy, con algunos parlamentarios de izquierda acusándolo implícita o explícitamente de haber asesinado a su predecesor. El Partido Socialista lo calificó como el «autor intelectual del asesinato de Kennedy».[53]
En uno de sus argumentos más potentes, la izquierda afirmaba que aunque los sucesos fueran en un país lejano, «[l]a tragedia de Santo Domingo puede ser mañana la tragedia de Chile».[54] Se temía que Estados Unidos podría usar las mismas excusas, de defender a ciudadanos norteamericanos, para intervenir en Chile en caso de que gobernase un gobierno transformador, ni siquiera tenía que ser socialista. Ello los llevaba a una conclusión radical, la necesidad de deshacerse de toda influencia norteamericana. Solicitaba el Partido Socialista: «Cualquier yanqui en nuestro suelo, por pacífico que parezca, es un peligro para nuestra Patria, ya que detrás de cada ciudadano norteamericano se proyecta, con cualquier pretexto, la sombra de una invasión. Expulsemos a los yanquis de Chile, liberemos nuestra Patria, derrotemos al imperialismo».[55]
Sobre la legitimidad de los otros actores políticos, respecto al gobierno de Frei se le reconoció la posición adoptada, de resistir la presión norteamericana, pero se presionaba por más acciones. Teitelboim, a nombre de su partido, dijo que los comunistas «apoyamos, en forma decidida, su demanda [del gobierno chileno] del inmediato retiro de las tropas invasoras de Santo Domingo». Por su parte, el Partido Socialista consideró que la actitud del gobierno chileno, en comparación con otros países americanos, «ha sido digna y positiva ya que ha tenido el solitario coraje de llamar las cosas por su nombre, al calificar de "intervención", lo que a la luz de la razón más simple y clara es precisamente "intervención", y al pedir el retiro de las tropas yanquis de la República Dominicana».[56] No obstante, fue calificada de insuficiente, en vista de que ante el no retiro de los soldados estadounidenses, «el Gobierno de Chile ha dejado que las cosas continúen sin adoptar la única actitud que corresponde en este caso: retirarse de la OEA».[57]
A medida que pasó el tiempo, las críticas fueron acrecentándose. El diputado socialista Mario Palestro fue uno de los más duros, ya que si bien reconocía la actitud digna frente a la crisis dominicana, acusaba que los democratacristianos se quedan cortos, ya que «dicen tener una actitud antiimperialista, mientras los mensajeros del Presidente señor Eduardo Frei recorren Norteamérica, pidiendo los préstamos correspondientes para impulsar los planes del partido único de Gobierno. Jamás profundizan ni buscan una solución digna y concreta para estos problemas».[58] Una editorial de El Siglo del 26 de mayo explica esta nueva postura de la izquierda: «La posición inicial de la Cancillería fue positiva. Su adhesión al principio de autodeterminación y no intervención y su petición de retiro de las tropas norteamericanas interpretó el sentimiento nacional. Pero la verdad es que luego no ha mantenido una posición consecuente».[59] Esto era en referencia al no reconocimiento de Caamaño, que para la izquierda pasó a ser demostración de que el gobierno chileno se había reconciliado con Estados Unidos y retrocedió en su actitud de defensa de la no intervención.[60] El mismo diario afirmaba a mediados de junio, en un tono mucho más condenatorio, que:
El gobierno democratacristiano, en su orientación general, así como la dirección burguesa del partido de Gobierno, es proimperialista… sus vacilaciones para sostener con altivez y honorable porfía su esbozada política de adhesión irrestricta a los principios de no intervención y de autodeterminación… demuestran también que en lo esencial el gobierno del señor Frei cede a la presión norteamericana.[61]
La izquierda atacó con fuerza la posición de la derecha, que realizó pocas intervenciones en el debate parlamentario sobre República Dominicana. El diputado Teitelboim los atacó con particular dureza, tratando sus argumentos de «los últimos alaridos de la voz de las cavernas», de ser «estatuas de sal, que sólo saben mirar al pasado», de espaldas a la época actual. Afirmaba que la derecha ha «justificado todas las agresiones contra los pueblos y hoy defienden la agresión a Santo Domingo». Y que si el día de mañana era elegido un gobierno que desagradara a los estados unidos «estos sobrevivientes del medioevo estarían felices que vinieran los paracaidistas y marinos norteamericanos a invadir nuestra patria, y se prestarían ufanos y aprovechadores para resucitar políticamente, a fin de formar un gobierno de ocupación y servil’ de títeres del invasor extranjero».[62]
En lo que fue quizás la intervención más controvertida, por las réplicas que provocó entre los democratacristianos, el diputado socialista Jorge Osorio también culpó a la Iglesia Católica, acusando que «Como sucede en todo el mundo, la Iglesia Católica no se ubica al lado de las causas justas. Por el contrario, siempre la encontramos unida al imperialismo yanqui y a las burguesías latinoamericanas».[63]
La discusión sobre la ocupación estadounidense también le era útil a la izquierda para legitimar sus propias posiciones. Le servía para revitalizar su posición antiimperialista, presentándola como esencial para la pervivencia de la soberanía nacional y para resistir a las presiones de potencias extranjeras. La crisis les permitió que su discurso, asociando a conceptos clásicos de la izquierda, como la «lucha antimperialista» y la «solidaridad internacional», a la idea de defensa de la soberanía nacional y a la defensa del derecho internacional y la autodeterminación de los pueblos.
b. El centro: condena a la intervención y defensa del derecho
internacional
En el estudio de las posiciones del centro político, es importante comprender la presencia de dos grandes agrupaciones, la Democracia Cristiana, entonces en el gobierno, y el Partido Radical, en una oposición que se acercaba crecientemente a posiciones de izquierda. Mientras la Democracia Cristiana se encontraba en auge, habiendo obtenido una victoria electoral en las parlamentarias de 1965 que le dio la mayoría absoluta en la Cámara, el Partido Radical se veía en crisis, tanto electoral como en lo que respecta a la posición futura del partido.
Aunque ambos partidos habían tenido relaciones cercanas con Estados Unidos, tuvieron la posición común de oponerse a la intervención norteamericana. Se percibía la intervención como injustificada y como una violación al derecho internacional. Si bien la izquierda también hizo uso de un lenguaje legalista, este fue mucho más predominante en los partidos de centro. La declaración oficial del partido radical se sustentaba casi completamente en argumentos jurídicos, particularmente la Carta de la OEA y el TIAR, enfatizando que el respeto a la soberanía y la autodeterminación de los pueblos era fundamental para la convivencia pacífica y democrática en América.
El radical Juan Martínez Camps expresaba que «Nada justifica esta intervención armada que vulnera gravemente normas esenciales para las bases jurídicas de las relaciones pacíficas entre los Estados del continente».[64] El democratacristiano Tomas Reyes consideraba que la acción norteamericana «no está amparada en ninguna norma de derecho y, por lo tanto, constituye un caso de clara intervención».[65] Cabe destacar que, a diferencia de la izquierda, los partidos de centro fueron mucho más renuentes a hablar de «agresión», prefiriendo la palabra intervención, que tiene una menor carga denostativa, si bien hubo algunos democratacristianos que usaron el concepto.
Aunque sin coordinación entre ellos, la posición de ambos partidos de centro era el retiro inmediato de las tropas norteamericanas, así como el rechazo al proyecto de una fuerza de paz interamericana. Tomas Reyes calificó al retiro de tropas como «el único camino válido para que se normalice la situación».[66]
En una diferencia de tono, los democratacristianos hablan abiertamente de «imperialismo», concepto que está ausente en los radicales. Julio Silva argumenta que «la verdad es que la conducta de tipo imperialista queda al margen de toda concepción de derecho. Es cuestión de fuerza».[67]
Particular rechazo existía a lo que se caracterizaba como «doctrina Johnson», según la cual Washington no toleraría en América Latina ningún gobierno que tuviera una ideología de izquierda. El diputado democratacristiano Patricio Hurtado reflexionó que, en caso de haber ganado Allende en 1964, Johnson se «habría sentido autorizado a desembarcar «marines» en Arica, Valparaíso o Punta Arenas».[68]
Existía también una posición respecto al gobierno de Bosch. Este era tratado como el «presidente constitucional». El senador radical Ulises Correa insistió en la significación de este gobierno y que con este «sucumbía el régimen brutal y opresor del señor Trujillo, que no respetó haciendas, ni vidas, ni honras, y nacía uno que era expresión arrolladora de la voluntad popular».[69] Respecto a la junta presidida por Caamaño, el comité democratacristiano pidió al gobierno su reconocimiento como gobierno legítimo de la República Dominicana[70]
En una gran diferencia con la izquierda, tanto democratacristianos como radicales concordaban en que no tenía sentido pedir la salida de Chile de la OEA, sino que había que reforzar el sistema interamericano. El radical Juan Martínez Camps decía que en nada ayudan quienes «critican demagógicamente todo un sistema laboriosamente construido, sin aportar proposiciones concretas para remediar los vicios existentes».[71] De manera similar, el democratacristiano Tomas Reyes también criticaba la OEA por «entidad lenta, ineficaz y, muchas veces, incluso complaciente frente a actitudes de atropello a la soberanía de países de este Continente» pero que la solución era su restructuración, ya que en su partido son «partidarios decididos del fortalecimiento de las organizaciones internacionales, porque, cada vez más, se hace necesario en el mundo, precisamente, defender a las naciones débiles, por medio de la aplicación de normas de derecho consagradas y respaldadas por la autoridad de aquellas».[72]
Una crítica a la OEA, levantada por el diario de gobierno La Nación, era que esta organización tenía entre sus principios a la democracia representativa, pero que «sin embargo, desde esa fecha hasta ahora ha habido decenas de golpes militares que nunca han solucionado nada».[73] El mismo medio insistía en que el gobierno chileno había sido coherente con los principios internacionales de Chile, equiparando la situación con la intervención soviética en Hungría, rechazada por Chile.[74] Se le presentaba como una política internacional de Chile, que presentaba como de «crítica constructiva a la OEA», había ayudado a aumentar el prestigio democrático de Chile, insinuando incluso su potencia como líder latinoamericano: «Chile parece haber encontrado, en materias internacionales, un camino propio, digno, justo, que interpreta al pueblo democrático de América Latina y que, abarcando la totalidad de los problemas económicos, sociales y políticos de esta área, puede servir como centro aglutinador de un proceso que defina una política internacional latinoamericana que esté al servicio de sus propios objetivos e intereses».[75]
Respecto a la legitimidad sobre otras posturas, el senador Correa buscó que la posición de su partido se diferenciara de la izquierda, ya que se advertía que se cuestionaba cualquier agresión de soberanía, ya sea que el agresor fuera de izquierda o derecha. Decía el senador: «Y así como protestamos hoy por lo que acontece en Santo Domingo aun en el evento de que haya sido invadido por motivos humanitarios, protestaremos mañana frente a la agresión perpetrada por cualquier nación en el propósito de instaurar un gobierno comunista o que produzca repulsa al país intervenido».[76] Esto era una crítica a la izquierda, que no tenía la misma energía al condenar a intervenciones ocurridas por parte de los soviéticos.
La Nación también hizo un esfuerzo por defender una especie de tercera vía, de no comprometerse ciegamente con ninguna de las partes de la Guerra Fría, sino que guiarse por principios. En ello había una crítica a la derecha, que levantaba la idea de que el gobierno le seguía el juego a la izquierda, mostrándolos como un sector intransigente que no comprendía los intereses nacionales: «Para otros sólo hay dos polos en el mundo, el uno bueno y el otro malo. Quien no está con la reacción, está con el comunismo… Presentar ahora el caso dominicano como una simple elección entre la actitud de Estados Unidos y el comunismo, es simplificar en forma grosera los hechos, abdicar de toda dignidad para concebir las relaciones de Chile».[77] Por contraparte, los democratacristianos también criticaban a la izquierda, por lo que consideraban era una propaganda infundada hecha para deslegitimar al gobierno democratacristiano, presentándolo como entreguista al imperialismo norteamericano. Jaime Castillo Velasco afirmaba al respecto que: «Ha fallado una vez más la lógica interna de los argumentos frapistas. Los hechos los desmienten. Ahora tienen que rendir homenajes al Gobierno al cual han ofendido con calumnias y paparruchas».[78]
El tono de los partidos de centro fue mucho más moderado, con un lenguaje formal y respetuoso, si bien se denunciaba la intervención norteamericana, en base los principios de no intervención y autodeterminación, su énfasis estaba en el restablecimiento de la paz y el orden constitucional. También hubo un apoyo más claro al gobierno de Chile, con los democratacristianos insistiendo en la unidad nacional. Del sistema interamericano, no se busca su desmantelamiento, sino su reforma para mejorar su eficacia y el eficaz cumplimiento de sus principios. Para los democratacristianos, la ocasión también sirvió como oportunidad para disputarle a la izquierda los espacios respecto a la crítica al imperialismo, que también era usado como muestra de su independencia de criterio frente a Estados Unidos, a pesar del apoyo de este gobierno al proyecto de la «Revolución en Libertad».
c. La derecha: un esbozo de justificación
Las agrupaciones de derecha con representación parlamentaria, los partidos Liberal y Conservador, se encontraban en una situación de crisis, al haber sufrido una derrota profunda en las parlamentarias de 1965. De los 45 diputados obtenidos en 1961 pasaron a tan solo 9, que representaban un magro 12,8% de los votos. En el caso de la crisis dominicana, los representantes de la derecha no se sienten incómodos con el tema, por lo que no le dedican mucho tiempo de discusión. En ocasiones, los representantes de este sector se ausentaban del Congreso cuando se discutía el tema dominicano, por lo que solo contamos con tres exposiciones de parlamentarios, correspondientes a Matías Tagle, Jaime Bulnes y Sergio Diez. Estas intervenciones suman aproximadamente el 4% de las discusiones parlamentarias sobre el tema, revelando su carácter marginal para la derecha, a la cual le costó crear una narrativa sobre el tema.
De este último aspecto, se pueden detectar dos estrategias discursivas. Una que no avala directamente la intervención en República Dominicana, pero que se muestra comprensiva frente a ella y la justifica indirectamente, mientras que la otra avala directamente la invasión, aduciendo un bien mayor.
La primera estrategia se basa en advertir que la intervención es una más entre una serie de eventos similares, reduciendo la singularidad de la acción norteamericana en Santo Domingo. El diputado Bulnes comenzó su intervención diciendo directamente que «No pretendo, en forma alguna, justificar la actitud de las fuerzas armadas de Estados Unidos al desembarcar en un país del Caribe», pero que «Dentro del ‘status’ en que se desenvuelven las actuaciones políticas internacionales en el mundo, esto ha dejado de ser un hecho sorprendente».[79] Particular atención da a las intervenciones soviéticas, por ello crítica la actitud del Partido Comunista de condena a la intervención norteamericana pero no a las soviéticas.
El Mercurio consideraba que existía un «efecto perjudicial para el concepto de la autodeterminación que tendría la llegada de tropas extranjeras al territorio de otro país», si bien aceptaba que la situación era crítica, llegando a estar cerca de ser una guerra civil. Si la situación se prolongara «surgiría en el Caribe otro centro de inquietud que podría ser aprovechado por el castrismo para ejercer su influencia».[80] Más que lamentar la intervención, se lamentaba la forma en que se hizo, que para El Mercurio debió haber correspondido a una actuación rápida de la OEA. Por ello, se abogaba por una reforma del organismo interamericano para que esta «pueda hacer frente a las amenazas contra la paz del continente».[81]
Diez y Tagle desarrollan una perspectiva diferente, culpando de la situación al comunismo internacional. Diez acusaba que se ha realizado una «intervención subterránea, pero no menos efectiva… a través de los Partidos Comunistas de los diferentes países». Explica que los comunistas tienen una doble estrategia: «las fuerzas totalitarias preparan y mandan sus agentes, reparten sus armas y colocan sus fuerzas, reclaman, por otro, con desparpajo y cinismo sin igual, el respeto a los organismos jurídicos mundiales o de las organizaciones regionales». Por ello, la verdadera no intervención y defensa de la soberanía de los pueblos era el actuar en contra de los soviéticos y sus agresiones. Tagle afirma en forma parecida que, detrás de la rebelión, «no sólo estaba el deseo libertario de su pueblo, sino que, amparándose en éste y tomando el control de la situación, amparándose en éste y tomando el control de la situación, se hallaban los dirigentes comunistas internacionales procedentes de Cuba, Rusia y Checoslovaquia».[82]
Ante este peligro, estos diputados argumentaban que el principio de no intervención, formulado en el derecho internacional, tenía sus limitaciones. Este lo define Diez como: «la defensa del hombre, que es el principio y el fin de las cosas, la defensa del derecho a conservar su dignidad». [83] Para Tagle, la acción estadounidense evitó que «que centenares o acaso miles de vidas de americanos fueran segadas en los paredones».[84] Justifica la unilateralidad de la acción estadounidense, ya que la acción de los organismos multilaterales es lenta y deja el campo propicio a la injerencia comunista, lográndose así evitar una situación como la de Polonia o Hungría.
El periódico conservador, El Diario Ilustrado desarrolló una crítica al principio de no intervención «en la forma ilimitada como se pretende entender, en la más pura estirpe de un naturalismo inaceptable», el cual no es «el único ni el primer principio de la justicia y el bien común internacional».[85] Estos principios superiores estaban amenazados por la infiltración castrocomunista.
Respecto al sistema interamericano, El Diario Ilustrado consideraba que existían críticas fundadas por una presunta violación del principio de la no intervención, pero ello debía ser puesto en un contexto. Para este medio, lo principal era que el movimiento rebelde en República Dominicana «ha sido totalmente infiltrado y controlado por elementos castro-comunistas que… ha provocado una situación de caos y atropello de los derechos fundamentales y de la vida humana». Por tanto, la intervención norteamericana se justificaba para «evitar los males de la violación de los principios esenciales del sistema Interamericano», que eran el respeto de «los derechos de la persona humana y los principios de la moral universal».[86]
De manera similar, El Mercurio afirmaba que «Tampoco es lógico y aceptable admitir que, bajo el pretexto de respetar el principio de la autodeterminación de los pueblos, se haga tabla rasa, por los elementos comunistas que obedecen directivas del castrismo o de Moscú, de los postulados básicos de la organización jurídico-política».[87]
Respecto a la actitud del gobierno, El Diario Ilustrado afirmaba que esta no era lo «suficientemente clara y definida como lo exigen la importancia de los sucesos y la tradición de nuestra política exterior», tanto por sus votaciones en la OEA como por las declaraciones de sus personeros. A su juicio, la excesiva atención dada al caso dominicano se debía a la «irrefrenable competencia por la supremacía entre el Partido de Gobierno, la Democracia Cristiana, y los partidos marxistas». Se concluía que los democratacristianos han debido plegarse a la tónica impuesta por los marxistas, particularmente respecto a la agitación callejera, ya que «sus dirigentes (de manera inconsciente o deliberada) le hacen el juego al comunismo internacional».[88] Esto no era casualidad, sino que se acusaba que había un objetivo definido de los comunistas de «apropiarse y orientar la política exterior del gobierno, deformándola y llevándola a extremos que sirvan a la realización de los propósitos del comunismo en el país y en el extranjero».[89]
Se criticaba al gobierno por preferir un estilo de «novedad y la audacia a cualquier precio», lo que afecta la tradición internacional de Chile.[90] Debido a la posición solitaria de Chile en el sistema interamericano, el medio conservador afirmaba que la posición del gobierno «contribuye a acentuar el aislamiento visible en que ha venido cayendo en el concierto interamericano en los últimos meses».[91]
El Mercurio calificaba de mejor manera la postura del gobierno chileno, que clasificaba como «digna y adecuada… ajustada a normas públicamente proclamadas». Valoraba que en el caso dominicano «contraria a los actos que el Gobierno ha estimado representativos de intervención, pero al mismo tiempo buscando una fórmula que asegure a esa nación un gobierno democrático y respetuoso de los derechos humanos esenciales».[92] No obstante, advirtió que ello no debía significar que la democracia chilena «se deje envolver en una maniobra como la que aquí tratan de desarrollar los comunistas», que buscaban descomponer las relaciones exteriores con Estados Unidos.[93]
La posición de la derecha justifica implícita o explícitamente la intervención, apelando a principios superiores, como son la dignidad de la persona humana y el respeto a la autodeterminación. La rebelión en República Dominicana es interpretada como una maniobra del castro-comunismo. Se crea un marco, por tanto, para justificar intervenciones que afecten el principio de no intervención, percibiéndolas como un mal menor, en defensa de principios superiores. A los democratacristianos, se les percibe como ingenuos y débiles, mientras que a la izquierda se le califica como hipócrita, que usa la acusación de imperialismo estadounidense para cubrir lo que ellos ven como la verdadera amenaza, el imperialismo soviético.
5. Efectos del debate en la política exterior chilena
Si bien como se ha mencionado los efectos directos de los discursos en Chile sobre la crisis dominicana eran limitados, estos si podían esperar influir sobre la acción del gobierno chileno. En tal sentido, el debate sobre la intervención norteamericana en República Dominicana no solo nos permite introducirnos en el mundo de ideas y las disputas por la legitimidad, sino que podemos preguntarnos por sus efectos en la política gubernamental.
A comienzos de mayo, Estados Unidos envió al embajador at large Averell Harriman para justificar la intervención ante Frei y Valdés, enfatizándoles la amenaza comunista en el hemisferio. El presidente le dijo que entendía la posición norteamericana, pero le expuso la difícil situación interna de Chile, que contaba con el Partido Comunista más fuerte del hemisferio, y que una posición suya a favor de la intervención pondría en peligro su liderazgo, además de que no tendría apoyo en el Congreso.[94] Se puede dudar de la sinceridad de Frei, ya que trataba de convencer a su interlocutor norteamericano de que seguía alineado con ellos. Esto era importante en cuanto el proyecto político de la “Revolución en Libertad” esperaba contar con una substancial ayuda financiera norteamericana para llevar a cabo sus reformas.
Sin embargo, parece haber mucho de cierto en las palabras de Frei. El presidente era muy consciente de lo que representaba y la importancia de mantener una imagen de prestigio. En tal sentido, una buena imagen hacia el exterior o en el ámbito de las relaciones internacionales era necesaria. Frei era consciente de que un eventual flanco de ataque era su cercanía con Estados Unidos, particularmente en lo relacionado a los créditos. Una posición suya apoyando a Estados Unidos seria criticada por la izquierda, que lo presentaría como un lacayo de Washington, como una herramienta del imperialismo, deslegitimando su gobierno. Ante esta eventual posición de la izquierda, previsible por su actitud en situaciones anteriores, como en el caso de Guatemala y Cuba, el gobierno chileno presentó un rechazo a la actuación norteamericana.
Ello no quiere decir que no hubiera razones de peso, de principios, para adoptar una posición contraria a la intervención. Para Chile era fundamental mantener ciertos principios del derecho internacional como las bases del sistema interamericano, particularmente la no intervención y el respeto a los tratados. Jorge Alessandri había sostenido argumentos similares al oponerse a la ruptura de relaciones con Cuba. La reacción energética, casi emocional de Magnet ante los hechos en República Dominicana, que inicialmente propuso una declaración chilena más condenatoria que la finalmente emitida, demuestra que ya existía dentro del gobierno sectores predispuestos a criticar a Estados Unidos. Pero Chile no se limitó a no estar de acuerdo con la intervención, sino que fue uno de sus más duros críticos internacionales, llamando a la retirada inmediata de tropas, en un lenguaje que manifestaba indignación moral. Por ello, estimamos que el tono más condenatorio fue realizado en previsión de la posición de la izquierda, que habría cuestionado la legitimidad del gobierno chileno, en vez de adoptar un discurso más acomodaticio, que no habría arriesgado la ira de Washington, pero le haría el blanco de duras críticas.
La apuesta de Frei, que resultó correcta, fue que los norteamericanos no tomarían represalias ante su posición, en vista de la importancia del éxito de su «Revolución en Libertad» para la estrategia norteamericana de combatir al castrismo.
Conclusión
La reacción de los actores chilenos ante la crisis dominicana nos ha servido tanto para comprender sus posiciones respecto a la Guerra Fría en América Latina y como reflejo de las profundas divisiones a nivel de ideas y valores en el sistema político chileno. Al igual que en otros debates con motivo de crisis internacionales, la ocasión fue usada por cada uno de los sectores para avanzar sus propias agendas y legitimar sus posiciones e identidades políticas.
Para la izquierda, su posicionamiento frente a la crisis les sirvió para revalidar sus ideologías políticas, al presentar a la acción estadounidense como un acto imperialista, que amenazaba la soberanía y autodeterminación no solo de República Dominicana, sino que también de todos los pueblos del continente. A su vez, esta postura les permitía presentarse como defensores de la soberanía nacional, que caracterizaban como la independencia para realizar un proyecto político transformador. En tal sentido, se disputaba este espacio con la derecha y partidos tradicionales, que hasta entonces habían concebido la defensa de la soberanía como un asunto principalmente limítrofe.
Dentro de los partidos de centro, el caso de la Democracia Cristiana es el más singular. Se podría haber esperado una posición más moderada, en vista de sus importantes vínculos con Estados Unidos. En cambio, tanto el partido como el gobierno se sumaron a una posición abiertamente condenatoria, adoptando algunos elementos del discurso antiimperialista de la izquierda, si bien con un lenguaje mucho más apegado a las consideraciones de derecho internacional. En tal sentido, buscaban disputar un espacio a la izquierda, como defensores de la soberanía, y demostrar su independencia de Estados Unidos, neutralizando los cuestionamientos de la izquierda a su proyecto.
El caso de la derecha es muy interesante. Esta posición casi ha sido completamente ignorada por los estudios existentes, si bien es cierto que este sector no se encontraba cómodo con el tema, surgen de las fuentes un discurso a través del cual se presenta una justificación de medidas excepcionales, de ruptura de reglas formales, para salvar una situación crítica, como lo era el caso de una posible instauración de un régimen comunista. No se puede evitar ver precedentes de las formas de argumentación que se desarrollarían después del golpe de Estado de 1973, mostrando que ya existía esta predisposición, al menos en potencia, para justificar esta clase de medidas excepcionales.
Todos estos discursos tuvieron un efecto en la política internacional de Chile, que debió actuar adelantándose a posibles críticas y discursos, particularmente de los partidos de izquierda. El gobierno de Frei estaba consciente de que podría atacársele en uno de sus aspectos más importantes, su legitimidad y su liderazgo, al cuestionarlo como sometido a Estados Unidos. De allí parte de la explicación por su postura enérgicamente condenatoria a Estados Unidos, pero que también se debe entender como influido por lecturas de los intereses permanentes de Chile, como el respeto al derecho internacional y la no intervención. En tal sentido, el debate sobre la legitimidad de la intervención en República Dominicana afectó el tono, más que el fondo de la posición chilena. Pero ello no era mera superficialidad y arriesgó enfriar las relaciones con Washington, en una apuesta en que Frei resultó victorioso, en cuanto mejoró su imagen interna y mantuvo el financiamiento norteamericano.
La discusión del caso de la República Dominicana en Chile siguió un patrón similar al de Guatemala o Cuba, un momento que sirvió para expresar no solo las posiciones respecto a una crisis internacional, sino también como ejes para definir ciertos principios y valores políticos, contrastándolos con los de sus adversarios. Si bien Cuba puede ser considerado el punto de quiebre, el caso dominicano continuó y profundizó el proceso de radicalización, particularmente en la Democracia Cristiana (con la adopción de una postura antiestadounidense) y la derecha (al justificar intervenciones anticomunistas).
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El Diario Ilustrado (Chile), “Cese al fuego en la República Dominicana”, 4 de mayo de 1965, editorial.
El Diario Ilustrado (Chile), “Estados Unidos ante la crisis dominicana”, 8 de mayo de 1965, editorial.
El Diario Ilustrado (Chile), “Un observador poco imparcial”, 26 de mayo de 1965, editorial.
El Diario Ilustrado (Chile), “El gobierno ante la crisis dominicana”, 6 de mayo de 1965, editorial.
El Diario Ilustrado (Chile), “Comunismo y política exterior”, 2 de junio de 1965, editorial.
El Diario Ilustrado (Chile), “La posición de Chile en la OEA”, 12 de mayo de 1965, editorial.
El Diario Ilustrado (Chile), “Chile y la reunión de ministros de la OEA”, 29 de mayo de 1965, editorial.
El Mercurio (Chile), “La peligrosa crisis dominicana”, 30 de abril de 1965, editorial.
El Mercurio (Chile), “Actualidad internacional”, 3 de mayo de 1965, editorial.
El Mercurio (Chile), “Cese al fuego en la República Dominicana”, 4 de mayo de 1965, editorial.
El Mercurio (Chile), “Explotación comunista de los sucesos dominicanos”, 5 de mayo de 1965, editorial.
El Mercurio (Chile), “Posición internacional de Chile”, 25 de mayo de 1965, editorial.
El Siglo (Chile), “Fuera de Santo Domingo los yanquis asesinos”, 2 de mayo de 1965.
El Siglo (Chile), “Obliguemos a EE.UU a retirar sus tropas de Santo Domingo”, 3 de mayo de 1965, editorial.
El Siglo (Chile), “¿Por qué no se reconoce el Gobierno de Caamaño?”, 26 de mayo de 1965, editorial.
El Siglo (Chile), “Lesión a nuestra soberanía”, 19 de junio de 1965, editorial.
El Siglo (Chile), “El pueblo contra la ofensiva imperialista”, 20 de junio de 1965, editorial.
El Siglo (Chile), “Parar ofensiva yanqui en América Latina”, 30 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Chile pidió a EE.UU. que retire sus fuerzas de la República Dominicana”, 1 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Chile pidió a EE.UU. que retire sus fuerzas de la República Dominicana”, 1 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Chile mantuvo en reunión de cancilleres tradicional principio de no intervención”, 2 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Dramático llamado de Chile a OEA para se reconozca a Caamaño y se evite la catástrofe”, 15 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Chile y Venezuela abogan por una comisión de alto nivel”, 16 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Chile no desea adoptar posiciones aisladas frente al reconocimiento del coronel Caamaño”, 16 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Gobierno democrático y libre de intervenciones extrañas desea Chile para el pueblo dominicano”, 14 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Reconocimiento oficial dio Chile a nuevo Gobierno de Rep. Dominicana”, 7 de septiembre de 1965.
La Nación (Chile), “Chile reconocerá el nuevo Gobierno Provisional de República Dominicana”, 4 de septiembre de 1965.
La Nación (Chile), “La CUT exteriorizó su adhesión a dominicanos con una concentración”, 7 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Enviado del presidente Caamaño solicita reconocimiento del gobierno dominicano”, 8 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Enviado del gobierno provisional dominicano visitó ayer la Cámara”, 11 de mayo de 1965.
La Nación (Chile), “Posición chilena ante la crisis de la República Dominicana”, 3 de mayo de 1965, editorial.
La Nación (Chile), “República Dominicana”, 3 de mayo de 1965, editorial.
La Nación (Chile), “Prestigio internacional chileno”, 10 de mayo de 1965, editorial.
La Nación (Chile), “La posición del Gobierno en la crisis dominicana”, 13 de mayo de 1965, editorial.
La Nación (Chile), “De la consigna a la verdad”, 20 de mayo de 1965.
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Cortés Díaz, Milton Andrés. “El debate en Chile sobre la intervención
estadounidense en República Dominicana, 1965”. Humanidades: revista de la
Universidad de Montevideo, nº 17, (2025): e172. https://doi.org/10.25185/17.2
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[1] Aquí seguimos la idea de la Guerra Fría
Interamericana presentada por Tanya Harmer, que la
define como una “disputa única y polifacética entre partidarios regionales del
comunismo y del capitalismo”, en el que tienen un rol central los actores
internos: “fueron ante todo personas a lo largo del continente quienes llevaron
adelante la lucha, y si bien las evoluciones globales interactuaban a menudo
con las preocupaciones regionales y viceversa, sus causas también fueron
predominantemente interamericanas”. En ausencia de una presencia fuerte de la
URSS, fue el choque entre Estados Unidos y Cuba el que definió su carácter
interamericano. Tanya Harmer, El Gobierno de
Allende y la Guerra Fría Interamericana (Santiago: Universidad Diego
Portales, 2013), 18.
[2] Junto con las obras mencionadas
más adelante, vale destacar respecto a la nueva historiografía sobre las relaciones de Cuba y
Chile a Victor Figueroa Clark, “The Forgotten History of the Chilean
Transition: Armed Resistance Against Pinochet and US Policy towards Chile in
the 1980s”, Journal of Latin American Studies 47, nº 3 (2015): 491-520,
https://doi.org/10.1017/S0022216X15000401; Tanya Harmer, “The View from Havana:
Chilean Exiles in Cuba and Early Resistance to Chile's Dictatorship, 1973-1977”,
Hispanic American Historical Review 96, nº 1 (2016): 109-146,
https://doi.org/10.1215/00182168-3423904; Rafael Pedemonte, “Comment faire la révolution en Amérique latine? Les communistes chiliens face à la révolution cubaine (1959–1970)”, Vingtième
siècle nº 4 (2018): 109-121,
https://doi.org/10.3917/ving.140.0109; Natália Ayo Schmiedecke, “Fraguando la
unidad de dos estrellas solitarias Relaciones políticas y culturales entre
Chile y Cuba durante la Unidad Popular”, Iberoamericana 21, nº 78
(2021): 153-176, https://doi.org/10.18441/ibam.21.2021.78.153-176; Ricardo
Pérez Aristoy (compilador), Chile en los archivos
del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba (1960–1974) (Santiago: Dibam, 2019); Rafael Pedemonte, “La Democracia Cristiana
chilena ante el ‘dilema cubano’: una historia de seducción y rupturas en clave
transnacional (1956–1967)”, Historia (Santiago) 53, nº 2 (2020): 561-590,
http://dx.doi.org/10.4067/S0717-71942020000200561.
[3] Eugenia Palieraki, “¿Bajo el signo de Fidel?
La Revolución cubana y la 'nueva izquierda revolucionaria' chilena en los años
1960”, en Chile y la Guerra Fría global, Eds. Alfredo Riquelme Segovia y
Tanya Harmer, (Santiago: RIL, 2014), 155–92.
[4] Eugenia Palieraki,
“¿Bajo el signo de Fidel? La Revolución cubana y la 'nueva izquierda
revolucionaria' chilena en los años 1960”, en Chile y la Guerra Fría global,
Eds. Alfredo Riquelme Segovia y Tanya Harmer,
(Santiago: RIL, 2014), 155–92.
[5] Marcelo Casals, La creación de la amenaza
roja: del surgimiento del anticomunismo en Chile a la “campaña del terror” de
1964 (Santiago: LOM, 2016).
[6] Arturo Olavarría Bravo, Chile bajo la
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[7] Manfred Wilhelmy von Wolff, “Chilean Foreign Policy: The Frei government, 1964-1970” (Tesis doctoral, University of Princeton, 1976), 182-188.
[8] Paul Dennis, “Britain and Eduardo Frei's Chilean 'Revolution in Liberty', 1964-1970” (Tesis doctoral, University of Kent/Canterbury Christ Church University, 2010), 96-101.
[9] Sebastián Hurtado-Torres, The Gathering Storm. Eduardo Frei's Revolution in Liberty and Chile's Cold War (Ithaca: Cornell University Press, 2020), 59-67.
[10] Cristián Gazmuri, Eduardo Frei Montalva y su época (Santiago:
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pragmatismo: la política exterior de Eduardo Frei Montalva, 1964-1970”, en Eduardo
Frei Montalva: un gobierno reformista. A 50 años de la “Revolución en Libertad”,
Eds. Carlos Huneeus y Javier Couso (Santiago, Editorial Universitaria, 2016), 354-355.
[11] Hugo Harvey, “La Política Exterior de Chile
frente a la intervención de Estados Unidos en República Dominicana de 1965”
(Tesis doctoral, Universidad de Santiago de Chile, 2016)
[12] Hugo Harvey, “Revisitando el punto de
inflexión interamericano en la Guerra Fría: la crisis dominicana de 1965, la
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revista de la Universidad de Montevideo, 7 (2020): 25-63,
https://doi.org/10.25185/7.2; Hugo Harvey y Álvaro Sierra-Rivas, “El
pensamiento político internacional del embajador Alejandro Magnet
y la crisis dominicana de 1965: una Nueva Historia Diplomática desde Chile”, Izquierdas, 53
(2024), http://dx.doi.org/10.4067/s0718-50492024000100202
[13] Sobre la influencia del Congreso Nacional en la política exterior, las obras que trabajan el periodo previo a 1973 son escazas, concentrándose principalmente en su rol de ratificación de tratados. Véase Jeannette Irigoin, “La evolución del papel del Congreso en los acuerdos internacionales”, en 150 años de política exterior chilena, Eds. Walter Sánchez y Teresa Pereira (Santiago: Editorial Universitaria, 1977).
[14] Quentin Skinner, “Meaning and Understanding in the History of Ideas”, History and Theory, vol. 8, n° 1 (1969): 3-53.
[15] Valerie M. Hudson, Foreign Policy Analysis. Classic and Contemporary Theory (Rowman & Littlefield, 2007).
[16] Robert D. Putnam, “Diplomacy and Domestic Politics: The Logic of Two-Level Games”, International Organization, Vol. 42, No. 3 (1988), 427-460.
[17] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 9ª, 22 de junio de 1954, 430.
[18] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 9ª, 22 de junio de 1954, 435.
[19] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 11, 30 de junio de 1954, 600.
[20] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 10, 23 de junio de 1954, 503.
[21] Mark T. Hove, “The Arbenz Factor: Salvador Allende, US-Chilean Relations, and the 1954 US Intervention in Guatemala”, Diplomatic History, vol. 31, n° 4 (2007): 623–663, https://doi.org/10.1111/j.1467-7709.2007.00656.x
[22] El Mercurio de Valparaíso,
4 de enero de 1960, citado en Joaquín Fermandois,
“Chile y la ‘cuestión cubana’, 1959-1964”, Historia (Santiago), vol. 17
(1982), 124.
[23] Fermandois, “Chile y
la ‘cuestión cubana’”, 127-130.
[24] Fermandois, “Chile y
la ‘cuestión cubana’”, 126-127.
[25] Última Hora, 10 de
febrero de 1962, citado en Fermandois, “Chile y la
‘cuestión cubana’”, 131
[26] Para la crisis en República Dominicana, son fundamentales las obras de Abraham Lowenthal, The Dominican Intervention (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 197) y Piero Gleijeses, The Dominican Crisis: The 1965 Constitutionalist Revolt and American Intervention (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1978). Para una visión sintética de la crisis, ver Atkins G. Pope y Larman C. Wilson, The Dominican Republic and the United States: From Imperialism to Transnationalism (Athens: University of Georgia Press, 1998), capítulo 5, y Pedro Lillo Martinez y Javier Castro Arcos. “Interventionism and the Third World: The Crisis of the Dominican Republic in the Global Cold War (1965-1966)”, en Examining Colonial Wars and Their Impact on Contemporary Military History, Miguel Madueño y Alberto Guerrero (editores), (Hershey, PA: IGI Global, 2023), 201-220.
[27] “Chile pidió a EE.UU. que retire sus fuerzas
de la República Dominicana”, La Nación, 1 de mayo de 1965.
[28] “Chile pidió a EE.UU. que retire sus fuerzas
de la República Dominicana”, La Nación, 1 de mayo de 1965.
[29] “Chile mantuvo en reunión de cancilleres
tradicional principio de no intervención”, La Nación, 2 de mayo de 1965.
[30] Harvey, “La Política Exterior de Chile”, 171.
[31] Harvey, “El pensamiento político internacional
del embajador Alejandro Magnet”.
[32] “Dramático llamado de Chile a OEA para se
reconozca a Caamaño y se evite la catástrofe”, La Nación, 15 de mayo de
1965.
[33] “Chile y Venezuela abogan por una comisión de
alto nivel”, La Nación, 16 de mayo de 1965.
[34] “Chile no desea adoptar posiciones aisladas
frente al reconocimiento del coronel Caamaño”, La Nación, 16 de mayo de
1965.
[35] “Gobierno democrático y libre de
intervenciones extrañas desea Chile para el pueblo dominicano”, La Nación,
14 de mayo de 1965.
[36] “Reconocimiento oficial dio Chile a nuevo
Gobierno de Rep. Dominicana”, La Nación, 7 de septiembre de 1965.
[37] “Chile reconocerá el nuevo Gobierno
Provisional de República Dominicana”, La Nación, 4 de septiembre de 1965.
[38] “Fuera de Santo Domingo los yanquis asesinos”,
El Siglo, 2 de mayo de 1965.
[39] “Obliguemos a EE.UU. a retirar sus tropas de
Santo Domingo”, El Siglo, 3 de mayo de 1965, editorial.
[40] “La CUT exteriorizó su adhesión a dominicanos
con una concentración”, La Nación, 7 de mayo de 1965.
[41] “Enviado del presidente Caamaño solicita reconocimiento del gobierno
dominicano”, La Nación, 8 de mayo de 1965.
[42] “Enviado del gobierno provisional dominicano
visitó ayer la Cámara”, La Nación, 11 de mayo de 1965.
[43] “Parar ofensiva yanqui en América Latina”, El Siglo, 30 de mayo
de 1965.
[44] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados,
sesión N° 6, 9 de junio de 1965, 660-662.
[45] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2298-2299.
[46] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2278.
[47] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2282.
[48] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2285.
[49] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2280.
[50] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 6, 9 de junio de
1965, 661.
[51] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, p 2275.
[52] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40, 5 de mayo de
1965, 3150.
[53] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2285.
[54] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2278.
[55] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2260.
[56] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2285.
[57] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2285.
[58]Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión
N° 6, 9 de junio de 1965, 672.
[59] “¿Por qué no se reconoce el Gobierno de
Caamaño?, El Siglo, 26 de mayo de 1965, editorial.
[60] “Lesión a nuestra soberanía”, El Siglo,
19 de junio de 1965, editorial.
[61] “El pueblo contra la ofensiva imperialista”, El
Siglo, 20 de junio de 1965, editorial.
[62] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40, 5 de mayo de
1965, 3158.
[63] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 6, 9 de junio de
1965, 663.
[64] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3151.
[65] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40, 5 de mayo de
1965, 3155.
[66] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3155.
[67] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 6, 9 de junio de
1965, 655.
[68] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3165.
[69] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2261.
[70] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 6, 9 de junio de
1965, 654.
[71] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3153.
[72] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3156.
[73] “República Dominicana”, La Nación, 3 de
mayo de 1965, editorial.
[74] “Posición chilena ante la crisis de la
República Dominicana”, La Nación, 3 de mayo de 1965, editorial.
[75] “Prestigio internacional chileno”, La
Nación, 10 de mayo de 1965, editorial.
[76] Diario de sesiones del Senado, sesión N° 40, 5 de mayo de 1965, 2266.
[77] “La posición del Gobierno en la crisis dominicana”,
La Nación, 13 de mayo de 1965, editorial.
[78] “De la consigna a la verdad”, La Nación,
20 de mayo de 1965.
[79] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40, 5 de mayo de
1965, 3152.
[80] “La peligrosa crisis dominicana”, El
Mercurio, 30 de abril de 1965, editorial.
[81] “Actualidad internacional”, El Mercurio,
3 de mayo de 1965, editorial.
[82] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3156.
[83] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40,5 de mayo de
1965, 3173.
[84] Diario de sesiones de la Cámara de Diputados, sesión N° 40, 5 de mayo de
1965, 3157.
[85] “Estados Unidos ante la crisis dominicana”, El
Diario Ilustrado, 8 de mayo de 1965, editorial.
[86] “Ante el caso de la República Dominicana”, El
Diario Ilustrado, 4 de mayo de 1965, editorial.
[87] “Cese al fuego en la República Dominicana”, El
Mercurio, 4 de mayo de 1965, editorial.
[88] “Un observador poco imparcial”, El Diario Ilustrado, 26 de mayo de
1965, editorial. Ver también, “El gobierno ante la crisis dominicana”, El
Diario Ilustrado, 6 de mayo de 1965, editorial.
[89] “Comunismo y política exterior”, El Diario
Ilustrado, 2 de junio de 1965, editorial.
[90] “La posición de Chile en la OEA”, El Diario
Ilustrado, 12 de mayo de 1965, editorial.
[91] “Chile y la reunión de ministros de la OEA”, El
Diario Ilustrado, 29 de mayo de 1965, editorial.
[92] “Posición internacional de Chile”, El
Mercurio, 25 de mayo de 1965, editorial.
[93] “Explotación comunista de los sucesos
dominicanos”, El Mercurio, 5 de mayo de 1965, editorial.
[94] “Telegram From the Embassy in Ecuador to the Department of State, Quito, May 7, 1965”, en Foreign Relations of the United States, 1964–1968, Volume XXXI, South and Central America; Mexico (Washington: United States Government Printing Office, 2004).