doi: https://doi.org/10.25185/2.6

 

Don Quijote y Próspero: lecturas, lectores leídos y el poder de la imaginación

Don Quixote and Prospero: readings, readers that are being read, and the power of imagination

 

María Isabel Longres*

Instituto de Profesores «Artigas» (CFE-AMEP)(Uruguay)

isabelongres@gmail.com

* Abogada (Universidad de la República), Profesora de Inglés (Instituto de Profesores Artigas) y candidata a la maestría en English Studies en la University of Nottingham. Es docente de English Literature en la Universidad de Montevideo y en el Instituto de Profesores Artigas. En la actualidad, su área de investigación es la ecocrítica en la literatura en inglés.

 

Resumen: El presente ensayo explora las similitudes en la manera en que los personajes de Alonso Quijano en el Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra, y Próspero en La Tempestad de William Shakespeare se vinculan en su calidad de lectores leídos con sus libros y con el acto de leer. Aunque en apariencia condenados, libros y lecturas son, en realidad, irónicamente celebrados como el vehículo que genera y favorece el desarrollo de la imaginación y, en consecuencia, la creación de ficción.

Palabras clave: Don Quijote, Próspero, lectores leídos, lecturas, imaginación, ficción.

 

Abstract: This essay explores the similarities in the way Alonso Quijano in Miguel de Cervantes’ Don Quixote and Prospero in William Shakespeare’s The Tempest relate as readers to their acts of reading and to their books. The former ones, although apparently rejected, are in fact, celebrated as the means that enhance the development of the imagination and fictional creation.

Keywords: Don Quixote, Prospero, read-readers, readings, imagination.

 

Recibido: 14/06/2016 - Aceptado: 09/11/2016

 

Muchos intentos se han realizado, a lo largo de la historia de la literatura, de vincular las personas y los textos de Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare. Entre estos se encuentran las referencias a una presunta coincidencia, que no es tal, de las fechas de fallecimiento de ambos escritores el 23 de abril de 1616;[1] su educación vinculada a los principios jesuitas; su crítica social enraizada en la filosofía humanista de la Europa de su tiempo y su fascinación por la poesía, el teatro y las lenguas de las naciones donde les tocó vivir. Se han sumado indicaciones sobre las similitudes entre algunas de las figuras centrales de sus obras, tales como las de Don Quijote y el Rey Lear, o entre Falstaff y Sancho Panza; o referencias a la existencia del perdido drama Cardenio escrito por Shakespeare y Fletcher, que estaría inspirado en el personaje del mismo nombre que aparece hacia el final de la primera parte del Quijote. En tiempos más recientes Anthony Burgess[2] y Luis Astrana Marín[3] han sido tan osados como para imaginar una hipotética reunión entre ambos genios literarios en Valladolid; y Tom Stoppard ha fantaseado con la posibilidad de que Shakespeare y Cervantes se hubiesen encontrado, si el segundo hubiese participado de la delegación española que en 1604 negocia la paz con Inglaterra en Sommerset House.[4]Si bien el encuentro de las personas de los escritores no ocurrió, o al menos no existe evidencia que la soporte, se observa en sus textos el encuentro de sus ideas, y son varios los temas y motivos que les son comunes. En este ensayo, mi principal preocupación es centrarme en las semejanzas con que se presentan a los libros y al acto de leer en La Tempestad y en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. En ambas obras, que se enmarcan en diferentes géneros,[5] pero cuya elaboración coincide en el tiempo, el papel de los libros y del acto de leer de sus protagonistas, que son lectores que se saben leídos, adquiere un rol central. En apariencia condenados, los libros y las lecturas de estos personajes que se encuentran en la madurez de sus vidas se convierten en los generadores de toda la ficción que los lectores de esos textos conocemos y en una solapada e irónica celebración del poder de la imaginación y su consagración a través de la creación literaria.

La elaboración de los textos de La Tempestad y de Don Quijote de la Mancha se puede considerar como contemporánea, ubicándose alrededor del inicio del siglo xvii. En el caso de La Tempestad, el crítico Stanley Wells[6] afirma que los registros existentes indican que el grupo de actores conocidos como The King’s Men realizaron la obra en presencia del rey James i de Inglaterra en el palacio de Whitehall el 1º de noviembre de 1611. Y Tony Tanner[7] refiere como antecedente de su trama, una carta de William Strachey,[8] publicada recién en 1625, pero cuyo contenido Shakespeare habría leído mucho antes, que relata los avatares de una expedición a Virginia en 1609, dirigida por Sir Thomas Gates, que habiendo estado desaparecida, llega milagrosamente a destino un año más tarde.

En cuanto al Quijote, la creación de su primera parte es adjudicada por Alberto Blecua y Andrés Pozo[9] a un período en prisión no documentado de Cervantes en el año 1603, al que el propio autor aludiría en el prólogo de su obra al referirse a la misma como «la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación». [10] Según Francisco Rico la licencia para la impresión de la misma habría sido otorgada por el Consejo de Castilla en setiembre de 1604 y «debió de leerse en Valladolid para la Nochebuena de ese año.»[11] En cuanto a la segunda parte, el mismo académico sostiene que «[p]oco o mucho espoleado por la continuación del Quijote que firmaba el apócrifo “Alonso Fernández de Avellaneda”, Cervantes acabaría la suya en los últimos meses de 1614, aproximadamente por los días en que caducaba (…) el privilegio del Ingenioso hidalgo, y no la vería toda de molde hasta el otoño de 1615».[12] Lo anterior indica, entonces, que los textos que se consideran en este ensayo, coinciden temporalmente en su períodos de creación y entrada en la vida pública, lo que explicaría la existencia de similitudes en la manera de aproximarse a la creación artística literaria y a uno de los medios por el que esta se transmite, esto es, los libros.

La invención de la imprenta por Gutenberg cambió en el siglo xv las posibilidades que un lector tenía de acceder a estos libros. El acceso al profuso número de textos ya existentes en la Edad Media, pero que solo una élite lograba leer, es revolucionado por la posibilidad de su reproducción mecánica, que determina la existencia de nuevos formatos, nuevos modos de circulación y nuevos títulos. Con anterioridad a la introducción de la imprenta, los textos debían ser pacientemente copiados utilizando tinta y pluma, lo que reducía el número de ejemplares en circulación. Hacia finales de ese siglo, esa realidad se torna radicalmente diferente. El público que se aproxima a los libros aumenta exponencialmente, y según Chartier abarca tanto a los «mal alfabetizados como a los analfabetos», pues estos, aun cuando no supiesen leer y «gracias a la mediación de la voz lectora, se familiariza[n] con las obras y los géneros de la literatura culta, compartida más allá de los medios letrados».[13] Según Frenk esta nueva situación convierte a «[c]ada ejemplar de un impreso o manuscrito» en «virtual foco de irradiación, del cual podían emanar incontables recepciones, ya por su lectura oral, ya porque servía de base a la memorización o a la repetición libre».[14]

Junto a esta forma de circulación de los textos, más popular y socializada se va produciendo la expansión de otra forma de lectura, la silenciosa, que es considerada «como un sortilegio peligroso porque anula la distancia siempre manifiesta en la lectura en voz alta, entre el mundo del texto y el mundo del lector, y por tanto otorga una fuerza de persuasión inédita a las fábulas de los textos de ficción».[15] Esta es una actividad que embelesa, encanta, enajena, borra los límites entre lo real y lo imaginario. Las múltiples acciones de censura impuestas por las autoridades de la época nos hablan del temor que la lectura inspira. Entre ellas y a modo de ejemplo, se puede contar: la necesidad de obtener permisos reales, aprobaciones de consejos privados, parlamento, y/o de los obispos de Canterbury o de Londres en Inglaterra previa a la publicación de un texto; el Índice de los Libros Prohibidos de la Inquisición Española cuya primera edición data de 1551, pero que será corregido y ampliado hasta 1790, o la extensión a toda España de la proscripción de los libros del Amadís de Gaula o similares, por las Cortes de Valladolid en 1555.

Lo que la lectura hace posible, esto es el acceso al conocimiento de tipo político, religioso, científico, imaginativo, es lo que genera temor. Pero, además, como afirma Hammond, es el placer que la lectura produce, lo que constituye el mayor problema, pues desafía todo tipo de fiscalización. «Nadie puede monitorear los pensamientos de un lector, o controlar sus respuestas emocionales, o aún físicas a un texto».[16] Y es este placer que provoca la afectación del conocimiento y del sentido lo que ha trastocado las vidas de los personajes de Alonso Quijano en el Quijote y de Próspero en La Tempestad. Ambos han dejado de ser quienes eran para hacerse un «otro», están enajenados. Sus obsesiones librescas, que provienen de su desmedido ejercicio intelectual, han formateado su marginación, y determinado su habitar en un mundo que les es propio donde conviven realidad y ficción, y que tiene mucho de insanía, de interpretación empecinada, torcida por los filtros que producen sus lecturas, porque como sostiene Carlos Fuentes, «lectura» y «locura» son dos palabras que en español se encuentran cercanas.[17]

Así, el narrador del Quijote explica, refiriéndose a Alonso Quijano, que:

este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y, así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos;…[18]

Y esto determinó que:

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.[19]

 

Los libros, en el caso del Quijote los de caballería, han llevado a Alonso Quijano no solo a dejar de lado sus obligaciones como hidalgo, sino también a malbaratar su hacienda, a olvidar lo material y a adentrarse por completo en el mundo de ilusión que su lectura ha creado. En la ruta que emprende por la Mancha, Aragón y Cataluña de su imaginación, existen beligerancia, historias de amor, tempestades, extrañas criaturas, e inusitadas fantasías que el protagonista no habría podido encontrar en la realidad de un siglo hostil, en la «edad de hierro»[20] en que le tocó vivir.

En La Tempestad, donde la acción ocurre en una isla que resulta ser más un espacio mental que geográfico, también abunda la fantasía, el conflicto y el romance. Próspero ha llegado allí en una barca que se encuentra en terrible condición, pero en la cual Gonzalo, amigo y súbdito, apiadándose de él, ha puesto entre otras provisiones varios volúmenes de su biblioteca, sabiendo cuán importante estos son para su señor. Cuando Próspero le cuenta a su hija Miranda acerca de su pasado, de cómo perdió todo, dejando el gobierno de su reino en manos de su hermano, él hará referencia a cómo el estudio de esos libros, ha provocado su presente estado y así dirá:

I pray thee, mark me--that a brother should
Be so perfidious!--he whom next thyself
Of all the world I loved and to him put
The manage of my state; as at that time
Through all the signories it was the first
And Prospero the prime duke, being so reputed
In dignity, and for the liberal arts
Without a parallel; those being all my study,
The government I cast upon my brother
And to my state grew stranger, being transported
And rapt in secret studies.[21]

 

Sus lecturas, también, llevan a Próspero, considerado el primero entre los de su clase, el mejor de los señores, a abandonarlo todo, a transformarse en un extraño en sus propios dominios. Así él lo explica:

I, thus neglecting worldly ends, all dedicated
To closeness and the bettering of my mind
With that which, but by being so retired,
O’er-prized all popular rate, in my false brother
Awaked an evil nature; and my trust,
Like a good parent, did beget of him
A falsehood in its contrary as great
As my trust was; which had indeed no limit,
A confidence sans bound (…) [22]

 

Próspero, como Alonso Quijano, ha priorizado su conocimiento en detrimento de toda su fortuna material; para él «… poor man, [his] library/ Was dukedom large enough…»[23]. Este «pobre hombre» considera su biblioteca su verdadero reino, todo lo demás ha dejado de importar.

Ambos personajes son afectados por el proceso de leer y sus realidades están constituidas por la ficción que los libros han alimentado. Esa existencia ficcional, que para ellos es la única posible, es reconocida por los propios protagonistas, que se saben no solo sujetos lectores, sino además objetos de lectura.[24] Así en el capítulo lxxii, de la segunda parte del Quijote, cuando don Quijote y Sancho van de regreso a la aldea y se encuentran con Álvaro Tarfe, el primero sostiene que «cuando [él] hoje[ó] aquel libro de la segunda parte de [su] historia, le pare[ció] que de pasada top[ó] allí este nombre». Y luego explicará que no fue a Zaragoza pues «[a]ntes por haber[le] dicho que ese don Quijote fantástico se había hallado en las justas desa ciudad no quis[o] [él] entrar en ella, por sacar a las barbas del mundo su mentira, y, así, [s]e pase[ó] de claro a Barcelona…».[25] El personaje Alonso Quijano, un lector convertido por su lectura en el caballero Don Quijote de la Mancha, decide no dejar que otra figura de ficción interfiera con su propia historia, que él sabe es leída. Y así pide a Álvaro Tarfe que:

por lo que debe a ser caballero, sea servido de hacer una declaración ante el alcalde deste lugar de que vuestra merced no [l]e ha visto en todos los días de su vida hasta agora, y de que [él] no [es] el don Quijote impreso en la segunda parte, ni este Sancho Panza [su] escudero es aquel que vuestra merced conoció.[26]

 

Don Quijote conoce sobre su existencia en la ficción y sobre el alcance de haber sido «impreso» que determina su condición de leído. Y este carácter le es común a Próspero, que dirigiéndose a su audiencia dirá en el epílogo de La Tempestad:

Now my charms are all o’erthrown,
And what strength I have’s mine own,
Which is most faint: now, ‘tis true,
I must be here confined by you,
Or sent to Naples. Let me not,
Since I have my dukedom got
And pardon’d the deceiver, dwell
In this bare island by your spell;
But release me from my bands
With the help of your good hands:
Gentle breath of yours my sails
Must fill, or else my project fails,
Which was to please. Now I want
Spirits to enforce, art to enchant,
And my ending is despair,
Unless I be relieved by prayer,
Which pierces so that it assaults
Mercy itself and frees all faults.
As you from crimes would pardon’d be,
Let your indulgence set me free.[27]

 

Próspero se sabe un personaje cautivo de su público, y tiene conocimiento de que ese cautiverio cesa cuando el lector/espectador se levanta del asiento, y con su aplauso establece que la magia terminó y la realidad toma el lugar de la invención.

Los protagonistas de ambas obras comparten la conciencia de que su existencia es el producto de esa invención y que son objetos de la actividad del lector, pero además son presentados como agentes o artífices de esa creación. Y es así que estos textos abren y cierran apelando a la «competencia literaria» del lector, haciendo referencia al hecho de que las historias que sus audiencias llegan a conocer son el producto de la imaginación y del artificio de quienes son sus personajes principales.

Al principio de La Tempestad, en la escena ii, Próspero explica a Miranda que la tempestad ha sido creada por él. Es decir el fenómeno meteorológico que determina el naufragio de Alonso y su compañía, que es generador de toda la trama, y que el lector asume como real, aplicando el principio que S.T. Coleridge designa como «suspensión voluntaria de la incredulidad», es, en efecto, el producto de la agencia de Próspero. Así el personaje dice:

Lie there, my art. Wipe thou thine eyes; have comfort.
The direful spectacle of the wreck, which touch’d
The very virtue of compassion in thee,
I have with such provision in mine art
So safely ordered that there is no soul--
No, not so much perdition as an hair
Betid to any creature in the vessel
Which thou heard’st cry, which thou saw’st sink.
Sit down;
For thou must now know farther.
[28]

En el comienzo de este parlamento Próspero explica que ninguna de las almas a bordo del barco ha sido afectada por el naufragio que Miranda ha presenciado desde la isla. Sus palabras «Lie there, my art» instauran un juego que es producido por la polisemia de «lie», que en inglés significa «yacer» pero también «mentir»; y de «art» que significa «arte» y «ser». Es decir cuando el personaje se quita su capa de mago y arrojándola en el suelo expresa lo citado, podemos entenderlo como: «Yaz allí, arte mío» o como «Mentir, allí mi arte», lo que alude solapadamente a esa condición de mentir del arte, y en este caso a un personaje que miente, que inventa, que crea, y que es, en definitiva, productor de ficción. Próspero es el resultado del arte de Shakespeare, pero, a su vez, su arte, su magia, aprendida de sus libros es la que crea la ficción, la historia toda de La Tempestad que como lectores consumimos. En forma similar, las aventuras del Quijote que los lectores conocen, son el resultado de la imaginación de Alonso Quijano, que es también un personaje. Es su capacidad infinita de transformar la realidad en fantasía la que genera toda la trama de la obra. Como sostiene Zenón Luis Martínez refiriéndose al Quijote, en una reflexión que también se aplica a La Tempestad, más que «la negativa suspensión de la incredulidad», aquí se requiere «la positiva expansión de nuestra capacidad de sorprendernos y maravillarnos».[29] Los personajes habitan un mundo de ficción generada por la lectura de sus libros, que genera, como en un juego de cajas chinas, más ficción.

A pesar de esa prolífica capacidad engendradora del arte, hacia el final del Quijote y de La Tempestad ambos protagonistas condenan a sus libros y a sus lecturas, y están dispuestos a apartarse de los que fueron tan preciados tesoros. Próspero, explica que más allá del poder que su magia ha tenido en la creación de los eventos que presenciamos, ha decidido renunciar al libro de donde deviene su magia y lo «ahogará» en lo más profundo:

But this rough magic
I here abjure, and, when I have required
Some heavenly music, which even now I do,
To work mine end upon their senses that
This airy charm is for, I’ll break my staff,
Bury it certain fathoms in the earth,
And deeper than did ever plummet sound
I’ll drown my book.[30]

Alonso Quijano, en similar actitud, dirá a su sobrina:

Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde,… [31]

Y al ver el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás sostiene:

– Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinita caterva de su linaje, ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería, ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído, ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino.[32]

 

En ambos textos la renuncia a sus lecturas será seguida por la muerte de sus protagonistas. En el Quijote la misma aparece como parte del relato cuando el narrador explica que:

En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.[33]

 

Y en La Tempestad su muerte es vislumbrada por Próspero, que la predice diciendo: «And thence retire me to my Milan, where /Every third thought shall be my grave».[34] Para ambos personajes la imposibilidad de seguir leyendo, de seguir alimentando su imaginación, agota la creación y en consecuencia determina el final sus existencias y de la ficción.

Y este abierto renegar a los libros de caballería en un caso, y a los de las artes liberales en el otro, que puede en primera instancia ser interpretado como un acto de aceptación y hasta de refrendación de las normas impuestas en la época, sobre qué se puede y qué no se puede leer, qué está permitido y qué está prohibido, se transforma, por una interpretación en contrario, a contrapelo, en la consagración de la lectura de lo que está vedado. Porque es esta, en definitiva, la fuente que genera que sus protagonistas se transformen y transformen su realidad en las fábulas que nos deleitan. Es decir no hay aquí aquiescencia, sino latente ironía, una mofa que esquiva toda traba o autoridad.

Como vimos, La Tempestad y el Quijote muestran similitudes respecto al vínculo que sus protagonistas tienen con el acto de leer. En ambos casos sus lecturas y libros, les enajenan y les convierten en los productores de la ficción que sus audiencias conocen. Los libros, de caballería en un caso, y de las artes liberales en el otro, han llevado a don Quijote y Próspero a escapar a un mundo que ellos han pergeñado, que es un espacio, el de la invención, en el que ni estos dos lectores, ni ningún otro puede ser censurado, un espacio donde pueden ser en libertad. Más allá, entonces, del aparente rechazo a las lecturas de aquellos libros, ambas obras las consagran en forma solapada como vehículos de la imaginación, que aunque en ocasiones se intenta constreñir, siempre se cuela por los intersticios de la creación.

 

Bibliografía

 

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Wells, Stanley: Introduction to The Tempest. En: William Shakespeare: The Complete Works of William Shakespeare. Stanley Wells y Gary Taylor (eds.). Oxford University Press, Oxford, 1988, p. 1167.

 

Notas

 

 



[1]   William Shakespeare muere el 3 de mayo de 1616 según el calendario gregoriano y el 23 de abril según el calendario juliano que regía en el momento en Inglaterra. Miguel de Cervantes Saavedra muere el 22 de abril de ese mismo año del calendario gregoriano, que rige en España, y es enterrado el 23 de abril.

 

[2]   Cfr. Anthony Burgess: A meeting in Valladolid. En The Devil´s Mode. Hutchinson, London, 1989, pp. 5-21

 

[3]   Cfr. Luis Astrana Marín: Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra: con mil documentos hasta ahora inéditos y numerosas ilustraciones y grabados de época, Volumen 6. Instituto Reus, Madrid, 1958, p. 37.

 

[4]   Barry W. Ife. Re-centering the Subject: Spain and the Renaissance. Research at King’s College London Publications. Disponible en: http://www.ems.kcl.ac.uk/content/pub/b034.html

 

[5]   Aquí me parece interesante mencionar la tendencia hacia el discurso narrativo en los romances shakesperianos de la última etapa de su carrera que es señalada por Zenón Luis Martínez en Preposterous Things Shown with Propriety: Cervantes, Shakespeare, and the Arts of Narrative. En: Zenón Luis Martínez y Luis Gómez Canseco (eds.): Entre Cervantes y Shakespeare: Sendas del Renacimiento. / Between Shakespeare and Cervantes: Trails along the Renaissance. Juan de la Cuesta, Newark, 2006, pp. 259-305.

 

[6]   Cfr. Stanley Wells: Introduction to The Tempest. En: William Shakespeare: The Complete Works. Oxford University Press, Oxford, 1988, p. 1167.

 

[7]   Tony Tanner: Prefaces to Shakespeare. The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2012, p. 795.

 

[8]   William Stratchey: A True Repertory of the Wreck and Redemption of Sir Thomas Gates, Knight, upon and from the Islands of the Bermudas: His Coming to Virginia and the Estate of that Colony Then and After, under the Government of the Lord La Warr, July 15, 1610. Disponible en: www.virtualjamestown.org/TR%20modern.doc

 

[9]   Alberto Blecua y Andrés Pozo. (eds.) Prólogo. En: Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Don Quijote de la Mancha. Espasa-Calpe, Madrid, 2005, p. xix.

 

[10]  Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Don Quijote de la Mancha. Alberto Blecua y Andrés Pozo. (eds.). Espasa-Calpe, Madrid, 2005, p. 13.

 

[11]  Francisco Rico: Prólogo: Historia del texto. En: Miguel de Cervantes: Don Quijote de la Mancha. Francisco Rico (ed.), Edición electrónica del Centro Virtual Cervantes. Disponible en: http://cvc.cervantes.es/literatura/clasicos/quijote/introduccion/prologo/rico.htm, s/p.

 

[12]  Francisco Rico: Prólogo: Historia del texto, s/p.

 

[13]  Roger Chartier: Del libro a la lectura. Lectores «populares» en el Renacimiento. En: Bulletin Hispanique, 1997, Volume 99, Numéro 1, p. 317.

 

[14]  Margit Frenk: Entre la voz y el silencio. Centro de Estudios Cervantinos, Madrid, 1997, p 25.

 

[15]  Roger Chartier: Del libro a la lectura. Lectores «populares» en el Renacimiento, p. 318.

[16]  Mary Hammond: Book history in the reading experience. En: Leslie Howsam: The Cambridge Companion to History of the Book. Cambridge University Press, Cambridge, 2014, p. 238.

 

[17]  Cfr. Carlos Fuentes: Don Quixote or the Critique of Reading. En: The Wilson Quarterly, Autumn 1977, pp. 186-202.

 

[18]  Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 25.

 

[19]  Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 26.

 

[20]  Miguel de Cervantes Saavedra: El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 81.

 

[21]  William Shakespeare: The Tempest. En: The Complete Works of William Shakespeare. Stanley Wells y Gary Taylor (eds.). Oxford University Press, New York, 1988, .

 

[22]  William Shakespeare: The Tempest, I, ii, 89-97, p. 1170.

 

[23]  William Shakespeare: The Tempest, I, ii, 109-110, p. 1170.

 

[24]  El concepto de lector que es leído es aplicado por Carlos Fuentes al Quijote en Don Quixote or the Critique of Reading.

 

[25]  Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 875.

 

[26]  Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 875.

 

[27]  William Shakespeare. The Tempest. Epilogue, 1-20, p. 1189.

 

[28]  William Shakespeare: The Tempest, I, ii, 25–34. p. 1170.

 

[29]  Luis Zenón Martínez: Preposterous Things Shown with Propriety: Cervantes, Shakespeare, and the Arts of Narrative, p. 279.

 

[30]  William Shakespeare. The Tempest, V, i, 50-57. p. 1186.

 

[31]  Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 882.

 

[32]  Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 882.

 

[33]  Miguel de Cervantes Saavedra. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p. 885.

 

[34]  William Shakespeare. The Tempest, V, i, 313-314. p. 1189.