Sylvia Molly.
Citas de lectura.
Buenos Aires: Ampersan, 2017, 76 pp.

 

Recibido: 20/01/2018

Aceptado: 02/03/2018

 

Escenas primarias, primeros libros, avatares de iniciación en la lectura y un encadenamiento de nombres propios de la literatura, cincelan esta reciente obra de la escritora y crítica literaria Sylvia Molloy (Buenos Aires, 1938). De alguna manera, el volumen podría definirse como una invitación a pasear por su autobiografía como lectora. A partir de la potente figura del lector con el libro en la mano en la que Molloy se regocija, Citas de lectura ofrece un conjunto de veintinueve ensayos breves sobre los derroteros -y excursus- de su conformación como ávida lectora: “este libro recuerda encuentros con libros que por alguna razón, profunda o frívola, me acompañan hasta el día de hoy. Al anotar esos recuerdos posiblemente los amplíe, acaso los invente. Reunidos constituyen mi tránsito –mi vida– a través de la lectura. O de la escritura: no hay diferencia” (7).

En efecto, esta obra se presenta como una articulación de ecos textuales, los cuales atravesaron su itinerario intelectual y por esto son parte de su presente. Quizás sea este el motivo por el cual el título del libro remite a las citas en su doble acepción: en clave de reunión o encuentro y como referencia al recurso retórico.

Ahora bien, podríamos decir sin temor a equivocarnos que desde hace ya bastante tiempo, Molloy viene escribiendo una suerte de autobiografía amplia y global, pero no por ello menos enmascarada y lateral. Nos referimos –claro está– a sus libros otrora publicados, a sus conferencias dictadas, a sus entrevistas, intervenciones estas en donde refulge la autobiografía. En este sentido, Citas… también abreva en estas incursiones autobiográficas. De este modo, quienes sigan atentamente la trayectoria de esta intelectual que vive en Estados Unidos desde fines de la década del sesenta, donde se ha desempeñado como catedrática de literatura latinoamericana y comparada en las prestigiosas universidades de Princeton, Yale y en la New York University, podrán cotejar que sus investigaciones se disparan en esta dirección puesto que la autobiografía atraviesa –y disloca, por usar un término caro a Molloy– buena parte de su escritura. O de su lectura puesto que, para ella, no son sino una misma cosa.

Paralelamente, teniendo en cuenta que la cita es para Molloy el motor de cualquiera de sus relatos, no duda en comenzar el volumen haciendo una referencia oblicua a Sarmiento, alguien que cultivó con destreza arrolladora la cita desviada y apócrifa: “al lector con el libro en la mano” es el epígrafe que abre el libro. Si la escritura de Sarmiento ya había sido analizada en esta dirección en -su ya hoy clásico estudio sobre autobiografía en Hispanoamérica- Acto de presencia (1996), así como también en su ensayo “El más-a-fuera de la nación” perteneciente al volumen Sarmiento. Diez fragmentos comentados (2016) prologado por Adriana Amante y publicado por la EUFyL de la Universidad de Buenos Aires, en Citas… es resignificado el Sarmiento traductor y podríamos agregar, plagiario. En realidad, Molloy pareciera retrotraerse a lo ya escrito y, por decirlo de algún modo, completarlo o rematarlo: Sarmiento está presente en su vida –nos dirá, sin más– como guía de lectura. Aunque expone que Sarmiento aparece antes como héroe de la patria y lectura escolar que como autor que la marcara, será, sin lugar a dudas, quien establecerá pautas para su modo de apropiación lectora: “No solo recordé ese ejercicio que combina traducción y lectura en un solo acto: lo incorporé como figura alrededor de la cual armé mi reflexión crítica. Así el lector con el libro en la mano, el “traductor de las minas de Copiapó, el jactancioso que lee a los apurones y cita mal, el apropiador –por no decir plagiario– de vidas otras, se volvió uno de mis guías” (60).

En rigor, la obra de Sarmiento despunta en fragmentos de Citas… reparando ya sea en el momento difuso de su apropiación o bien en la más lisa y llana materialidad del objeto libro: “tengo el vago recuerdo de haber leído el Facundo en el colegio, en la edición de la Editorial Sopena cuyo ejemplar conservo, junto con un igualmente destartalado Recuerdos de provincia que también fue lectura escolar” (59).

Si la lectura es acto de posesión, la pose de lectora es “el prestigio de verse y ser vista con un libro en la mano” (87). Ciertamente, la noción de pose es definida en estos términos: “no solo me identificaba con lo que leía sino que lo representaba: leer era actuar y actuar era ser yo” (19). Más aún, la autora de las novelas En breve cárcel y El común olvido retoma y reescribe en Citas de lectura los tópicos de sus ficciones y de sus textos de crítica literaria: como decíamos, la noción de pose es una; muy enhebrado a esta, el concepto de autofiguración; pero también, la idea del regreso, esto es, de la vuelta a casa. La productividad y potencia de estos instrumentos críticos se pueden recortar con nitidez a lo largo de su obra en general y, como vemos, de esta en particular.

Con respecto a este último tópico, la vuelta a casa, en el ensayo titulado “Vine a Comala”, Molloy apunta, por ejemplo, que no fue casualidad que leyera Pedro Páramo al poco tiempo del fallecimiento de su padre a causa de un accidente en Canadá. Por este motivo, le tocó acompañar a su madre, sobreviviente de dicho suceso, de vuelta a Buenos Aires. En este contexto, Juan Rulfo, autor a quien apenas había leído según confiesa y, más precisamente, su personaje Juan Preciado, le hacen plantear la posibilidad “ya como tentación, ya como decisión catastrófica, de la idea de volver a la Argentina” (52). Ambos, Juan Preciado y ella, están hermanados por ser viajeros de vuelta a casa. En este sentido, resulta notorio que también en otro registro, en una conferencia en la Universidad de San Pablo hace ya unos años (2013) Molloy, bajo el título “Dislocación e intemperie: el viaje de vuelta”, reconstruye una trama familiar en el contexto de una visita a la casa de su infancia y el tópico de la vuelta a casa reaparece. Como vemos es un tema recurrente.

Pero volviendo a Citas de lectura, encontramos que manifestaciones del tipo: “cuando no sabía leer mis encuentros con los libros eran mediados por mi tía, que me los leía en voz alta” (9) o bien “aprendí la literatura latinoamericana, ya lo dije, enseñándola” (51) van conformando la amplificación de su lectura (y de su vida) en franca progresión cronológica. No obstante, “un estar entre lenguas es mi vida misma”, dirá al comienzo del libro, evidenciando así que su trilingüismo hará que sus lecturas campeen entre el inglés (legado paterno), el español y la última lengua adquirida, el francés. En este estar entre lenguas (¿desterritorializado?) sobrevienen, como intromisiones del pasado, algunas expresiones cristalizadas del español, rescatadas del arcón de los recuerdos familiares (o íntimos) ya que remiten a modos del decir vertidos por su madre o sus amigos. Es así como “a la que te criaste” o “mañera para comer”, por citar solo dos, marcan el texto y hacen pensar en frases arcaicas, quizás una suerte de reliquias del lenguaje atesoradas.

Por otra parte, podríamos preguntarnos qué tipo de desvíos textuales propone Citas…, y paralelamente qué biblioteca intenta conformar, si lo hace. Es decir, qué lecturas sugiere ese viaje de exploración que el texto escenifica. El volumen repasa los libros no leídos; así como también las lecturas clandestinas (19), es decir, los libros devorados a escondidas de sus padres siendo todavía una niña; los libros visitados a los saltos, esto es, fragmentariamente (por ejemplo, al recordar a su pragmática directora del colegio inglés quien, para captar la atención de los niños, saltaba las páginas más aburridas); los libros de recetas culinarias fascinantes pero que nunca pondrá en práctica. De igual forma, resuenan en el volumen ciertos libros insignificantes; otros –ausentes quizás– que marcan encuentros, aquellos que propician amistades y coincidencias (se refiere, por ejemplo, a su vínculo con José “Pepe” Bianco a través de la lectura de Katherine Mansfield) y la lista (heterogénea y surtida) continúa.

Sin embargo, como decíamos más arriba en el libro está presente Sarmiento, y junto a este, Borges. En rigor, un ensayo está dedicado a Borges. Con respecto a este último, resulta necesario advertir que no hay un momento exacto, un recuerdo nítido o un soplo de certeza del primer tropiezo con su obra. Aunque sí con la persona. También están Silvina y Victoria Ocampo. Sus libros, claro está, pero también las personalidades de carne y hueso, a quienes Molloy conoció y trató y de quienes recoge anécdotas variopintas, contrariando posicionamientos críticos que soslayan o desestiman al autor.

Por último, podríamos agregar que Citas de lectura pertenece a la colección “Lectores” de la editorial Ampersand, la cual tiene en su conjunto, por lo menos, dos aciertos dignos de destacar. Por una parte, esta selección dirigida por Graciela Batticuore, reconstruye las trayectorias de lectores sumamente acreditados y singulares –Daniel Link, Noé Jitrik, José Emilio Burucúa, Alan Pauls, entre otros– desde un costado autobiográfico, intimista y autorreflexivo; es decir, consideramos que la colección entera contribuye a delinear ciertos autorretratos intelectuales, por denominarlos de algún modo y, por otra parte, abre mundos de contaminación o imbricación entre la literatura, la ficción, la crítica y la vida. En el caso del peculiar libro de Molloy esto se constata del principio al fin. Quizás su frase: “leer es una manera de devenir yo” lo condense.

 

María Florencia Antequera
IH IDEHESI CONICET/UNCUYO

mfantequera@hotmail.com