carolina cerrano - Experiencias, reflexiones y consejos de
“un viejo y serio historiador” a las nuevas generaciones
doi: https://doi.org/10.25185/4.10    

 

 

Thomas Whigham

Es profesor investigador del Departamento de Historia de la Universidad de Georgia desde 1986. Graduado en Historia en la Universidad de California, Santa Cruz, y doctor en Historia por la Universidad de Stanford. Entre sus libros más recientes merecen destacarse: La Guerra de la Triple Alianza. Volumen 3. Danza de muerte y destrucción (Asunción: Santillana Taurus, 2012); La Guerra de la Triple Alianza. Volumen 2.  El triunfo de la violencia y el fracaso de la paz (Asunción: Santillana-Taurus, 2011); La economía de la Independencia (Asunción: Intercontinental, 2010; rev. ed., 2011); La Guerra de la Triple Alianza. Volumen 1. Causas e inicios del mayor conflicto bélico de América del Sur (Asunción: Santillana-Taurus, 2010); Lo que el río se llevó.  Estado y comercio en Paraguay y Corrientes, 1776-1870 (Asunción: Universidad Católica--CEADUC, 2009); Paraguay: Revoluciones y finanzas. Escritos de Harris Gaylord Warren (Asunción: Servilibro, 2008) (editado junto a Jerry W. Cooney). Autor de decenas de capítulos de libros y de artículos académicos. Ha recibido distintos premios y reconocimientos a su investigación.

 

 

Entrevista al historiador norteamericano Thomas Whigham, especialista en historia de la guerra de la Triple Alianza

 

 

Introducción

 

La contribución de Thomas Whigham (Georgia University, USA) a la historia del Paraguay es de enorme relevancia como lo prueban sus numerosos y calificados trabajos. La Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Montevideo ha sido sede de seis ediciones de las Jornadas de Historia del Paraguay, que Thomas Whigham ha organizado en forma conjunta con el Dr. Juan Manuel Casal (Universidad de Montevideo) y la coparticipación en algunas de sus ediciones de la Universidad de Rennes (Francia) y la Universidad de Colonia (Alemania). En las Jornadas de Historia del Paraguay se han dado cita los principales investigadores de todo el mundo que trabajan temas referidos a la historia de este país latinoamericano. Los resultados de estos encuentros han sido recogidos en las siguientes publicaciones: Paraguay en la historia, la literatura, y la memoria (2011), Paraguay: Investigaciones de historia social y política (2013) y Paraguay: Investigaciones de historia social y política II (Estudios en homenaje a Jerry W. Cooney) (2016). Actualmente se encuentra en prensa una publicación que reúne los trabajos presentados a las jornadas de 2016.

Esta entrevista es un legado de uno de los eventos científicos que la Facultad de Humanidades y Educación ha venido impulsando con un creciente alcance regional y a la vez global. Los recuerdos, consejos, experiencias y testimonios que Thomas Whigham obsequió con su desinteresada generosidad en esta entrevista son fuente de inspiración para los historiadores de hoy y del mañana.

 

 

Entrevista

 

¿Thomas, por qué elegiste y mantuviste la vocación de historiador?

Se puede decir que yo no elegí a “la historia”, sino que ella me eligió a . Esas son decisiones sumamente importantes, que tienen que ver con la personalidad y las oportunidades. Desde muy joven entendí que el gran cuento de los seres humanos me interesaba más a mí que a otras personas. Tengo amigos que quisieron hacer otro tipo de tareas: trabajar con coches, hacer negocios…, pero a mí siempre me atrajo la gran cuestión de cómo las personas llegaron al lugar en el que se encuentran, cómo buscaron y hallaron distintas opciones de vida. Cuando yo tenía entre seis o siete años -si pudiéramos regresar en el tiempo y preguntar a mis compañeros de clase sobre mis intereses, ellos no se sorprenderían- tuve ya la intención de convertirme en profesor universitario. Ellos entendieron desde hace muchísimo tiempo que esa era mi vocación. Entonces, ¿yo quise encontrarme con pirámides o cosas perdidas, tesoros, ciudades en la jungla de Yucatán, “cosas de ese tipo”? En realidad no, me di cuenta que en los archivos y en las bibliotecas también hay muchos tesoros prontos para ser descubiertos.

 

¿Cuáles fueron tus recorridos históricos antes de llegar a la historia del Paraguay y por qué ésta se transformó en tu área de especialización?

En cuanto a lo de Paraguay, la respuesta es más fácil. Cuando era un chico de dieciséis años se ofreció la oportunidad de formar parte de un grupo muy interesante denominado “Amigos de las Américas”; éste se aproximaba a lo que puede ser considerado como un cuerpo de paz oficial. Era un programa de voluntarios a través del cual fui –junto con otros jóvenes- a ayudar a los Ministerios de Salud de Centroamérica y de Sudamérica, en programas de vacunación y otros temas médicos. Así, estuve durante el verano de 1971 en Guatemala, en el verano de 1972 en Honduras y en 1973 viajé a Paraguay. En este último país me encontré con un lugar sumamente interesante por su historia, de la cual –además- no se sabía mucho en aquel tiempo. Antes de viajar buscábamos información básica disponible en las bibliotecas, pero sobre Paraguay no encontré mayor información.

En Paraguay trabajé en la zona rural y allí me encontré con un país sumamente pobre y –por aquellos años- bajo una dictadura. La gente de la zona rural tenía muy pocas cosas. No era todavía una economía de consumo. Por ejemplo, si conseguían una lata de atún, luego de consumido el contenido ésta pasaba a tener un nuevo uso. También recuerdo que las vacunas venían en una especie de sobre, dentro del sobre había un apósito con alcohol; en una ocasión abrí el sobre para desinfectar el brazo de un niño y descubrí que para las criaturas de aquella zona y en aquel tiempo, el sobre de color plateado se convertía en una especie de tesoro. Si se los regalaba “me hacían menos lío” y podía inocular tranquilamente la vacuna. Al final, mi colega y yo aplicamos 11.726 vacunas en aquel verano paraguayo. Los recuerdo muy bien. Es un número impresionante, ¿no te parece?

 

¿Ese proyecto se mantiene hasta el día de hoy?

Sí, pero la misión no es tan importante como lo era antes. Lo que pasa es que ahora esos países tienen programas propios mucho más desarrollados. La mayor parte de las enfermedades que existían en aquel tiempo ya fueron eliminadas o casi no existen más; por ejemplo, la viruela o la polio. Me siento orgulloso de decir que su erradicación es producto de los esfuerzos de personas como mis colegas y yo. Los Ministerios de Salud aprovechaban esas misiones y para alguien muy joven como era mi caso se trataba de asumir una posición de responsabilidad, te exigía una cierta dosis de disciplina; en un tiempo en el que la gente se quejaba de la realidad. Eso era algo que se podía hacer para cambiarla. De esa forma conocí Paraguay, pero para darte una respuesta más amplia y correcta -estamos hablando desde la óptica de la historia- me encontré con un lugar que era pobre en todos los sentidos de la palabra, pero que tenía una historia muy rica, que nadie conocía. Los paraguayos sabían algunos cuentos, tenían historias, pero no entendían demasiado su historia y en el exterior era menos conocida aún. Existen algunos tópicos más conocidos de la historia del Paraguay: los jesuitas, el dictador Francia, la guerra de la Triple Alianza, la guerra del Chaco. Esas eran en aquel tiempo las únicas “plantas históricas” que crecían en el ambiente paraguayo. En ese momento pensé que si tenía la oportunidad de estudiar la historia latinoamericana, trataría de elegir al Paraguay como el foco de mis esfuerzos. Entré en la Universidad de California donde hice cursos de historia y estudios latinoamericanos; la idea que tenía era avanzar en interpretaciones de la historia del Paraguay con la poca información que tenía a mano en aquel momento. Después, como ocurre en muchas universidades estadounidenses, existe la posibilidad de pasar el tercer año fuera de Norteamérica. Eso fue lo que hice, eligiendo por supuesto al Paraguay.

 

¿Siempre estuviste en la misma Universidad?

En ese tiempo estaba en la Universidad de California, en Santa Cruz. Después, ya graduado, entré en Stanford. Pero cuando estaba todavía en Santa Cruz tuve la oportunidad de pasar varios meses en Paraguay, trabajando en el Archivo Nacional, haciendo mis primeras experiencias de archivo a los veintiún años. Descubrí muchas cosas. Por ejemplo, que generalmente en los archivos de esta zona del continente, también en el Uruguay, el factor personal es el que cuenta; debes consultar a los empleados sobre cómo buscar algo en la documentación, pero además es bien aceptado preguntarles por sus propias vidas, entender su situación, interesarte por ellos. Así se aprende a trabajar mejor con la documentación, pero, además, se puede conocer a esas personas, saber cómo son, saber cómo es trabajar en esa institución, cómo es posible ayudarles a mejorar desde la amistad. En definitiva, pude entender que Paraguay no era solamente “una cosa”, sino un “enlace de cosas”.

En ese sentido “tuve la suerte” de pasar mucho tiempo con una familia cuyo hijo había sido recientemente asesinado por la policía de la dictadura stronista.[1] Para ellos se trataba de una tragedia; sus corazones cambiaron radicalmente con lo que tuvieron que vivir y esa fue una nueva enseñanza para mí. Una suerte de educación política para un norteamericano que se vio obligado a vivir de cerca una situación tan dura. Yo pasaba parte del día tratando de actuar como secretario de aquellos padres. Ellos estuvieron montando una especie de campaña internacional en contra de la dictadura. La otra parte del día la empleaba rabajando en el archivo. Descubrí varias cuestiones interesantes consultando la documentación y mi primer proyecto fue estudiar la fundición de hierro de Ybycuí. Éste fue un proyecto nacido del esfuerzo del gobierno de Carlos Antonio López que continuó el Mariscal López: hacer una fundición militar en el Paraguay. En ese lugar se construyeron cañones, hachas, clavos y otros objetos de metal.

Estamos hablando del año 1976, una época en la cual la teoría de la dependencia tenía mucho peso. Galeano, por ejemplo, mencionó esta fundición y su influencia era grande.[2] Como es normal en un joven, estuve buscando respuestas e interpretaciones fáciles a aquella realidad que me descubrían los documentos, cuando esa realidad era verdaderamente muy compleja. Pero yo, en aquel momento, buscaba una respuesta simple. La encontré en la teoría de la dependencia, que me ayudó a entender con cierta claridad aquella situación que me planteaba la historia paraguaya. Ahora puedo decir que fue una claridad falsa, pero en aquel momento me pareció útil; además, estaba viviendo de cerca aquella realidad de la historia, cuando en cierta forma mi vida estaba bajo amenaza, al compartir cada día con una familia maltratada por las fuerzas represivas del general Stroessner. La dictadura en Paraguay tuvo varias etapas, en alguna de ellas la vida y el ambiente de la sociedad fueron muy tranquilos, y en otros –por el contrario- muy amenazantes; aquellos años que me tocó vivir fueron de los peores. Esta circunstancia también ocupó un lugar en mi formación.

Cada cosa que buscamos en la historia debe tener una medida humana. La historia que tiene que ver únicamente con cifras, con algo mecánico, a mí me atrae menos que sus aspectos humanos. ¿Quiénes eran los trabajadores de aquella fundición? Descubrí, por ejemplo, que había muchos extranjeros en aquel lugar. ¿Cómo habían llegado al Paraguay? Esos eran los aspectos que me interesaban de la historia. Aquel fue mi tercer año en el exterior. Escribí entonces unas notas basadas en esas investigaciones, que finalmente pude compilar y en 1978 las publiqué en un artículo en The Americas, que es una revista muy importante en Washington. Con este artículo en la mano llegué a entrar a Stanford, una universidad seria de Norteamérica e importante a nivel mundial. Los responsables de Stanford me pidieron asistir, creo que lo hicieron muy bien, a un meeting. Lo que ahora entiendo, en aquel momento no lo entendí del todo; en aquella reunión quisieron saber cuáles eran mis intereses por Paraguay y Latinoamérica. Me dijeron que si solo me interesaba Paraguay, aquel no era el lugar indicado para continuar mis estudios; en cambio, si aspiraba a una formación más amplia y profunda de la historia podíamos seguir conversando. Los pude convencer finalmente de que era una persona seria, no solo para trabajar en aspectos muy específicos, sino en los grandes temas de la historia. Además, estaba listo para aprender.

 

¿Creyeron que América Latina era algo realmente desconocido en tu propia historia?

Sí, quizás. En realidad, mi propia historia la conocieron. Recuerdo bien que me preguntaron si hablaba bien el portugués. Comencé a hablar un poco en portugués. En Paraguay hay mucha gente que habla portugués.

 

¿En Stanford te exigieron saber portugués?

Sí, porque eran personas serias. Si alguien planteaba estudiar la historia sudamericana era importante que entendiera español y portugués. También algo del guaraní obviamente. Pero, en cualquier caso, yo les decía que tenía un gran deseo, que me “encantaba” conocer a los latinoamericanos. Ese dato no era de gran valor en aquellas circunstancias, porque yo no tenía dinero para pagar esa Universidad. Es una institución privada muy cara, muy importante, y yo no tenía la posibilidad de conseguir ese dinero; vengo de una familia de clase media. Una semana después de aquella entrevista recibí una carta de Stanford, en ella me ofrecían una beca de cuatro años en la que asumían el costo total de mi estancia allí. Hay que tener presente que esa y otras universidades ricas tienen presupuestos más amplios que algunos países; presupuestos de billones de dólares. Pero ellas también saben cuándo tomar un riesgo. Bueno, en realidad no podían tener la seguridad de que aquella decisión culminara en un éxito. ¿Verdad? Pero estuvieron listos para aquel riesgo. En este caso me dieron el dinero y me quedé en el programa de Stanford por siete años, dos de estudios, uno y medio de investigación en la zona platense y en Brasil y los otros dos para escribir la tesis. Ésta, finalmente, tuvo alrededor de quinientas páginas y trataba justamente la economía en la zona interior de Sudamérica, entre 1780 y 1870, pero se centraba en particular en el comercio de exportación. Hice varios capítulos, uno sobre la yerba mate, otro sobre el tabaco, el ganado, la madera dura, la forma en la que operaba la economía, etc.

 

¿Se trataba de un recorte temporal de larga duración…?

Ese es otro aspecto sobre el que quiero hacer un comentario: me he dado cuenta de que hoy en día muchos de los estudiantes eligen proyectos pequeños, porque tienen miedo, porque quieren tener la seguridad de terminar lo que hacen y en un plazo de tiempo. Pero mi propia experiencia me ha enseñado algo que considero muy importante: la gente que se propone dedicarse a “las cosas grandes”, que no retrocede ante las dimensiones de un estudio, tiene cierto éxito asegurado. Se trata de trabajar duro, eso es así. Lo pude ver con más claridad en mi segundo proyecto, en el cual trabajé veinte años, se trata de la guerra de la Triple Alianza. ¡Fue un trabajo grande! Hablamos de cuatro países, cada uno de los cuales posee sus propios archivos. En cualquier caso, mi estadía en Stanford fue muy positiva. Tuve profesores conocidos, por ejemplo: Richard Morse. Otro que recuerdo es a Frederick Bowser, quien hizo un trabajo esencial sobre la esclavitud en el Perú. Personas capaces, inteligentes y –en especial- trabajadores serios. Son autores muy conocidos tanto en Argentina como en Uruguay. El nombre de Richard Morse es bien conocido por la generación anterior, pero, en cualquier caso, los alumnos de hoy se están concentrando en temas pequeños. Y yo les digo que no deben tener miedo de tratar los grandes temas.

 

El problema de nuestros estudiantes de posgrado es que trabajan con frecuencia cuarenta horas a la semana y no tienen financiación para vivir de su investigación ¿Qué pueden investigar en esas condiciones?

Bueno, les tengo un consejo que pueden rechazar, pero lo digo igual: hay que ser un insomne ¿Entienden lo que les estoy diciendo? Durante treinta años tuve cinco horas de sueño todos los días, no ocho, sino cinco por treinta años. No digo que todo el mundo deba hacer esto, expreso simplemente lo que yo hice. Esto no quiere decir que mi forma de hacer las cosas sea la adecuada para otras personas, pero si ellos comienzan con la idea de hacer un proyecto pequeño van a quedarse pequeños. Eso sí lo creo.

 

En muchas oportunidades, por el escaso tiempo de investigación que tienen, procuramos que los estudiantes acoten el tema lo más posible, casi no tienen tiempo para ir al archivo.

Sí, sí. Así es justamente. En estas últimas Jornadas del Paraguay” conocí a un chico de Brasil que trabaja un aspecto limitado de la guerra del Chaco. Estuve tratando de convencerle de que lo necesario en este tema es estudiar la guerra del Chaco en términos políticos, militares, económicos -o sea- pensar en un libro de gran tamaño. Eso es lo que se necesita hacer. Por ejemplo, en el Ministerio de Defensa de Asunción hay un archivo que está en un cuarto grande, con documentos hasta el techo sobre esa guerra. Ahí están esos papeles descomponiéndose, esperando a su historiador. ¡Hágalo! Y sé por dónde vendrá la respuesta: no tenemos tiempo, no tenemos fondos -y lo entiendo-, pero no se puede saber de seguro antes de proponérselo y de agotar las posibilidades. Cada lugar tiene diferentes formas de ver las cosas. Me he dado cuenta de que aquí hay mucho interés en el aspecto teórico de la investigación. Mi consejo es que, en vez de comenzar con ese aspecto, hagan de forma tal que la historia misma le ofrezca su propia teoría. ¿Entienden lo que les estoy diciendo? En vez de pensar cómo mirar la situación de Evita Perón desde la perspectiva de la teoría de Derrida, en vez de pensar desde esa óptica, propónganse conocer inicialmente todo lo más posible sobre Evita. Luego surgirá la interpretación más adecuada para ese conocimiento. En vez de comenzar por la teoría, conocer primero los hechos. Pero creo que este consejo no va a ser de los que puedan seguir fácilmente.

 

¿Cuál es la visión de un norteamericano sobre la academia latinoamericana?

Es muy fácil. Hay trabajos que valen la pena y hay otros que no. ¿Dónde está la sorpresa en esto? La gente que vale la pena es la que trabaja con documentos, y pueden ser de izquierda, de derecha o de centro, eso es irrelevante, lo que importa es hacer que los documentos hablen, en vez de dominar a los documentos. Una señal -para mí- de que el trabajo va a ser débil, es cuando se llena de citas teóricas que nada tienen que ver con el asunto que se estudia, del estilo de “como dijo Marx…”.  Son cosas vacías y generalmente no se sabe porque se dicen. Al menos, esa es mi impresión. En los años ochenta hubo una relación muy cercana entre Stanford y Berkeley; por ello tuve la oportunidad de tomar clases en la Universidad de Berkeley. Mi consejero allí fue Tulio Halperín Donghi, un ejemplo de historiador serio del que fui alumno. El secreto de su éxito es la investigación dura, el razonamiento inteligente y un conocimiento amplísimo de las obras secundarias o primarias de su nivel. Me enseñó, por ejemplo, a conocer la obra de Vicente Quesada, los trabajos de Saldías y tantos otros. Me ofreció muchos ejemplos de cómo alcanzar éxito trabajando e investigando en la historia de América Latina, y me dio muchos consejos prácticos e inteligentes. Me siento muy orgulloso de no haberlo decepcionado, estuvo muy contento de ver que un norteamericano podía consultar y aprovechar los archivos provinciales argentinos, como los de Corrientes. En aquel tiempo por lo menos, en aquellos archivos no estaban acostumbrados a ver a extranjeros interesados en la historia provincial. Aquellos funcionarios y estudiosos tenían sus propias formas de trabajar y de organizar esas instituciones, y cada una era distinta de las otras. Muchas veces en Norteamérica, en los archivos, hay un catálogo que dice todo sobre los documentos. En esta zona de la América del Sur no es así, de ninguna forma. Encuentras, por ejemplo, una carpeta enorme en la que aparece el año 1810 y cuando la abres puedes hallar allí cualquier cosa. Hay que buscar con paciencia y saber aprovechar las oportunidades.

Hoy en día tienes ciertas ventajas, pero muchas veces esas ventajas no son tales. En mi tiempo, la única forma de hacer una investigación era encontrar el documento original y copiarlo a mano. Mi tesis fue escrita a máquina, no en computadora, así eran las cosas. En algún sentido, utilizar cámaras digitales es mejor, ¿verdad? Se puede simplificar el trabajo, pero me pregunto, ¿quién conoce más y mejor el documento? ¿La persona que saca fotos o la qué debe copiarlo a mano? Hay que tener cuidado en la formación de los estudiantes; si quieren aprovechar los nuevos medios tecnológicos, muy bien, pero que actúen y vivan con los documentos, que no descuiden las pequeñas oportunidades.

Voy a darles un ejemplo “zonzo”: para tratar de perfeccionar mi castellano, en las mañanas, cuando me ducho, siempre trato de practicar sonidos de la fonética española, como el de la “t”; en inglés se pronuncia “tchi”, es sobre dental, en cambio en español es dental, se pronuncia “te”. Hago esa práctica, se puede decir –robóticamente- para tratar de no cometer errores.  Creo que cada momento tiene que ver con progresar. Para eso hay que saber buscar los momentos. No sé si las personas en “sus bolsos” llevan libros, pero un historiador debe llevar libros en su bolso. Nunca se sabe cuánto tiempo debes esperar en una oficina, ¿por qué no gastarlo en historia, en vez de estar sentado, haciendo nada? Es algo práctico. Se dice sobre nosotros, los “yanquis”, que somos una raza práctica. Quizá sea así, por lo menos en estas cosas. Hay una tendencia aquí, de menospreciar la producción norteamericana en el campo de la historia de Latinoamérica. Se dice, con cierta verdad, ¿cómo es que los extranjeros que no entienden este lugar pueden escribir sobre su historia? Pero si buscan en la bibliografía de la historia latinoamericana van a encontrar muchísimas obras de autores norteamericanos. No lo digo para defender mi caso o el de otros investigadores de mi país, quiero decir simplemente que hay espacio para todos.

Yuri Gagarin dijo que en el cosmos hay espacio para todos. Tiene razón. Lo que es importante es reconocer que hay suficiente espacio para que todos tomen su propia elección, la mejor. Elige la parte seria, elige el proyecto grande. Esto es mejor que un proyecto que todos van a olvidar en cinco segundos. Tengo mucha fe en mis alumnos. ¿Qué pasó en los últimos veinte o treinta años? Los sistemas educativos en mi país, quizá en todo el mundo, parece que están tratando de insistir en que la gente normal es incapaz, que necesita mucha ayuda. ¡Eso es mentira! A mis alumnos les digo: ustedes están muy equivocados si piensan que no pueden hacer cosas grandes. Hay que comenzar con una idea: ¡yo puedo hacer esto, yo puedo ejercer esto! Y hay que refutar a quien les diga que no se puede. ¡No, no, no! Yo se los aseguro, ustedes tienen todo en sus manos. Es cuestión de sentirlo y de hacerlo. Eso es lo que creo de corazón.

Algunos en mi universidad, la Universidad de Georgia, me odian por tener estas opiniones. Porque –entiendo– que ellos creen en las cosas y no en los seres humanos. Cuando alguien dice que hay que “profesionalizar” una cosa, el estudio de la historia por ejemplo, con eso quiere decir –generalmente– que le debes pagar para “profesionalizarte”. Se establece así un grupo de personas con sus propios intereses, que quieren tener un empleo burocrático, para percibir su cheque cada mes. No se les puede dejar que ellos decidan el futuro de un joven ilusionado con su trabajo, cada uno debe elegirlo por sí mismo. ¿Qué quieren hacer o cómo quieren avanzar? ¿Cuál es su visión del futuro de su país? Eso debe ser una decisión personal. ¿Por qué debe ser necesario para cada cosa que haya veinte diferentes burocracias? Recuerdo que en el 76 fue mi primera experiencia en Argentina. Fui a una panadería, entré y había allí una persona. Yo quería simplemente media docena de medialunas. Esperé a ser atendido, fui a un lugar y luego pagué, un empleado puso un sello encima del papel y luego otro empleado pidió otro sello para darme las medialunas. Entonces, el trabajo que podría haber hecho una sola persona necesitaba de varias. ¿Por qué? Porque la burocracia llega a todos lados.

 

En nuestros países, en efecto, la burocracia llega a todos los niveles.

Recuerdo que una vez aquí quise acceder a unos documentos que estaban ubicados en la parte superior de un estante, a cierta altura; el archivero me dijo que no lo podía hacer pues no había una escalera. Me di vuelta y vi una escalera, se lo dije, pero me respondió que ésa estaba rota, no funcionaba. Y ahí terminó el intento. Su actitud era simplemente que no quería hacer el trabajo, y punto. Eso es lo que se hace en situaciones en las que la burocracia gobierna las conductas.

 

¿Y en esas situaciones qué se puede hacer con el archivero?

Bueno, en el Paraguay yo era muy amigo de las personas que trabajaban en el archivo y tenía más o menos, en aquel tiempo, pleno permiso para sacar los documentos del estante. Conocía muy bien ese archivo después de algunos meses trabajando allí; hasta el extremo de que cuando venían extranjeros, de Brasil, de Argentina, en muchas ocasiones los empleados del Archivo Nacional de Asunción me decían: discúlpame Thomas, vinieron unos investigadores que están buscando “tal cosa” en el archivo, ¿sabes dónde hay información sobre este tema? Y en general lo sabía, porque yo tocaba los documentos. La burocracia es, en este sentido, una especie de enfermedad.

 

Podrías decirnos, en pocas palabras, cuáles son tus intuiciones más profundas sobre la guerra de la Triple Alianza. ¿Cómo a lo largo de todo este tiempo -a lo largo de tu biografía intelectual- fueron cambiando tus miradas sobre ese conflicto? Y a la vez, ¿es posible sostener que esa guerra influyó en las relaciones latinoamericanas posteriores?

No creo, como algunos suponen, que la historia no impacta. Una vez estuve en el WHINSEC[3], Fortin Benning, en Georgia, dando unas conferencias para los oficiales latinoamericanos que se encontraban allí. Recuerdo que un coronel peruano me preguntó qué efecto tuvo la guerra del Paraguay sobre la guerra del Pacífico. Le respondí que en mi opinión el efecto había sido muy reducido por una razón muy sencilla. Los mandos de los ejércitos de Chile, Bolivia y Perú no han leído suficientemente el caso de Paraguay para comprender su enorme impacto real. Naturalmente, ciertas experiencias en la guerra del Paraguay ocurrieron en una forma distinta a como sucedieron en la guerra del Pacífico. Por ejemplo, en el caso del Paraguay hubo batallas navales-fluviales. En cambio, en Iquique se trató de una guerra naval marítima. Creo que todo el mundo acepta que la guerra del Paraguay, llamada guerra de la Triple Alianza, fue muy importante en la construcción de la identidad de los países intervinientes y en la relación futura entre esos países. Sin embargo, en esos mismos países, generalmente, no se estudiaba en profundidad la guerra misma. Porque se necesitaba hacer una investigación exhaustiva, al menos en los cuatro países. Y eso supone un enorme esfuerzo. Entonces, lo que tenemos –en general– son trabajos buenos e interesantes, pero con una perspectiva particular: muy argentina, muy brasileña o muy paraguaya. Posiblemente, los menos “culpables”, si podemos usar esa palabra, son los uruguayos. Pero también los uruguayos han opinado, desde muy lejos, porque aquí se considera ese conflicto como una guerra que llevó adelante el Partido Colorado en el poder o el general Venancio Flores. En Uruguay la tendencia es poner la historia siempre en términos de partidos políticos. Eso también es algo interesante para mí, porque entiendo que hay una diferencia según el punto de partida. Les doy un ejemplo interesante: en Paraguay se dice que la guerra comenzó cuando Brasil intervino en Uruguay y el mariscal López tomó el buque Marqués de Olinda, eso ocurrió en octubre o noviembre de 1864. En cambio, la mayoría de los estudios sobre la guerra del Paraguay que se encuentran en Argentina comienzan en 1865, no el año anterior, porque interpretan el ataque de los paraguayos en Corrientes como el comienzo de la guerra. Es exactamente lo que me ocurrió en una conversación que mantuve con mi hermano y mi padre: yo les decía que la segunda guerra mundial había comenzado en septiembre de 1939. Y ellos argumentaron: ¡no, la guerra comenzó el 7 de diciembre de 1941, con el ataque de Pearl Harbor! No, no, les decía y para demostrar su error les mostré una enciclopedia; la abrí por ese asunto y les mostré las fechas de la segunda guerra mundial. La perspectiva de mi padre y de mi hermano era muy norteamericana. Eso es lo que ocurre con la guerra del Paraguay y no solamente con el episodio del comienzo.

 Es preciso estudiar la documentación y tratar así de ser justos con los bandos, con los países que intervinieron y no desde una visión unilateral. Ese trabajo me llevó veinte años. La justicia está en los documentos, eso no quiere decir que no haya víctimas, siempre en la guerra hay víctimas y siempre hay también héroes. Pero esos héroes no deben confundirse con las estatuas de los héroes. Los héroes supieron sobrevivir a los tiempos y a las circunstancias más terribles. Pongo en primer lugar, por ese motivo, a las mujeres. Para las mujeres paraguayas la guerra nunca terminó, tuvieron que sobrevivir al conflicto armado. En muchos sentidos la situación fue peor después del final. Es necesario, por esta razón, analizar también el aspecto humano. Este es el secreto a la hora de estudiar la guerra. ¿Qué es lo que a mí me llama más la atención? Que alguien en un sitio de batalla puede ser un día un cobarde y al otro día un héroe, y que sea el mismo. Hay que saber que una persona no puede controlar la locura de una guerra. Por eso, el factor humano de la guerra es primordial. Ese es el aspecto que más me atrae. Quizás no sea posible encontrar respuestas seguras, pero vale la pena preguntárselo.

 

¿Cómo trabajaste, entonces, el factor humano de la guerra?

Trabajé con los diarios de aquel tiempo, que son muy interesantes. Diarios publicados en Montevideo, Buenos Aires, Gualeguaychú, Corrientes, San Pablo, Río de Janeiro y algunos otros lugares. Cada semana había informes sobre lo que los hombres veían en el frente. No cuentan la historia entera. Nunca dicen que están contando la historia entera. Cuentan lo que tienen y muchas veces ésta es una lección para los investigadores. Por ejemplo, cuando buscas las pérdidas de cada batalla o de cada semana, la lista de bajas será distinta si lees un informe paraguayo, argentino o brasileño. Generalmente se van a encontrar tres cifras diferentes de muertos. Las personas que no entienden cómo funciona una guerra van a decir que una es la verdadera y las otras son mentirosas. Pero no es así, las cosas no son blanco o negro. Hay que trabajar con todas las informaciones posibles. ¿Cuál es el deber del historiador o del investigador frente a esta situación? En el ejemplo manejado podemos tener una lista, y ésta es real, pues procede de una fuente confiable. Al mencionarla, se puede agregar una nota y explicar por qué en ese caso nos inclinamos por ella, puede ser que proceda de la posición argentina, y damos las razones que la justifican. Y, aún podemos agregar, por qué la fuente paraguaya es menos confiable o improbable y cuáles son las razones que nos llevan a sostener esa posición. O, finalmente, es posible admitir directamente que no hay una forma clara de decir cuál es la más confiable. Hay que estar listo para admitir que no se sabe. También, dentro de las posibilidades del saber, hay diferentes niveles. Se puede especular y yo les digo siempre a mis alumnos algo que quizá algunos profesores no se animan o no quieren decir. Les digo lo siguiente, si tú, en tu corazón estás seguro que algo pasó de una forma determinada y no tienes suficientes pruebas, dilo, y que los críticos critiquen si quieren. Ten coraje. Que sea la responsabilidad de ellos decir que tú te equivocaste. ¿Entienden lo qué estoy diciendo?

 

Entonces, tendremos que repensar cómo enseñamos la historia, porque les enseñamos que para decir algo tienen que tener pruebas.

No necesariamente, algunas veces estás en condiciones de afirmar algo con total seguridad. Otras, cuando la información no es suficiente, puedes decir: a mí me parece que tal cosa es así, aunque no tengo todas las pruebas. Es cuestión de sentido común, al menos esa es mi impresión. Ahora en el mundo son unos pocos los que tienen un conocimiento suficientemente amplio sobre la guerra del Paraguay, pero no pueden saberlo todo… Un experto, un gran experto, puede equivocarse también. Ustedes tienen la posibilidad de criticarme. Yo estoy listo para la crítica, puedo estar equivocado; pero es mejor estar equivocado en algo a la hora de hablar de un asunto que se ha estudiado, que no decir nada. Creo que hay académicos descompuestos por no tener el coraje de decir algo.

 

Sí, cuando nombraste a Halperín Donghi recordé sus excelentes trabajos, las hipótesis e ideas que manaban de sus textos.

Esa actitud que se encuentra en Halperín, en otros también, en mi propia experiencia, me dice que es el camino correcto. El deber del historiador no es hacer correspondencia con lo que la academia dice. Su deber es decir lo que realmente cree o lo que su propia especulación le aconseja: a mí me parece que es así. ¿Quién va a ser el verdadero líder del mundo que se aproxima? ¿Aquel que quiere hacer coincidir su opinión con la de los demás o el que dice que no cuando lo cree así? Cualquiera de nosotros puedes estar equivocado, pero es necesario tener coraje. No hay que pensar que esa actitud no tiene un costo.

Estoy en la Universidad de Georgia desde el año 1986, obtuve mi título en 1985, trabajé un año en Riverside y después me integré a Georgia. Tengo todavía vivo el recuerdo de una alumna graduada, ella estaba allí en su oficina, frente a su computadora, casi llorando. Le pregunté qué le sucedía y me respondió que no podía probar que una cosa había ocurrido de tal manera. Le pregunté, ¿estás segura de eso? ¿ocurrió de esa forma? Sí, estoy segura me dijo. Entonces, dilo así, deja que los otros critiquen si es el caso.

Ahora mismo estoy trabajando sobre el siglo XVI, por una especie de diversión mía. Soy un hombre de edad y quiero hacer proyectos que a mí me den placer. En el siglo XVI los informes, los documentos, son una media docena, “poquitísimos”. En este caso debo ser especulativo. Me repito a mí mismo que posiblemente estoy equivocado. Quizá ustedes prefieran ubicar esto en una especie de ficción, pero no hay que olvidar tampoco que los documentos mismos son documentos interesados. Ellos también están, no sé si mintiendo, pero tienen su propia perspectiva. No hay que temer decir algo cuando se trabaja honestamente.

 

¿Cómo responder a la pregunta historia para qué? ¿Para qué estudiar la guerra de la Triple Alianza? ¿Cuáles son tus recomendaciones para los historiadores de hoy y del mañana?

Hay un grupo de norteamericanos que se dedica al Paraguay, pero casi no hay grupos que se dediquen al Uruguay ¿Por qué es eso? Recuerdo, ahora, la charla con una amiga de la sección hispana de la Biblioteca del Congreso en Washington; me dijo que los norteamericanos que trabajan con Paraguay son más leales al tema, comienzan con él y continúan con él. En cambio, los que comienzan con Uruguay, al tiempo se pasan a Argentina, a Brasil o a otro lugar. Este es el caso de mi amigo John Chasteen, él trabajaba aquí con Aparicio Saravia, pero dejó Uruguay por otros temas de Brasil. Con Paraguay los extranjeros mantienen cierta lealtad. Esa diferencia tal vez tiene que ver con que los propios uruguayos no están tan seguros de su identidad ¿En el fondo cuál es la diferencia entre un uruguayo y un argentino? Los uruguayos, al hablar de su historia muchas veces hablan del Partido Colorado y del Partido Nacional y parecen identificarse de esta forma con un relato muy acotado. Todo eso tiene muy escasa relación con Artigas: la historia escrita sobre el héroe está muy, muy falsificada, tanto más que la de Washington en Norteamérica. Porque Artigas no se reconocía a sí mismo como un uruguayo (en el sentido en el que usamos la palabra hoy en día), porque tenía una visión política mucho más amplia. Pasó más tiempo en Paraguay que en la Banda Oriental; eran muchos los que querían que regresara, pero no lo hizo. De todas formas, Artigas se convirtió en el héroe máximo, al servicio de la creación de una identidad nacional que él nunca reconocería. Este concepto de identidad nacional restringida encontró su peso también entre los historiadores extranjeros que trabajaron en esta zona. Hay actitudes comprensivas que previenen las interpretaciones más amplias de la historia. Mis alumnos uruguayos me trataron con cierta resistencia a causa de estas ideas, después me aceptaron. Por ejemplo, aquí se piensa que Brasil fue un país imperial; es cierto que una bayoneta puede ser dura, pero también puede romperse rápido… y eso pasó con el imperio del Brasil. El nacionalismo brasileño es sumamente complejo y difícil de entender. La diferencia entre un habitante de Bahía y otro del Amazonas es como ir del día a la noche. Aquí es muy distinto.

Sobre las Humanidades hoy, en concreto sobre la disciplina de la historia, ¿qué impresiones tienes?

Los problemas son iguales en Francia, Argentina, Uruguay e incluso en Norteamérica. En mi Universidad la inscripción de alumnos de grado que quieren estudiar historia, desde el 2010 hasta el presente ha bajado un 40%. Esto tiene alguna razón que lo explica en Norteamérica; en otros lugares están pasando cosas parecidas. En Norteamérica hay un programa que es muy común, llamado Advance placement. Un alumno de Secundaria puede tomar clases en la universidad en forma avanzada; entre otras asignaturas se puede anotar en Historia Latinoamericana. Ocurre, algunas veces, que alguien que quiere hacer esa asignatura al llegar a la universidad ya ha tomado este curso o su equivalente en Secundaria y ya no lo va a necesitar. De esta manera, el número de personas interesadas al llegar a la universidad desciende. Hay muchas formas de hacer los Advance placement, se pueden hacer pruebas en algunos casos; no estamos hablando de cursos en sí, sino de créditos para graduarse. Si una carrera tuviera un total de cien créditos y de ellos treinta créditos se pudieran hacer con un Advance placement, no sería para dudarlo. Es un gran negocio graduarte en tres años en vez de cuatro, ahorrando tiempo y dinero. No debe olvidarse que en mi país una carrera académica cuesta mucho dinero cada año. Además, los que hacen estos cursos por el Advance placement, en general, lo hacen por lo créditos y no para aprender. Los efectos están a la vista.

 

¿Mejora la formación de los alumnos de Secundaria con ese programa?

Los programas de los que hablé no son necesariamente enseñados por gente bien formada, muchas veces no cuentan con profesores universitarios. Lo lamentable es que se terminan más rápido que los cursos normales e incluso se ofrecen por internet y son aceptados porque cuestan menos dinero. La mayoría de los estudiantes reconoce que su nivel es distinto al de los cursos universitarios normales, pero lo que importa es obtener los créditos. Un porcentaje grande de mis alumnos que quieren seguir historia, finalmente no se deciden por hacer la carrera; se contentan con conseguir algunos créditos. Ahora estoy enseñando a veinticinco alumnos, pero de ellos son cinco o seis los realmente interesados a quienes puedo dedicarme; los demás están para obtener los créditos y no para aprender.

 

Continuando con la pregunta: ¿por qué desciende el número de graduados en historia?

Otra razón del descenso de los graduados en historia es casi obvia: un buen conocimiento de la revolución boliviana no te va a traer comida a la mesa. Entonces, los estudiantes se ven obligados a conseguir otros empleos y en esas circunstancias piensan que es mejor tomar clases sobre negocios, leyes, ingeniería, o algo así. La pérdida en el número de graduados en historia no está replicada en estos ramos. La crisis afecta en general a las humanidades.

 

¿Historia “versus” utilidad?

He descubierto que de alguna manera los estudiantes tienen razón, porque si ellos están en la universidad es también para buscar una vida mejor, y las humanidades “no te van a dar una vida mejor” en ese sentido. Por eso toman cursos de negocios, porque “sí te van a dar una vida mejor”. Así piensan muchos de ellos. Es nuestra culpa que los estudiantes no vean la importancia de tener estudios humanísticos, porque no les mostramos qué hacer estudios de Artes Liberales les va a dar una mente s amplia.

Hay una tercera razón. Está en la elección misma de los temas de los historiadores que pertenecen a la nueva generación. Ellos están eligiendo temas que están cada vez más y más lejos de la realidad que importa al común de las personas. Y esto es una enfermedad que ocurre aquí y en otros países. Es una forma de matar a las humanidades. Para que vean un ejemplo; hay ahora una profesora que está entrando a trabajar en la universidad, no la conozco mucho; se dedica a la historia del Brasil. Llegó con una “especie” de subvención del gobierno federal para estudiar el aborto en Porto Alegre en la década de 1890.

 

Es decir, ni siquiera está estudiando el marco general de la historia del aborto para ir luego a Latinoamérica o al Brasil en concreto, sino que se limita a una década y a una sola ciudad del Brasil. ¿Es posible?

Lo que estoy diciendo es que, con este tema, “nunca va a lanzar una flota de barcos”. No hay posibilidad o interés en temas tan limitados. Predominan hoy los temas “políticamente correctos”, es decir, se ponen en juego intereses políticos con la elección de ciertos temas. Hay numerosos ejemplos, los que enfatizan la historia de las mujeres o la historia de las minorías raciales, entre otros. Por su parte, debemos tener cuidado con estas afirmaciones. Hay, naturalmente, historias de las mujeres que están bien trabajadas, pero en su mayoría esta historia está mal hecha. Lo que es notable, actualmente, es que se está poniendo más y más interés en temas cada vez menos importantes. No digo que el aborto no sea un tema importante a investigar, pero no es más importante que la guerra de la Triple Alianza o el café en la historia del Brasil. Los colegas de distintos países del mundo me están diciendo lo mismo: se trata de una especie de enfermedad que recorre el mundo occidental.

 

¿Por qué ocurre esto en tu opinión?

Porque son muchos los que se resisten a trabajar duro para conquistar una posición. Quieren llegar a la cima pero de la forma más rápida. Creen que cada peldaño para subir debe ser el resultado de una especie de pelea. No es que mi tema de investigación sea más importante que el de la profesora mencionada en el ejemplo; es que para ellos se trata de una lucha por el espacio -esto pasa aquí y en otros países- y en definitiva se trata de una forma de matar a las humanidades. Además, los que creen que cada discusión en la historia debe ser una cosa de vida o muerte, ponen todos sus esfuerzos en la pelea político-académica en las oficinas de la Facultad. Mientras tanto, hay otras personas que ponen sus esfuerzos trabajando en los archivos, buscando documentos. ¿Y quiénes ganan finalmente? Los que ponen sus energías en las peleas políticas. Si esta actitud triunfa cada vez será peor la crisis. Hoy tengo sesenta y tres años, ya me cansé de esas peleas, no quiero pelear más. Prefiero jubilarme y continuar publicando cosas a las que aquí, en general, se les da su valor. Y menos aún quiero enfrentarme con gente que cada vez sabe menos. Hace un año y medio publiqué un artículo en la Luso-Brazilian Review. Como suele suceder, los editores buscaron un lector para evaluar el texto. Pero los académicos “de nueva generación” -metidos en sus propias investigaciones- trataron de encontrar cosas para criticar mi trabajo, cuando sobre ese tema yo sé más que ellos. Esto es muy perturbador. Las personas que son serias en sus estudios no quieren ser heridos por lectores que están en la pelea político-académica. 

 

¿ te encuentras todavía sometido a evaluaciones? ¿Necesitas presentar un número de papers?

Claro que me someto a evaluaciones y siempre hay algo en ellas que puede ayudar, esto no lo niego. Pero no tengo necesidad de publicar nada si no quiero, soy full profesor. Estoy “en la tierra” y quiero hacer algo con el talento recibido, lo quiero utilizar; pero no quiero meterme en las peleas políticas, inútiles y “estúpidas” que se dan en la universidad. Reconozco que una de las reglas del juego es que tu trabajo tiene que ser evaluado, pero ¿por quién? No parece razonable que lo sea por personas que saben menos.

 

Es comprensible que seamos los jóvenes profesores los que más evaluamos, porque se trata de sumar experiencias en nuestros cv.

Así es. Te menciono el ejemplo de un alumno de la Maestría en Historia de la UM. Me dijo: todo el mundo sabe que ocurrió una desgracia ambiental durante la guerra de la Triple Alianza. Tuve que responderle que estaba absolutamente equivocado. No existió esa “desgracia ambiental”. Le aconsejé que buscara los cuadros de Cándido López. Esa zona del Paraguay aparece allí tal como es hoy en día. No hay diferencia alguna. Le dije: solo míralo, sí hubo, en cambio, destrucción ambiental en el periodo posterior por parte de la industria maderera del quebracho, pero no durante la guerra del Paraguay. Con esto quiero decir que hay personas que creen saber algo, pero en realidad no saben. Y ocurre que afirman cosas que no son ciertas a quien sí sabe lo que dice. No se trata de orgullo, sino de un sistema que se ha convertido en un problema. Nunca rechazo los consejos útiles, siempre hay alguien que te puede decir algo interesante, pero no estoy de acuerdo con tolerar el resultado de la falta de un estudio serio. Cada vez me gusta menos y menos trabajar con revistas en Norteamérica.

 

¿Qué tiene más valor el paper o el libro? Hay cierta obsesión con las publicaciones en las revistas indexadas en bases de datos.

Hay una cierta jerarquía en estas cosas. Creo que actualmente tengo veinte y siete libros publicados; naturalmente, no son todos iguales. Algunos son monografías, otros son compilaciones, por ejemplo, los libros de las Jornadas de Historia del Paraguay, de los que soy editor. Pero hay mucha gente sin estudio, politizada, que producen libros de una calidad “muy livianita”. Asimismo, hoy vemos autores que gustan de utilizar un lenguaje técnico cerrado en lugar de emplear palabras que todo el mundo entiende. Piensan que usar palabras como “concientización” o similares hacen más seria su tarea. ¡Mentira! Lo más serio es aquello que si bien puede ser complejo u obscuro se explica para que todos lo entiendan. Estoy convencido -en este plano- que he perdido la lucha definitivamente. Espero estar equivocado, pero, si esto sigue así, vamos a entrar -por un tiempo- en una edad oscura. Un tiempo en el cual los autores de los grandes libros, los trabajos serios que llevan un gran esfuerzo, van a quedar rezagados, van a ser puestos en un lugar muy inferior. Pero también creo en lo pendular y no me sorprendería regresar de nuevo a épocas mejores. Esta situación forma parte también de las razones que explican la crisis de las humanidades. Quizá a esta altura se deban preguntar: ¿Cuánto se puede aprender de alguien que se está por jubilar, que en cierto sentido está “amargado” por las peleas y agotado por esa lucha político-académica? Quizá nada. Tengo un amigo, más viejo que yo, que quiere seguir peleando y va a morir en el sillón de su oficina. Él tiene más coraje, tiene cincuenta libros publicados. Pero, para mí, hemos perdido la guerra, al menos momentáneamente. Nunca van a poner a mi amigo en un comité académico, porque tienen miedo a que les aplique los altos estándares que él se pone a sí mismo y a su trabajo. Para poner un ejemplo, ¿por qué tú, Carolina, no puedes ser la nueva Halperín Donghi? Yo nunca te voy a frenar si tienes una ambición así. Si lo quieres conseguir, siempre vas a tenerme a tu lado, trabajando duro. Quiero que se entienda bien lo que digo; yo no quiero que una joven historiadora sea la copia de alguien como Halperín, pero sí que tenga su seriedad profesional. Quiero que cada uno sea lo mejor que pueda en su trabajo.

 

Gracias por tu estímulo, Thomas. Espero no defraudarte.

Eso es lo que yo les digo a mis alumnos, no puedes decir no, debes intentarlo y les digo, además, que todo está en nuestra contra. Una de las cifras que he visto en los informes del Chronicle of Higher Education es que el 80% de las obras, libros, artículos, informes, publicados sobre Humanidades, no tienen ninguna cita.

 

¡Es algo difícil de creer!

Esto se puede probar fácilmente a través de las computadoras. El 80% es demasiado. Esto indica dos cosas: primero, que hay muchas publicaciones que ninguno de nosotros lee o conoce. Segundo, que se están publicando textos que a nadie le importa y nadie va a leer. Si escribo un libro acá sobre la actuación de los obreros católicos en la huelga de maestros de 1927 nadie lo va a leer; pero si hago un trabajo sobre la formación de la identidad uruguaya fundado en la historia de los partidos políticos todos lo van a leer, hasta las personas más sencillas pueden interesarse. En consecuencia, elijo esta segunda posibilidad. Tengo un colega que trabaja con los futuristas argentinos, sus historias tienen que ver con el folklore de la zona del noroeste de La Rioja; no trabaja sobre el folklore, sino sobre los intérpretes de esta música, que son en total cinco personas. Este colega, en una oportunidad, me preguntó por qué trabajaba la guerra de la Triple Alianza, y le contesté que se trataba de estudiar un hecho que involucraba a un millón de personas y todo el mundo entendía que era importante. Lo que les digo a ustedes es que estamos en un momento crucial, en el que la gente puede estar mintiendo sobre la verdad o puede elegir hacer algo importante para el futuro. Recuerdo ahora a Eugene Genovese, que basó sus estudios en documentos que permitían entender la mentalidad de los esclavos estadounidenses antes de la guerra civil. Encontró miles de documentos y los publicó en 1970; hasta el día de hoy se sigue citando. Hay muchas cosas esenciales para trabajar seriamente aquí, también es cierto que es posible poner miles de excusas para no hacerlo; pero, por sobre todas las cosas hay que evitar tomar la decisión de que no se puede hacer antes de probarlo. Es una cuestión de actitud.

 

Así es, pero hay que tener presente que aparecen problemas…

Claro, siempre se han presentado problemas…, ¿ustedes creen que no había problemas en la época de la dictadura en Uruguay? Yo trabajé aquí con archivos durante la dictadura. En aquel momento no había un parlamento en Uruguay…, recuerdo muy bien esos años, pero esos problemas no frenaron a personas como J.P. Barrán, que continuó trabajando. Quizá era una luz pequeña la que podía alumbrar en aquel tiempo, pero no por eso hay que dejar de apreciarla. Siempre se pueden presentar problemas, por ejemplo de carácter económico; tienes tres sueldos y no son suficientes, y tu tiempo para sobrevivir y ser efectivo es reducido. ¿Hay una forma de resolver ese problema y ganar más tiempo para el trabajo? Cada uno lo sabe, no hay recetas generales. Con frecuencia es una cuestión de fe. No soy creyente, no tengo ese tipo de fe, pero sí creo que los buenos trabajos pueden surgir en las “fuentes de la viña”, que es la confianza. Puede parecer una tontería, pero lo creo así.  No tengo todas las respuestas, pero me doy cuenta últimamente que me duela más la vista que antes, trato de no mirar ciertas cosas en la televisión. La edad trae estos efectos, pero trato de esforzarme en seguir construyendo.

 

A la hora de leer ¿qué lees?

Ahora estoy leyendo una nueva traducción del Tao Te Ching, me interesan las ideas asiáticas, y también a una autora norteamericana de principios de siglo XX, Willa Cather—quien fue una “Javier de Viana” de las prairies de Nebraska. Mi casa está llena de libros, me compro libros, tengo el mal hábito de comprar libros y no terminarlos. Leo también cosas básicas, novelas, ciencia ficción, nunca se sabe de dónde va a venir una idea interesante. Tengo un buen consejo para dar, cada uno debe construir su Commonplace book. Lo explico, estás leyendo algo y te encuentras diciendo, ¡ah qué expresión tan interesante! ¡qué bella!, copia de inmediato eso y guárdalo en un único lugar. Muchas veces se trata de una palabra o una buena idea. Tengo mi propio Commonplace Book en mi computadora, actualmente tiene unas mil quinientas páginas.

 

¿Cómo lo vas ordenando?

Tengo descripciones físicas y geográficas, ordenadas cronológicamente, por ejemplo, el Paraguay precolombino. También por personalidades –esta sección es un poco más difícil-; hay una sección sobre organizaciones políticas, ciudades, países. Por ejemplo, Argentina ocupa el lugar 14, Uruguay el 14.5, Brasil el 13. El resultado es muy interesante, en general aparecen frases y datos. No es seguro que vaya a usar todo ese material, quizás utilizaré solo una pequeña parte, pero mi consejo es que si encuentras algo bello debes guardarlo; si es serio cópialo, no hace ningún daño tenerlo. Llevo un cuadernito conmigo a muchos lugares y con ese procedimiento he alcanzado las mil quinientas páginas después de diez años poniendo citas. Tengo dos palabras que me hacen pensar y las guardo, escribo una idea. Ahora estoy escribiendo sobre Cabeza de Vaca y cuantas de esas frases voy a usar no lo sé, quizá un cuarto del material o menos aún. Estoy trabajando en tres publicaciones, dos están prácticamente acabadas y una no la he comenzado todavía. Hay que ir agregando las notas al pie de las páginas, ¿no es así? Cuando estoy escribiendo sobre un suceso en la historia del Paraguay y en la nota coloco una información, de pronto recuerdo algo que sucedió en el Japón en otro tiempo. Aprovecho entonces a no desechar esa idea y la anoto. Es una forma muy divertida de pensar la historia buscando casos comparables. Otro ejemplo: estoy escribiendo sobre las creencias de los guaraníes parlantes antes de la conquista y me ocurre pensar en las diferencias que tendrían con las creencias de los griegos en tiempos de Homero. En muchos casos la idea puede no valer la pena, pero en otros quizá sí, más adelante. Si la escribes en el momento puedes usarla cuando se presente la oportunidad, pero si no lo has hecho esa idea se pierde. Da por seguro que mucho de eso va a quedar en nada, aunque es un riesgo que vale la pena correr. No todo debe ser útil, y lo que hoy no es útil puede serlo después, nunca se sabe. Entonces, el consejo concreto es poner por escrito esas ideas.

 

Hablando de consejos útiles, una vez me dijeron que si vas al archivo es oportuno tomar nota de temas que no se relacionan con el que te interesa en el momento.

En mi casa tengo medio estante lleno de proyectos que en algún momento pensé que iba a hacer y nunca comencé. El año que viene voy a jubilarme y entonces los bajaré del estante y veré qué se puede hacer. Lo que no utilice lo subiré a internet y quizá pueda ser de utilidad para un estudiante que quiera hacer una tesis sobre ese tema. Si le viene bien se lo haré llegar y punto. Otros colegas dicen, ¡no!, no te puedes desprender así de lo que te ha costado trabajo conseguir y pensar. No opino igual, creo que tenemos que “dar vida”.

 

Siempre utilizo una frase de Julián Marías: “investigar no es trasladar los muertos de una tumba a otra”.

Lo que dijiste antes sobre el archivo es cierto y me ha ocurrido, si estoy buscando sobre A, y encuentro algo sobre Q, Z y F, copio esa información, porque nunca se sabe la utilidad que pueda tener. Un antiguo profesor mío en Stanford, Gordon Craig, quizás el más importante historiador de Alemania de su generación, me dijo una vez “nunca tires nada”; y lo repito, guarda todo hasta el último día de tu vida, nunca se sabe el valor que puede tener. Todos tenemos la experiencia de haber tenido cierta información y luego haberla perdido, quizá cuando la necesitábamos realmente.

 

Por último, de tus libros, ¿cuáles recomiendas?

Los tres tomos de La Guerra de la Triple Alianza.

 

Muchas gracias Thomas

 

entrevista realizada por la Dra. Carolina Cerrano,
con la colaboración del Lic. Decler Ruiz

 



[1]   La policía controlada por el régimen dictatorial de Alfredo Stroessner (1954-1989).

 

[2]   Eduardo Galeano, Memoria del fuego.

 

[3]   Western Hemisphere Institute for Security Cooperation.