doi: https://doi.org/10.25185/7.10
Entrevista
De
imperios, globalizaciones y el oficio del historiador: entrevista a Bartolomé
Yun-Casalilla
Sebastián Hernández Méndez
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-9880-0281
Universidad de los Andes, Chile / Universidad de Zaragoza, España
s.hernandez.mendez@hotmail.com
Bartolomé Yun Casalilla es Doctor en Historia por la Universidad de Valladolid y catedrático de Historia Moderna en la Universidad Pablo de Olavide. Ha sido profesor en la Universidad de Valladolid, catedrático en el Instituto Universitario Europeo de Florencia (2003-2013) —donde además fue director de su Departamento de Historia y Civilización—, y profesor visitante en centros de investigación y universidades en Bélgica, Chile, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña e Italia. Ha publicado numerosos trabajos relacionados con la historia de las aristocracias europeas, la historia económica, social e institucional de los imperios ibéricos en perspectiva global y transnacional, y la historia del consumo en perspectiva transatlántica. Entre sus obras más destacadas se cuentan: Iberian World Empires and the Globalization of Europe, 1415-1668 (Singapur: Palgrave Macmillan, 2019), en acceso abierto y traducido al español en versión resumida con el título de Los imperios ibéricos y la globalización de Europa (siglos XV a XVIII) (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2019); Historia global, historia transnacional e historia de los imperios. El Atlántico, América y Europa (siglos XVI-XVIII) (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2019), también en acceso abierto; Marte contra Minerva. El precio del imperio español, c. 1450-1600 (Barcelona: Crítica, 2004); y La gestión del Poder. Corona y economías aristocráticas en Castilla (siglos XVI-XVIII) (Madrid: Akal, 2002). También ha dirigido y editado: Las redes del Imperio. Élites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714 (Madrid: Marcial Pons/Universidad Pablo de Olavide, 2009); The Rise of Fiscal States. A Global History, 1500–1914 (Cambridge: Cambridge University Press, 2012), editado con Patrick K. O’Brien; Economía política desde Estambul a Potosí. Ciudades estado, imperios y mercados en el Mediterráneo y en el Atlántico Ibérico, c. 1200-1800 (Valencia: Universidat de València, 2012), editado con Fernando Ramos Palencia; Global Goods and the Spanish Empire, 1492-1824. Circulation, Resistance and Diversity (New York, Palgrave Macmillan, 2014), editado con Bethany Aram; Pensar el poder. Liber Amicorum de Pedro Carasa (Valencia: Universidat de València, 2018), editado con Jorge Luengo; entre otros títulos. En proceso de publicación se encuentra American Globalization, 1492-1850. Trans-cultural Consumption in Latin America, (título provisional) que edita en la editorial Routledge junto a Omar Svriz e Ilaria Berti.
Recibido: 18/12/2019 - Aceptado: 06/05/2020
Sebastián Hernández [S.H.][1]:
Recientemente acaba de publicar Iberian World Empires and the Globalization
of Europe, resultado de varios años de investigación sobre las sociedades
ibéricas. En esta obra aborda las relaciones entre globalización e
imperios ibéricos ofreciendo una nueva comprensión de la historia interna de
España y Portugal, comparándolas mutuamente y con otras áreas europeas. También
se interesa por la historia de los imperios y los procesos de construcción del
Estado en la península, recurriendo a conceptos como monarquías y estados
compuestos, sin dejar de lado el análisis de instituciones informales (familia,
linaje, relaciones de parentesco, patrocinio y amistades, etc.). ¿Por qué era necesario escribir una historia
global de los imperios ibéricos?
Bartolomé Yun Casalilla
[B.Y.C.]: Por varias razones. Una de ellas es que el interés por la
historia global obliga también a poner a los imperios en una perspectiva
global. No es lo mismo la historia de los imperios que la historia de la globalización,
aunque están muy relacionadas. La segunda razón, incluso casi más importante,
es que la historia global nos permite comparaciones con otros casos. A mí me
preocupa mucho que la historia de los imperios ibéricos se ha percibido desde
la perspectiva de casos excepcionales, como si fuera una cosa distinta de todo
lo demás. Y el “excepcionalismo” es algo que es muy negativo, no solo para
entender esos imperios sino incluso para entender la sociedad en la que
vivimos. La leyenda negra, por ejemplo, es toda una retórica de casos
excepcionales que —y este es el problema del “excepcionalismo”— al final
terminan considerándose casos aberrantes, es decir, cosas extrañas. Este
discurso de lo excepcional está muy presente todavía entre los historiadores de
los imperios ibéricos. Cuando a los imperios los ponemos en un contexto global
y los comparamos con otros, lo que descubrimos es que son distintos, pero
también parecidos. Distintos en unas cosas, parecidos en otras; y sobre todo
rompemos muchos estereotipos. El estereotipo se destruye con la comparación, el
estereotipo es una comparación implícita que no tiene fundamento, y los
imperios ibéricos se convierten en variantes de un modelo más general, es
decir, es una especie de normalización de lo diferente. Esta es probablemente la razón más
importante. Hay otra: y es que el libro inicialmente no iba dirigido a especialistas en historia de los imperios ibéricos, va
dirigido a ellos también, pero sobre todo a especialistas en otros imperios.
Para eso es mejor entrar en diálogo con ellos. Diría que esas son las tres
razones más importantes.
S.H.: ¿“Historia
global” o “historia transnacional” de los imperios? ¿Es pertinente hablar de una historia transnacional
de los imperios ibéricos en esta etapa de la Época moderna? De hecho, no faltan quienes cuestionan el uso del
concepto “transnacional” para épocas anteriores al siglo XIX.
B.Y.C.: He
escrito varias cosas sobre historia transnacional antes del estado-nación.[2] Hay muchos historiadores que
dicen —es el caso, por ejemplo, de Christopher A. Bayly, uno de los grandes
historiadores de la perspectiva global— que no se puede hablar de historia
transnacional antes del estado-nación, porque no tiene sentido hablar de
“trans-algo” que no existe. No lo dice así, pero es la idea. Lo que yo mantengo
es una especie de petición de principios. Se puede o no se puede aceptar. Pero
sí se puede entender que las sociedades anteriores al estado-nación se han
concebido a sí mismas como comunidades imaginadas que se pueden estudiar —poniendo
entre comillas el término nacional— desde una perspectiva transfronteriza que
permite incluso explicar la formación de sus respectivos estados-nación.
Por ello me parece que es muy importante hacer este tipo de historia, porque la
mayor parte de esas comunidades, si no todas, han llegado a formarse
como estados-nación precisamente en la relación con otras. La perspectiva de la
historia transnacional anterior al estado-nación es la que lo puede aclarar.
Así que estoy fuertemente convencido de que, siempre
que se me permita usar los términos con esa cautela, se puede hacer historia
transnacional antes del siglo XIX.[3]
S.H.: Sus
investigaciones han seguido muy de cerca el desarrollo de la historia global, que
por otra parte se presenta actualmente como una de las principales perspectivas
de investigación. Incluso ha publicado algunos trabajos dedicados a reflexionar
sobre las historias global y transnacional. ¿Cómo fue su acercamiento personal a estas perspectivas analíticas?
B.Y.C.: Durante bastante tiempo me había interesado más por una perspectiva “transnacional” anterior al estado-nación. Una de las cosas que he estudiado —tengo un libro que todavía no he publicado sobre eso— es precisamente sobre las redes transfronterizas de la Europa occidental en la Época moderna. Pero fue al empezar a estudiar los imperios —sin abandonar lo anterior— cuando llegué a la convicción de que también hay que hacer historia global, porque los imperios y particularmente los imperios ibéricos nos sitúan en el proceso de la globalización. Esto tiene un problema, y es que a veces se ha exagerado el papel de los imperios ibéricos en la globalización. Pero tiene también una realidad. Cuando la historia solo la estudiábamos desde la perspectiva del proceso de modernización, evidentemente aquellos países como Inglaterra, Holanda y Francia, que han sido los primeros que han llegado a la Revolución industrial, a la democracia consolidada, etc., tenían un protagonismo muy grande. Sin embargo, si ahora hacemos una perspectiva que no es esa sino centrada en torno a las conexiones, esto da un privilegio de estudio enorme a los imperios ibéricos y a las sociedades ibéricas. De hecho, hay una explosión de estudios sobre el mundo ibérico que tiene que ver mucho con el interés por la globalización. Porque ahí ya no son los que llegan después, son los que llegan antes y están creando la base sobre la cual se va a producir una globalización real, ya fuerte, en los siglos XIX y XX. Sin ellos hubiera sido imposible.
S.H.: Una
crítica común a quienes hacen historia global es la debilidad en el uso de
fuentes primarias en comparación con la construcción de grandes síntesis basadas en
exhaustivos rastrillajes de bibliografía secundaria. En su trabajo, ¿cómo
busca este equilibrio entre el trabajo de archivo y las fuentes secundarias?
B.Y.C.: Esta es
una crítica lógica, pero injusta. Es lógica porque es verdad que cuando uno
tiene que relacionar grandes espacios y acontecimientos, la investigación
anterior es la que nos ofrece una información sintética que nos permite
hacerla. En ese sentido, muchos de los trabajos que se hacen de historia global
están hechos con fuentes secundarias. Pero es injusta por dos razones. Es
injusta porque si las fuentes secundarias son buenas, son tan buenas como las
fuentes primarias. Es decir, si un artículo escrito por un colega hace diez
años es un buen artículo y me da la información y la reflexión necesarias para
construir mi propio argumento, no necesariamente el suyo, no veo por qué va a
ser peor que un documento de archivo. Pero la crítica tampoco es justa porque
hay muchas investigaciones con fuentes primarias que se pueden aplicar a la
historia global. Sobre todo, si tenemos en cuenta que hay fenómenos de carácter
global que no son generales. Es decir, yo puedo estudiar la biografía de una
persona que da la vuelta al mundo —por ejemplo, Magallanes, que no termina de
dársela, por cierto— estudiando los archivos y las fuentes primarias que se
refieren a él. No hay ninguna contradicción entre usar fuentes primarias y hacer
historia con una perspectiva global que nos ponga en relación con espacios
diferentes. He puesto el caso de una persona, de una biografía global, pero se
podrían poner muchos otros ejemplos. No es algo que vaya implícito en el método
el no usar fuentes de archivo.
S.H.: Esto me
conduce a la siguiente pregunta. Hacer historia global parece ser un privilegio
de historiadores afiliados a universidades con grandes recursos asignados a la
investigación, siendo muy difícil practicarla en la mayoría de las universidades,
por ejemplo, de América Latina. ¿Qué tan real encuentra esa crítica?,
y si es válida, ¿qué estrategias podrían aplicarse para que la historia global no sea
un discurso restringido o privativo de algunas universidades o instituciones de
elite?
B.Y.C.: Esta es una crítica que también tiene fundamento, no es ninguna invención de locos. Es verdad que hay muchas formas de historia global que exigen sobre todo grandes desplazamientos para consultar fuentes que están muy lejos y que son caras, de acceso muy caro. De hecho, todos aquellos departamentos que hay en el mundo que quieren y hacen historia global lo que hacen es pedir más dinero porque si no, por ejemplo, las becas que sustentan las tesis de doctorado normalmente no llegan a financiar las necesidades. Esto es cierto si queremos cubrir varios espacios. Pero también es verdad que no debemos entender necesariamente la historia global como algo que no se puede hacer a escala local. Mirando esa biblioteca que tengo delante [mira la biblioteca en la sala] puedo hacer una aproximación científica a la perspectiva global del colega a la que le pertenece. No tendría ningún problema. La propia biblioteca me está diciendo cuál es su mundo intelectual más allá de Montevideo en el 2019. Puedo buscar en lo local dimensiones globales; por tanto, no necesariamente me tengo que ir a archivos muy lejanos. A mis estudiantes les cuento un ejemplo. Durante un tiempo estudié las ferias de Castilla y hacía lo que entendía que era historia regional, historia local. Cuando esas fuentes las he leído después —los documentos de protocolos fundamentalmente— me he dado cuenta de algo que había despreciado como si fuera la excepción y por tanto algo que no tenía interés. Y es que había productos de China, pero como no era lo que estaba buscando, los dejaba a un lado pensando en los productos de Castilla, y están ahí, en esos documentos.
Hay otra cosa que es muy importante. La historia global se está desarrollando en paralelo a la historia digital, y la historia digital nos está permitiendo acceso a fuentes muy lejanas. Hoy, buena parte, no todas, pero una parte de las fuentes del Archivo de Indias en Sevilla se pueden consultar desde Montevideo. Están digitalizadas. Esto no nos va a evitar nunca —si queremos hacer un buen trabajo— ir al Archivo de Indias, pero sí nos va a ahorrar bastantes costes. En resumen, la crítica es correcta, es un obstáculo, pero no necesariamente es un impedimento. Se puede hacer siempre que se practique de este modo y con las limitaciones lógicas.
S.H.: Al hacer historia global, sea del tema que sea, inevitablemente se tiende a tratar la historia de la globalización, aunque la primera es una perspectiva analítica y la segunda un tema de investigación. La misma historia global es en cierta medida la consecuencia del acelerado proceso de globalización que venimos experimentando desde hace varias décadas. ¿Cómo cree que ha afectado la globalización al oficio del historiador? Desde que hizo sus primeras armas como investigador hasta el presente, ¿en qué ha visto el impacto de la globalización en la profesión?
B.Y.C.: La globalización ha afectado de tantas formas que es muy difícil estructurar una respuesta más o menos coherente. Por ejemplo, la globalización nos está haciendo ver problemas que antes no nos planteábamos. Nosotros miramos el pasado —esto es una obviedad, pero es así— desde nuestras vivencias del presente y consecuentemente esto afecta muchísimo a cómo miramos el pasado. El tipo de problemas que nos planteamos en buena medida tiene que ver con la globalización. La gente además quiere que se le cuente cómo la globalización que hoy actúa en sus vidas fortísimamente ha actuado en el pasado. De alguna forma cuando hacemos historia global estamos satisfaciendo demandas sociales muy grandes. Esto deberíamos hacerlo de forma que la gente, el público, no pierda de vista sus problemas cotidianos, que son los que debe de enfrentar y solucionar. El oficio del historiador es, en buena medida, concienciar a la gente de los problemas que tiene y de cómo se pueden resolver. No porque haya recetas del pasado que se puedan aplicar al futuro —estoy en contra de esa opinión—, sino porque le hace pensarse a sí misma en un contexto global.
Pero desde un punto de vista ya no tan vivencial, la globalización está afectando muchísimo al oficio del historiador y no solo por los problemas que se plantea. El ejemplo que ponía antes de la posibilidad de consultar, gracias a sistemas digitales, un archivo que está muy lejos tiene que ver también con la globalización. Todo el sistema de circulación de noticias que tenemos por una red global como es internet está afectando muchísimo la forma en la que nosotros hacemos historia. Siempre cuento también a mis estudiantes que pasé un año en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, y prácticamente estuve el año haciendo fotocopias que después mandé en unos paquetes así de grandes a mi país, que serían unos treinta sacos o quince sacos de fotocopias y de libros. Hoy simplemente nos sentamos ante el ordenador y buscamos todos esos libros y fotocopias gracias a la globalización que está produciendo la red. Yo creo que en una semana podría coleccionar prácticamente casi todo lo que hice en ese tiempo, sin ninguna duda. Está es una de las claves. La otra es que la información que podemos usar los historiadores —no ya solo información secundaria sino también información primaria, de archivos— es tan grande que muchas veces no somos capaces de procesarla, y eso está incluso cambiando y hay que tener mucho cuidado con ello, con los hábitos de lectura del historiador. El historiador a veces lee un artículo, ve un documento, pero sabe que hay tanto por leer todavía que lo lee en diagonal, fijándose solo en su contenido de manera muy general y sin el cuidado que requiere. Eso puede ser bueno, puede ser malo. Pero debe ser bueno siempre que uno sepa que lo que leyó en diagonal no lo ha digerido con la misma intensidad.
La globalización está cambiando totalmente
nuestras vidas y la del historiador igualmente: la posibilidad de viajar a
muchos más sitios del mundo, la rapidez con que se hacen esos viajes, la
posibilidad de tener contacto con colegas a los que a lo mejor has visto una
vez en tu vida pero que son referentes intelectuales, más
incluso que los colegas que tienes en el despacho de al lado —porque esto te lo está permitiendo la red y la rapidez de las
noticias—. Está afectando también a los instrumentos de divulgación, esto es
tremendo. Ha cambiado muchísimo, incluso para los que no hacen historia global,
no estoy hablando de un historiador que hace historia global.
S.H.: En su
conferencia magistral del día de ayer (“Imperios ibéricos y globalización”) se
refirió a los “efectos corrosivos” de la globalización. Recién mencionó los
efectos positivos que está teniendo la globalización para el oficio del
historiador. ¿Identifica algún efecto corrosivo en la práctica de hacer
historia actualmente?
B.Y.C.: Sí, puede tenerlos y tú
has mencionado alguno: la necesidad de usar fuentes primarias,
siempre que del archivo no se haga un fetiche. Hay historiadores que tienen un
fetiche con el archivo. A todos los historiadores nos debe gustar los archivos,
si no es como si a un cirujano no le gustara el bisturí, mejor lo dejas y te
dedicas a hacer otra cosa. Pero hay historiadores que piensan que la historia se
hace en los archivos. Eso no es verdad. La historia se hace cuando nosotros
somos capaces de preguntarles a los archivos y resolver las cuestiones
interesantes que la gente tiene a partir de las fuentes y de los archivos. Este
es uno de los peligros: alejarse de los archivos. El otro también lo
mencionaba: la abundancia de información, la necesidad de seleccionar e incluso
la capacidad de seleccionar lo que es información falsa de la que es verdadera.
Esto es algo que los historiadores siempre hemos tenido que hacer, solo que
ahora en parte lo tenemos que hacer con la red y no solo con los documentos.
También esto puede tener un efecto negativo.
Hay otro aspecto que a mí me preocupa y es que cuando la información es tan grande hay historiadores que hacen simplemente lo que yo llamo “brokers culturales”, es decir, cogen de acá, cogen de allá, pero no crean siquiera un argumento, sino que simplemente están “copiando” un argumento y muchas veces no citando en la intensidad que un trabajo honesto debe hacer. Lo que pasa es que también aquí la globalización está teniendo su efecto positivo, y es que hoy cazar un plagio es mucho más fácil que hace cuarenta años, sobre todo si la información circula en la red.
En definitiva, yo creo que sí, que puede tener efectos negativos. Otro efecto negativo muy importante es que escribamos cosas que a la gente no le importa. La gente tiene que ver que los temas que tratamos son relevantes para su día a día, pero este es un hecho que ha existido siempre. En muchas de las cosas que he escrito he pensado “y bueno, a quién puede interesarle esto y qué problemas estoy solucionando o qué problemas estoy aclarando”, y no lo tengo claro. Aunque no sea de historia global, hay siempre una consideración que hacerse al respecto.
S.H.: Diversos estudios sobre historia global y transnacional han permitido advertir las falencias —y las falacias también— del “nacionalismo metodológico”, que pueden derivar en explicaciones esencialistas y “excepcionalistas” de procesos locales y nacionales. También han servido muchas veces para demostrar que la historia nacional y la historia global no son formas antitéticas de hacer historia, sino que, por el contrario, pueden nutrirse en un diálogo beneficioso para ambas perspectivas. Ahora bien, como historiador global, ¿qué limitaciones encuentra en muchos trabajos de historia global? ¿Cuáles son los vicios o las limitaciones que a menudo tiende a caer la historia global?
B.Y.C.: Primero, yo no me llamaría a mí mismo un historiador global. Creo que no es una buena etiqueta para nadie, ni para mí ni para otros historiadores que tienen ese perfil más claro. Yo me llamaría a mí mismo historiador, punto. No pondría más etiquetas. Es una historia un poco larga, pero durante mi vida he rehusado muchas etiquetas, a veces con un precio, con un coste, pero ya es una historia distinta. Volviendo a la pregunta sobre las limitaciones o defectos de la historia global… No es que metodológicamente tenga limitaciones naturales, simplemente son cosas de las que los historiadores tenemos que estar prevenidos para no caer en los problemas que puede implicar la historia global. Uno de ellos, a mi modo de ver, es no darse cuenta de los efectos de las conexiones, que son locales, siempre. Hay muchos trabajos que dicen hacer historia transnacional, historia global, pero solo se fijan en las relaciones entre las dos sociedades, no en la forma en que esas relaciones cambian a esas sociedades, que es la parte local de la historia global, y que es la parte que explica cómo unos espacios concretos —no solo físicos sino también intelectuales, culturales— han evolucionado y han cambiado en relación con otros. Este es, a mi modo de ver, uno de los grandes peligros: poner una etiqueta de “historia global” a algo que al final no explica realmente el efecto de las relaciones globales. Hay otro problema, que es más conceptual que real —al menos para la época que yo estudio—, y es pensar que puesto que hacemos historia global no hay fronteras, y es todo lo contrario. Es global o transnacional precisamente porque es transfronterizo. Las fronteras hay que tenerlas en cuenta siempre, cómo se modulan, cómo se cambian; y cuando digo fronteras no hablo solo de fronteras políticas, hablo de fronteras intelectuales, culturales, etc. Esto puede ser un problema.
La historia global es una historia que, por suerte o por desgracia, se está haciendo fundamentalmente en inglés. Es una ventaja porque el inglés nos permite tener una lingua franca que funciona entre sociedades muy amplias. Es un problema porque en muchas ocasiones esto crea una especie de imperialismo lingüístico que se puede convertir en un imperialismo académico-científico. De tal forma que los problemas que le planteamos al pasado vienen en muchas ocasiones de un determinado mundo y no del mundo propio al cual nosotros estamos estudiando. Probablemente son problemas y preguntas interesantes para responder, pero tenemos que mirar —sobre todo los que no hemos nacido en un mundo anglófono— que quizá los problemas de la globalización se entienden mucho mejor sin hacer trasposiciones académicas, sino mirando a las sociedades que estamos estudiando y mirando cómo eso puede crear problemáticas diferentes. No hablo de las respuestas, hablo de las preguntas, de las hipótesis de trabajo, etc. Es decir, este es otro de los aspectos que en sí mismo no es ningún impedimento insalvable, pero es bueno que estemos muy atentos a este tipo de cuestiones.
S.H.: En sus años dedicados a la enseñanza universitaria ha dirigido más de treinta tesis doctorales y quince investigaciones post-doctorales. En esta vasta experiencia, ¿qué consejos daría a aquellos jóvenes investigadores que se proponen hacer una tesis de historia global?
B.Y.C.: Primero, que no piensen en hacer una tesis de historia global, que piensen en hacer una tesis, que planteen una serie de preguntas. Si eso es historia global, bien. Si no es historia global, también bien. El calificativo nunca debe ser lo que determina una investigación. Creo que es bueno, sobre todo los jóvenes, que sepan que hay solo dos tipos de historia: la buena y la mala. No existe otra distinción. Ese es mi primer consejo: no vengas a hacer una tesis de historia global, ven a hacer una tesis. Segundo, plantéate las preguntas que quieras resolver. Las preguntas no son el tema que vas a estudiar. Todos tenemos muchos temas, pero hacemos preguntas diferentes. Usted puede estudiar un tema con una pregunta y yo el mismo tema con una pregunta distinta. Después plantéate cuál es la metodología que vas a emplear, qué es lo que te permite resolver esa pregunta. Si al resultado de esto alguien le quiere llamar historia global, bien. Si alguien le quiere llamar historia local, también bien. Esos son mis consejos.
S.H.: Por último, ¿hacia dónde se dirige actualmente su investigación?, ¿cuáles son los temas que rondan en su mente y que se propone desarrollar en un futuro?
B.Y.C.: Esto es un mundo de tentaciones. Son muchas las tentaciones que tengo y uno llega a pensar a cierta edad que es poco el tiempo que tiene para satisfacerlas. Es bastante complicado, porque tengo demasiadas tentaciones y la necesidad de tomar elecciones muy drásticas en las que no equivocarme. Cuando un investigador tiene treinta años se puede equivocar, normalmente tiene cuarenta más para cambiar y estudiar otros temas e incluso satisfacerlos. Cuando uno tiene la edad que tengo, pues, tiene un problema porque tiene más tentaciones y menos tiempo para satisfacerlas. A mí me tienta mucho una historia comparada de los imperios que creo que no la voy a poder hacer. Me tienta, y lo estoy haciendo, una historia de la circulación de productos a escala global con América como uno de los ejes fundamentales. Hace poco edité un libro con la colega Bethany Aram sobre el imperio español y la introducción de productos americanos en otras áreas del mundo (Global Goods and the Spanish Empire, 1492-1824), y ahora estoy editando otro sobre lo que llamamos la globalización americana, en el sentido de que se trata de ver cómo América se globaliza cuando recibe productos de todo tipo que vienen de fuera (Asia, Europa, etc.,) durante la Época moderna, algo de lo que teóricamente sabemos mucho, pero de lo que ignoramos muchísimo. No nos podemos hacer una idea de la cantidad de cosas que no sabemos, sobre todo de los procesos no de comercialización sino de difusión a pequeña escala en el momento de introducción de esos productos. Ese sería otro tema.
Hay otro tema en el que llevo mucho tiempo, del cual tengo un manuscrito bastante desarrollado, pero que no he tenido tiempo de terminarlo, y que tiene que ver fundamentalmente con las redes de las aristocracias europeas en la Época moderna, sobre redes transfronterizas y cómo se articulan. Hay un libro, Las redes del Imperio. Élites sociales en la articulación de la Monarquía Hispánica, 1492-1714, de 2009, del que soy simplemente el director, en el que lo que me interesa es ver cómo en los países mediterráneos, y sobre todo en los países ibéricos e Italia que han estado bajo el dominio de los Habsburgos españoles en el siglo XVI y XVII, se han formado conexiones entre estas familias que incluso tienen un interés especial, porque son territorios que han creado imperios globales. Incluso más allá de lo que a veces pensamos. Sabemos de la proyección de las noblezas portuguesas en su imperio, sabemos muy poco —porque como fenómeno material no fue importante pero indirectamente tuvo un efecto— sobre la proyección de las casas aristocráticas castellanas y españolas hacia América. Pero muchas veces ignoramos que hay toda una circulación de carácter global que afecta enormemente a la vida y el comportamiento de las grandes familias italianas de la Época moderna. Entre otras cosas, porque tenían una proyección sobre una Iglesia que se está globalizando, que implica multitud de rentas, de posibilidades de circulación de las élites, de consolidación y de poder, etc. Entonces, poner esas tres perspectivas sobre las aristocracias europeas juntas me interesa mucho y me interesa compararla con un caso que veo que puede ser diferente en principio, que es lo que está ocurriendo en Francia en el mismo momento, que también son aristocracias transfronterizas, pero que funcionan —creo, espero demostrarlo— de otro modo. Lo interesante de esto es que esas redes son transfronterizas —y esto es uno de los efectos de la historia transnacional—, pero al mismo tiempo terminan creando comunidades imaginadas de carácter no-nacional en el sentido literal, pero sí proto-nacional. Ellos, los nobles de esta época, inventan una teoría de Italia. Baltasar Castiglione habla de Italia y de la nobleza italiana. No existía una cosa que se pueda llamar un estado-nación italiano, pero la nobleza italiana está creando por oposición a otras este tipo de ideas. Lo mismo ocurre con España. Hace poco salió un artículo sobre esto e igual estoy viendo qué ocurre con Francia y con Alemania.[4] Este tipo de problema me interesa por una razón que además no es estrictamente científica, sino política. A mí me interesa mucho cómo se ha creado un tejido europeo más allá de las fronteras y cómo las personas, no solo las élites, han atravesado las fronteras de su época y se han influido mutuamente. Tiene mucho que ver con la construcción de Europa, que no es una construcción de estados políticos. Eso es lo que viene en los siglos XIX y XX, pero antes ha sido otra cosa.
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Yun-Casalilla, Bartolomé. “De imperios,
globalizaciones y el oficio del historiador: entrevista a Bartolomé
Yun-Casalilla”. Entrevista por Sebastián Hernández Méndez Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, nº 7 (2020): 253-265.
[1] La presente entrevista tuvo lugar el 25 de julio de 2019 en la Facultad de Humanidades y Educación de la
Universidad de Montevideo, en el marco de las IX Jornadas de Historia y Cultura de América: Las Américas y el mundo. Conexiones globales, circulaciones transnacionales y experiencias locales. Agradecemos a Sofía Terra, del equipo de la Biblioteca de la Universidad de Montevideo, por su colaboración en la transcripción de esta entrevista.
[2] Cfr. Bartolomé Yun Casalilla, “Transnational History. What Lies behind the Label? Some Reflections from the Early Modernist’s Point of View”, en Culture and History. Journal of Digital Humanities, 3 (2014): 1–7; “‘Localism’, global history and transnational history. A reflection from the historian of early modern Europe”, Historisk Tidskrift 127, nº 4 (2007): 659-678. Véase también Historia global, historia transnacional e historia de los imperios. El Atlántico, América y Europa (siglos XVI-XVIII) (Zaragoza: Institución Fernando el Católico, 2019).
[3] Cfr. Bartolomé Yun Casalilla, “Transnational History” y “Estados, naciones y regiones. Propuesta para una historia comparada y transnacional”, Alcores. Revista de Historia Contemporánea 2 (2006): 13-35.
[4] Bartolomé Yun Casalilla, “La idea de España y las aristocracias del Antiguo Régimen. Espacio político, cambio social y comunidades imaginadas” en Pensar el Poder, eds. Bartolomé Yun Casalilla y Jorge Luengo (Valencia: PUV, 2018), 19-42.