Reseña
María Soledad Paladino
Universidad Austral, Argentina
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-5640-734X
Byung-Chul Han
No-cosas. Quiebres del mundo de hoy. Buenos Aires, Penguin Random House Grupo Editorial, 2021, 139 pp.
Recibido:
19/05/2022 - Aceptado: 21/05/2022
Byung-Chul Han es actualmente uno de los filósofos más leídos del mundo. En No-cosas. Quiebres del mundo de hoy el autor realiza una valoración crítica de uno de los rasgos salientes de la sociedad contemporánea, esto es, la hipertrofia de la digitalización y de la información. En pocas páginas el filósofo de origen sudcoreano invita a reflexionar sobre cómo nos relacionamos con la tecnología al tiempo que considera las reales y posibles consecuencias de esta interacción cada vez más intensa e invasiva.
El carácter predominantemente descriptivo, la escritura sencilla y el interés de la temática hacen apto el libro para un público general. En este sentido, un punto débil es precisamente la escasa argumentación filosófica de las ideas que expone. Además, la valoración de la situación –y la aparente ausencia de vías para revertirla–, dan al conjunto de la obra un tinte negativo.
El libro se compone de ocho capítulos. El último –titulado Una digresión sobre la gramola– es un intento de recapitular y ejemplificar el argumento central del libro tomando ocasión de una vivencia personal. En este epílogo Han presenta dos corolarios resultantes de la instauración del mundo digital: la desaparición de la felicidad y la pérdida de conciencia de los materiales. «Para ser felices –afirma– necesitamos algo enfrente de nosotros que nos supere. La digitalización acaba con todo ese estar-algo-enfrente. Como resultado, perdemos la sensación de sostén y transporte, de que algo nos supera, de lo sublime en general. La ausencia de ese algo enfrente nos hace recurrir constantemente a nuestro ego, lo cual nos deja sin mundo, esto es deprimidos» (p. 110). Y también: «Cuando se vuelve calculable, la felicidad desaparece. (…) La vida calculable y optimizada está ayuna de magia y, por tanto, de felicidad» (p. 117). La digitalización conduce también a un estado de ceguera con respecto a la magia de la materia. De aquí que una nueva romantización del mundo debe suponer su rematerialización, es decir, recuperar una concepción distinta de la materia que permita, entre otras cosas, alcanzar la tan ansiada sostenibilidad. En efecto, una idea central es que la digitalización desmaterializa y descorporeíza las cosas. Como consecuencia, el orden terreno se vacía de cosas y se llena de información la cual determina el mundo en que vivimos.
El primer capítulo –De la cosa a la no-cosa– presenta la tesis principal del libro: evidenciar la transición que experimenta la sociedad actual del orden terreno de las cosas al orden digital de las no-cosas, es decir, de la información. Esta transición del orden terreno al orden digital tiene numerosas consecuencias en el modo de vivir y de relacionarnos. Ahora bien, estas consecuencias antropológicas evidentes están íntimamente relacionadas con unas premisas de orden ontológico y epistemológico que el autor expone a lo largo de los diversos capítulos sin un orden sistemático.
Vivimos inmersos en una infoesfera puesto que no manejamos las cosas que tenemos delante sino que nos comunicamos e interactuamos de modo digital. En este contexto, la premisa ontológica más consistente es la afirmación de que el ser es información. Pero, paradójicamente, la información carece de la firmeza del ser: no es sólida ni tangible y su cosmología es la de la contingencia. De aquí que pretender asentar la vida en la infoesfera va de la mano de su pérdida de estabilidad. Dicha premisa ontológica es solidaria con el supuesto de que el ser está a nuestra disposición y es controlable. En efecto, el smartphone nos hace creer que tenemos el mundo bajo control: tocar la pantalla es someter el mundo a nuestras necesidades. Por tanto, concebir el ser como información tiene como consecuencia el rechazo de toda indisponibilidad del ser. La lógica digital se asienta sobre esta premisa puesto que quita la resistencia de la realidad. En efecto, a través de la pantalla se superan las resistencias espacio-temporales. Consecuencia inmediata de esto es la entronización de la factibilidad, esto es, pensar que hay soluciones –y aplicaciones—rápidas para resolver todos los problemas de la vida. De especial relevancia resulta constatar que reducir la cosa a no-cosa, lo material a lo inmaterial, comporta el riesgo de que la realidad –también la propiamente humana– se convierta en mercancía. Así, acaban comercializándose muchas relaciones humanas y hasta los amigos se convierten en números.
Las imágenes digitales transmutan el mundo en información disponible. De aquí que percibir la realidad a través de una pantalla conduzca a una disolución y reducción de la realidad en información. Ahora bien, la realidad no solo se encuentra desafiada por esta reducción digital sino que, más aún, el propio concepto de realidad se difumina ante la Inteligencia Artificial capaz de generar una realidad amplificada que no existe, o bien, una hiperrealidad que no guarda relación con los objetos reales del orden terreno. Pero no solo la realidad se ve afectada en su esencia por el orden digital sino también el tiempo: el tiempo digital es una mera secuencia de presentes puntuales la cual carece de continuidad narrativa. El recuerdo, la memoria, la historia son categorías que no tienen lugar en el mundo digital.
Son numerosas las premisas epistemológicas presentes en el mundo de la infoesfera. Desde el momento en que la información circula en un espacio sin relación con la realidad es imposible no incurrir en una nivelación de lo verdadero y lo falso. Para el autor el orden digital pone fin a la era de la verdad y da paso a la sociedad de la información posfactual que se erige por encima de los hechos. Esto explica por qué las fake news –con eficacia a corto plazo– se presentan como sucedáneos de la verdad. La verdad va de la mano del tiempo; en otros términos, la búsqueda de la verdad se acompaña de prácticas que requieren tiempo como la racionalidad, la observación atenta y detenida, y la contemplación. En palabras del autor: «Corremos detrás de la información sin alcanzar un saber. Tomamos nota de todo sin alcanzar conocimiento. Viajamos a todas partes sin adquirir experiencia. Nos comunicamos sin participar en una comunidad» (p. 20).
Paradójicamente la era del Big Data en la que todo se vuelve calculable, predecible y controlable, resulta ser una era bastante primitiva. En efecto, el data mining que descubre las correlaciones es la forma más baja del saber puesto que describe lo que sucede pero no por qué sucede; de aquí que no alcance el nivel conceptual del saber. A diferencia de la Inteligencia Artificial que solo elige entre lo dado de antemano –siendo incapaz de pasar de lo dado a lo intransitado–, el pensamiento humano tiene carácter de acontecimiento debido a que ilumina el mundo haciendo surgir una novedad. Mientras que el pensamiento humano tiene profundidad, no así la información y los datos. Sin embargo, para el autor la diferencia epistemológica más relevante entre el pensamiento humano y la Inteligencia Artificial se explica a partir de la fenomenología de la disposición anímica de Heidegger. En efecto, la totalidad afectiva que tiene lugar en la disposición anímica es la dimensión analógica del pensamiento que la Inteligencia Artificial no puede reproducir. Siguiendo a Heidegger, la Inteligencia Artificial es incapaz de pensar porque es ajena a esa totalidad en la que el pensamiento tiene su origen.
Una de las afirmaciones antropológicas más fuertes es la comprensión del hombre como un inforg que intercambia información. El inforg se comporta como un infómata que actúa y reacciona como un actor: bajo la máscara de la emancipación, la infoesfera en la que vive le presenta un espejismo de libertad que acaba atrapándolo en un sistema de control. En efecto, el hombre pierde la autonomía de obrar por sí mismo acomodándose a los resultados de un algoritmo que no comprende. La libertad de acción termina reduciéndose así a la libertad de elección que, en el fondo, no es otra cosa que una selección consumista.
El infómata tiene más interés por experimentar, esto es, por consumir información que por poseer. Efectivamente, el mundo de la información no está hecho para la posesión porque en él rige el acceso. Para el autor, la transición de la posesión al acceso implica un profundo cambio de paradigma con consecuencias drásticas para la vida humana tanto a nivel personal como a nivel interpersonal. A nivel personal, la principal manifestación de este cambio de paradigma radica en que la identidad está determinada principalmente por la información: el infómata produce su identidad en los medios sociales, es decir, escenifica y representa su identidad.
Sorprendentemente la comunicación digital conduce a la desaparición del otro –como voz y como mirada–, y a la desaparición de la experiencia de la presencia física, la cual presupone un exponerse y, con ello, mostrar la vulnerabilidad. En este escenario no hay lugar para la empatía. La comunicación digital supone por tanto una merma de la relación humana que termina empobreciendo el mundo: su carácter extensivo no suple la falta de intensidad que la acompaña. La trampa está en creer que estar en red significa estar relacionado, cuando en realidad, el tú es reemplazado por el ello. La ausencia de relación conduce a la depresión. Como asevera el filósofo, la depresión no es sino una exacerbación patológica de la sensación de pobreza del mundo. «La desaparición del otro –afirma– es la razón ontológica por la que el smartphone hace que nos sintamos solos. Hoy nos comunicamos de forma tan compulsiva y excesiva porque estamos solos y notamos un vacío. Pero esta hipercomunicación no es satisfactoria. Solo hace más honda la soledad, porque falta la presencia del otro» (p. 44). La contracara de este escenario es la exacerbación del egocentrismo y del narcisismo que erosionan también las relaciones humanas. En efecto, cuando el ego se fortalece se vuelve incapaz de escuchar.
La transición al orden digital nos encamina hacia una era trans y poshumana en la que la vida será un puro intercambio de información. Deshaciéndose de su ser condicionado y de su facticidad, el hombre deja de ser lo que es. Así, el autor concluye, la digitalización es un paso consecuente hacia la anulación de lo humano.