Entrevista
Aprender de la bio-eco-crítica en el centro de las humanidades ambientales: entrevista a Gisela Heffes
Gisela Heffes
Rice University, Estados Unidos.
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-2977-0802
Sofía Rosa
Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile.
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-0843-1115
Azucena
Castro
Stockholm
University, Suecia.
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-1914-7251
Recibido 10/3/2023 – Aceptado 10/4/2023
Hemos resuelto invitar y entrevistar a Gisela Heffes en el marco de la publicación del presente número de Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo. Ya sea por su trayectoria académica, así como también por su preocupación por los estudios latinoamericanos, queremos consultarle sobre el presente y futuro de las humanidades ambientales en América Latina. Heffes, escritora y profesora de literatura latinoamericana en la Universidad de Rice (Texas), ha elaborado una prolífica producción en el campo de la ecocrítica donde se destacan sus libros Política de la destrucción / Poéticas de la preservación (2013), Las ciudades imaginarias en América Latina (2008) y ha sido co-editora del volumen The Latin American Ecocritical Reader (2021). Faro para los estudios ecocríticos, las presentes respuestas iluminan en parte la trayectoria de este volumen.
Sofía Rosa y Azucena Castro (S.R. y A.C.): Desde el surgimiento de la ecocrítica en los 90 y su ampliación y continuación en las Humanidades Ambientales a principio del siglo XXI, los ámbitos de investigación latinoamericanos han demostrado seguir el pulso a estas discusiones y proponer nuevos enfoques y perspectivas que han transformado a su vez el campo. ¿Qué fronteras de desarrollo ves para el campo de las humanidades ambientales en el contexto latinoamericano?
Gisela Heffes (G.H.): Cuando la ecocrítica surgió en los años 90, había muy pocos trabajos
enfocados en América Latina, y menos aún, investigaciones provenientes de allí.
Ese mapeo de la emergencia en el campo latinoamericano lo hice para mi libro Políticas de la destrucción/Poéticas de la
preservación, que publiqué en el año 2013, y da cuenta de la producción
existente hasta ese momento. Ahora, diez años más tarde, la ecocrítica, y en un
sentido más amplio, las Humanidades Ambientales, es/son una de las tendencias
dominantes en el campo de estudios latinoamericanos, tanto en Estados Unidos,
donde trabajo, como en América Latina y Europa, y me atrevo a decir que nos
encontramos, en este momento, en una tercera ola de la producción ecocrítica
aunque en Latinoamericana converge en otros vectores, los cuales se incluyen en
las humanidades ambientales. Creo que, para usar una imagen adecuada, muchos de
los estudios que provenían de la ecocrítica se fueron
expandiendo––ramificando––en múltiples direcciones, y estos trayectos e
itinerarios críticos y teóricos, que se encuentran en un momento de florecimiento
clave, dieron como fruto un amplio número de giros (el espacial, el material,
el vegetal, el ontológico, etc…) cuyos resultados dentro de la producción
cultural actual estamos vislumbrando.
Hay, sin embargo, claras diferenciaciones como así también importantes similitudes entre las investigaciones que surgen de y en América Latina, y que sin duda proponen enfoques novedosos y originales. Primero, me gustaría señalar que hay una reticencia a utilizar el término “ecocrítica” en América Latina. No en el campo de estudios latinoamericanos fuera de América Latina, pero sí allí. Es cierto que un término como ecocrítica puede ser limitante; también puede percibirse como una “importación”, y por lo tanto como una imposición vertical, del norte global al sur global, y de ahí la incomodidad. Pero la decisión de priorizar un término o concepto por sobre otro es clave ya que cada contexto geopolítico y cultural le dará más o menos relevancia de acuerdo a las configuraciones de los campos ya a nivel local. Y estos posicionamientos revelan apuestas epistémicas diversas y diferenciadoras. Términos como Ecocrítica, Humanidades Ambientales o Ecología Política denotan elecciones cuya correspondencia con paradigmas analíticos diferentes es evidente, como así también las articulaciones epistemológicas que surgen de esos paradigmas, algunos vinculados al campo literario y cultural, otros al campo de las ciencias sociales o de las humanidades en general. La cuestión es cómo se conectan estas aproximaciones a lo que hoy se define como saberes “otros”, pero también a otras posiciones, como el giro decolonial. Para la reedición y traducción de mi libro al inglés, decidí cambiar el título y desarrollar allí una noción que sugería, quizá tímidamente, en su versión en español, pero que no llegué a desarrollar por limitaciones de diferente índole. En la edición actualizada que saldrá en marzo (2023) elaboro el concepto de “bioecocrítica”, en tanto una episteme analítica que descansa en la convergencia entre ecocrítica y biopolítica. Dadas las limitaciones que plantea la ecocrítica, y dadas las características que enmarcan América Latina, me parece que es necesario crear paradigmas analíticos nuevos e interdisciplinarios que se correspondan a su vez con las prácticas de conocimiento locales, actividades cotidianas, y distribución de saberes. En mi caso, el concepto de bioecocrítica me permite visualizar algunos aspectos que escapan a la mirada ecocrítica proveniente del mundo anglo, como es la obsolescencia humana y nohumana, y el impacto ontológico provocado por el consumo y la prescindibilidad tanto de objetos como de sujetos por igual. Del mismo modo, en estos últimos años surgieron una cantidad de propuestas conceptuales que, llámese o no Humanidades Ambientales, proponen lecturas especificas desde América Latina, ampliando los modelos de indagación y conceptualización dados, y/o revirtiendo, cuestionando, o desestabilizando narrativas dominantes. En la introducción al dossier especial que preparamos con Lisa Blackmore para el Journal of Latin American Cultural Studies, “Treading Lightly on the Earth” (2022) exploramos las publicaciones más recientes dentro del campo, proponiendo nuevos enfoques y perspectivas respecto a sus transformaciones. Por otro lado, los imaginarios latinoamericanos se ciñen a una historia particular y las herramientas que provee un campo tan vasto como es el de las Humanidades Ambientales permite ampliar no sólo las rutas que conectan saberes y disciplinas varias, sino también trabajar desde la imaginación y desde lugares más creativos. Cada vez más surgen trabajos que apuestan a una búsqueda híbrida para ahondar en la crisis ecológica actual. Son trabajos que indagan desde formas que cruzan las divisiones entre arte y ciencias (ya sean sociales o naturales) y que buscan desestabilizar los imaginarios dominantes que se fundan, como lo dijo––y aunque lo sabemos hasta el cansancio, vale la pena repetirlo––Amitav Ghosh, al problematizar las formas narrativas que se sustentan a partir de una democracia basada en la producción y el consumo del hidrocarburo. Desde la revalorización de relatos e imaginarios cuya relevancia es la de confrontar y desmontar/desarticular los discursos científicos (y aquí estoy pensando en el importante libro de Luz Horne, Futuros menores, el cual sin inscribirse oficialmente en un campo como lo es las Humanidades Ambientales, en su cuestionamiento de una temporalidad lineal y teleológica, y en la postulación de un futuro alternativo y menor, se inscribe a su vez dentro de los debates más actuales del poshumanismo). También pienso en otros trabajos que exploran desde imaginarios y estéticas diversos las posibilidades de ejercer una propuesta no sólo de lectura sino de reevaluación y desnaturalización de aquellos presupuestos en los que se asientan las bases de una epistemología occidental, como son por ejemplo las escrituras de Daniela Tarazona, Verónica Gerber Bicecci y Cristina Rivera Garza, desde México, como así también los trabajos de intelectuales indígenas como Davi Kopenawa y Ailton Krenak, en Brasil, o los trabajos que parten de una fenología particular para articular una epistemología vegetal, para citar algunos ejemplos. Estos intentos que se inscriben en el campo de las Humanidades Ambientales intentan, a través de itinerarios diversos, deconstruir la confrontación clásica entre cultura y naturaleza, es decir, aquellas divisiones y antagonismos que las Humanidades, pensadas en su vertiente clásica y occidental, fue forjando históricamente. La emergencia de estos trabajos pone en tensión estos binomios proponiendo una epistemología ontológica a partir de la cual la idea misma de representación en correlación con un arquetipo–o paradigma estructural–del mundo, y que fuera postulada por la tradición humanística, aparece cuestionada. Y esto me recuerda una observación muy atinada de Víctor Vich en un panel que coordinamos con Paul Merchant, de la Universidad de Bristol, donde justamente abordamos y comparamos las Humanidades Ambientales con la Ecología Política. En esa discusión Vich señalaba que mientras las primeras ponen en escena la importancia de lo representativo, la categoría de Ecología Política se enfoca, principalmente, en la lucha, ya que “estas representaciones no tienen ninguna funcionalidad si no están legitimadas por relaciones de poder”. Y por esto mismo, ambas posiciones son necesarias. Un ejemplo, que tomo prestado de Vich, es que no podemos pensar la realidad como algo que existe al margen de lo textual y, de igual modo, “tampoco podemos pensar la realidad al margen de las luchas políticas y los movimientos sociales”. Lo curioso, en todo caso, es que la primera observación se corresponde con los postulados más tempranos de la ecocrítica en su feroz cuestionamiento del postestructuralismo, mientras que la segunda, es más bien un aporte específicamente latinoamericano. Por esta razón, las fronteras de desarrollo para el campo de las Humanidades Ambientales, en el contexto latinoamericano, van a surgir como nuevos ensamblajes que aúnen perspectivas e indagaciones que sirvan y sean relevantes a América Latina, incluyendo la emergencia de nuevas formas de activismo, las nuevas prácticas de curaduría dentro y fuera del museo, y el cuestionamiento de este último, como así también de aquellas instituciones que producen y distribuyen saber/arte a partir de una mirada decolonial.
S.R. y A.C.: La investigación transdisciplinaria, las perspectivas interdisciplinarias y las prácticas de cocreación ganan cada vez más espacio en la reflexión teórica y metodológica de las Humanidades Ambientales. ¿Cómo ves las condiciones reales de colaboraciones entre arte/humanidades y ciencia en el contexto de investigación de las humanidades ambientales en América Latina? ¿Qué especificidades podés identificar?
G.H.: Las prácticas cocreativas y los nuevos modelos de indagación
colaborativos están ganando terreno por varias razones, todas fundamentales, y
que tienen–y tendrán–un gran impacto en el marco de las investigaciones que se
están desarrollando en las Humanidades Ambientales en y acerca de, América
Latina. En este sentido, hay una necesidad, por no decir una urgencia, de crear
las condiciones para que surjan nuevas colaboraciones inter– y
transdiciplinarias. Hay intentos que a veces no logran consumarse porque, y
esto es una paradoja bastante desalentadora, mientras se intenta disolver
aquellas fronteras que separan saberes, que enfrentan lo humano con lo nohumano, el sujeto con el objeto, o la naturaleza con la
cultura–fronteras todas que se vienen edificando desde los albores de la
modernidad–, nos enfrentamos, a su vez, con un momento en que el conocimiento
requiere cada vez más de un saber específico, compartimentado, un saber que
habla una lengua particular, como puede ser el de la química cuántica, o la
matemática. Y con esto me refiero, específicamente, a un conocimiento
científico, que es muchas veces explorado desde las humanidades, aunque no
ocurra de manera inversa. Tengo colegas científicos que se dedican a resolver
“problemas ecológicos” pero que, si les hablo de epistemologías alternativas o
indígenas, me miran con sorpresa, con curiosidad, y hasta condescendencia. Y si
a cada saber le corresponde un lenguaje que resulta, prácticamente, cifrado
para quienes carecen de un entrenamiento institucional–del mismo modo que, como
diríamos de manera vernácula, ocurre con una lengua extranjera–, entonces una
forma de comenzar a erosionar esas fronteras es a partir de un trabajo que se
enfoque en el lenguaje, y sobre todo, en su materialidad. En transformar ese
lenguaje en una materialidad fluida y concreta–en lugar de abstracta–, que
pueda tocarse, palparse, pueda aprehenderse, y pueda compartirse. Que ese
lenguaje erija puentes y conecte saberes sin simplificar. Sin transformarse en
lo que el historiador ambiental Donald Worster
definió, junto a la crítica del capitalismo, como la creciente simplificación
del orden ecológico natural, simplificación radical que visualizamos no solo en
el mundo natural a través de las prácticas agrícolas como el monocultivo, sino,
e igual de importante, la simplificación de los imaginarios a través de los que
Vandana Shiva calificó como la monocultura de la
mente. Eso sería un primer punto de partida para avanzar en una colaboración
real e inter- transdisciplinar, porque de lo que se trata es que podamos
comunicarnos, que podamos intercambiar saberes, y que a partir de la
construcción de estos fundamentos concretos se pueda confeccionar un proyecto
colectivo, situado y en armonía con el mundo humano y nohumano.
Este
enfoque, entonces, es a partir del lenguaje, de la fluidez material de los
lenguajes. Pero a su vez, ya desde lo metodológico y lo teórico, hay propuestas
que surgen de América Latina y que me interesan en particular. Toda la cuestión
en torno a los extractivismos, que va más allá de
nociones como “recursos naturales”, es al menos para mí un punto de referencia
para pensar la cocreación, junto a la especificidad
de América Latina y en un sentido más amplio, el Sur Global. Porque hay una
correlación entre extractivismo y saqueo que incluye
naturaleza pero también pensamiento e ideas, y saberes. Hay extractivismo
de historias y experiencias, de espacios habitables, o de accesos a espacios
salubres y exentos de contaminación. Me interesa lo que se llama extractivismo intelectual o epistemológico, como lo propuso
María Galindo, y que se vincula con la noción de colonialidad
del saber. Esto tiene que ver con cortes, lecturas y posicionamientos, y con
regímenes de expropiación. Un corte norte-sur implica un posicionamiento
vertical, jerárquico, centro-periferia, cuya producción y distribución del
saber promueve modalidades individualistas en lugar de exploraciones
colectivas, colaborativas y basadas en la idea de comunidad. Pero es cierto que
a la idea de colonialidad del saber, habría que
agregarle la búsqueda por una decolonialidad del
poder, del ser y de la naturaleza, como sugiere Arturo Escobar, siguiendo el
trabajo de Catherine Walsh. En The Latin American Ecocultural Reader,
que co-editamos con Jennifer French, planteamos, a
partir de trabajos como los de Viveiros de Castro y Philippe Descola, la
necesidad de repensar el pensamiento ecológico en América Latina a partir de
los saberes amerindios, cuyas perspectivas epistemológicas son “diametralmente
opuestas” a las de Occidente por no ser antropocéntricas. Aquí, además de
“deconstruir” el canon, intentamos trazar un itinerario alternativo que fuera
recogiendo trabajos que fueran leídos como un nuevo canon, uno que, en su
conjunto, desestabilice fronteras, categorías e identidades. Este tejido
estético se compone de apuestas que van desde el periodo precolombino a
figuraciones actuales, y hoy proliferan iniciativas que incluyen escritores,
artistas y activistas que intentan operar fuera del marco occidental (lo que
por supuesto no es nada fácil), y/o romper las fronteras entre arte y ciencia,
y entre el mundo humano y nohumano. Algunas de estos
planteos se sitúan en contextos diversos, desde proyectos pandisciplinarios
y colectivos que se sostienen desde premisas epistemológicas que suprimen la
división entre sujeto y objeto, y que, unidas a la larga lucha de los
intelectuales latinoamericanos por la decolonización
del saber, del poder, de la naturaleza, y del ser, entiende la liberación de la
producción del saber y del conocimiento como una forma de sublevación frente a
un estado de racionalidad derivada de la consolidación de recursos (culturales,
económicos, políticos) en las manos de unos pocos privilegiados. Así, pues, un
proyecto de cocreación, por su sola existencia,
cuestiona las premisas no ya del Antropoceno, sino del Capitaloceno,
de la racionalidad capitalista y tecnocrática, la que consiste, como señaló
David Harvey, en un nuevo imperialismo, uno que se funda en la acumulación a
partir de la práctica del despojo, del saqueo, y de la extracción. Entonces la cocreación, no sólo como exploración desde las artes y los
proyectos estéticos, sino también desde la academia, desde proyectos
colaborativos que combinen saberes, que integren el trabajo analítico y teórico
con el etnográfico, la practica artística y el arte situado, es decir, desde
una investigación participativa basada en la noción de comunidad. Son formas de
exploración y de experimentación que, en última instancia, surgen de la
necesidad y de la urgencia por reflexionar y de actuar frente a estos tiempos
de creciente estrés ambiental, como nos invita a hacerlo Isabelle Stengers. Y quizá, me atrevo a sugerir, aunque sea
tímidamente–justamente por lo que implicaría pensarlo desde este modo–- frente
a una posible derrota. Pero no para pensar la cocreación
como un gesto desesperado, sino más bien para concebirlo como un acto
regenerativo.
S.R. y A.C.: En tu libro editado con Jennifer French, The Latin American Ecocultural Reader (2020), el último capítulo trata sobre la extinción masiva de especies y el cambio climático, ¿cómo crees que dialogan (o no) las visiones propuestas en el libro con las nuevas visiones de desarrollo y progreso que vienen de la transformación energética, por ejemplo? ¿Cuáles crees que serían los aportes de la justicia ambiental para la justicia social?
G.H.: En The Latin American Ecocultural
Reader las visiones propuestas en torno a la extinción varían de manera
amplia pero comparten, a su vez, la noción de que la extinción masiva de
especies es un hecho ineludible, que nos sobrepasa y cuya escala desconocemos.
La incerteza de no saber que hay especies desconocidas que ya desaparecieron es
inquietante. Es un hecho que desorienta, que nos deja en una suerte de limbo o
suspensión. Es saber que no sabemos, y saber, además, que nunca sabremos. Es
una crisis epistemológica existencial, pero también fenomenológica, en cuanto
nuestras percepciones y experiencias resultan desacertadas. Por el otro, está
el imaginario, que se nutre de esas incertezas y proyecta modos alternativos de
estar, pensar y hacer mundos. Se vincula con lo que Mary Louise Pratt, en su
libro reciente Planetary Longings
(2022), definió como la ”crisis de futuridad”. Las
visiones incluidas en el Reader
alternan entre la exploración alegórica como ocurre con los poemas de José
Emilio Pacheco, quien se inspira en el modelo del bestiario, la mitología
precolombina en los textos de Homero Aridjis, o lo que el poeta huilliche Jaime
Huenún describe como un mecanismo de resistencia cultural y política, una
poética de tenacidad que se expresa en mapudungún. Y
que es menos una expresión lírica. Estos imaginarios, que fluctúan entre la
elegía y la insurrección, son completamente incompatibles con las nuevas
visiones de desarrollo y progreso que vienen de la transformación energética
actual, porque este tipo de transformación se sustenta en nuevos modos de extractivismo, como la de litio, y por lo tanto en una
comprensión instrumental de mundo natural. El desplazamiento hacia la energía
limpia no va a contrarrestar la creciente extinción; por el contrario, como lo
demuestra el documental En el nombre de
litio, de Tian Cartier y Martin Longo, en la
región de Salinas Grandes en Jujuy, el norte de Argentina, las comunidades
originarias luchan contra el inminente desembarco de las mineras transnacionales
que llegan para extraer el litio, considerado como el nuevo oro blanco. Las
acciones de resistencia para defender el territorio se conectan con los mapas
afectivos y ancestrales de las comunidades frente a la amenaza de la
continuidad del salar, dado que la extracción de litio a través de un método
evaporítico resulta en la gran pérdida de agua como así también una
salinización del agua dulce. Esto supone una amenaza para los frágiles
humedales altoandinos. En Chile, la explotación y extracción de litio tiene
lugar en el Salar de Atacama, pero estas tecnologías, calificadas erróneamente
como verdes o limpias, no tienen nada ni de verde ni de limpias. Por el
contrario, se caracterizan por los impactos potencialmente negativos en la
biodiversidad local. Es decir, las nuevas visiones de desarrollo y progreso que
vienen de la transformación energética no abordan el problema de fondo que es
la producción continua de material de consumo para ser desechado en un ciclo de
vida corto y planificado. Son nuevas prácticas extractivas sustentadas por el
mismo mandato de acumulación y despojo, esto es, otra faceta más dentro del
entramado capitalocénico. Porque en realidad el
problema es justamente esta perspectiva de desarrollo y de progreso, de una
teleología que apunta hacia un futuro que se encuentra en cuestión, pero que en
su desesperación habilita discursos como los de Elon Musk, que no sólo
ratifican y refuerzan una visión de desarrollo y progreso, sino que la
mercantiliza ofreciendo una promesa de conquista extraterrestre, consolidando
una visión colonizadora y colonial que se apoya en la devastación del mundo
terrestre. Como si el futuro se abriera desde las ruinas, pero desde las ruinas
que aún no están: las ruinas que seguiremos creando como condición de
posibilidad para ese futuro estelar. Y es el mismo Musk, que en el nombre de
una transición hacia energía sustentable impulsa la minería de litio, del mismo
modo y para alcanzar su sueño de conquista marciana estableció en Boca Chica,
al sur de Texas, una plataforma de lanzamiento espacial que está amenazando la
vida silvestre. Cada explosión que se lanza atiborra los delicados ecosistemas
locales (desde planicies de marea, a playas, praderas y dunas costeras que
albergan una gran variedad de vida silvestre) con restos de cohetes. El
interrogante es recurrente: ¿cuáles son los costos de la transformación
energética? En mi opinión, no sólo urge impugnar la idea de progreso y
desarrollo a través de contradiscursos, como por
ejemplo el de des-crecimiento, sino dejar claro que tales visiones se inscriben
de manera indiferenciada en ideologías de acumulación que son posibles por
medio de la destrucción, el estrés ecológico y la degradación planetaria. A su
vez, la colonización del espacio puede leerse, como sugiere Joshua Schuster en What is Extinction?, como una extensión del proyecto de la
Ilustración, la búsqueda de un esfuerzo colectivo y racional que se extienda lo
más lejos posible en el tiempo y el espacio. Más aún, el reconocimiento de una
posible extinción en la tierra no debería ser tratado como el abandono de la
vida terrestre. El razonamiento de la Ilustración puede ser pensado, en su
revés, como otro reconocimiento que, según Schuster, es el de las
ramificaciones ecológicas y conceptuales de la finitud, y de la necesidad de
impulsar modos colectivos de cuidado y de autocrítica, y de elegía en tanto
reconocimiento de una precariedad compartida. Y es aquí donde me parece que los
aportes de la justicia ambiental son importantes, no solo en relación a la
des-extinción, sino para una justicia social y una justicia nohumana.
Porque la justicia ambiental pone precisamente de relieve las disparidades
ecológicas en correlación con la disposición espacial y social, donde el
sufrimiento ecológico es injusto y dispar, y el peso o carga del calentamiento
global es experimentado de manera diferente según las condiciones
socioeconómicas de cada comunidad, nación o incluso, hemisferio, sea el norte
global o el sur global. Estas desigualdades serán más visibles y rígidas cuando
el equilibrio que sostiene nuestros sistemas interconectados comience a caer o
a mutar.
Pero
para cerrar con una nota positiva, la justicia ambiental, a través del
activismo, el arte, y la acción política y legal puede revertir esos
desequilibrios y buscar alternativas emparentadas con modos de saber y modos de
ser otros, entendiendo que el mundo más que humano no es externo y mero
recurso, y que necesitamos crear alianzas y comunidades multiespecies
para subsistir. A saber, resistir y restaurar.
Houston,
Texas
2023
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Heffes, Gisela. “Aprender de la bio-eco-crítica en el centro de las
humanidades ambientales: entrevista a Gisela Heffes”. Entrevista por Sofía Rosa y Azucena Castro. Humanidades: revista de la Universidad
de Montevideo, nº 13, (2023): ¿-¿.
https://doi.org/10.25185/13.8