Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, 16, (2024): e165. https://doi.org/10.25185/16.5

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Reseña

 

Massimo Serretti, ed. La persona. Il volto della trascendenza. Cantagalli, Siena, 2023, 317 pp.

 

Juan F. Franck

Universidad Austral, Argentina

jfranck@austral.edu.ar 

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-7480-0188 

 

Recibido: 14/08/2024 - Aceptado 15/08/2024

 

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El presente volumen busca ahondar en la comprensión del ser humano como persona. El título expresa una idea fundamental del libro: es a través de la persona que se vislumbra lo divino. Pero la persona es rostro, no simple manifestación de una perfección infinita abstractamente considerada. La mirada, el encuentro, la relación son por eso el lugar en el que se revela la persona. Lo humano no puede comprenderse adecuadamente al margen del misterio de la persona, pero la realidad de la persona no puede aferrarse únicamente de modo conceptual. De ahí se siguen tanto la necesidad de que la filosofía ponga el tema de la persona en el centro de sus consideraciones, es decir lo que podría llamar la exigencia personalista de la filosofía, como el límite de una consideración puramente filosófica de la persona. En esta línea, una tesis ampliamente articulada por el editor en sus muchas publicaciones, profunda y de carácter saludablemente provocador para la filosofía, es que el recurso a la Revelación es imprescindible para comprender al hombre en su radicalidad, y que precisamente el misterio de la persona revela esa exigencia. Es un dato histórico pacíficamente aceptado que el desarrollo de la noción de persona se debe sobre todo a las discusiones teológicas sobre la Trinidad y la Encarnación. También es comprensible y hasta convincente que la razón o la filosofía no puedan por sí solas ofrecer una visión suficiente de la realidad de un Dios que es persona. En este sentido, más de una vez se subraya oportunamente en el libro que el deseo natural de ver a Dios no tiene contornos precisos fuera de la Revelación, específicamente judeocristiana. Pero de las tesis que recorren el volumen, la más desafiante para la filosofía es que sin teología no habría una verdadera antropología, ya que esta permanecería atrapada en alguna forma de naturalismo.

Aunque la intención no sea de ningún modo atacar la filosofía en sí misma, sino más bien relanzarla gracias al impulso teológico (Hans Urs von Balthasar), algo podría decirse en defensa de una filosofía que busca edificarse sobre la base de la evidencia, aunque sin rechazar ninguna fuente legítima de conocimiento. El límite de la razón no es incompatible con la conciencia de ese límite, y mucho depende de lo que se espere en primera instancia de la razón y de la filosofía. También se afirma en el libro que si el deseo natural es un deseo personal, solo encuentra respuesta en otra persona. Esto es perfectamente comprensible también por quien no comparta una determinada creencia e incluso por quien se encuentre fuera del influjo de la Revelación judeocristiana, aunque no pueda ofrecer una fundamentación última de esa realidad. No puede decirse que la filosofía personalista contemporánea se haya desarrollado fuera de tal ámbito de influencia, pero ofrece una gran variedad de reflexiones, observaciones y argumentos apoyados en la experiencia y en el razonamiento. El énfasis de los autores del libro está en general en el necesario aporte de la Revelación y de la teología para esclarecer la naturaleza del ser humano como persona, pero estarían en general de acuerdo en que es también necesario impulsar a la razón a ver lo que podría ver naturalmente, aun cuando no lo haya hecho sin la Revelación, sabiendo distinguir esa ayuda. Es el antiguo concepto de lo revelabile, es decir de aquello efectivamente revelado, pero que la razón podría conocer por sus propios medios.

El horizonte de comprensión de las contribuciones del volumen podría denominarse con el término meta-antropología, de origen scheleriano y que Serretti emplea para designar una disciplina inseparablemente filosófica y teológica, cuyo objeto va más allá de la descripción de la naturaleza humana y de su relación con el mundo para adentrarse en la relación que tiene el hombre con su origen, es decir en su ser persona. En consonancia con la afirmación de que la grandeza del hombre no reside tanto en ser un microcosmos, sino principalmente imagen de Dios, una idea central, que desafía los confines entre la filosofía y la teología, es que solo se puede entender la persona humana a partir de Dios, y también que la naturaleza humana se comprende a la luz del ser personal. El concepto acuñado por Serretti es enhipostización, es decir la concepción de la naturaleza como radicada en la persona, frente a la idea más corriente de lo personal como cualidades, facultades o potencias de la naturaleza humana. En dependencia también de la fe judeocristiana es muy iluminador pensar que las dificultades del hombre para saber acerca de sí mismo se deben a que ya no tiene parte en una comunión con lo divino. Pero de ser así, la consideración teológica no sería algo accidental, prescindible o paralelo a la situación real del hombre, sino una clave para comprenderlo verdaderamente. En el segundo ensayo que presenta en el volumen, Serretti centra la atención en que las famosas cuatro preguntas de Kant confluyen en la pregunta por el hombre. Pero no es la razón en cuanto trascendental (dentro de sus propios límites) lo que puede responder las preguntas últimas, sino la razón en cuanto que es la razón de un hombre, que es persona. Se hace necesaria así una metafísica después de la antropología, no después de la física.

Abre la publicación un texto de Karol Wojtyla, «El Misterio y el hombre», inspirador y disparador de varias de las ideas desarrolladas en el resto del libro. Sin embargo, el segundo capítulo, de Massimo Serretti, es imprescindible para adquirir una idea más precisa de su diseño. Claramente estructurado, preciso en sus afirmaciones y ampliamente documentado, el capítulo ofrece una introducción a esa deseada meta-antropología, y una síntesis parcial del pensamiento del autor ampliamente expuesto anteriormente (e.g., L’uomo è persona, 2008; Persona e anima, 2014).

El tema del deseo natural de ver a Dios se repite en varios capítulos. Jacques Servais, apoyándose en el teólogo Henri de Lubac, afirma que en el espíritu humano hay una afirmación de Dios que se revela en la afirmación de sí, pero que no consiste en una visión intelectual ni en una presencia conceptual. Sin ser del hombre, está en él y sería la fuente del deseo natural, que no encuentra objeto en el mundo. Más adelante, Massimiliano Pollini presenta una instancia algo crítica de Robert Spaemann, por cuanto el filósofo alemán habría entendido la asimilación a Dios como algo realizado por una capacidad humana. Sin negar la gracia, en su obra quedaría oscurecido o más bien minimizado el pasivo teológico –se es salvado por Dios–  y descuidada la tesis de que el desiderium naturale videndi Deum sería, pese a todo, ineficaz. El tema vuelve a salir en la contribución de Gustavo Sánchez Rojas, quien recuerda la expresión «tomismo conservador del siglo XVI», usada por de Lubac para referirse a aquellos tomistas que inferían la existencia de un doble fin del hombre: uno natural y otro sobrenatural. Entendían que si la realización del deseo de ver a Dios no está al alcance de las fuerzas naturales, sino que es obra de la gracia, el deseo no podría ser propio de la naturaleza, que sería incapaz de desear lo que no puede alcanzar. Por consiguiente, el deseo sería algo sobreañadido, casi superpuesto a la naturaleza, y habría una felicidad natural correspondiente a una naturaleza pura, desprovista de la gracia. Tal posición tiene consecuencias importantes no solo para la comprensión del fin del hombre y de la relación entre naturaleza y gracia, sino también, por concomitancia, de la correcta manera de comprender la relación entre la razón y la fe, que parecerían tener dominios separados y comprometer así cualquier meta-antropología.

En un libro sobre la persona no podía faltar el tema de su individualidad o singularidad irrepetible. Precisamente en este punto el contrapunto y la colaboración entre filosofía y teología se hacen más agudos y necesarios. Christof Betschart, gran conocedor de Edith Stein, sostiene que la simple autoconciencia no es suficiente para conocer la propia individualidad, ya que ésta es un reflejo, un rayo de la divinidad. Betschart rescata la atención que la fenomenología ha dedicado también al tema del sentimiento (Gemüt) como una facultad espiritual, junto a la inteligencia y a la voluntad. Ricardo Gibu Shimabukuro, en su estudio sobre El contraste, de Romano Guardini, entiende en línea también con Edith Stein que el espíritu se conoce por el encuentro con Dios de una manera más profunda que únicamente por su condición creatural. Un capítulo de gran valor como recapitulación de temas y autores (Stein, Wojtyla, Guardini, Landsberg, etc.) centrales en el personalismo de carácter metafísico es el de Aldo Giachetti Pastor, quien subraya que se debe valorar la experiencia de la persona a la luz de la fe para acceder al fundamento, aun dentro de sus límites.

Dos capítulos exploran el tema del libro más allá de la filosofía y de la teología. Jorge Olaechea Catter extrae importantes consecuencias para la psicología y la psiquiatría. Y Daniele Serretti explora la relación entre el ser y la persona en el escritor ruso Vjačeslav Ivanov y en eximios filósofos y teólogos como Nicolaj Berdjaev, Semën Frank y Vladimir Losskij. En sus diversas posiciones la tradición rusa aporta una lectura del espíritu humano en relación a la totalidad y al ser divino, la posibilidad de la deificación y la pregunta si la subjetividad implica o no un cierto defecto ontológico. La riqueza metafísica de esas discusiones debería ser más apreciada en por el pensamiento occidental.

El último capítulo es una traducción del ensayo de Paul Ludwig Landsberg «Una reflexión sobre la idea cristiana de persona», publicado en francés en la revista Esprit en 1934, pero cuyo original alemán no ha sido encontrado. Brota de la intensa experiencia vital de Landsberg la clara idea de que el valor del hombre en la comunidad está en su singularidad, no en su desparecer frente a lo colectivo. Landsberg va más allá y llega a afirmar que de creación se puede hablar en sentido propio cuando la creatura recibe la singularidad, como si todo lo que se queda corto de lo singular, es decir de la persona, todavía no fuera creación en sentido pleno.

En su conjunto, el volumen es un potente estímulo para pensar a fondo el problema de la persona. Más inclinado hacia lo teológico, lógicamente en razón de la tesis principal, no descuida sin embargo el razonamiento filosófico y la atención a la filosofía personalista. Y si alguno de los autores así lo hiciera, no deja por eso de interpelar oportunamente al filósofo, acostumbrado a dejarse cuestionar tan radicalmente como sea necesario. Para un teólogo y para cualquiera que piense la realidad sin poner entre paréntesis sus creencias, el libro recuerda también que no es posible saltar por encima de la razón, que tiene sus propias exigencias y su legítima autonomía.