Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, nº 16, (2024): e166. https://doi.org/10.25185/16.6
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(CC BY 4.0.) https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/
Íñigo
Alberto García Elton
Universidad
Finis Terrae, Chile
ORCID iD: https://orcid.org/0009-0008-4866-4988
Recibido:
28/04/2024- Aceptado: 4/11/2024
El conocimiento de la persona en su singularidad. Una aproximación desde
dos exponentes de la Escuela Tomista de Barcelona
Resumen: En el presente artículo
presentaremos, a la luz de la interpretación de Jaime Bofill y Francisco Canals
de la tesis de la Duplex Cognitio
(plasmada por Santo Tomás de Aquino en De
Veritate X, 8), dos modos de conocimiento, una
llamado «esencial-objetivo» y otro «existencial». Hecho esto, mostraremos que
esta última forma de conocimiento no sólo permite dar razón del conocimiento
que el alma tiene de sí por su propio ser, sino que también del conocimiento de
otra persona en su singularidad; evidenciando, así, que el otro se hace
presente a quien lo conoce al modo de una presencia inmediata y dinámica,
comunicativa de la intimidad personal, y que damos el nombre de «biografía».
Palabras clave: Tomismo; Conocimiento; Metafísica;
Amistad; Contemplación.
The knowledge
of the person in their uniqueness. An approximation from two exponents of the
Thomist School of Barcelona
Abstract: In
this article we will present, in light of Jaime Bofill's
and Francisco Canals' interpretation of the Duplex Cognitio
thesis (expressed by Saint Thomas Aquinas in De Veritate X, 8), two modes of
knowledge, one called "essential-objective" and the other
"existential." Having done this, we will show that this last form of
knowledge not only allows us to account for the knowledge that the soul has of
itself through its own being, but also for the knowledge of another person in
their singularity; thus showing that the other is present
to those who know him in the manner of an immediate and dynamic presence,
communicative of personal intimacy, and which we call "biography."
Keywords:
Thomism; Knowledge; Metaphysics; Friendship; Contentment.
O conhecimento
da pessoa em sua singularidade. Uma aproximação
de dois expoentes da Escola
Tomista de Barcelona
Resumo: Neste
artigo apresentaremos a partir da interpretação
de Jaime Bofill e Francisco Canals da tese da Duplex Cognitio (plasmada por Santo Tomás de Aquino em De Veritate X,
8), duas modalidades ou vertentes de conhecimento, uma chamada «essencial-objetivo»,
e outra, «existencial». De fato, mostraremos que esta
última forma de conhecimento não
somente permite dar razão
do conhecimento que a alma tem
de si por seu próprio ser,
como que também do conhecimento
de outra pessoa em sua singularidade; evidenciando, assim, que o outro se faz
presente para quem o conhece
como uma presença imediata e dinâmica, comunicadora
da intimidade pessoal e que damos o nome de «biografia».
Palavras-chave: Thomismo;
Conhecimento; Metafísica; Amizade;
Contentamento.
Introducción
Santo Tomás de Aquino, en la cuestión
disputada De Veritate
X, 8 afirma que hay un doble conocimiento del alma: uno propio, relativo a
cada uno, y otro común y universal, concerniente a toda alma humana. Jaime
Bofill, sostiene que este doble conocimiento, si bien circunscrito en De Veritate al
contexto del conocimiento del alma, fundamenta dos modos generales de conocer;
interpretación que extiende los alcances de ambos tipos de conocimiento más
allá del alma misma.
Sobre esta base, presentamos a modo
de hipótesis que el conocimiento que podamos tener de otra persona en su
singularidad e intimidad personal se da en la línea de conocimiento que
llamamos en el presente trabajo «existencial», y que hace directa referencia al
primer modo de conocimiento mencionado por Santo Tomás en este pasaje.
Extendidos los alcances del
conocimiento del alma a dos modos de conocimiento en general, afirmamos que por
aquel conocimiento donde a cada uno se le hace patente, de forma inmediata, que
posee alma, se posibilita también el conocimiento de otra persona en su
singularidad e intimidad personal.
Circunscribimos nuestra investigación
a la recepción e interpretación de Santo Tomás realizada por la denominada «Escuela
Tomista de Barcelona», y en especial, a dos autores que bien podrían ser
llamados los fundadores de la misma: hablamos de Jaime Bofill y Francisco
Canals.[1]
En vistas de una satisfactoria
demostración de tal hipótesis, presentamos las consideraciones a seguir en la
presente investigación.
1. El problema de la cognoscibilidad
de la persona en la Escuela.
2. El texto de Santo Tomás en De Veritate.
3. La recepción del texto en Bofill y
Canals.
4. La relación entre la duplex cognitio y el tema del
conocimiento de la persona.
5. La relación entre el conocimiento
existencial y la intuición intelectual.
6. El conocimiento de la persona como
perfección definitiva de la facultad cognoscitiva humana.
7. El conocimiento de la existencia
del alma por sus actos al modo de una presencia dinámica.
8. Problemas abiertos no resueltos en
esta investigación.
9. Conclusiones.
Como antecedente a tener en cuenta,
creemos necesario destacar y tener en mente una tesis de la Escuela que
consideramos crucial al momento de enfrentarnos al problema del conocimiento de
la persona. Esta tesis bien puede ser presentada en un doble aspecto o faceta,
como las dos caras de una misma moneda: la primera, es que todo ente material es, en principio, ininteligible por estar
cargado de elementos accidentales o «infraesenciales»,
al decir de Canals, elementos que provienen de la materia misma:
El singular material
escapa en su individualidad misma de la posibilidad de ser aprehendido en este
orden de objeto inteligible, no sólo por cuanto el existir en todo ente
contingente es algo que no dice necesidad esencial, sino porque en su misma substancialidad individual está lo material intrínsecamente
modificado y singularizado por principios infraesenciales,
cuantitativos y materiales, que se comportan, respecto de la forma constitutiva
de una sustancia y de todas sus determinaciones cualitativas propias, en una
línea de receptividad «subjetiva y contingente».[2]
La segunda, en continuidad con la
primera, es que todo ente inmaterial es a la vez inteligible e inteligente.
Leemos en Canals:
La inmaterialidad, de tal
manera constituye la naturaleza intelectual y la inteligibilidad, que una
sustancia subsistente y perfecta in esse immateriali es por su
esencia actualmente intelectiva e inteligible: se entiende a sí misma por sí
misma. Para Santo Tomás no pueden existir "inteligibles
subsistentes", esencias realmente separadas de la materia, que no sean
también sustancias intelectuales, siempre en acto de entender su propia
esencia.[3]
Así, a todo ente material le
corresponde una constitutiva ininteligibilidad, mientras que
a todo ente inmaterial, una constitutiva inteligibilidad intrínseca.
A la luz de esta distinción cabe
preguntarse si la persona humana es un ente inmaterial, a la cual podamos
atribuirle, sin más, inteligibilidad intrínseca. En efecto, la persona humana
no es su alma, es más, ésta es, por esencia, forma de un cuerpo[4], y
Santo Tomás de Aquino concibe a la persona como un todo: «la mente misma,
existente en su naturaleza, no es persona, puesto que no es el todo que
subsiste, sino una parte del que subsiste, que es el hombre»[5], «no
cualquier sustancia particular es hipóstasis o persona, sino la que tiene la
naturaleza completa de la especie.»[6]
Sin embargo, y teniendo presente lo
anterior, afirma Santo Tomás que el alma humana es subsistente: «es necesario
decir que el principio de la operación intelectual, que llamamos alma del
hombre, es cierto principio incorpóreo y subsistente»[7] y realiza una operación no
ligada al cuerpo, que es entender: «así, pues, este principio intelectual, que
llamamos mente o intelecto, posee una operación propia, que no comunica al
cuerpo. Pero nada puede obrar por sí mismo, si no subsiste por sí mismo»[8].
La subsistencia racional
da lugar a la persona. Tal subsistir en la naturaleza humana da lugar a la
persona humana. Con todo, el obrar libre, propio de la persona –por lo que
puede llamarse acto personal– no se toma de tal o cual individuo de la naturaleza,
sino del que subsiste en tal naturaleza, de ahí que su individualidad sea más
especial y perfecta[9].
Por ende, de la razón de
subsistencia, que es independencia de la materia, podemos justamente dar razón
del obrar libre y, por ende, personal. Leemos en Amado: “La singularidad e irrepitibilidad en el ente personal se da en la misma
medida que su ser no está determinado por principios especificantes[10] y,
precisamente por esa independencia con respecto a tales principios, que fundan
la comunidad específica, puede darse en el ente personal la posesión de sus
propios actos.”[11] El
punto crucial es este: si bien el alma racional no es la persona, por ser esta
última considerada como un todo, sin embargo, por poder subsistir el alma
sin materia y por estar libre de los
principios especificantes que vienen de la materia,
es raíz, fuente y principio de los actos personales, que se predican de la
persona como un todo.
Es, por ende, esta pertenencia e
independencia originaria de la materia, lo que, junto con dar razón del actuar
personal, permite situar a la persona humana, en cuanto persona, en el género
de lo inteligible.
En razón de ello podemos comprender
que Santo Tomás ponga al principio intelectual -la mente- como potencia en el
género de lo inteligible: «el entendimiento humano se halla en el género de las
cosas inteligibles sólo como ente en potencia»[12], idea que reafirma en su
opúsculo De ente et essentia:
«Y esto se completa en el alma humana, que tiene el último grado en las
sustancias intelectuales.»[13] Si,
pues, centramos nuestra atención no en la potencialidad cognoscitiva humana,
sino en su pertenencia al género de lo inteligible, aunque sea en el último
grado, podremos ver que le corresponde algún tipo de inteligibilidad propia:
«Para que el alma se perciba a sí misma ser, y atienda a lo que en sí misma es
obrado, no se requiere de algún hábito, sino que para esto basta la sola
esencia del alma, que le es presente a la mente.»[14]
Sostenemos, pues, que la persona
humana como un todo es, al igual que su principio formal, inteligible e
inteligente. Esta última tesis habremos de tomarla como punto de partida de
nuestras disquisiciones.
2. La duplex
cognitio
En las Cuestiones Disputadas De Veritate X,
8, Santo Tomás afirma que del alma tenemos un doble conocimiento. Por el
primero, conocemos del alma, por vía objetiva, sus notas esenciales y
universales, comunes, por ende, a toda alma; por el segundo, en cambio,
conocemos el alma en su inmediatez íntima, por la que en cada caso percibimos
que tenemos alma. Leemos en Santo Tomás:
Cada uno puede tener del
alma un doble conocimiento, como dice San Agustín en el libro IX De Trinitate.
El primero, por la que toda alma se conoce en relación a lo que le es propio;
otro, por la que es conocida el alma en relación a lo que es común a todas las
almas. Así pues, aquel conocimiento que tenemos de lo común a toda alma, es por
el que conocemos la naturaleza del alma; mientras que el conocimiento que
alguien tiene del alma en relación a lo que le es propio, es en conocimiento
del alma según que tiene ser en este individuo. Por lo que por este
conocimiento sabemos que existe el alma, como cuando alguien percibe que tiene
alma; por el otro conocimiento, en cambio, se conoce qué es el alma, y cuáles
son sus accidentes propios.[15]
El corpus completo de De Veritate X, 8 es más extenso y
complejo. Hemos querido destacar el punto que más nos concierne a nuestros
propósitos. Podemos, con todo, presentar una mirada panorámica de dicho corpus.
El pasaje recién citado obedece a una primera distinción, que como podemos
leer, se da entre el conocimiento de lo común a toda alma y el propio que
corresponde a este individuo singular. Dada esta distinción, Santo Tomás
reconoce, en el conocimiento de lo propio, un conocimiento actual y uno habitual;
para el conocimiento actual, el alma se percibe por sus actos, mientras que para el habitual, basta la sola esencia del alma. Del
conocimiento del alma relativo a lo común, distingue a su vez entre el
conocimiento por aprehensión y otro por juicio.
Consideraremos en detalle
sólo la primera distinción, vale decir, la concerniente al conocimiento de lo
«común» y lo «propio» por cuanto ofrece una conceptualización afín a lo que
llamaremos en este trabajo, respectivamente, conocimiento «objetivo» y «existencial».
Llamamos al conocimiento
de lo «común» conocimiento «objetivo» por hacerse posible en virtud del
ejercicio abstractivo del entendimiento humano; llamamos, a su vez, al
conocimiento de lo «propio» conocimiento «existencial» por hacerse posible en
él la aprehensión inmediata de la existencia misma del alma.
3. La duplex
cognitio y su recepción en Bofill y Canals
La recepción de la existencia de un
doble conocimiento del alma resulta, en el caso de Bofill, especialmente
interesante. No duda en afirmar que este llamado «doble conocimiento» no
implica sólo un doble conocimiento que tiene el alma de sí, sino que implica
también un doble conocimiento general del que es capaz el entendimiento humano.
Esta afirmación permite, a su vez, sostener que por el conocimiento existencial
no sólo se hace patente el alma a sí misma, sino que se puede hacer patente una
otredad[16].
Leemos en Bofill: «Notemos desde el principio algo muy grave: la expresión duplex cognitio, usada por Santo
Tomás en este texto, indica, sin duda posible, no dos conocimientos que el alma
puede tener de sí misma, sino -lo que tiene muy otro alcance- dos tipos o modos
de conocimiento.»[17]
Siguiendo en su recepción del texto
de Santo Tomás, explicita Bofill que ambos modos de conocer no se comparan
entre sí como lo imperfecto a lo perfecto, sino que son conocimientos
complementarios. Leemos:
No parece, en efecto,
justificado el empleo de la expresión “duplex cognitio” por Santo Tomás
para distinguir, tan sólo, una fase inicial y oscura
del conocimiento de su fase clara terminal; como no parece suficiente
considerar el conocimiento “an sit”
como simplemente preliminar del conocimiento “quid sit”
si efectivamente se trata de las dos grandes interrogaciones que polarizan, al
decir de Aristóteles, la investigación científica. Más bien hemos de ver entre uno y otro modo de
conocimiento una complementariedad, que dejaría a cada uno la prioridad en su
orden.[18]
En la recepción del mismo texto
realizada por Canals, afirma que el conocimiento existencial es fontal en
relación al conocimiento objetivo: «En la conciencia, como conocimiento íntimo
y existencial de sí mismo, radica toda aprehensión fáctica y existencial de los
contenidos objetivos. Ningún juicio de existencia sería posible sino desde el
arraigo de los actos cognoscitivos en la presencia íntima del yo cognoscente.
No entendemos que las cosas existan, sino que las conocemos como existentes
porque somos conscientes de nuestro acto de percibirlas.»[19] Reconocer esta primacía del
conocimiento existencial en relación al conocimiento objetivo es importante
para nosotros porque nos permite salvar el problema de la inmediatez
cognoscitiva, como tendremos oportunidad de ver en breve.
En relación a esto último, es
importante hacer tres aclaraciones. La primera, es que el asunto de la primacía
de una forma de conocimiento por sobre la otra es una problemática que
concierne únicamente al modo humano de conocer, que tiene que abstraer y formar
el universal inteligible a partir de las imágenes, de suerte que la misma
acción abstractiva impide la inmediatez de lo conocido ante el cognoscente.
La segunda, es que ambas recepciones,
las de Bofill y Canals, si bien de modos distintos, uno por vía de la
complementariedad, y el otro por vía de la primacía fontal, permiten salvar una formal
independencia del conocimiento existencial en relación al objetivo. Es decir, que si bien en el hombre el conocimiento existencial se da,
concomitantemente, con ocasión del conocimiento objetivo, este último no es
causa de la autopresencia del alma, la que tiene más
bien por su subsistir en el género de lo inteligible, como hemos visto más
arriba.
La tercera, es que esta primacía
fontal mencionada puede ser pensada, en visitas a una consideración del
conocimiento en cuanto tal, como una primacía también en perfección, por cuanto
todo conocimiento perfecto parece arrastrar la necesidad de esa misma
inmediatez. Ayuda en este punto, como también tendremos oportunidad de ver en
detalle, comparar el modo de conocimiento humano del angélico, por cuanto en el
conocimiento que una inteligencia separada tiene de sí, se contienen las dos
notas de contenido esencial e inmediatez cognoscitiva, por lo que bien podemos
llamar a tal conocimiento «intuición intelectual». Por su radical imperfección, en nuestro caso el
conocimiento existencial que el alma tiene de sí no permite la captación de su
propio contenido esencial, universal y común. Sin embargo, y es el punto a
resaltar aquí, aún en su imperfección, el conocimiento existencial que el alma
tiene de sí rescata ya un elemento que será decisivo al momento de hablar del
conocimiento de la persona en su singularidad: la inmediatez cognoscitiva.
En síntesis, habremos de decir que
ambos modos de conocimiento (objetivo y existencial) son complementarios, si
cabe poner cierta primacía no sólo fontal, sino que también en perfección en,
justamente, el conocimiento existencial, por cuanto en él se da una presencia
inmediata de lo conocido, aunque esto vaya en desmedro de la posesión, en dicha
presencia, de un contenido esencial y universal.
4. La duplex
cognitio y el conocimiento de la persona
En este
apartado justificaremos en paso del conocimiento que el alma tiene de sí al conocimiento de
otra persona en su singularidad, vale decir, de una otredad en su carácter
personal e íntimo; esto, en la profunda convicción de que ambos conocimientos
se hallan en la vertiente común de conocimiento existencial.
En efecto, dado el doble conocimiento
que el alma puede tener de sí, según lo visto en el texto De Veritate X, 8 (el decir de lo común y
lo propio), y su recepción en los dos exponentes de la Escuela, con quienes
queremos entrar en un mayor y profundo diálogo, cabe preguntarse en cuál de
estos dos se circunscribe el conocimiento de la persona en su singularidad.
La existencia de un conocimiento de
la propia alma es per se notum, y por lo tanto no requiere demostración alguna;
pero tampoco la requiere el sostener la existencia de un conocimiento de otra
persona en su singularidad: la existencia misma de la amistad lo patentiza.
No nos interesa, pues, la cuestión
del an sit de ambos
conocimientos, sino dilucidar, a la luz de la tesis de la duplex
cognitio, dos cosas: la pertinencia del conocimiento
de otra persona en su singularidad al conocimiento «existencial», y dilucidar
el modo de este conocimiento. Como afirmamos al comienzo, en el presente
trabajo nos limitamos únicamente al primer asunto.[20]
El problema general conocimiento de
otra persona humana en su singularidad bien puede ser entendido como un caso
especial o paradigmático de un conocimiento intelectual del singular material[21], y
lo calificamos así -de especial y paradigmático- ya que en tal conocimiento se
pretende penetrar en cuanto hay de íntimo en la otra persona.
Es decir, no basta con simplemente
retrotraernos reflexivamente, como de hecho ocurre en la llamada «conversio ad phantasmata», al
dato sensible primigenio, latente en la memoria y representable en la fantasía,
como al caso singular de un conocimiento que, al menos en una primera
instancia, es del universal. A la vista le es presente inmediatamente el ente
singular-material, pero ésta no penetra, en principio, en la intimidad de las
cosas; se queda con los accidentes que, muy imperfectamente, la manifiestan. El
entendimiento abstrae de los elementos accidentales e infra-esenciales, pero a
costa de quedarse con lo común-universal, perdiendo, así, algo que en el caso
del conocimiento la persona en su singularidad nos parece irrenunciable: su
propia intimidad incomunicable.
Cuando hablamos, pues, del
conocimiento de una persona en su singularidad, no nos interesa éste como
«caso» de una intelección que es de suyo de lo universal, como ocurre en el
conocimiento intelectual objetivo.
En esa línea de reflexión, Jaime
Bofill, en su obra La Escala de los Seres
hace dos afirmaciones atingentes al asunto del conocimiento de la persona en
cuanto subsistente singular y material: a) que de ella no hay ciencia, sino
contemplación, y b) y que de ella tenemos un conocimiento cuasi-intuitivo. Tales
afirmaciones nos parecen dignas de consideración, por cuanto ayudan a
justificar que tal conocimiento se da en la línea «existencial», no en la
«objetiva»:
En dicha obra, hallamo
dos pasajes dignos de considerar: el primero atingente a la tesis según la cual
de la persona no hay ciencia:
Santo Tomás atribuye a la
Persona -en la medida de su espiritualidad- dos caracteres que estamos
acostumbrados a mirar como contrapuestos: es un ser a la vez individual y
necesario. Su individualidad consta ya en la clásica definición de Boecio, y
Santo Tomás se complace, como hemos visto, en subrayar este carácter y su
aspecto dinámico[22]; de
otra parte, en la Persona piensa, ante todo, cuando afirma repetidamente que «oportet aliquid esse necessarium in rebus» I, q.
2, art. 3, c. Esto convierte de nuevo a la Persona en un objeto de conocimiento
de naturaleza muy especial. Porque, en efecto, ni es ella objeto de ciencia
propiamente dicha, ni es tampoco objeto de conocimiento práctico. La persona en
cuanto tal es objeto de contemplación.[23]
En la misma línea
atingente al conocimiento de la persona, dice Bofill en relación a la llamada
«cuasi-intuición»:
Ahora bien. Si el
conocimiento intelectual perfecciona y enriquece nuestra alma porque le permite
asimilar las formas de los demás seres; si es la captación de lo universal en
lo particular, según la fórmula que define el conocer humano: “contemplare veritatem in phantasmatibus”, ¿no
nos conduce ello como de la mano a vindicar el valor del conocimiento estético,
por no decir a concederle la primacía? Si la belleza se define como “splendor formae super partes materiae proportionatas, vel super vires, vel super actiones”, la captación de cada forma y de su esplendor, no
del modo discursivo que caracteriza tan sólo momentos intermedios de nuestros conocimiento, sino de un modo cuasi-intuitivo,
admirativo(...) ¿no reunirá, este acto, todos los caracteres de la
contemplación estética? (...) De este conocimiento contemplativo, experimental,
que nos introduce en la intimidad de los seres, el caso más destacado es el
conocimiento de la Persona.[24]
De este último pasaje citado,
omitimos su referencia a la dimensión estética del conocimiento, dimensión que
amerita una investigación aparte. Sí rescatamos la existencia de un
conocimiento cuasi-intuitivo, experimental y relativo a la persona, elementos
del todo atingentes a la presente investigación.
Afirmamos ya que el conocimiento
intelectual objetivo tiene por objeto lo universal y común. Pese a ello, no
podemos negar que el entendimiento, con todos los matices que sea necesario
poner, sí conoce el singular material; de otro modo no podríamos emitir juicios
universales sobre los objetos propios de la sensibilidad, ni comparar el
conocimiento sensible con el intelectual justamente en cuanto conocimientos.[25]
La consideración del singular en el
conocimiento objetivo, aunque mediado por cierta reflexión (conversio), la interpretamos en
el presente trabajo, siguiendo en ello a Bofill, como expresión de la profunda
y connatural inclinación del entendimiento humano a la «concretud»
propia del ente como lo que tiene esse[26]. En
ese sentido, sostenemos que a nuestro entendimiento no puede satisfacerle sólo
los productos de su propia actividad cognoscente (entendemos por «producto» el
hacer el inteligible allí donde la misma naturaleza -el ente material- no lo
ofrece por su constitutiva materialidad).[27] Esa inclinación del entendimiento a la concretud se cumple más perfectamente en el conocimiento
existencial, donde se hace presente una inmediatez de lo conocido. En este
punto es útil volver a resaltar una tesis central de Bofill: el conocimiento
existencial humano no sólo da razón del conocimiento propio que el alma tiene
de sí, sino que obedece a un doble modo de conocimiento en general.
El ente singular material, según
hemos visto, carece de inteligibilidad intrínseca; la tiene sólo en potencia.
Pero la persona, el «hombre trascendental»[28] del que habla Canals, aun
cuando comparece materialiter
como singular material, posee en sí misma inteligibilidad intrínseca, por lo
que su conocimiento no puede ser jamás concebido como un «producto» del
entendimiento humano, entendiendo por tal un hacer el inteligible por parte del
entendimiento, lo que hace necesario la consideración, a la luz de la tesis de
Bofill, de que su conocimiento obedezca al conocimiento existencial.
Por el conocimiento objetivo captamos
lo universal, pero ello no quita, sino que más bien refuerza la profunda
aspiración del entendimiento a la concretud y
singularidad propia del subsistente personal, cuyo conocimiento, en virtud de
su inteligibilidad (y por qué no decirlo, de su dignidad[29]), debe ser directo e
inmediato. Ante esto, se hace patente la radical limitación de la conversio como retorno reflexivo a aquella singularidad
material originaria[30], y
se hace patente también el rol completivo del conocimiento existencial, del que
hablaba Bofill, para satisfacer aquella «profunda aspiración» de lo singular
que, en cuanto acaba en la persona, conlleva la plena satisfacción del
entendimiento humano en su poseer aquello que, en sí, tiene ser e
inteligibilidad intrínseca.
5. El conocimiento existencial de la
persona y el problema de la «intuición»
El conocimiento existencial tiene la
característica, tan añorada por nosotros al momento de hablar del conocimiento
de la persona, de la inmediatez[31].
Ella nos remite inevitablemente, en cuanto problema gnoseológico, a una urgente
y necesaria aclaración del concepto «intuición».
El término «intuición» tiene una gran
riqueza semántica. Pero si queremos acotar su significado, habremos de hacerlo
en el horizonte concreto del tomismo, y en particular en su recepción en la
Escuela, así tal acotar se torna una tarea algo más realizable[32].
Dado tal contexto, puede ser útil analizar la intuición en su caso más paradigmático,
que es la intuición intelectual.
En este esfuerzo, un primer problema
que se nos hace presente es que Santo Tomás de Aquino no tiene una definición
explícita de tal forma de conocimiento. Nos dice al respecto Canals:
Podría reconocerse que en
Santo Tomás de Aquino no se hallan textos formalmente referidos a la definición
de lo que sea un conocimiento intuitivo por el entendimiento, mientras que en
san Agustín palabras como intuir o ver son usadas en un sentido amplio, y
de alguna manera confuso, que apunta más bien a la dirección de lo que
podríamos llamar captación intelectual directa y evidente de la verdad esencial
y universal, con connotaciones de inmediatez entitativa y existencial.[33]
Pese a no estar en el Corpus del Angélico el término
«intuición intelectual», Canals sostiene que nos acercamos bastante a su
concepto, y con ello a su significado en cuanto conocimiento «intelectual», al
leer cuidadosamente algunos pasajes del Angélico concernientes al conocimiento
angélico:
En algún pasaje de la
obra de Santo Tomás de Aquino hallamos, no obstante, afirmaciones que, siquiera
en un sentido «material», nos conducen a una comprensión adecuada de la
estructura de un conocimiento intelectual, en el que se den simultáneamente las
dimensiones de inmediatez entitativa y de aprehensión intencional de la esencia
de lo entendido. Es coherente que tales textos los hallemos sólo en sus
luminosos análisis sobre el modo de conocimiento intelectual de las sustancias
inteligentes finitas, pero carentes de sensibilidad. [34]
En efecto, cuando hablamos en general
de intuición, queremos significar un tipo de conocimiento intelectual donde se
da una presencia inmediata a la mente de lo conocido. En el conocimiento
objetivo, tal presencia inmediata no tiene lugar dada la actividad abstractiva
del entendimiento agente que forma el inteligible constituyendo, así, directa,
pero no inmediatamente el objeto propio de la potencia intelectiva: la esencia
inteligible[35].
Por cuanto la acción abstractiva se realiza en virtud de la imagen presente en
la memoria y representable en la fantasía, y por cuanto esta imagen es derivada
de lo que sí es una presencia inmediata a la vista por vía de conocimiento
sensible, el conocimiento intelectual objetivo tiene por objeto, al menos directamente,
y al modo de contenido inteligible, lo formado por el entendimiento, es decir,
un «producto», que viene a suplir una presencia inmediata de lo conocido.[36]
En el conocimiento existencial el
alma se capta de forma inmediata. Lo problemático es que en tal presencia no se
da, ni puede darse, un contenido esencial, es decir, una captación de la
esencia universalmente común de toda alma intelectual humana. Este último
conocimiento se da, más bien, por medio de una muy diligente indagación de los
actos del alma, sus facultades y objetos, y pertenece, sin lugar a dudas, al
conocimiento en su vertiente objetiva.[37]
Atendiendo a las reflexiones de Santo
Tomás en torno al conocimiento del ángel vemos que, junto con una presencia, a
saber, la de su propio ser, se da también en él la captación inmediata de su
propia esencia, al modo de contenido esencial o quiditativo
de lo que en cada caso el ángel es[38]. Esta doble captación, en
un sólo e indiviso acto de conocimiento, es lo que llamamos nosotros,
«intuición intelectual». Leemos en Canals: «(...)convendría entender el sentido
del término "intuición intelectual", de modo que se refiera
únicamente a aquel acto intelectual de conocimiento que reúna a la vez el doble
carácter de presencia inmediata y entitativa en la conciencia de lo conocido, a
la vez que el de la perfección propia del acto de intelección, a saber, la
posesión consciente y conceptualmente expresable de la esencia de lo conocido.»[39]
Si la intuición, en toda su fuerza y
capacidad de penetrar la realidad, se da en efecto en este caso, ¿cómo cabría
denominar a una «intuición» en la que sólo se da, en principio, una presencia,
un esse,
pero sin contenido esencial, universal e inteligible? En otras palabras, si la
intuición intelectual es la intuición
por antonomasia, una intuición en rigor no intelectual, más tampoco puramente
sensible (al modo del acto de visión[40]), habrá de ser comprendida
como imperfecta en relación a ella, y como comparable a ella según cierta
relación analógica.
¿Cabe denominar a la intuición no
intelectual, pero tampoco sensible, una «cuasi-intuición»?
Pensamos que sí, y tal lectura obedece, en concreto, a nuestra interpretación
de la tesis de Bofill ya mencionada.
Es justo decir aquí, con todo, que
Canals, para evitar equívocos y malentendidos, evita usar el término
«intuición». En efecto, en su obra Sobre
la esencia del conocimiento, y con ocasión de aquella necesaria aclaración
terminológica, afirma que al conocimiento que el alma tiene de sí por su propio
ser bien podría llamársele «noticia intuitiva» (de ahí que sostengamos la
equivalencia terminológica con Bofill), pero al momento hace la siguiente
salvedad:
El conocimiento que cada uno tiene de sí mismo según
que tiene ser, y por el cual al pensar algo se percibe existente, es obviamente
experiencia inmediata y percepción de la sustancia del alma en su existencia, e
incluso debería por ello ser llamado notitia
intuitiva (...), que alude exclusivamente a la inmediatez y a la existencia.
Resulta en cambio preferible no darle aquel calificativo de intuitiva, por no
alcanzarse todavía en ella por modo conceptualmente discernido el conocimiento
de la naturaleza de la mente.[41]
En otras palabras, dado que el nombre
«intuición» (noticia intuitiva) podría dar a entender el conocimiento de una
esencia («la naturaleza de la mente»), y por ende un conocimiento al modo,
justamente, de una «intuición intelectual», Canals halla preferible omitir tal
terminología: «Proponemos, y así lo haremos en el curso de nuestro trabajo, dar
al conocimiento realizado por la presencia existencial e inmediata de lo
conocido en el cognoscente el nombre de "conocimiento como experiencia
inmediata" o "inmediatamente perceptivo de la realidad conocida según
su ser".»[42]
Habremos de reconocer, pues, una
equivalencia entre lo que Bofill entiende por conocimiento «cuasi-intuitivo»
y lo que Canals llama «conocimiento como experiencia inmediata», o
«inmediatamente perceptivo de la realidad conocida según su ser», o
«conocimiento por modo de experiencia o percepción existencial». Por las
razones al principio esbozadas, seguiremos usando en lo que sigue sólo el
término «conocimiento existencial» significando en él, esta inmediata presencia
de un «ser», presencia no quiditativa ni universal de
lo conocido.
Nos encontramos, pues, como en un
punto medio entre la intuición intelectual y el conocimiento objetivo. En el
contexto particular del conocimiento de sí tenemos, por un extremo, el
conocimiento que el ángel tiene al modo de una intuición intelectual, y por el
otro, el conocimiento que, por una inquisición ardua y laboriosa, logra el alma
humana de sí en el conocimiento esencial y objetivo, y por la que el alma
alcanza de sí lo que tiene de universal y esencialmente común a toda otra alma.
Parece que nos faltan los términos suficientes para categorizar plenamente a
este «punto medio». Quizá esta limitación terminológica llevó a Bofill a mentar
el concepto de cuasi-intuición.
6. El conocimiento de la persona y la
perfección de la facultad cognoscitiva humana
En vistas de una aproximación al
conocimiento de la persona en su singularidad incomunicable, es útil atender a
una triple consideración o precisión objetiva de la mente presente en el
pensamiento de Bofill. Un primer y proporcional horizonte cognoscitivo que se hace
presente connaturalmente al entendimiento humano es el ente material y
sensible, que corresponde al «objeto proporcionado»; este es el plano propio de
la física o filosofía de la naturaleza, por cuanto su objeto formal es el ente
móvil. En un segundo horizonte, el entendimiento puede hacer una consideración
formal de todo lo real qua real, lo
que representa un horizonte aún más amplio, a saber, el del ente en cuanto
ente, que Bofill llama «objeto adecuado»[43] al entendimiento humano;
esta segunda precisión objetiva corresponde al plano de la metafísica. Un tercer y último plano es reconocido por Bofill, lo
llama objeto saciativo, que es Dios mismo[44],
que bien podemos situar en la visión de Dios en la patria.
Sin desmedro de su «capacidad
metafísica»[45],
que lo eleva a una consideración de todo lo real y de sus primeras causas (es
decir, una elevación que, siguiendo la triple precisión objetiva de Bofill,
implica una elevación del objeto proporcional al adecuado, y de éste al saciativo), al hombre le está velada la captación de toda
esencia de algún ente inmaterial en acto. En efecto, en el universo
gnoseológico abierto por el tomismo, por encima del hombre como subsistente
personal, sólo cabe concebir dos tipos de entidades, a saber, la angélica y la
divina; ambas también al modo de subsistentes personales. La primera como una
entidad del todo inmaterial, pero finita y compuesta[46], y la segunda Dios mismo,
como entidad infinita[47], incausada[48] y
absolutamente simple[49].
Si la tesis de la inmaterialidad como
principio de inteligibilidad es acertada, bien podemos inferir que en ambos casos, a saber los ángeles y Dios, hablamos
tanto de inteligibles como de inteligentes en acto. Tal inteligibilidad actual
de la persona humana, por la debilidad de nuestro entendimiento, nos es
inaccesible al modo de una intuición intelectual, que es el modo en que el
ángel se conoce a sí mismo.
En el caso de la persona humana, si
bien ella es acto en el género de los inteligibles, por la debilidad de su
potencia intelectiva, ella sólo es presente a sí misma al modo de una presencia
inmediata pero no quiditativa. En estas
consideraciones de precisión objetiva, y por la debilidad de nuestro
entendimiento, no se ve cómo sea posible acceder a cuanto de inteligible hay en
la persona humana en su subsistir incomunicable.
Pese al límite impuesto por el
conocimiento objetivo, creemos que no está del todo velada a nuestra facultad
intelectiva, por la vía del conocimiento existencial, la posibilidad de
apropiarse cognoscitivamente de la persona en cuanto tiene de singular e
incomunicable, como subsistente en el género de lo inteligible y como lo más
digno de ser conocido.
La posibilidad de esta apropiación ha
sido insistentemente pronunciada por la Escuela. Por esta razón, desde sus
comienzos con Bofill y ya plenamente en Canals, ella ha prestado mucha atención
al asunto de la inteligibilidad y cognoscibilidad del ente personal en su
singularidad. Leemos en Bofill:
(...)Si la perfección se
da siempre en lo concreto, en lo individual, un estudio de la perfección no
deberá alejarse de lo concreto, de lo individual: deberá ser, más bien, un
estudio de lo perfecto. Esta actitud podría interpretarse como una concesión a
nuestro tiempo y, correlativamente, corno un alejamiento de la Metafísica, tal
como se la venía concibiendo tradicionalmente. ¿No es ella, en efecto, la
ciencia que tiene por objeto no a tal o tal otro grupo particular de seres,
sino al ser común a todos ellos -lo que hay de más universal? Atenerse a lo
concreto, a lo singular, ¿no sería un alejamiento de la actitud científica
misma- ya que lo singular, como tal, no es objeto de ciencia?
La filosofía antigua
tenía prevista esta objeción. Porque, junto a un universal lógico -universale per praedicationem (In
I Metaph., lectio 2), fruto de la actividad
abstractiva de nuestra mente, afirmaba un universal ontológico- universale in causando (...), cuya consideración, no la del
primero, es el verdadero fin de la Metafísica; universal real, no simplemente
nocional; grávido, en una íntima unidad y singularidad, de contenido ontológico[50] y
cuyo nombre propio no es otro que el de ser espiritual: «substantiae
separatae sunt universales et primae
causae essendi». (In I Metaph., proemium).[51]
En Canals encontramos una línea de
reflexión similar:
No habría que olvidar
nunca que en la línea del bien sólo tiene carácter de fin «amado» y no ya sólo
«deseado» apetitivamente por el hombre, el ente personal, el hombre individual
y subsistente, con el que se puede entrar en comunicación vital y compartir el
anhelo de felicidad humana, sino que, en la línea misma de la verdad
trascendental, lo subsistente espiritual posee la verdad de un modo diverso y
más excelente que cualquier objeto esencial inteligible constituido en la línea
del conocimiento universal de los entes naturales.[52]
Por cuanto lo
«subsistente espiritual» posee la verdad de modo más excelente que cualquier
otro ente que pertenezca solamente al género entitativo (extensive el ente material), la persona es capaz no sólo de
conocerse, sino de perfeccionar y enriquecer intelectualmente, en su posesión
cognoscitiva, a otra persona. Recordemos que esta posesión cognoscitiva se da,
siguiendo a Bofill, como una contemplación y un conocimiento cuasi-intuitivo, y recordemos también que, en el mismo
autor, el conocimiento existencial no queda limitado al conocimiento presencial
de lo propio del alma.
Sentado lo anterior,
sostenemos que en el conocimiento de la persona en su singularidad
incomunicable alcanza el entendimiento humano su vocación y perfección natural
definitiva. Toda metafísica no ha de ordenarse sino a ella, justamente en aquel
tipo de apropiación contemplativa de su singularidad e intimidad. Dice Bofill
en torno a tal apropiación:
La medida de su perfección y del gozo correspondiente nos lo hará vislumbrar la consideración
de lo que ella significa: el enriquecimiento de una Persona por lo que hay de más valioso en el Universo entero, a saber: por otra
Persona, que se entrega a sí misma no en alguno de sus aspectos o bienes más o menos exteriores, sino introduciéndonos
en lo íntimo de su vida y de su ser.[53]
La destinación última del
entendimiento es la posesión de lo más verdadero, que es la persona. Si esta
posee inteligibilidad intrínseca, no sólo es imposible para nuestro
entendimiento hacer tal inteligible por la virtud del entendimiento agente,
sino que, de ser posible tal «hacer», éste sería superfluo, por estar ya la
persona constituida en esa su inteligibilidad antes de todo acto de
conocimiento dado en otro en cuanto otro.
7. Conocimiento existencial y
presencia dinámica
Si bien ya hemos argumentado que el
conocimiento de la persona en su singularidad no puede darse en el conocimiento
esencial y objetivo, por cuanto no hay un hacer el inteligible en acto por
parte del entendimiento, cabe profundizar más todavía en torno a la pertinencia
de tal conocimiento al existencial.
Es clave para ello una consideración
más detallada del pasaje de De Veritate
que dio origen a nuestras disquisiciones. En él se afirma que el alma, por sus
actos, alcanza un conocimiento actual de
sí. Esta tesis, según la cual el alma se conoce por sus actos, es susceptible
de una doble consideración.
En efecto, leída la tesis desde el
horizonte del conocimiento esencial y objetivo, tenemos la consideración
reflexiva de los objetos, actos y facultades del alma, que constituye el
fundamento de una teoría de las facultades y una teoría del alma en general, al
modo de un conocimiento universal y, por ende, científico; leída, en cambio, en
el horizonte del conocimiento existencial, tenemos la consideración de los
actos del alma como brotados desde ella misma, de su propio obrar elícito, es decir, la consideración de su propia emanación
operacional libre. El conocimiento de esta emanación se da al modo de una
presencia derivada de aquella autopresencia
originaria del alma en sí misma.
A la luz de esta segunda
consideración, habremos de caer en la cuenta de que la presencia inmediata de
un ser, tanto del propio como del ajeno, en cuanto posibilitado por la
consideración de sus propia emanación operacional, guarda una nota peculiar
hasta ahora no mencionada: tal presencia de los actos elícitos
del alma, patentes al entendimiento de forma inmediata y como una presencia
derivada de aquella originaria autopresencia, de la
cual brotan los actos mismos, no puede, siendo justo con los hechos mismos, ser
catalogada de estática. Tal presencia es en realidad dinámica, y ella misma es
constitutiva de un cierto contenido inteligible que, siguiendo a Canals,
denominamos nosotros biografía[54]; concepto
estrechamente vinculado con aquella «emanación operacional» recién mencionada,
y con el «contenido ontológico» del que hablaba Bofill algo más arriba.
Así, se hace necesario incorporar el
concepto biografía al aparataje
conceptual clásico de la metafísica tomista de la Escuela, al menos en aquel
capítulo de la metafísica concerniente al conocimiento de la persona en su
singularidad; sin dicho concepto, y su profundo y denso contenido ontológico,
se torna imposible aclarar del todo la estructura del conocimiento de la
persona en su intimidad.
No hablamos de una suerte de capítulo
dolosamente inconcluso o abiertamente omitido en la metafísica clásica, sino
más bien de llevar la tarea metafísica de su propia auto-fundamentación
a sus últimas consecuencias[55].
Podemos llamar a esta tarea una auténtica «tarea biográfica». Leemos en Canals
sobre este concepto:
La tarea biográfica no
consiste en la elaboración de una «antropología», en cualquiera de las
formalidades en que esta tarea quisiera emprenderse, ni en la construcción de
un tratado metafísico sobre el ente personal. El «sujeto» del que se ocupa una
«biografía» es precisamente un hombre individual, una persona, y lo que en ella
se describe[56] es
precisamente su vida.[57]
Nótese cómo Canals vincula el
concepto de biografía a la descripción de la vida del hombre
individual. Esta descripción, por cuanto es del individuo, obedece justamente a
la dimensión incomunicable propia del subsistente personal. Si de éste no hay ciencia[58], como dijimos, y la
descripción conlleva elementos de mayor complejidad que una simple autopresencia estática, resulta razonable sostener que, lo
que en tal caso se describe es la concatenación de actos personales en tanto
que manifestativos del ser personal.[59]
En esta línea adquiere también
relevancia, junto con el término «biografía», el término «vida» en una
explícita significación ontológica, y no puramente biológica. «Para los
vivientes, vivir es ser»[60],
nos enseñaba Aristóteles, tesis que, recibida por Santo Tomás, nos revela, ya
plenamente, la misteriosa pertinencia del vivir al esse.[61]
La vida se manifiesta por sus
operaciones[62].
Éstas, al igual que siguen y manifiestan el esse,
también siguen y manifiestan la vida, que no es sino el esse poseído por el viviente
racional en esa su expresión «dinámica» recién esbozada. Hablamos de la vida en
su dinamismo propio y personal, único e irrepetible, en aquel sentido
«sintético» que armoniza, en el decir de Canals, «biología» y «biografía»[63], y
donde el vivir personal se acuña, como un proceso unitario y dinámico a la vez,
en vistas de aquello en función de lo cual cada vida personal consiste, al modo
de un fin elícitamente propuesto[64]. Afirma bellamente al
respecto Bofill: «...lo que unifica a la actividad es el fin; de aquí que la noción de vida sea
susceptible de esta extraordinaria traslación de
sentido al "objeto" o "fin" de la operación,
a saber: al "ideal" en que converge el interno dinamismo del sujeto y
la actividad transitiva que eventualmente lo prolonga.»[65]
Profundicemos algo más en este
carácter dinámico:
Hemos escrito, antes, la
palabra realismo. Aun salvando el
escollo de un primer equívoco posible, consistente
en cargar la expresión con su contenido etimológico y cosificar
la realidad, cabría incurrir en una variante más sutil de este error: la de tomar la palabra res como sinónima
de esencia, y llamar real a todo cuanto goce de los
caracteres de un contenido intelectual.
Res sive essentia es una aproximación de nociones que nos conduciría,
en nuestro caso, a la deformación «intelectualista»
misma que queremos evitar: porque dejaría perder
-o al contrario, absorbería indebidamente-: 1.° Todo cuanto en la realidad verdadera
atañe al
individuo en cuanto tal; o si se prefiere, todo cuanto pertenece, no al
orden de la esencia, sino al orden simétrico de la existencia
(...) Pero además, 2.° Todo lo que hay de dinámico, de
relativo, de vital o fluyente en la Naturaleza, dando fundamento, si no razón, a la acusación de inmovilizar la realidad con que se
nos ataca.[66]
A la luz de este dinamismo defendido
por Bofill, vemos que es ciertamente dinámico (es decir, discursivo) el proceso
por el cual el alma pasa de la potencia al acto en el conocimiento esencial y
objetivo de sí, en aquel proceso descrito por Santo Tomás como una «diligens et subtilis inquisitio». Pero cuando hablamos aquí de «dinamismo»,
no mentamos una suerte de discursividad «científica», sino más bien de una
discursividad «vital»; no de la discursividad silogística propia de la ciencia
o episteme, sino de aquella propia de los actos ilícitos constitutivos de la
propia biografía; de aquellos actos brotados del corazón como emanación íntima
de todo viviente personal[67].
Que tal presencia sea dinámica y no
estática, no va en desmedro de su «contenido inteligible»[68], pero este «contenido» no
es esencial ni universal, al modo en que llamamos «contenido» a lo poseído en
los actos de conocimiento esencial y objetivo.
Así visto el asunto, se da un cierto
«contenido inteligible» inmediato y dinámico, pero ese contenido inteligible no
es el concerniente al conocimiento de la esencia, es decir, de lo común y
universal, sino el concerniente al conocimiento de lo propio, es decir, al
conocimiento existencial, único donde puede darse lo que hemos venido a llamar biografía.
Esa «biografía», como expresión del
dinamismo del viviente personal, es inteligible por cuanto es, ya desde su
constitución, un devenir emanado del entendimiento de un subsistente personal
y, por ende, de un ente que posee inteligibilidad intrínseca.
Ahora bien, tal devenir, por cuanto
emanado del acto de ser personal,es
comunicable, como todo acto, a un otro por medio de una palabra interior,
conocida y amada, que se vuelve palabra exterior. Leemos a este respecto en
Amado:
(...) aquello irrepetible y propio
de la vida de cada persona, lo que pertenece a cada uno según su ser, su vida,
es inalcanzable si el mismo no lo comunica. En la medida en que el viviente
personal tiene interioridad, es capaz de expresar dentro de sí mismo aquello
por lo que vive y contárselo a otros, ponerlo en común con los demás. Sólo los
vivientes personales pueden tener vida social porque sólo a ellos les
corresponde tener una vida íntima.
Gracias a esta vida íntima, puede el viviente racional entrar en
relación de amistad con otros seres personales.[69]
Esta comunicación se da en la vida
humana con total naturalidad en la conversación cotidiana, y la patencia del
otro se da con la misma naturalidad con la que se me hace patente mi propio ser[70]. No
se requiere de una especial actitud inquisitiva o una compleja elucubración
psicológica para conocer al otro en su estar presente ante mí. Ni siquiera es
necesario que en esta cotidiana conversación el tema a tratar sea uno mismo,
como quien cuenta a su amigo sobre su propio ser, sino que también en la charla
sobre cualquier tema, aunque sea trivial, hay una manifestación de la
singularidad incomunicable. Leemos en Letelier: «La palabra exterior mediante
la cual la persona humana expresa el verbo interior en el cual ha concebido la
verdad de algo, manifiesta también, inevitablemente, la singularidad del acto
de autopresencia que hace posible, como su fundamento, el
concebir intelectualmente algo distinto de sí. Es decir, como lo “conocido está
en el cognoscente según el modo del cognoscente”, quien manifiesta
exteriormente lo que conoce se manifiesta también a sí mismo en su singularidad
cognoscente.»[71]
En síntesis, si el obrar sigue y
manifiesta el ser, así el obrar personal, es decir libre, sigue y manifiesta el
ser personal, su inteligibilidad (más elevada que la de cualquier concepto
abstracto) y su verdad. «La naturaleza de cualquier acto es que se comunique a
sí mismo en cuanto es posible. Por lo
que cualquier agente obra en la medida en que está en acto. Pues obrar no es
otra cosa sino comunicar aquello por lo que el agente está en acto, según que
es posible”.[72] Y
mientras más perfecto el acto, más perfecta es la comunicación del mismo y más
perfectiva para quien la recibe.
La inteligibilidad de esta biografía
se desprende, pues, naturalmente de la consideración de la persona como lo más
verdadero del universo. Tal consideración es, en consecuencia, máximamente
perfectivo del entendimiento. Pero no es perfectivo al modo de algo que el
entendimiento forma, y esto por la misma inteligibilidad intrínseca y la verdad
misma radicada en la intimidad del subsistente personal. Leemos en Amado:
«Ahora bien, de la misma manera que es término de amor de amistad la persona es
también lo más verdadero en el universo, y por ende lo más digno de ser objeto
de contemplación. La consideración de la vida de los amigos es, incluso en su
singularidad, más interesante que las consideraciones de todas las ciencias y
artes.»[73]
Hablamos, pues, de una suerte de
«cristalización» de la vida personal, acuñada al modo de un relato vivo que, en
su misma génesis, se constituye y manifiesta por medio de la palabra plenamente
libre, es decir, personal. Se hace, así, la vida personal susceptible de ser
narrada al modo de un relato inteligible, unitario, coherente, repleto de
sentido; esto, en la más inmediata cotidianidad, propia de la conversación
entre amigos. Este relato de contempla, en el caso concreto de la vida humana,
en un escuchar atento, es decir, en un cierto recibir y un cierto padecer,
propio de la experiencia contemplativa y, por qué no mencionarlo, también
estética[74].
Si todo conocimiento es personal en
el sentido de que sólo la persona es, en rigor, susceptible de conocer; también
es cierto que no todo conocimiento es un conocimiento de lo propio de la
persona qua persona, y no
precisamente en su estructura metafísica, es decir, la propia de toda sustancia individual de naturaleza racional,
sino en lo que tiene este conocimiento de más propio: la penetración
cognoscitiva y amorosa de una persona en otra persona. En este sentido,
afirmamos la equivalencia entre conocimiento existencial y conocimiento
personal, siempre y cuando seamos capaces de reconocer, en una presencia
inmediata y a la vez dinámica, una intimidad emanada al modo de un relato
inteligible y contemplable, un contemplar susceptible de una cada vez mayor
penetración que se apropia de quién es el otro en esa su singularidad, que es,
auténtica y literalmente, una absoluta novedad en el universo material.
No podemos negar que el conocimiento
objetivo ofrece, en general, un verdadero conocimiento de la persona, por cuanto esta es, en la línea
de la esencia (que siempre representa potencialidad), susceptible de ser
subsumida en un conocimiento de lo común y universal en la línea de,
justamente, su propia esencialidad[75]. Pero un acto de
conocimiento de la persona, de lo que hay de propio, íntimo e incomunicable en
ella, habrá de ir por otra línea muy distinta, la línea propiamente del esse en su
dimensión singular, vital y dinámica.
Así, volviendo a la hipótesis de
nuestro trabajo, sostenemos que tal dimensión «singular, vital y dinámica» se
da, a la luz de la distinción presentada en el texto De Veritate X, 8, en el conocimiento existencial; en él se da, pues, una
presencia dinámica y un cierto contenido inteligible del cual, como vimos, no
hay ciencia, sino patencia cuasi-intuitiva y
contemplación.
8. Una investigación por realizar
Si en el contexto del conocimiento
existencial se habla de la presencia inmediata del alma para sí misma, su
articulación sistemática con la duplex cognitio presente en De
Veritate X, 8 se torna sencilla, por cuanto hay
una manifiesta inmediatez del alma para con su propio emerger operacional, pero
esta articulación se torna problemática cuando lo presente es la biografía de
otra persona.
Salta a la vista que no basta con
demostrar la pertinencia de este conocimiento al existencial, como hemos
pretendido hacer. Hace falta, además, dilucidar el modo de este conocimiento.
En este punto las preguntas surgen por su propia fuerza: ¿cómo puede darse en
mí, al modo de una presencia inmediata, la intimidad, en principio
impenetrable, del otro? ¿No se presenta aquí una «distancia» incompatible con
una «inmediatez»? ¿No me está acaso esa intimidad, a radice, velada?...
Creemos que el concepto
clave para responder a tales preguntas es una connaturalidad
afectiva que vincule, de un modo aún por dilucidar, dos intimidades entre sí[76].
Una vía así nos la insinúa Letelier al afirmar, en relación con el conocimiento
de la persona tal y como aquí lo hemos venido planteando: «Esta singularidad
personal, sin embargo, no puede ser captada bajo la formalidad universal de
categorías científicas, sino sólo bajo la formalidad singular de su semejanza
con la experiencia de uno mismo como cognoscente, lo cual exige una connaturalidad entre el cognoscente y el conocido que solo
es posible como efecto del amor.»[77]
Sin ser un sí un
argumento, sino sólo un mero elemento persuasivo, intentemos imaginar una
charla íntima entre una Santa Teresa de Jesús y el Sardanápalo, el monarca
asirio mencionado por Aristóteles en Ética I y famoso por llevar una vida
desenfrenada de placeres sensuales y, por ende, ejemplo paradigmático de la
vida del vulgo. Si en dicha charla, Santa Teresa comunicara, en la intimidad
propia de los «amigos» sus experiencias espirituales e íntimas, ¿podemos
pretender siquiera que ello sea «inteligible» para un personaje tan en extremo
vulgar y sensual? ¿No hay allí presente una suerte de abismo infranqueable que
permite toda auténtica comprensión y contemplación, casi hasta el punto de
sostener que el mismo lenguaje externo es del todo distinto?[78]
Reflexionar en base a
este ejercicio de imaginación puede ayudar a hacer intuitiva aquella idea
expresada por Letelier según la cual las experiencias del otro guardan
semejanza con las de uno mismo.
En efecto, la palabra,
manifestativa de lo que algo es[79], es
escuchada, y en tanto que tal, resuena en el interior de quien la escucha; para
calar hondo en quien escucha, tal palabra debe resonar como propia, al modo como resuena la propia intimidad poseída y la
palabra, interiormente brotada, que la manifiesta. Tal resonar de lo ajeno como
propio es una forma, incipiente al menos, de inmediatez vital y cognoscitiva de
otra persona como consecuencia del amor como fuerza unitiva: un decir tuyo que
se me hace familiar porque resuena en mí como propio por una compenetración
afectiva que Canals llama «conocimiento por connaturalidad».
La contemplación se da, pues, por la
palabra dicha y en la palabra
escuchada.[80]
Afirma a este respecto Letelier: «En
el esquema tomista, la contemplación tiene un carácter ascendente que involucra
a la totalidad de la persona, y culmina en un acto que, siendo formalmente
intelectivo, es también intrínsecamente volitivo. (...) la contemplación de
Dios es también unión en el orden del amor.”[81]
Aclarado el rol de la connaturalidad en el marco conceptual que hemos definido en
esta investigación, podremos justificar plenamente que la única vía de solución
del problema acerca del modo de la cognoscibilidad de la intimidad ajena, en
cuanto inmediatamente presente a quien la conoce, se da sobre la base de una
profunda comunicación de vida posibilitada por el amor de amistad, y que
posibilita, materialiter, en el modo de un
«con-vivir», que la palabra dicha por un otro resuene en mí como propia.
Con todo, quedan aún
preguntas abiertas. Una de ellas, podría plantearse en los siguientes términos:
¿cómo va a existir algo común entre dos que son, en cuanto subsistentes
personales, incomunicables? ¿No radica, acaso, en la incomunicabilidad la
imposibilidad de algo en común?
Ante esta pregunta sólo podemos dejar
insinuada una posible y a la vez sugerente vía de solución, ya esbozada en
cierto modo en la obra de Letelier: «Conocer la verdad del amigo en conocerlo
en Dios»[82] Si,
como dice Bofill, lo que unifica la actividad es el fin, si dicha actividad es
la concatenación de actos personales que hemos llamado a lo largo de este
trabajo biografía, y tal fin es la unión contemplativa y amorosa con Dios, hay
una cierta unión connatural con otro en el fin y, radicado en él, una profunda
razón de semejanza.
Sin embargo, todo esto
compete a una necesaria investigación por realizar. Como dijimos al comienzo,
el estudio acerca del cómo del conocimiento del amigo ha de quedar, necesaria y
lamentablemente, como un asunto pendiente para un próximo artículo.
9. Conclusiones
A modo de conclusión,
reafirmamos que el conocimiento de un otro en su intimidad personal se da en lo
que hemos venido a llamar conocimiento existencial; no hemos pretendido más en
el presente trabajo. Tenemos, así, en el caso del conocimiento del otro, una cuasi-intuición, mentando con esto una inmediatez
cognoscitiva, pero no esencial; siendo que ambos elementos, a saber inmediatez y contenido esencial, se dan plenamente en
la llamada «intuición intelectual»; en otras palabras, queremos significar con
el «cuasi» mentado por Bofill una modo de intuición no perfecta, pero siempre atingente
al conocimiento existencia y donde sí se da presente un contenido inteligible.
Remedia, pues, la ausencia de contenido esencial otro modo de inteligibilidad,
dada al modo de una presencia dinámica, cargada de contenido, que hemos llamado
biografía. Por cuanto este conocimiento biográfico no es ya de sí, sino de
otro, hace falta un modo de presencia donde, esperamos profundizar en una
futura investigación, la connaturalidad, la comunión
de afectos y el convivir se tornan conceptos fundamentales y esenciales.
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Para
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García Elton, Íñigo
Alberto. “El conocimiento de la persona en su singularidad. Una aproximación desde
dos exponentes de la Escuela Tomista de Barcelona”. Humanidades: revista de la
Universidad de Montevideo, nº 16, (2024): e166. https://doi.org/10.25185/16.6
Contribución de los
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Contreras: danielcontrerasrios@gmail.com
[1] La «Escuela Tomista de Barcelona», que
por motivos de brevedad llamaremos a lo largo del presente artículo simplemente
«Escuela», nace bajo la paternidad espiritual del sacerdote español Ramón Orlandis
(1873-1958),
fundador de «Schola Cordi Iesu» y de la revista «Cristiandad». Sus dos principales
representantes son Jaime Bofill Bofill (1910-1965) y Francisco Canals Vidal (1922-2009). Entre ambos, más que
existir una relación de discípulo maestro, la hubo de verdadera amistad
filosófica, si bien Bofill fue el director de la tesis doctoral de Canals
(titulada «El logos: ¿indigencia o plenitud?»; publicada más tarde, como obra
de reflexión madura, como «Sobre la esencia de conocimiento»). Es difícil resumir
aquí las notas específicas de tal Escuela, notas que, esperemos, aparezcan
naturalmente en el transcurso de este ensayo. Con todo, para un estudio más
acabado, cf. a: Eudaldo Forment, «La Escuela Tomista
de Barcelona», Veritas, 34, 130, 1988 (215-225); Miguel Ayuso
Torres, «Francisco Canals y la Escuela Tomista de Barcelona», Pensamiento, 48, 189, 1992 (78-82).
[2] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento (Barcelona: PPU, 1987), 113.
[3] Francisco Canals, Cuestiones de Fundamentación (Barcelona: Edicions
Universitat de Barcelona, 1981), 26.
[4] Cf.
Summa Theologiae, I, q.
76, a. 1.
[5] «Mens etiam ipsa, in sua natura existens, non est persona: cum non sit totum quod subsistit, sed pars subsistentis, scilicet hominis.» Santo Tomás de Aquino, Summa Contra Gentiles, lib. 4 cap. 26 n. 6.
[6] «...non quaelibet
substantia particularis est hypostasis vel persona: sed quae habet completam naturam speciei.» Summa Theologiae,
I, q. 75, a. 4, ad. 2. “(...)anima est pars humanae speciei,
et ideo, licet sit separata,
quia tamen retinet naturam unibilitatis, non potest dici substantia
individua quae est hypostasis vel substantia prima; sicut nec manus, nec
quaecumque alia partium hominis. Et sic non competit ei neque definitio personae,
neque nomen.” I, q. 29, a. 1, ad. 5. Un pasaje paralelo encontramos en Contra Gentes: “Mens etiam ipsa, in sua
natura existens, non est persona: cum non sit totum quod subsistit, sed pars
subsistentis, scilicet hominis.” C. G. III, 26, 6.
[7] «Necesse est dicere
id quod est principium intellectualis operationis, quod dicimus animam
hominis, esse quoddam
principium incorporeum et subsistens.»
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 75, a. 2, co.
[8] «Ipsum igitur intellectuale principium, quod dicitur mens
vel intellectus, habet operationem per se, cui non communicat
corpus. Nihil
autem potest per se operari, nisi quod per se subsistit.» Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 75, a. 2, co.
[9] Cf. I, q. 29, a. 1, co.
[10] Principios que, como afirma
Amado en la misma obra, en el caso del hombre provienen de la cantidad, es
decir, que suponen la materia (raíz de ininteligibilidad). Cf. Amado, La Persona, en “Amor, cuerpo y Vestido”,
M. Elena Aguirre (ed.), ICF, Santiago, 2005, p. 18.
[11] Amado, 2005, p. 19.
[12] «Intellectus autem humanus se habet in genere rerum intelligibilium ut ens in potentia tantum.» Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae,
I, q. 87, a. 1, co.
[13] «Et hoc completur in anima humana, quae tenet ultimum gradum in substantiis intellectualibus». Santo Tomás de Aquino, De ente et essentia, c. 3.
[14] «Ad hoc autem quod
percipiat anima se esse, et quid in seipsa agatur attendat, non requiritur
aliquis habitus; sed ad hoc sufficit sola essentia animae, quae menti est
praesens.» Santo Tomás de
Aquino, De Veritate
X, 8.
[15] «De anima duplex
cognitio haberi potest ab unoquoque, ut Augustinus dicit in IX de Trinit. Una quidem, qua cuiusque anima se tantum cognoscit
quantum ad id quod est ei proprium; alia qua cognoscitur anima quantum ad id
quod est omnibus animabus commune. Illa igitur cognitio quae communiter de omni
anima habetur, est qua cognoscitur animae natura; cognitio vero quam quis habet
de anima quantum ad id quod est sibi proprium, est cognitio de anima secundum
quod esse habet in tali individuo. Unde per hanc cognitionem cognoscitur an est
anima, sicut cum aliquis percipit se habere animam; per aliam vero cognitionem
scitur quid est anima, et quae sunt per se accidentia eius.» Santo Tomás de Aquino, De Veritate X,
c. 8, co.
[16] En efecto, de la distinción del texto De Veritate,
llamada por nosotros fundamental y arquitectónica, y de esta lectura
interpretativa de Bofill, depende la totalidad de este trabajo y su estructura.
[17] Jaime Bofill, La escala de los Seres (Barcelona: Cristiandad, 1950), 23. Podemos leer otro tanto en Canals, que va
en la misma línea: «…la intelección, en cuanto aprehensión y juicio objetivo
sobre lo entendido, no es el único modo o dimensión del conocimiento del
entendimiento. Se da siempre, inseparablemente con el ejercicio de la
intelección objetiva, otro modo de posesión "intelectual" del ente
[nótese que dice "del ente" y no "del alma"], discernible,
no obstante su inseparabilidad, de la intelección misma, como aprehensión que
se mueve en el horizonte de las esencias.» Francisco Canals, Sobre la esencia del Conocimiento, 93.
[18] Bofill, Para una metafísica del sentimiento (Madrid: Actas de la II y III
Semana española de Filosofía. Instituto Luis Vives de Filosofía. Bruxelles, 1953), 33. Sería bueno, en orden al ejercicio de
complementar ambos modos de conocimiento, explicitar las notas de cada uno
según Bofill. A este respecto, en torno al conocimiento objetivo-esencial
afirma: (1) es universal, (2) responde a la pregunta «quid sit»,
(3) Procede por vía de definición,
(4) expresa la naturaleza del alma. Cf. Para una metafísica del sentimiento,
24. Y en relación al existencial, sostiene, primero en términos negativos: (1)
no diseña un contenido cualitativo, una essentia universal, (2) no forma ninguna representación intencional, ningún
enunciado, (3) no constituye el estadio terminal del conocer, representa, tan sólo, su fase germinal; y luego en términos positivos: (1)
Es un conocimiento intelectual, y, sin embargo (2) es individual, no universal,
(3) es conocimiento de lo propio del alma, no en lo común
e impersonal, (4) es perceptivo, no discursivo, (5) es presencial, no
«abstractivo», (6) y es Existencial, no esencial o quiditativo.
Jaime Bofill, Ibid,
33-34.
[19] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 361.
[20] Dejamos insinuado al final de este
trabajo, y como una tarea por realizar, algo relativo al modo del conocimiento
de una persona en su singularidad. A la luz de la distinción agustiniana de
modo, especie y orden (San Agustín, Del
génesis a la letra: IV, 3, 7), bien podemos decir que a este trabajo sólo
le concierne la elucidación de la «especie» de tal conocimiento. En tal
contexto, nos situamos en el marco de De Veritate
X,8 y afirmamos que este conocimiento de la persona corresponde al
conocimiento existencial. En cuanto al «modo», adelantamos, a modo de un simple
dato, que concierne a una cognoscibilidad posibilitada o mediada por una connaturalidad afectiva. Y en cuanto al «orden» o pondus, decimos que tal conocimiento es concerniente a la
felicidad o bienaventuranza última, por cuanto ésta es, formalmente hablando,
visión y contemplación de la persona como lo dignísimo en toda la naturaleza.
[21] Para un excelente abordaje del tema en
santo Tomás y en el tomismo, cf. Martín Echavarría, “El conocimiento del individuo material según santo Tomás”, Espíritu LXIII (2014), 148, 347-379 y,
del mismo autor, “El conocimiento del individuo material en la escuela tomista”, Espíritu LXIV (2015), 150, 269-302.
[22] Deberá prestarse especial atención a este
carácter «dinámico» a lo largo del presente artículo.
[23] Jaime Bofill, La Escala de los seres, 104.
[24] Bofill, La Escala de los Seres, 106.
[25] Afirma al respecto Martín Echavarría:
«Para garantizar la unidad del conocimiento humano y la posibilidad de
aplicación de la quididad universal al caso particular,
es necesario afirmar que una sola y misma potencia debe poder alcanzarlos a
ambos.» [a saber, lo singular y lo universal] El conocimiento del individuo material según santo Tomás. Espíritu
LXIII (2014), 369.
[26] Afirma Bofill sobre ordenación del
entendimiento a lo concreto: «Santo Tomás caracteriza este conocimiento como
"cierta reflexión" (quasi quaedam reflexio), por la cual se
superan las limitaciones o imperfecciones que acompañan a la fase
"abstractiva" del conocimiento intelectual humano. Esta corrección
consistirá en recuperar el contacto con el "ens"
(id cuius actus est esse), sujeto de existencia,
toda vez que no es la "ratio entis", sino
el "ens, sub ratione entis" (lo cual es muy distinto), aquello a lo que, en
definitiva, el entendimiento está ordenado.» Jaime Bofill, Para una metafísica del sentimiento, 34.
[27] Pese a ello, no puede negarse que todo lo
que le pertenece en cuanto entendimiento, que es en rigor lo conocido, no puede serlo sino en cuando inmaterial, y por ende,
lejano a las condiciones de concretud propias del
singular material: «Las cosas materiales, en sí mismas no inteligibles en acto,
tampoco pueden, dada su naturaleza extrínseca a la mente pensante, existir como
presentes en el espíritu o actuar sobre el mismo. Toda presencia actual en la
conciencia implica la intimidad y transparencia de lo vital e inmanente, que no
puede ser poseído por un ente natural fuera del alma, ya que es patrimonio
exclusivo del espíritu presente a sí mismo.» Francisco Canals, Sobre la Esencia del Conocimiento,115.
[28] «El "hombre trascendental” no es un
sujeto de formas "lógicas", o un lugar funcional de esencialidades
objetivas. El "hombre trascendental" es un ente existente, una
"cosa" que posee el ser con independencia de la materia, lo que le
ordena, por su misma naturaleza entitativa, a la posesión inteligible del orden
del universo, como desarrollo y consumación de la propia perfección que le
compete por su naturaleza.» Francisco Canals, Sobre la Esencia del Conocimiento, 643.
[29] Para un abordaje de la dignidad del ser
personal y su conexión con Bofill, cf. Tomar, Francisca. “La dignidad de la
persona en la filosofía de Jaime Bofill”. Espíritu XLII (1993) y, de la misma
autora, Persona y amor. El personalismo de Jaime Bofill. PPU: Barcelona, 1993.
[30] «Singulare non repugnat
intelligibilitati inquantum est singulare, sed inquantum est materiale, quia
nihil intelligitur nisi immaterialiter. Et ideo si sit aliquod singulare
immateriale, sicut est intellectus, hoc non repugnat intelligibilitati.» Summa Theologiae I, q. 86, a. 1, ad. 3.
[31] Entendiendo el conocimiento como la
absoluta patencia del ser para sí, y con toda anterioridad a la distinción, per nos, del conocimiento en vertiente
existencial y esencial objetiva, hay que decir que para todo cognoscente intelectual
en cuanto tal, se da, como dice Canals, la aprehensión inmediata y connatural
del ente. El carácter mediato, aun cuando conciliable con un conocimiento
directo, habrá de atribuirse, necesariamente, al carácter imperfecto de nuestro
conocer, y de ningún modo al conocimiento en cuanto tal.
[32] Cf. Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 104
ss.
[33] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 105.
[34] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 105.
[35] Canals hace un llamado a no confundir
conocimiento directo con conocimiento inmediato (que es propio y exclusivo de
la intuición). Leemos: «El pensamiento filosófico
que quiera respetar la estructura inicial y originaria del preconocimiento
de lo que sea la intelección, como conocimiento de
las esencias de las cosas, deberá respetar en el
conocimiento, directo de lo inteligible, de lo, esencial universalmente
enunciable respecto de múltiples "sujetos"
dados en la experiencia, el carácter sintético y mediato propio de los inteligibles que el
hombre aprehende, primera y directamente, como predicados posibles de singulares
percibidos, no captables en sí mismos por una intelección
directa.» Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 63. Y dice algo más adelante en
la misma obra: «Lo entendido expresado en el concepto o verbo mental es, así, algo conocido directa, pero no inmediatamente. El
conocimiento intelectual mediante el concepto es algo a la vez mediato y
directo.» Ibid. 87.
[36] En este punto se hace necesaria una
aclaración: el conocimiento por abstracción, si bien remedia la falta de
presencia inmediata del ente concretado en su materialidad, es sin embargo
«remedio» de algo que, por esa su constitutiva materialidad, no puede ser, sin
más, la forma o posesión del conocimiento intelectual en acto. Lo que está en
el entendimiento como conocido ha de estar en él inmaterialmente. Dice Canals
al respecto: «Las cosas materiales, en sí mismas no inteligibles en acto
tampoco pueden, dada su naturaleza extrínseca a la
mente pensante, existir como presentes en el espíritu
o actuar sobre el mismo. Toda presencia actual en la conciencia implica la
intimidad y trasparencia de lo vital e inmanente, que no puede ser poseído por un ente natural fuera del alma, ya que es
patrimonio exclusivo del espíritu presente a sí
mismo.» Francisco Canals, Sobre la
esencia del conocimiento, 115.
[37] En efecto, dice Santo Tomás en relación
al conocimiento propio y común del alma, en un pasaje que ciertamente
complementa a De Veritate: «...ad primam
cognitionem de mente habendam,
sufficit ipsa mentis praesentia, quae est principium
actus ex quo mens percipit seipsam. Et ideo dicitur se
cognoscere per suam praesentiam. Sed ad secundam cognitionem de mente habendam,
non sufficit eius praesentia, sed requiritur diligens et subtilis inquisitio.» Summa Theologiae, I, q. 87, a. 1, co.
[38] «... si aliquid in
genere intelligibilium se habeat ut forma intelligibilis subsistens, intelliget
seipsum. Angelus autem, cum sit immaterialis,
est quaedam forma subsistens, et per hoc intelligibilis
actu. Unde sequitur quod per suam formam, quae est sua
substantia, seipsum intelligat.» Summa
Theologiae I, q. 56, a. 1.
[39] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 105.
[40] Bien usa la Escuela en general el término
«visión» para referirse a un modo de conocimiento que, al nivel de conocimiento
intelectual, se da una presencia inmediata, al modo como está lo visible a la
vista: lo sensible en acto que, en cuanto tal, se torna sentido en acto sin
necesidad de mediación abstractiva ni de un «verbo» que supla la ausencia del
objeto en su inmediatez.
[41] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 103.
[42] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 103. Es digno de atención que
Canals hable de un conocimiento «inmediatamente perceptivo de la realidad
conocida» sin más, es decir, sin reducir ese modo de conocimiento única y exclusivamente
al conocimiento que el alma tiene de sí. ¿Quiere con ello insinuar, junto con
Bofill, que tal conocimiento lo puede ser de una otredad en general? Creemos
que, pero debemos reconocer que el texto de Canals, en sí mismo, no llega tan
lejos.
[43] Sobre el «objeto proporcionado» al
conocimiento humano y la distinción con lo que Bofill llama «objeto adecuado»,
cf. Jaime Bofill, La escala de los seres,
80-81.
[44] «Por su actividad intencional, la Persona
estará ordenada y orientada no, ciertamente, a todos
los seres, pero sí a todo el Ser; y ya podemos suponer lo que esto significa,
en el lenguaje del Angélico: que la Persona, por su actividad intencional, estará ordenada a Dios, El que Es, y como tal, el único objeto saciativo de su
inteligencia y de su amor.» La escala de
los seres, 71.
[45] Nos parece evidente que cuando hablamos
de «capacidad metafísica» y la atribuímos
al hombre estamos, paradójicamente, expresando su constitutiva miseria
cognoscente. Bien sabía esto cuando Santo Tomás afirmó, sin margen alguno de
duda, que la bienaventuranza humana no consiste en la consideración de las
ciencias especulativas (donde la más alta de todas es, justamente, la metafísica),
cf. I-II, q. 3, a. 6. Algo similar podemos inferir del hecho, igualmente
reconocido por Santo Tomás, que de Dios no tenemos sino un conocimiento
negativo, pues habemos de Él más lo que no es que lo
que propiamente es, leemos en el Aquinate: «Cognito de aliquo an sit, inquirendum
restat quomodo sit, ut sciatur de eo quid sit. Sed quia de Deo scire non
possumus quid sit, sed quid non sit, non possumus considerare de Deo quomodo
sit, sed potius quomodo non sit.» I, q. 3 prem. No estaba tan alejado de la
verdad Kant cuando reconoce, al comienzo del primer prólogo de su Crítica,
cierta condición servil de toda metafísica.
[46] Cf. Summa Theologiae, I, q. 50.
[47] Cf. Summa Theologiae, I, q. 7.
[48] Cf. Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3.
[49] Cf. Summa Theologiae, I, q. 3, en especial, a. 4.
[50] Sobre este llamado por Bofill «contenido
ontológico», sostendremos, ya al final de este artículo, que se hace presente
al modo de una presencia dinámica que llamamos, siguiendo a Canals,
«biografía».
[51] Jaime Bofill, La Escala de los Seres, 10-13.
[52] Francisco Canals, Sobre la Esencia del Conocimiento, 680. Para un estudio más acabado
en torno a la amistad como comunicación de vida, cf. Martínez, Enrique. “El subsistir
personal, fundamento de la comunicación de vida humana”. Espíritu LXLL (2013),
146.
[53] Jaime Bofill, La escala de los seres, 165. Una línea de pensamiento similar
leemos en Amado: “Todo el universo se ordena a la persona, y la persona en fin
en sí misma. Esto quiere decir que la perfección de la persona sólo se dará en
la línea de la apertura a otro ente personal y no en la línea de inclinación o
incluso dominio hacia entes no personales. Las cosas pueden ser dominadas, la
persona, por su razón propia no es término de dominio, sino de amor de
amistad.” Amado, Amor, Cuerpo y Vestido,
23.
[54] Sobre el concepto de biografía en el
contexto de la incomunicabilidad de la persona, cf. Amado, Amor, Cuerpo y Vestido, 22.
[55] Permítanos el lector poner al modo de pie
de página una aclaración que, si bien clave, por su extensión no haría sino
interrumpir la linealidad del discurso: la tarea de auto-fundamentación
de la metafísica es compleja. En un principio, implica abordar un problema
esencial, e ineludible a toda ontología del conocimiento, al menos de corte
tomista: hablamos de la pregunta sobre cómo se halla el hombre (este hombre, en
su singularidad incomunicable) en relación al conocimiento de la verdad («quomodo se habeat homo ad veritatem cognoscendam», Sententia Metaphysicae,
lib. 2 l. 1 n. 1). En ese sentido, podríamos decir que compete a la metafísica
la consideración de las condiciones ya no trascendentales (como hiciera Kant en
un contexto filosófico muy distinto al nuestro) sino ónticas, subjetivas, e
incluso biográficas, de su plena emergencia y realización como ciencia de todo
lo real. Con todo, hay otro plano, atingente también a esa tarea de auto-fundamentación, y que dice relación a cómo se halla la
persona, insistimos, en esa su singularidad, en relación a lo que ha sido
considerado su objeto: el ente en cuanto ente. Cayetano dio los pasos más
radicales al momento de depurar el tipo de abstracción y consideración que la
mente ha de realizar para pasar de una primera y connatural afirmación del ens, como lo primeramente conocido, a una consideración
formal del ente objeto de la metafísica. Bofill, de modo no menos genial, ha
dado un paso en vistas no sólo de una auto-fundamentación
(por cuanto vuelve sobre este hombre que se encuentra «haciendo» metafísica),
sino a una elucidación en torno al modo en que la misma metafísica es
perfectiva del hombre, que ya toca al sentido mismo de la metafísica como
quehacer humano perfectivo; y por el que tal quehacer se sitúa, en definitiva,
en el plano de la misma praxis. En tal línea, Bofill afirma no sólo que el
objeto primario de la filosofía es la persona, sino que ella es también el
verdadero fin de la metafísica. En otras palabras, lo que queremos decir es que
la labor de auto-fundamentación de la metafísica
también debe hacerse cargo de cómo ésta resulta perfectiva de la persona que la
realiza, y cómo tal ciencia apunta, de modo concreto, a su felicidad. El fin de
la metafísica es la felicidad de la persona, pero la felicidad formal de la
misma no consiste, paradójicamente, en la consideración de las ciencias
especulativas (dentro de las cuales, obviamente, la metafísica es la más
elevada); su rol es, más bien, meramente preparatorio y pertinente al orden
natural: disponer al hombre a la auténtica contemplación de lo más digno de ser
contemplado: la persona. Pero tal contemplación ya no es parte de la metafísica
como ciencia, la supera con creces: los hombres bienaventurados no realizarán metafísica, no será necesario; los
ángeles nunca han tenido que hacerla. Aparece, nuevamente, la condición servil
de nuestra más alta consideración especulativa de lo real.
[56] Esta descripción se da al modo de un
relato inteligible, unitario, coherente, repleto de sentido: a esto lo
llamamos, justamente, biografía.
[57] Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 580.
[58] Dice hermosamente al respecto Amado: “La
vida singular, propia, irrepetible de cada uno de nosotros, no se puede
investigar desde el horizonte de la ciencia por carecer de los elementos de
universalidad y necesidad. Podríamos desde la biología explicar el crecimiento
de Napoleón, pero no su decisión de ser emperador. Sin embargo, para los
hombres es siempre más interesante la biografía de nuestros amigos que aquellos
elementos específicos de su naturaleza alcanzables por una ciencia en la línea
de lo esencial; y aquellos elementos constitutivos de la vida aparecen en la
línea de la perfección del ser.” Amado, Amor,
Cuerpo y Vestido, 22.
[59] Para el uso en Santo Tomás del concepto «actos personales» (actus personales), cf. Summa Contra Gentes, III, 113.
[60] Aristóteles, De Anima, 415b13. «El término “vida” tiene un significado, por
cierto, no «trascendental», no predicable universalmente de todo lo que es,
pero tampoco determinable desde las categorías que dividen el ente que es
objeto de la experiencia .humapa, cual si se tratase
de una delimitación de la sustancia o de la acción. Sólo puede hallarse el
significado múltiple, pero, proporcionalmente uno, analógico, de las palabras
“vida” y “viviente”, si advertimos que con ellas se alude a plenitud, nivel de
perfección, «nobleza» y estimabilidad, perfectividad
apetecible; que ha de ser comprendida resolviendo el concepto mismo de vida en
la entidad en cuanto participación en el ser, la unidad, la verdad, y la bondad
trascendentales.» Francisco Canals, Sobre
la Esencia del Conocimiento, 581-2.
[61] Sostiene Bofill que el término «vida», en
este contexto, establece un puente entre «esse» y «operación». Se revela
interesante para nuestros propósitos, atender al siguiente pasaje: «Notemos, ni
que sea marginalmente, como, lo mismo en Aristóteles que en Santo Tomás, el
término “vida” establece un puente entre “esse"y
"operación": forma autem hominis est anima, cuius actus dicitur; non quidem secundum quod vivere est
esse viventis, sed secundum que vivire dicitur aliquod opus vitae, puta intelligere, sentire (In I Ethicorum, c. 6,
l. 6.). El famoso aforismo por ejemplo: operari sequitur esse, cobra pleno
sentido cuando "ser" es justamente "vivir". Por este carácter intermediario, la noción
de vida aparece solicitada, a veces por una, a veces por otra de estas nociones
que la flanquean. 1) Referida al esse (vita viventibus sequitur esse) acusa el sentido
actual y dinámico del ser; en efecto:
"ser", entendido como "vivir", no puede ya reducirse a esa noción gris, pseudouniversal, de
un mero darse de hecho "fuera de la nada, y de los posibles y de sus
causas"; la noción de "vida", en
efecto, entraña intensidad, tensión,
plenitud entitativa. Autosuficiencia en el ser, la "vida" se realiza,
sobre todo, al nivel animal. Mas en este nivel, la vida comprende esta expansión, no dispersadora, sino
reentrante, de "sentirse vivir", y cuya posibilidad es dada
precisamente en la operación. Vida, para un animal o
para un hombre, es, ante todo, vida consciente, intencional. (...) 2) Referida,
en cambio, a la operación, la "vida" excluye la superficialidad y la
inautenticidad en el obrar. La operación, como acto
vital, está enraizada en el ser del sujeto: es la manifestación
espontánea, per
modum naturae de este
ser. El sujeto está ónticamente comprometido en sus
relaciones intencionales cuando ellas proceden a modo de operación
vital. La vida (espontaneidad, sinceridad, autenticidad en el obrar) excluye lo
epifenoménico, la dispersión
en la acción, aquella agitación
por la agitación que se ha dado en llamar, paradójicamente, "vitalidad": la vida es
actividad por modo natural, y la naturaleza tiende siempre a lo uno.» Jaime
Bofill, Para una metafísica del
sentimiento, 47.
[62] Cf. Summa Theologiae I, q. 18, a. 3.
[63] Cf. Francisco Canals, Sobre la esencia del conocimiento, 579
ss.
[64] Cf. Summa Theologiae II-II, q. 179, a. 1, c.: «...vita uniuscuiusque
hominis videtur esse id quo maxime delectatur, et cui maxime intendit.» Afirma al respecto luminosamente Klaus Droste: «...a través de esa palabra amada [se refiere a la
palabra interior que brota del corazón] nos definimos a nosotros mismos y sobre
ella vamos construyendo nuestra vida personal y una convivencia fructífera con
los demás. Expresa quiénes somos y qué buscamos.» Klaus Droste,
La Palabra Paterna (Santiago, Tanto
Monta, 2023), 76.
[65] Jaime Bofill, Para una metafísica del sentimiento, 48.
[66] Bofill, La Escala de los Seres, 3-4.
[67] «Nemo volendo aliquid
facit, quod non in corde suo prius dixerit.» San Agustín, De Trinitate IX, 7.
[68] “Esta singularidad de la persona en nada
obsta a la inteligibilidad. En efecto, lo universal es inteligible no es razón
de su universalidad, sino de su inmaterialidad. Lo material, en cuanto tal, es
ininteligible.” Letelier, Conversatio noestra in caelis, 2024.
Revista Chilena de Estudios Medievales, N°26, (en prensa). Si bien no podemos
reconocer a Letelier como un exponente de la Escuela de Barcelona, él mismo
reconoce que parte importante de su obra de debe, en sus propias palabras, al
“magisterio” de Antonio Amado, a quien sí podemos reconocer como exponente; tan
es así, que fue discípulo directo de don Francisco Canals.
[69] Amado, Amor, Cuerpo y Vestido, 22.
[70] Sobre la conversación y su estrecha
relación con el convivir, cf. Goffen, R. Nostra conversatio in caelis est. The
art bulletin, 61 (2), 198-222 (1979), Letelier, G. Conversatio nostra in caelis (en prensa).
[71] Letelier, Conversatio nostra in caelis
(en prensa).
[72] De Potentia, q. 2, a. 1.
[73] Amado, Amor, Cuerpo y Vestido, 23.
[74] cf. Martinez, Enrique. “La Contemplación
de la Belleza y perfección de la vida humana”. Espíritu LXLL (2013). 145.
[75] «Si el pensamiento filosófico, se hace
incapaz de hallar una ontología del hombre que pueda afirmar sintéticamente lo
esencial universalmente humano y lo existencial personal, individualmente
propio de cada uno de los hombres como ente personal, no como deducible a
partir de aquello, lo que cancelaría toda libertad en la necesidad de la
naturaleza, sino como posible por la estructura metafísica del ente personal
humano, inevitablemente caerá en alguna de las «posiciones extrañas» a la
verdad filosófica tan características de la modernidad y de la desconcertada
situación contemporánea que se ha dado en llamar postmoderna.» Francisco
Canals, Sobre la esencia del conocimiento,
609.
[76] Por todo lo dicho a lo largo de este
artículo, puede resultar intuitivo situar esta «connaturalidada
afectiva» o el «conocimiento por connaturalidad» en
la línea del conocimiento existencial; esto, claro, si queremos entender tal «connaturalidad» en el marco conceptual presentado por el
texto, fundamental para nosotros, de Santo Tomás en De Veritate X, 8. Para un estudio más
acabado, cf. Buzeta, Sebastián, Sobre el conocimiento por connaturalidad,
Pamplona, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Navarra,
2013, Martínez, Enrique. “Bonum amatur
inquantum est comunicabile amanti. Amor y bien
en la metafísica de Santo Tomás de Aquino”. Espíritu LXI (2012). 143, 73-93.
[77] Letelier, Conversatio
nostra in caels (en
prensa).
[78] Como una cierta continuación de este
ejercicio imaginario, es llamativo afirmar que si bien lo expresado por Santa
Teresa se tornaría ininteligible para el Sardanápalo, no ocurriría sin embargo
lo mismo al revés. Y no se trata de afirmar que Santa Teresa tenga una vida
semejante a la del Sardanápalo, sino que la conciencia profunda que tiene el
santo del pecado y sus efectos en el alma, que bien podría ella entender la
vida del Sardanápalo y despertar un profundo sentimiento de misericordia. Como
el pecado, como mal se lo entiende como
privación del bien, no es necesario conocerlo desde la misma experiencia de
pecado, sino desde el bien del cual es, justamente, privación. Y mientras más
elevado es ese bien, más conciencia se tiene del pecado mismo.
[79] Canals reconoce, siguiendo en ello al pie
de la letra a Juan de Santo Tomás, una doble función de la palabra mental: una,
su necesaria formación en el conocimiento objetivo, y donde, propiamente, lo
entendido es lo que el entendimiento dice de la cosa entendida. Otra, para
manifestar lo entendido. Y si cabe pensar en el conocimiento conceptual humano
una relativa imperfección, justamente por la carencia de inmediatez (la que sí
es dada en la intuición), habremos de reconocer que la manifestación locutiva
de lo entendido es propia del entender, incluso perfecto. Leemos en Juan de
Santo Tomás: «...ponitur verbum, vel
propter indigentiam obiecti, ut formetur et praesens reddatur intra intellectum, ubi solum potest attingi
intellectualiter; vel propter vim intellectus
fecundi. Et hoc secundo modo
verbum subsequitur as intelligere
etiam perfectum.» Cursus
Theologicus, Disp. 32, art. 4, n. 11. «Non ad intelligendum, sed quia intellecta est, ex plenitudine cordis et abundantia nos loquitur. Et hoc modo procedit
verbum, ut inquit Agustinus: “non ex indigentia,
sed ex intellientia”, pertinetque
ad perfectionem intellectus sic manifestare rem intellectam.» Ibid., Disp. 32, art. 4, n. 47.
Podemos retrotraernos más incluso al mismo Santo Tomás, quien en un contexto
formalmente filosófico, reconoce en Dios la existencia de una Palabra al modo
de Dios entendido: «Est igitur
in Deo intelligente seipsum
verbum Dei quasi Deus intellectus:
sicut verbum lapidis in intellectu est lapis intellectus.» Summa Contra Gentes
IV, 11.
[80] Cabe entender, como complemento a esta
solución aquí sólo insinuada, el ver amoroso y desinteresado del que habla
Canals como forma de penetración amorosa en la intimidad de otra persona.
Leemos: «El ser mirado, con mirada desinteresada, contemplativa y amorosa, lejos
de ser destructor y anonadante, es una exigencia radical de la existencia y de
la vida humana personal. (...) Sólo si se reconoce teoréticamente el ser
personal como lo que es dignissimum in tota natura y
-puesto que el ente se convierte con el bien- como lo bueno «honesto»
máximamente, como el único término posible del amor de amistad, queda
fundamentada la comprensión del ser personal como el fin y bien propiamente y
por sí mismo amado, ya que todo lo demás sólo puede ser deseado, querido, para
la persona. Por esto la vida personal quedaría negada si se diese a la mirada
sentido instrumental o útil en orden a la efectuación de resultados proyectados
sin temor por una acción no radicalmente exigida y atraída por lo bueno en sí.»
Francisco Canals, “Teoría y praxis en la perspectiva de la dignidad del ser
personal”, Política Española, pasado y
futuro (Acervo, Barcelona, 1977), 249. Queda patente, por lo visto, la
nobleza del mirar y el escuchar, esencialmente ligados a la vista y el oído
como los dos sentidos externos más afines a la belleza trascendental propia de
todo ente. Cf. Hugo Costarelli, “Sentidos y belleza
en Tomás de Aquino”, Scripta Mediaevalia, Vol. 3, no. 1.
[81] Letelier, Conversatio nostra in caelis,
en prensa.
[82] Letelier, Conversatio nostra in caelis
(en prensa).