Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, nº 18, (2025): e1814. https://doi.org/10.25185/18.14 Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo
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https://doi.org/10.25185/18.14
Artículos
Restituir desde el silencio: Nela,
1979 de Juan Trejo como relato de filiación y crónica transicional[1]
Restitution from
silence: Nela, 1979 by Juan Trejo as a story of filiation and transitional
chronicle
Restituir desde o Silêncio: Nela, 1979 de Juan Trejo
como Relato de Filiação e Crônica
María
Angulo Egea
Universidad
de Zaragoza, España
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-1717-2370
Recibido:
13/6/2025 - Aceptado: 3/9/2025
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Angulo Egea, María. “Restituir desde el silencio: Nela, 1979 de Juan Trejo
como relato de filiación y crónica transicional”. Humanidades: revista de la
Universidad de Montevideo, nº 18, (2025): e1814. https://doi.org/10.25185/18.14
Resumen:
Este artículo
analiza Nela, 1979, de Juan Trejo, como un caso paradigmático del relato
de filiación en el marco de las literaturas transicionales. A partir de una
microhistoria familiar atravesada por el silencio, la adicción y la pérdida, se
examinan los modos en que el autor reconstruye la figura ausente de su hermana
mayor, fallecida en 1979, como parte de un ejercicio posmemorial.
La obra de Trejo se inserta en una tradición narrativa que, a través del
archivo, la investigación subjetiva y la reescritura del trauma, busca reconstituir
no solo una historia individual sino también las tensiones latentes en la
Transición democrática española. El análisis sitúa esta crónica en el cruce
entre autoficción, testimonio y escritura documental,
y en diálogo con los marcos conceptuales de la posmemoria,
la narrativa de filiación y la melancolía política postdictatorial.
Palabras
clave: posmemoria; narrativa de filiación; literatura transicional;
crónica; España; Juan Trejo.
Abstract: This article analyzes Nela, 1979
by Juan Trejo as a paradigmatic
case of the narrative of affiliation within the framework of transitional literatures. Based on a family microhistory marked by silence, addiction, and loss,
it examines how the author reconstructs the absent figure of his
older sister, who died in
1979, as part of a postmemorial exercise.
Trejo's work is inserted into
a narrative tradition that, through
archives, subjective research, and the rewriting of
trauma, seeks to reconstitute
not only an individual
story but also the latent tensions in Spain's democratic Transition.
The analysis places this chronicle at the intersection of autofiction, testimony, and documentary writing, and in dialogue with the
conceptual frameworks of postmemory, the narrative of affiliation, and
post-dictatorial political melancholy.
Keywords: postmemory; narrative of
affiliation; transitional literature;
chronicle; Spain; Juan Trejo.
Resumo
Este artigo analisa Nela, 1979,
de Juan Trejo, como um caso paradigmático do relato
de filiação no contexto das literaturas transicionais. A partir de uma micro-história familiar atravessada
pelo silêncio, o vício e a perda, examinam-se as formas
pelas quais o autor reconstrói
a figura ausente de sua irmã
mais velha, falecida em 1979, como parte de um
exercício pós-memorial. A
obra de Trejo insere-se em uma
tradição narrativa que, por meio
do arquivo, da investigação
subjetiva e da reescrita do trauma, busca reconstituir
não apenas uma história individual, mas também
as tensões latentes na Transição
democrática espanhola. A análise
situa esta crônica na encruzilhada entre autoficção, testemunho e escrita documental, em diálogo com os marcos conceituais da pós-memória, da narrativa de filiação
e da melancolia política pós-ditatorial.
Palavras-chave: pós-memória; narrativa de filiação; literatura transicional; crónica; Espanha; Juan Trejo.
1.
Introducción: escritura, trauma y herencia
«Porque la historia de Nela no es solo su
historia. Es también la historia de una familia [...] y la historia de una
generación[...] y la historia de un país obsesionado con borrar el pasado
inmediato para entrar en una nueva etapa».[2]
Desde comienzos del siglo XXI están emergiendo una suerte de narrativas documentales de diversa índole que presentan una negociación entre dos esferas interconectadas, la privada y la pública, por el sentido y la memoria de la etapa de la dictadura de Francisco Franco y de la Transición española. Se trata de relatos etnográficos domésticos de la memoria de España que vienen conformando un paradigma narrativo.[3] La historia que propone Nela, 1979 se enmarca dentro de esta tendencia y abre una grieta en la Historia oficial por medio de la exploración de una memoria íntima y familiar. Desde un relato de vida en apariencia mínimo, emerge una cartografía emocional y política de la Transición española. Lo que el escritor español Juan Trejo construye no es solo una evocación de su hermana mayor, sino la restitución de un vínculo roto, una investigación subjetiva que se despliega como proyecto de escritura y reparación. Esta operación narrativa se inscribe en un marco de reflexión más amplio sobre los modos contemporáneos de contar el pasado desde la herencia familiar, desde lo silenciado, y desde la intersección entre microhistoria, posmemoria y crónica.
A través de
esta obra, Trejo aborda el pasado desde una doble distancia: la cronológica y
la afectiva. Nacido en 1970, tenía apenas nueve años cuando murió su hermana.
Es decir, no fue testigo adulto de los hechos que intenta narrar, sino un «satélite», como él mismo se define, que orbita
en torno al silencio familiar. Este punto de partida es fundamental para pensar
en la naturaleza mediada y vicaria del relato que construye. Como propone Elisabeth
Jelin, no hay una «memoria» única, sino múltiples memorias en
conflicto: el trabajo del recuerdo es, siempre, una disputa por el sentido del
pasado.[4] En esta línea, Nela, 1979
puede leerse como una desobediencia al mandato del olvido, como una práctica
narrativa que busca hacer audible lo excluido y rescatar del archivo familiar
aquello que fue expulsado.
En esta investigación planteamos la
hipótesis de que la obra de Trejo se inscribe en el paradigma del «relato de filiación», tal como ha sido formulado por Dominique Viart.[5] Se trata de relatos que no solo reconstruyen una genealogía
familiar, sino que lo hacen desde una posición crítica, interrogando las formas
de transmisión intergeneracional, el secreto, la herencia emocional y las
fracturas históricas. Nela, 1979 se
sitúa además en el terreno de lo que María Ángeles Naval define como «literaturas transicionales», es decir, narrativas que tematizan y
problematizan los procesos de tránsito político desde las dictaduras hacia las
democracias, y lo hacen desde una afectividad impregnada de desencanto,
melancolía y revisión del consenso.[6]
En este
trabajo desarrollamos un enfoque metodológico cualitativo textual y semiótico
desde la tradición de la crítica literaria a partir de cinco ejes de análisis:
(1) el marco conceptual del relato de filiación y la posmemoria;
(2) la estructura narrativa del texto como crónica afectiva; (3) la inscripción
del caso de Nela en los debates sobre la Transición española y la
contracultura; (4) la ética de la restitución y la ruptura del secreto; y (5)
la dimensión estética, cultural e intertextual del relato. Se concluirá con una
breve reflexión sobre el papel de estas escrituras en la reconfiguración de las
memorias culturales contemporáneas.
2. Relato
de filiación y posmemoria: un marco teórico
El relato
que articula Nela, 1979 se enmarca en dos líneas de reflexión crítica
que han cobrado centralidad en los estudios culturales contemporáneos: la posmemoria y
el relato de filiación. Ambas
categorías resultan fundamentales para pensar la forma particular en que Juan
Trejo aborda el pasado familiar desde una perspectiva generacional que no vivió
directamente los hechos traumáticos, pero que se encuentra afectada por ellos.
El texto se construye desde la segunda generación, desde un hijo —o hermano
menor en este caso— que hereda el silencio, el trauma y el mandato de no hablar,
y que decide, décadas más tarde, romper esa cripta
para restituir la figura perdida de su hermana.
La posmemoria atiende a las memorias heredadas de
quienes no vivieron los acontecimientos traumáticos directamente, pero que, sin
embargo, los sienten como propios por medio de la transmisión familiar y
cultural.[7] Aunque el término fue acuñado en
relación con los hijos de sobrevivientes del Holocausto, ha sido ampliado para
abarcar memorias relacionadas con otros contextos traumáticos, como guerras, dictaduras,
exilios o violencias estructurales. En esta ampliación, autoras como Laia Quílez Esteve han señalado que la posmemoria
puede constituirse como una categoría crítica clave para el análisis de
narrativas culturales contemporáneas que desobedecen el mandato del olvido y
reactivan, desde la creación estética, un diálogo con el pasado.[8]
La posmemoria «no solo [...] se presenta como
promesa para la conservación y revivificación de la memoria colectiva sino que
suele desobedecer y rebelarse, mediante el camino de la creación y la
imaginación, contra las paradojas de este presente sobre informado».[9] Nela, 1979 se ubica
precisamente en ese espacio de rebelión poética y afectiva. Trejo no reproduce
una memoria familiar intacta ni pretende una restitución mimética de la figura
de su hermana. Por el contrario, su narrador asume la discontinuidad de la
transmisión, la fragmentariedad de los archivos y la necesidad de ficcionalizar lo que no puede ser reconstruido.
Aquí se entrelaza la noción de posmemoria con la de relato de filiación, un tipo de
narrativa autobiográfica que ha sido estudiada por Dominique Viart como forma emergente en la literatura francesa y
europea, pero que también se observa en la latinoamericana contemporánea.[10] Se trata de relatos que, por medio de una visión personal, de una «microhistoria familiar», buscan dar testimonio de la Historia, de los acontecimientos
más importantes del pasado de un país. «Los
relatos de filiación tematizan una profunda reflexión sobre la transmisión de
una herencia familiar, por lo que el relato de filiación está estrechamente
vinculado con la literatura de la memoria».[11] El relato de filiación se distingue de la
autobiografía tradicional porque desplaza el foco del «yo» autoral hacia la
figura de un otro familiar, usualmente un padre, una madre, un abuelo, o en
este caso, una hermana. Estos relatos están motivados por una necesidad de
restitución simbólica, por el deseo de entender el vínculo afectivo roto, de
desenterrar lo que ha sido enterrado en el secreto o el silencio familiar.
El relato
de filiación es una investigación más o menos desarrollada sobre la vida de un
pariente, una escritura que reclama «un anclaje
fáctico», pero que también duda de sus
propias herramientas narrativas y se mueve en la ambigüedad entre realidad y
ficción. De ahí que muchos de estos textos recurran a la figuración: un
proceso que no inventa lo desconocido, sino que lo imagina apoyándose en
huellas tangibles —fotografías, documentos, testimonios— para dar forma a lo
que no puede saberse del todo.[12]
El caso de Nela,
1979 es ejemplar en este sentido. Juan Trejo inicia su proyecto desde una
primera referencia indirecta a su hermana en su libro La barrera del sonido,
donde solo menciona su historia como un hecho doloroso, pero silenciado:
La mayor de mis hermanas siempre había sido un elemento incómodo y disonante en la familia. Se fue de casa con solo dieciséis años, justo después de la muerte de Franco, incapaz de adaptarse a la que se suponía que tenía que ser su vida. Mis padres no fueron capaces de asimilar su marcha, como no habían sido capaces de tratarla adecuadamente en su día a día. Tampoco pudieron gestionar su posterior problema con las adicciones. Pero ¿quién podría haberles culpado de ello en aquel tiempo? Una vez fuera de casa la mayor de mis hermanas vivió en La Floresta, en mitad de la montaña, a media hora de Barcelona, en Génova y después en Valencia. Iba dando noticias de vez en cuando, noticias sin duda adulteradas por la buena voluntad y el afán de mantener en secreto su privacidad. Y un día, con solo veintiún años, entró por su propio pie en urgencias del Hospital General de Valencia y ya no volvió a salir. Mis padres hablaron de perforación de estómago. No dudé de ello en su momento; ¿cómo iba a hacerlo? Ahora sé que se debió a otra cosa. Mi otra hermana me contó, muchos años después, que se había ahogado con su propio vómito mientras esperaba una camilla. Un problema frecuente, al parecer, entre los consumidores de opiáceos.[13]
Esa primera enunciación en La barrera del sonido, mínima dentro de esta
particular biografía personal de 320 páginas, fue determinante para el
escritor, según nos declaró en una entrevista en profundidad, realizada un año
antes de la publicación de Nela, 1979,
dentro del Tercer Foro internacional Narrativa
en la frontera:
Lo poco que escribí en este libro [La barrera del sonido], sobre ese secreto de la familia, algo de lo que no se hablaba nunca y que, sin embargo, como pude comprobar después a todos nos había marcado de manera radical. Ese momento empezó a crecer en mi interior a llamar para que escribiera sobre él. El viraje empieza ahí por una necesidad personal que luego se transforma en otra cosa, no ya en la necesidad por el contar mi historia, no era tanto una necesidad egótica como vital. El deseo de salir de algo para avanzar me ha llevado a realmente querer profundizar sobre la historia de otra persona y sobre un momento histórico concreto que es el que tiene que ver con mi hermana Nela.[14]
Esta verbalización primera funciona como acto performativo,[15] como detonante de una necesidad que lo llevará, años después, a investigar, documentar y, sobre todo, narrar. Trejo reconoció en esta misma conversación que su proceso de escritura implicó en un momento dado un salto radical: pasó de evitar identificarse con su hermana a «ponerse en su piel», a escribir «desde su perspectiva para hacerla visible» y «estar un paso más cerca de ella».[16] Esta implicación afectiva transforma el relato en una búsqueda de verdad más que de realidad, en una operación ética más que histórica.
El escritor se posiciona tan cerca de su
hermana que decide llamarla «Nela» en el libro: nombre que ella escogió al
entrar a formar parte de los jóvenes contraculturales que frecuentaban en los
años setenta la emblemática plaza de Sant Felip Neri
de Barcelona. Nela deriva de Manuela que es el nombre con el que fue bautizada
en honor a su abuelo materno. «Pero ella nunca se sintió cómoda con ese nombre,
supongo que la aferraba en exceso a un mundo, a unas costumbres, que no
entendía como propias; aunque también es posible que, simplemente, no le
gustase cómo sonaba, que le pareciese demasiado antiguo o tradicional. Desde su
muerte, y siendo aún niño, yo también odiaba ese nombre. Escuchar un «Manuela»
de pasada […] me erizaba el vello; como si la mera palabra encerrase una
presencia fantasmal».[17] Manuela se transformó en «Manoli» entre los miembros de la familia,
que siguieron llamándola así, aunque sabían que no le gustaba; en cierto sentido,
se trataba de una «muestra de apropiación», como si su muerte también fuera más
de la familia que de ella misma. Sin embargo, cuando Juan Trejo empezó a escribir las primeras páginas de esta historia, se dio
cuenta de que, aunque le resultase extraño o ajeno el nombre de «Nela»,
tenía que llamarla así «porque es la historia de la persona que decidió adoptar
ese nombre la que quiero contar».[18]
La
narrativa de Trejo piensa los relatos sobre secretos familiares como
operaciones de ruptura de la cripta: dispositivos simbólicos que han atrapado
el trauma sin elaborarlo. La escritura se convierte en el gesto que permite
abrir esa cripta, hablar de lo no dicho, y en última instancia, restituir una
vida que había sido excluida del relato familiar.[19]
Nela,
1979 se inscribe
entonces en esta genealogía de los relatos de filiación como escritura ética
del pasado, como forma narrativa que construye sentido allí donde hubo vacío, y
como gesto de desobediencia generacional frente a los mandatos de silencio
heredados. A través de la posmemoria y la filiación,
el texto activa una doble dimensión: subjetiva y colectiva, íntima y política,
familiar e histórica.
3.
Microhistoria, crónica y memoria transicional
El texto Nela,
1979 se construye desde una mirada retrospectiva que articula lo íntimo y
lo colectivo, lo familiar y lo histórico. Se sitúa sin ambages dentro de las
denominadas literaturas transicionales, cuya fecha de referencia viene siendo
el año 1968. Se trata de narrativas que:
tematizan las transiciones políticas producidas en diferentes geografías y contextos nacionales donde se experimentó un proceso político de transformación que va de un régimen dictatorial a la conversión en un estado democrático de derecho en el último tercio del siglo XX. En tal sentido, literaturas transicionales es el término que se propone para el estudio de los relatos centrados en esa problemática e incluye, además del relato literario, aquellos que tienen un carácter documental –ya sea testimonial, ya sea auto-descriptivo– y otras narraciones del campo cinematográfico, televisivo y teatral.[20]
Juan Trejo desarrolla una microhistoria
profundamente marcada por el trauma familiar, pero al hacerlo, pone en cuestión
la narrativa hegemónica de la Transición democrática española. Esta operación,
que sitúa lo particular como expresión de lo general,
nutre de valor epistémico y político estas memorias no oficiales.[21] Así, la vida y muerte de Nela no se
presentan como una anécdota individual, sino como emblema de una generación que
transitó del entusiasmo utópico al desencanto estructural.
3.1. Nela como figura generacional
Nela representa a esa juventud que abrazó
los ideales contraculturales de los años setenta en España, en concreto en una
ciudad como Barcelona, que fue epicentro de movimientos libertarios,
anarquistas y feministas. La mención de las Jornadas Libertarias del Parc Güell de 1977 no es incidental: funciona como hito
simbólico de una generación que creyó en un cambio radical de sistema.[22] Tal como recuerda Juan Trejo en la conversación mencionada, «cuando hablaba de mi hermana estaba hablando
de una generación y cuando hablaba de esa generación sabía que estaba hablando
de mi hermana».[23] La muerte de Nela en 1979, a los 21 años, a causa de la heroína,
se convierte así en signo de una frustración colectiva.
El relato la describe como «una más entre la multitud», no una figura excepcional, sino una entre
tantos «héroes anónimos», al estilo de los «héroes-masa» que Eduardo
Haro Ibars reivindicaba: sujetos sin nombre en los libros de historia, pero que
también merecen figurar. El discurso histórico en la etapa de la Transición
española estaba cambiando, al menos su dialéctica, «interesaban los seres anónimos, aquellos que no habían dejado su
nombre escrito en letras de oro y sangre, pero que merecían figurar también».[24] En este sentido, Nela, 1979
se alinea con una forma de historia social desde abajo, que desconfía de los «grandes relatos»
de la modernidad, y apuesta por una restitución de lo humilde, lo desclasado,
lo fragmentario.
3.2. El desencanto como síntoma histórico
En España, la Transición ha sido durante
décadas narrada bajo la lógica del consenso, el pacto y la reconciliación. No
obstante, múltiples estudios críticos han revisado esta narrativa como una
operación que implicó también silencios, exclusiones y traiciones a ciertos
ideales.[25] Para muchos sectores juveniles de izquierdas, la democracia que
emergió tras la muerte de Franco no representó un verdadero quiebre, sino una
continuidad tutelada por la monarquía y los partidos tradicionales. La clave de
esta percepción se condensa en un término: desencanto.
«Es también la historia de una generación de jóvenes que, después de
atreverse a soñar durante un breve periodo de tiempo, tuvieron que afrontar la
frustración y el desencanto de ver que las cosas no iban a cambiar del modo en
que ellos habían imaginado».[26] Esta
melancolía generacional ha sido abordada por Enzo Traverso y Svetlana Boym como uno de los signos afectivos del siglo XXI: una
mezcla de duelo por las utopías perdidas y crítica al presente.[27]
En Nela,
1979, la heroína opera como síntoma de esa ruptura. No es solo una droga
que invade el cuerpo de una joven, sino una metáfora de la derrota simbólica de
un grupo social. Trejo propone una ecuación: contracultura + desarraigo + falta
de estructura emocional = catástrofe. Y esa catástrofe tiene un nombre: Nela.
Su vida se apaga cuando desaparece la promesa de transformación. El relato la
nombra como «carne de cañón», una víctima del sistema y del olvido.
3.3. Migración, modernización y desplazamiento social
La historia
de Nela está ligada a la historia de su familia: una familia que migra desde un
pequeño pueblo de Extremadura —Oliva de Mérida— a Barcelona en los años
sesenta, en busca de oportunidades. La migración rural-interior española fue
uno de los grandes movimientos demográficos del franquismo tardío. Lo que se
vive no es solo un cambio geográfico, sino un desplazamiento cultural,
emocional y simbólico. El padre, marcado por la guerra; la madre, distante y
rígida; los hijos, nacidos o criados en una ciudad que representaba otra
modernidad. La brecha entre generaciones es aquí también brecha entre mundos.
El proceso
de modernización familiar se vive con ambivalencia. Por un lado, implica una
mejora material; por otro, una pérdida de vínculos, un desarraigo y una
fractura identitaria. Trejo lo plantea como un proceso de múltiples
transiciones: de la infancia a la
adultez, del campo a la ciudad, del sur al norte, del franquismo a la
democracia. Nela queda atrapada en ese pasaje, en ese umbral que no
logra atravesar. Su historia ilustra la tensión entre la transición
generacional y la transición política.[28]
3.4. Narrar lo marginal desde la crónica
El tono de Nela, 1979 se mueve entre lo testimonial, lo ensayístico, lo autoficcional y lo documental. Esta hibridez formal lo sitúa dentro del periodismo narrativo, esa forma de escritura que transita la frontera entre literatura y crónica, y que privilegia lo marginal, lo olvidado, lo personal.[29] Desde esta perspectiva factual hace familia con otros textos como Aparecida (2014) de Marta Dillon;[30] El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza; Lo que a nadie le importa de Sergio del Molino (2014); Honrarás a tu padre y a tu madre de Cristina Fallarás (2018); El comensal de Gabriela Ybarra (2015);[31] entre otros. El texto no intenta imponer una visión objetiva ni cerrar el sentido de lo narrado. Más bien, se articula como una búsqueda, como una forma de procesar lo incompleto. «Tenía que hablar de alguien que no está, que no está ni siquiera su recuerdo, y tenía que darle forma».[32] La escritura se convierte, entonces, en una operación de montaje, una arqueología afectiva que construye sentido a partir de fragmentos.
4. Ética
de la restitución: el silencio, la cripta y la escritura como desobediencia
La
escritura de Nela, 1979 se activa a partir de un núcleo de silencio. Lo
que impulsa el relato no es la abundancia de información, sino su escasez. El
protagonista —que es también autor y narrador— se enfrenta a un vacío de relato, a una vida ausente
que no solo ha sido olvidada, sino excluida del registro familiar. Nela no es
solo una figura desaparecida, sino también un «nombre que no se nombra», una existencia clausurada
simbólicamente por el tabú y el duelo sin elaboración.
Este silencio no es accidental ni neutral.
Como bien plantean los psicoanalistas Nicolás Abraham y María Torok, existen traumas que no pueden ser metabolizados por
la consciencia individual o colectiva y que, por ello, se encriptan en el
inconsciente familiar como lo que ellos denominan una cripta: un lugar donde se
deposita lo indecible, lo inasimilable, lo que debe mantenerse fuera del
lenguaje para proteger el equilibrio psíquico. La cripta es, por tanto, el
espacio simbólico del secreto, una configuración defensiva que contiene el
trauma, pero que también lo perpetúa en el tiempo.[33]
El caso de
Nela se ajusta perfectamente a esta dinámica. Su
muerte no solo genera un dolor profundo, sino que instaura un pacto de silencio intergeneracional.
Trejo lo narra de manera explícita: «Desde que tengo
recuerdo o memoria, es decir, después de que se marchase de casa, no hablábamos
de Nela en la mesa. [...] Pero desde el momento de su muerte se impuso una
férrea ley de silencio, intraspasable, que no posibilitaba ninguna clase de
diálogo sobre esa cuestión; ni siquiera la más mínima referencia».[34] El duelo quedó congelado. La
familia dejó de celebrar cumpleaños, la música desapareció de la casa, y el
luto riguroso se transformó en norma cotidiana. Se impuso un «interregno», una suspensión simbólica de la
vida.
El efecto de este mandato fue la
desaparición narrativa de Nela, incluso para su hermano menor. No solo murió
físicamente, sino que fue borrada de la memoria. El narrador lo reconoce sin
ambages: «No lloré a mi hermana Nela
siendo niño. No lo hice porque para mí no existía. La había borrado de mi
memoria hacía ya un tiempo».[35] Es contra esta desaparición simbólica que se inscribe la
necesidad narrativa de Nela, 1979.
Escribir se convierte aquí en un acto de restitución para «restablecer la existencia a quienes les fue
despojada, conferirles una legitimidad perdida, recuperar una dignidad
maltratada».[36] El 19 de mayo de 2014, en una conversación
por WhatsApp con el escritor Juan Trejo, me comentaba que esa noche había
soñado con su hermana Nela:
Solo he soñado dos veces en mi vida [con ella]. Las dos veces en relación al libro. Hoy era un bebé del que tenía que hacerme cargo. Le hacía sonreír por primera vez en su vida. Ha sido un sueño alegre y muy inspirador, porque llevaba días un tanto ofuscado con las correcciones y pensando en cómo llevarlo todo de aquí en adelante.
El tema, cuando me he despertado, ha sido pensar: el libro es una segunda oportunidad para la «idea» o el recuerdo (si no la vida) de mi hermana.
Y tengo que tratar todo el tema como si se tratase de un bebé, cuidarlo con alegría y esperanza.
Esta tarea de “restituir” consiste
finalmente en un intento por «hacer
aparecer lo enterrado»,[37] en
una forma de tomar la palabra frente a lo que ha sido silenciado.
Este acto es profundamente desobediente. No solo rompe con la voluntad materna —quien le dice explícitamente: «¿Para qué vas a desenterrarla ahora? Está bien donde está»[38]—, sino que también desafía el pacto familiar y social del olvido. Muchos relatos de filiación se inscriben en una ética de la desobediencia que permite confrontar los legados traumáticos, en especial cuando estos han sido naturalizados o neutralizados por la memoria oficial.[39] En Nela, 1979, la escritura emerge como forma de resistencia: contra la negación, contra la vergüenza, contra la invisibilidad.
Ahora bien,
este gesto de restitución no es lineal ni inocente. Es también una experiencia
afectiva intensa y peligrosa. En la entrevista con Trejo, él mismo reconoce que
hubo un momento en el que tuvo que retomar su proceso psicoanalítico para
soportar la intensidad emocional del relato. Al «ponerse en la piel de su hermana», al narrar
desde su perspectiva, cruzó una frontera simbólica que transformó su escritura
en un proceso de duelo activo,
pero también en una forma de identificación extrema que lo desestabilizó.
Desde el
punto de vista narrativo, este proceso se articula como un movimiento hacia el
centro de la cripta. El narrador no se contenta con recordar a su hermana desde
fuera, sino que intenta reconstruir su subjetividad, imaginar su perspectiva, ficcionalizar su vida desde una cercanía afectiva radical.
Esto lo lleva a transitar entre lo ensayístico, lo testimonial, y lo ficcional.
Esta polifonía formal responde a la complejidad del objeto narrado: una vida no
contada que debe ser figurada, imaginada a partir de huellas dispersas. Estos
relatos no inventan el pasado, sino que se lo figuran, lo reconstruyen desde un
trabajo con el archivo y la imaginación.[40]
Nela,
1979 se despliega como un relato fragmentario,
tentativo, incompleto, pero no por eso menos verdadero. La verdad aquí no está
en la exactitud factual, sino en la profundidad afectiva y en la potencia ética
de recuperar una existencia. Es lo que Juan Trejo llama «señalar el vacío», «hacer un molde de esa figura que no existía».[41] Esta tarea requiere de un «narrador-investigador» que no solo indague en el pasado, sino que se
confronte consigo mismo como sujeto afectado.[42]
El hermano menor —figura relevante para este tipo de relatos— se convierte aquí en el heredero y el desobediente, el que no acepta el legado familiar sin revisarlo, el que se siente legitimado para contar la historia desde su perspectiva, aunque eso implique entrar en conflicto con sus mayores.[43] Esta cuestión generacional es clave en la mayoría de los relatos de filiación, que se producen cuando los hijos alcanzan una distancia suficiente para mirar hacia atrás, pero también una cercanía emocional que los obliga a escribir. En Nela, 1979, este movimiento es evidente: el narrador es ya padre de un hijo de 21 años, la misma edad con la que murió su hermana. Esa coincidencia le permite reconocerse en el dolor y formular la pregunta esencial: ¿quién era Nela y por qué desapareció?
5.
Escritura, archivo e intertextualidad: una genealogía literaria del duelo
La
dimensión estética y literaria de Nela, 1979 no es un mero vehículo
narrativo, sino una parte central del proceso de restitución. La elección
formal de Juan Trejo —el tono híbrido, la estructura fragmentaria, el uso de
materiales de archivo, la inclusión de escenas ficcionalizadas—
responde a una necesidad ética y epistemológica: dar forma a lo que no se puede
nombrar directamente, construir una narrativa alrededor del silencio, alumbrar
desde la penumbra lo que permanece en sombra. Como reconoce el propio autor,
fue necesario «rodear» la historia de su hermana porque no podía llegar al núcleo directamente.
Para ello, adoptó una estrategia cercana a la que se desarrolla en la novela El corazón de las tinieblas de Joseph
Conrad: la narración como órbita concéntrica en torno a un centro opaco.
Esta poética de lo elíptico y lo
fragmentario se articula en una estructura de archivos dispersos: fotografías,
cartas, libros, entrevistas, recuerdos parciales, confesiones diferidas. Emerge
una discursividad posmemorial
por su carácter mediado, transmitido por estos archivos, estos recuerdos que no
se han vivido de primera mano. El autor-narrador actúa como un «arqueólogo afectivo», siguiendo el modelo foucaultiano del
archivo como campo desde el que enunciar más que como contenedor objetivo. Lo que
se busca no es reconstruir el pasado de manera cronológica o exhaustiva, sino
comprender cómo ese pasado se ha ocultado, deformado o eliminado, y qué
posibilidades existen de hacerlo reaparecer.[44]
A esta
voluntad de archivo se suma una densa capa
intertextual que articula una genealogía tanto cultural como emocional.
Uno de los momentos más reveladores del texto es el recuerdo de la proyección
de Sonrisas y lágrimas (The Sound of Music) que Nela comparte con
su hermano pequeño en 1974. Décadas después, durante la pandemia, el narrador
ve la misma película con sus hijos y se deshace en lágrimas. La escena, cargada
de simbolismo, permite una triple superposición de planos: el presente familiar
del narrador, la infancia compartida con su hermana, y la ficción musical de la
familia Trapp, que escapa del nazismo a través del canto. La película opera
como activador emocional, como
condensador de memorias afectivas y deseos no formulados. Trejo interpreta ese
gesto de Nela como un intento de mostrarle que otra familia era posible: una
familia amorosa, que canta, que cuida, que no silencia.
Este
episodio da cuenta del uso de la cultura popular como lugar de anclaje identitario. A diferencia de una perspectiva
elitista, Trejo valida los productos culturales masivos como espacios de
resonancia personal. Pero también incluye referentes literarios complejos, que
delinean la subjetividad de Nela como figura intelectual autodidacta. La
biblioteca que deja contiene tres títulos clave: La familia de Pascual
Duarte de Camilo José Cela, Lolita de Vladimir Nabokov y Hojas de
hierba de Walt Whitman. Cada uno cumple una función simbólica: Cela conecta
con el origen rural de la familia y la violencia estructural del pueblo
extremeño; Nabokov marca un despertar sexual y una sensibilidad provocadora;
Whitman representa una aspiración poética y vitalista. Estos libros no solo
construyen la figura de Nela, sino que también configuran el horizonte cultural
desde el cual el narrador puede figurarla.
La
intertextualidad en Nela, 1979 cumple entonces una doble función: por un
lado, sitúa el relato en una
tradición literaria; por otro, permite sostener
el vacío. En los relatos de filiación la cita no es solo ornamental: es
una forma de construir sentido cuando el relato personal se quiebra.[45] En este caso, la intertextualidad
es también un modo de establecer una comunidad simbólica, abandonar por un
instante las relaciones de «filiación» y apostar por la «afiliación» cultural.[46]
Este gesto se potencia aún más cuando se
considera al autor como «tránsfuga de
clase», un sujeto que, como señala Annie Ernaux, ha ascendido social y culturalmente respecto a su
familia de origen, y que mira hacia atrás con una mezcla de distancia y
pertenencia.[47] Dominique Viart entiende que además estos
«tránsfugos de clase» tienen una conciencia nítida de ello.[48] Se trata de un fenómeno de ascensión social que experimentan en
muchas ocasiones los hijos y las hijas de las post dictaduras. Trejo, primer
universitario de su linaje, se convierte en heredero de un mundo que ya no
existe y en cronista de lo que ese mundo calló. Es esta posición de frontera la
que le permite escribir, pero también la que lo obliga a hacerlo desde la
conciencia de que, al contar, también traiciona.
Un momento significativo de este transfuguismo, que revela un acusado sentido de traición, se da en otro relato de filiación y memoria: Autobiografía del algodón (2020) de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza:
Mi familia nunca se sentó a la mesa, como frente a un micrófono, con la explícita intención de hablar de su historia con el algodón. [...] Como si nos estuvieran protegiendo de ese saber o de esa memoria; o, ahora que lo pienso bien, como si hubieran estado protegiendo ese saber y esa memoria de todos nosotros. Al final, nos iríamos lejos, lejos de la casa, lejos de la tierra de la labranza, y nos convertiríamos poco a poco, de maneras tal vez inadvertidas, en el enemigo mismo. Estábamos en guerra. Y, en la guerra, nunca nadie le revela sus secretos al enemigo. El nombre de esa guerra era la modernización. Nuestros padres nos miraban comer o hacer mandados, leer, reír a carcajadas, y lo sabían. Nos acariciaban y lo sabían. Esos hijos crecerían para ser algo más, para alejarse del algodón, los traicionarían al final (La cursiva es mía).[49]
Así, la literatura se convierte en una herramienta de intervención
subjetiva y social. Como
afirmaba Trejo en su mensaje de WhatsApp, «el libro es una segunda oportunidad para la idea
o el recuerdo (si no la vida) de mi hermana». No se trata simplemente de recordar, sino de dar forma a una ausencia, de inscribir en el presente lo que el
pasado expulsó. Esta tarea exige un equilibrio narrativo muy delicado: ni
idealizar ni juzgar; ni reconstruir completamente ni abandonar al olvido. El
resultado es un texto poliédrico, emotivo, riguroso y muy humano, que se
inscribe con fuerza en el corpus de las literaturas de la memoria
del siglo XXI.
6.
Conclusiones
Nela,
1979 se inscribe en
una genealogía de escrituras que, al interrogar los vínculos entre biografía
familiar y memoria colectiva, contribuyen de forma decisiva a la
reconfiguración de las memorias culturales contemporáneas. En tanto relato de
filiación y crónica transicional, el texto de Juan Trejo articula una poética
de la ausencia y una ética de la restitución que desafían el mandato del olvido
heredado tanto en el ámbito íntimo como en el social.
Desde la
condición de “hermano menor” y “tránsfuga de clase”, este narrador-investigador
adopta una voz que no se limita a rememorar, sino que interpela activamente los
silencios estructurales de la familia y del país por lo que este relato se
inscribe en el horizonte más amplio de las literaturas transicionales. A través
de una escritura híbrida, que se desplaza entre lo documental, lo autoficcional y lo ensayístico, Nela, 1979 convierte
el duelo privado en una forma de intervención cultural.
Estas
escrituras —en las que convergen el archivo afectivo, la investigación
subjetiva y la restitución simbólica— se posicionan como gestos de
desobediencia generacional frente al mandato del olvido. Rompen criptas
narrativas, desafían la linealidad de la Historia, y restituyen voces que no
fueron escuchadas. En este marco, Nela, 1979, más allá del duelo
personal, abre una posibilidad ética y política: volver sobre el pasado no como
nostalgia sino como interpelación del presente.
Nela,
1979 no es solo una
tentativa de narrar lo silenciado, sino también una meditación sobre la
posibilidad misma de representar el pasado desde el presente, desde el lugar
del que busca sin garantías, pero con urgencia comprender la herencia recibida.
Su fuerza radica, precisamente, en esa doble tensión entre lo personal y lo
colectivo, entre la orfandad y el archivo, entre la pérdida y la escritura.
Así, el libro de Trejo se convierte en una segunda oportunidad no solo para la
memoria de una hermana, sino también para una sociedad que aún disputa el relato de sí misma.
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Contribución de los autores (Taxonomía
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1. Conceptualización, 2. Curación de datos, 3. Análisis formal, 5.
Investigación, 6. Metodología, 10.
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14. Redacción - revisión y edición.
Disponibilidad de datos: El
conjunto de datos que apoya los resultados de este estudio no se encuentra
disponible.
Editor responsable José Antonio Saravia: jsaravia@correo.um.edu.uy
[1]Esta investigación se ha realizado dentro del marco del proyecto MINECO PID2022-139570OB-I00: La Literatura de la transición democrática española y las narrativas transicionales europeas II y por el proyecto del Gobierno de Aragón Las transiciones políticas como una experiencia cultural del tiempo presente. Rescates y resignificaciones. H08_23R.
[2] Juan Trejo, Nela, 1979, (Barcelona: Tusquets Editores, 2024), 30.
[3] Violeta Ros, “Entre relatos y silencios. La exploración narrativa de la memoria familiar a propósito de Haciendo memoria (Sandra Ruesga 2005)”, en La transición española. Memorias públicas/ memorias privadas (1975-2021), eds. Carmen Peña y José Carlos Ara, (Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2022), 293-315.
[4] Elisabeth Jelin, La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social (Argentina: Siglo XXI Editores, 2024), 15.
[5] Dominique Viart, “Le silence des pères au principe du récit de filiation”, Études françaises 45, nº3 (2009): 95-112; Dominique Viart, “El relato de filiación: Ética de la restitución contra deber de memoria en la literatura contemporánea”. Cuadernos LIRICO 20 (2019). https://doi.org/10.4000/lirico.8883
[6] María Ángeles Naval, “Literaturas transicionales: Nostalgia, memoria, utopía”. InMediaciones de la Comunicación 18, nº2 (2023):181–202. https://doi.org/10.18861/ic.2023.18.2.3514
[7] Marianne Hirsch, Family Frames: Photography, Narrative, and Postmemory (Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1997).
[8] Laia Quílez Esteve, “Hacia una teoría de la posmemoria: Reflexiones en torno a las representaciones de la memoria generacional”, Historiografías. Revista de Historia y Teoría, n° 8 (2014), 57–75.
[9] Quílez Esteve, “Hacia una teoría de la posmemoria”, 72. Un caso extremo de rebelión frente al mandato de silencio y a la memoria heredada, de ruptura con los lazos filiales, lo encontramos en los relatos de los hijos de genocidas de las dictaduras argentina y chilena fundamentalmente. Escritos de hijos, sobre todo hijas (Peller, 2022), desobedientes, en confrontación con el sintagma de connotación militar “obediencia debida”, que pretendía justificar los crímenes cometidos por la represión estatal eliminando la responsabilidad individual en beneficio del respeto de la cadena de mando. Textos como los que recoge el libro Escritos desobedientes. Historia de hijas, hijos y familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia (2018). Veáse al respecto entre otros estudios: Mariela Peller, “Hijas desobedientes: Un uso justo de la vergüenza en la generación posperpetradores en la Argentina”, en Política, afectos e identidades en América Latina, coords. Luciana Anapios y Claudia Hammerschmid, (Buenos Aires: CLACSO, 2022), 131-150; Emilia I. Deffis, “Desobediencia y relatos de filiación. Acerca de los escritos desobedientes”. Anales de la literatura hispanoamericana 52, (2023): 51-60 https://doi.org/10.5209/alhi.93649; Teresa Basile, “Infancias violentas. Los relatos de los otros hijos”. Politika, (2018). https://www.politika.io/es/article/infancias-violentas-los-relatos-los-otros-hijos; Teresa Basile, “Padres perpetradores: Perspectivas desde hijos e hijas de represores en Argentina”, Kamchatka. Revista de análisis cultural, n°15 (2020): 127–157 https://doi.org/10.7203/KAM.15.15714
[10] Como se pone de manifiesto en el monográfico titulado “El relato de filiación en la literatura hispanoamericana”, de la revista Anales de Literatura Hispanoamericana 52 (2023) de la Universidad Complutense de Madrid.
[11]Sara Roos, “Micro y macrohistoria en los relatos de filiación chilenos”, AISTHESIS. Revista chilena de investigaciones estéticas, n° 54 (2013), 335. http://dx.doi.org/10.4067/S0718-71812013000200020
[12]Viart, “Le silence des pères au principe du
récit de filiation”, 110.
[13] Juan Trejo, La barrera del sonido (Barcelona: Tusquets editores, 2019), 18-19.
[14]Juan Trejo, “Conversación con Juan Trejo”,
entrevista por María Angulo Egea, III Foro Internacional Narrativas en la
Frontera, UNTREF, 20 de octubre de 2023, Video, 1:11:6 https://www.youtube.com/watch?v=Ojs56YD6reY
[15] Deffis, “Desobediencia y relatos de filiación. Acerca de los escritos desobedientes”, 54.
[16] Trejo, “Conversación con Juan Trejo”, video, 1:19:15.
[17] Trejo, Nela, 1979, 22-23.
[18] Trejo, Nela, 1979, 24.
[19] Lior Zylberman, “Secreto y transmisión generacional. El cine documental ante la memoria familiar”. Fotocinema. Revista Científica de Cien y Fotografía 20 (2020), 245-269. https://doi.org/10.24310/Fotocinema.2020.v0i20.7602
[20] Naval, “Literaturas transicionales: Nostalgia, memoria, utopía”, 185.
[21] Jelin, La lucha por el pasado. Cómo construimos la memoria social.
[22] Véase al respecto Germán Labrador Méndez, Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986) (Barcelona: Ediciones Akal, 2017).
[23] Trejo, “Conversación con Juan Trejo”, video, 33:27.
[24] Eduardo Haro Ibars, El libro de los heroes
(Madrid: Arnao Ediciones, 1985): 133. Citado en María
Angulo Egea “Reforma, ruptura y olvido en la Transición democrática española:
de Intersecciones a Amanece que no es poco”, Salina, n°17
(2003): 196.
[25] María Ángeles Naval y Zorayda Carandell, La Transición sentimental. Literatura y cultura
en España desde los años 70 (Madrid: Visor, 2016); José Carlos Mainer, “1975-1985: los poderes del pasado”, en La cultura española en el postfranquismo, eds.
Samuel Amell y Salvador García Castañeda (Madrid:
editorial Playor, 1988), 11-26.
[26] Trejo, Nela, 1979, 30.
[27] Enzo Traverso, Melancolía de la izquierda. Después de las utopías (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2019); Svetlana Boym, El futuro de la nostalgia (Madrid: Antonio Machado, 2015). La investigadora María Ángeles Naval en “Literaturas transicionales: Nostalgia, memoria, utopía” trabaja con la teoría de estos autores para terminar de configurar el sentir y el ser de las narrativas transicionales del siglo XXI.
[28] Concepción Martín Huertas, “Los niños de la Transición: los nuevos paradigmas autobiográficos en la literatura española de la última década”. Amnis. Revue d’etudes des societés et cultures contemporaines Europe-Amerique 18 (2019) https://doi.org/10.4000/amnis.4600 ha trabajado algunas de estas memorias personales y colectivas de esta última década del siglo XXI en España. En concreto se ha ocupado de la generación de los nacidos en los años 60, narraciones autobiográficas que dan cuenta de vivencias ubicadas en el tardofranquismo, la transición y los primeros años de la democracia. Es el caso de obras como Tiempo de vida (2010) de Marcos Giralt; La lección de anatomía (2014) de Marta Sanz, La isla del padre (2015) de Fernando Marías, El amor del revés (2016) de Luisgé Martín o El asesino tímido (2018) de Clara Usón.
[29] Véase María Angulo Egea, coord., Crónica y Mirada.
Aproximaciones al periodismo narrativo (Madrid: Libros del K.O, 2014).
[30] Paula Klein, “Poéticas del archivo: el «giro documental» en la narrativa rioplatense reciente”, Cuadernos LÍRICO 20, (2019) https://doi.org/10.4000/lirico.8605
[31] Marion Billar, “El comensal de
Gabriela Ybarra: el hueco de la memoria como lugar de (re)construcción del
pasado”. Amnis. Revue d’etudes des societés
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[32] Trejo, “Conversación con Juan Trejo”, video, 1:04:02.
[33] Nicolás Abraham y María Torok, La corteza y el núcleo (Buenos Aires: Amorrortu, 2005), citado en Lior Zylberman, “Secreto y transmisión generacional. El cine documental ante la memoria familiar”, 246-248.
[34] Trejo, Nela, 1979, 27.
[35] Trejo, Nela, 1979, 23.
[36] Viart, “El relato de filiación”.
[37] Deffis, “Desobediencia y relatos de filiación. Acerca de los escritos desobedientes”, 57
[38] Trejo, Nela, 1979, 41.
[39] Verónica Estay Stange y Rodrigo
Uribe Otaíza, “(Po)ética de la desobediencia: Hijos
perpetradores por memoria, verdad y justicia”, Journal of Iberian and Latin American Research 28, nº1 (2022): 38-52. https://doi.org/10.1080/13260219.2022.2087322
[40] Viart, “El relato de filiación”.
[41] Trejo, “Conversación con Juan Trejo”, video, 1:06:13.
[42] Paula Klein, “Escritores investigadores: ¿literatura de investigación?”, Cuadernos LIRICO 26 (2024) https://doi.org/10.4000/lirico.14775; Annick Louis, “Zonas y modos de intersección: el “yo-narrador-investigador” y el relato de la investigación”, Cuadernos LÍRICO 26 (2024) https://doi.org/10.4000/lirico.14813 Tanto Klein como Louis abordan con detalle esta figura emergente del “escritor investigador” que tanto se asemeja a la del cronista por el trabajo de campo y de documentación que realiza, y que va conformando la narrativa.
[43]Luis Kanciper, “El heredero y el héroe”. Página12. 6 de enero, 2011, Psicología, https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/159921-51289-2011-01-06.html citado en Lior Zylberman. “Secreto y transmisión generacional. El cine documental ante la memoria familiar”, Fotocinema. Revista Científica de Cien y Fotografía, n° 20, (2020): 250 https://doi.org/10.24310/Fotocinema.2020.v0i20.7602
[44] Klein, “Poéticas del archivo”.
[45] Nicola Licata, “Las filiaciones hiladas de Cristina Rivera Garza en Autobiografía del algodón (2020)”, Anales de la Literatura Hispanoamericana 52, (2023): 86. https://dx.doi.org/10.5209/alhi.93651
[46] Lorena Amaro, “Formas de salir de casa, o cómo escapar del
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[47] Roos, “Micro y macrohistoria en los relatos de filiación chilenos”, 347.
[48] Viart, “El relato de filiación”.
[49] Cristina Rivera Garza, Autobiografía del algodón (Ciudad de México: Random House, 2020), 201-202 citado por Licata, “Las filiaciones hiladas de Cristina Rivera Garza en Autobiografía del algodón (2020)”, 83.