JUAN PABLO ROLDAN - TRES MOMENTOS, UNA IDEA. UN CONCEPTO FILOSFÓFICO ACERCA DEL DESARROLLO DEL SER HUMANO PRESENTE EN LA PSICOLOGÍA CONTEMPORÁNEA – doi: https://doi.org/10.25185/5.3

 

Juan Pablo Roldán

Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino

jproldanr@gmail.com

ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-9368-8216

 

Recibido: 08/02/2019 - Aceptado: 21/02/2019

 

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Roldan, Juan Pablo. “Tres momentos, una idea. Un concepto filosófico acerca
del desarrollo del ser humano presente en la psicología contemporánea”.
Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, nº 5, (2019): 53-79.
https://doi.org/10.25185/5.3

 

 

Tres momentos, una idea.

Un concepto filosófico acerca del desarrollo del ser humano presente
en la psicología contemporánea

Resumen: Existen vínculos filosóficos entre el pensamiento romántico, el positivismo materialista, el psicoanálisis y algunas ideas centrales de las actuales neurociencias. Uno de ellos, de muchas consecuencias teóricas y prácticas, es la tesis metafísica que identifica el ‘orden temporal’ y el ‘orden de naturaleza’ en el desarrollo humano –las expresiones pertenecen a Santo Tomás de Aquino–. Se ilustra aquí esta hipótesis con la comparación entre tres momentos de la historia de la psicología, protagonizados por Cesare Lombroso, Sigmund Freud y Antonio Damasio respectivamente.

Palabras clave: Historia de la Psicología, metafísica, evolución, Freud, neurociencias, Antonio Damasio.

 

Three moments, one idea.

A philosophical concept about the development of the human being present
in contemporary psychology

Abstract: There are philosophical links between Romantic thought, materialistic positivism, psychoanalysis and some central ideas of current neurosciences. One of them, with many theoretical and practical consequences, is the metaphysical thesis that identifies the ‘temporal order’ and the ‘order of nature’ in human development —the expressions belong to St. Thomas Aquinas—. This hypothesis is illustrated here with the comparison between three moments in the history of psychology, having Cesare Lombroso, Sigmund Freud and Antonio Damasio as protagonists.

Keywords: History of Psychology, metaphysics, evolution, Freud, neurosciences, Antonio Damasio.

 

Três momentos, uma ideia.

Um conceito filosófico sobre o desenvolvimento do ser humano presente
na psicologia contemporânea

Resumo: Existem ligações filosóficas entre o pensamento romântico, o positivismo materialista, a psicanálise e algumas ideias centrais das neurociências atuais. Uma delas, com muitas consequências teóricas e práticas, é a tese metafísica que identifica a ‘ordem temporal’ e a ‘ordem da natureza’ no desenvolvimento humano —as expressões pertencem a São Tomás de Aquino—. Esta hipótese é ilustrada aqui com a comparação entre três momentos da história da psicologia, estrelando Cesare Lombroso, Sigmund Freud e Antonio Damasio, respectivamente.

Palavras-chave: história da psicologia, metafísica, evolução, Freud, neurociências, Antonio Damasio.

 

El objeto de estas líneas es ilustrar la presencia de un concepto filosófico acerca del desarrollo del ser humano con tres momentos de la historia de la psicología. Se trata de tres escenas simétricas, separadas cada una de la anterior por unos 65 años, que en buena medida pueden interpretarse conforme a los mismos principios, aunque esto no sea tan evidente de entrada. La identificación entre el ‘orden temporal’ y el ‘orden de naturaleza’ en el desarrollo –las expresiones pertenecen a Santo Tomás de Aquino–, es una tesis metafísica de importantes consecuencias antropológicas y éticas, y constituye un hilo oculto que vincula teorías psicológicas y neurocientíficas en apariencia independientes por sus fundamentos teóricos. Su aceptación suele ser acrítica y fundada en una especie de evidencia empírica asumida tácitamente. De aquí que la indebida homologación entre planos epistémicos sea otro denominador común entre estas ideas: el nivel científico particular, por un lado, y el filosófico, por otro.

Se analizará en forma sucinta el contexto cultural de cada hecho, sin pretender un estudio exhaustivo del mismo, sino sólo la explicación y documentación de la presencia subyacente de la problemática filosófica apuntada.

 

1. 1870, Hospital de Pavía, Italia

En noviembre de 1870 un joven médico italiano llamado Cesare Lombroso se disponía a realizar una autopsia en el hospital de Pavía. No era una autopsia común: el cuerpo pertenecía al célebre malhechor Villela, el Jack the Ripper italiano, que desafió a las autoridades y horrorizó al público durante décadas antes de ser capturado y ejecutado…

Mientras trabajaba en la penumbra de ese atardecer otoñal, reparó en algo más. La sección occipital del cráneo de Villela revelaba una pronunciada cavidad allí donde se unía con la columna, la misma clase de cavidad que encontramos en los “animales inferiores, incluidos los roedores”. Lombroso apartó los ojos del cadáver: “De pronto creí ver, iluminada como una vasta llanura bajo un cielo llameante, el problema de la naturaleza criminal, un ser atávico que reproduce en su persona los feroces instintos de la humanidad primitiva y los animales inferiores”. El cuerpo del homicida revelaba las características propias de los “criminales, los salvajes y los simios”, tales como enormes mandíbulas, pómulos altos, insensibilidad al dolor, vista muy aguda, tatuajes, “pereza excesiva, amor por las orgías y la irresponsable búsqueda del mal por sí mismo”.[1]

Con esta iluminación nacía la teoría del ‘criminal nato’. Conforme a ella, existe un vínculo necesario entre las conductas delictivas y ciertas características físicas. Allí donde persistan las formas primitivas –pueblos salvajes, niños o delincuentes– existe una irresistible inclinación al crimen. En efecto, “cuando se sabe la corta distancia que separa al delincuente del salvaje, comprenderemos fácilmente por qué los deportados se acostumbran en breve a las costumbres de éstos, incluso el canibalismo, como se vio en Australia y en Guyana”. Por otro lado, “los niños ineducados ignoran la diferencia entre el crimen y la virtud, y (…) roban, pegan y mienten sin escrúpulos, lo cual nos explica perfectamente la precocidad en el delito y por qué la mayoría de los huérfanos o abandonados acaban en delincuentes”.[2]

Como resultado de estas ideas, Lombroso se entregó con entusiasmo salvífico a la búsqueda de relaciones entre aspectos biológicos cuantitativos de los seres humanos, que medía con nuevos instrumentos como el ‘craneómetro’ o el ‘estetómetro’ y la conducta criminal.

 

Frenología y electrofisiología

Pero su teoría no había surgido ex nihilo.

Por un lado, los avances en neurología y electrofisiología parecían descubrir causas de tipo material para una serie de fenómenos que en el pasado eran atribuidos a la fuerza misteriosa del espíritu. Las investigaciones de Franz Joseph Gall, fundador de la frenología, acerca de las localizaciones cerebrales y de las distintas formas de cráneo conforme al desarrollo de cada una de aquellas;[3] los estudios de Carlo Matteucci en Italia y, posteriormente, de Johannes Müller, Emil Du Bois-Reymond, Hermann von Helmholtz, Ernst von Brücke e Ivan Mikhailovich Sechenov acerca de la corriente eléctrica en los movimientos musculares (para medir la cual usaban el galvanómetro astático inventado por Leopoldo Nobili) aportaron datos empíricos que, en el contexto filosófico positivista, fueron considerados como pruebas de la reducción de los fenómenos de nivel superior a sus raíces físicas.

Por otro lado, la biología de la época acusaba una profunda influencia de las filosofías romántica y positivista, a su vez muy relacionadas entre sí.[4] La formación médica de Lombroso no era ajena a esta impronta.

 

Degeneración, atavismo y eugenesia[5]

Sucede que había comenzado a desarrollarse en biología y medicina el concepto de ‘degeneración’, que se difundiría aún más en los años siguientes. La teoría de la evolución de Darwin era uno de sus fundamentos: la idea de que la evolución se producía mediante una selección natural implicaba que algunas especies –o individuos– involucionaban y se destruían. Respecto de los seres humanos, por lo tanto, este fenómeno también podía suceder en algunos individuos o amenazar a toda la humanidad. El psiquiatra Bénédict Augustin Morel dio forma inicial a esta teoría en su Tratado de las degeneraciones físicas, intelectuales y morales de la especie humana y de las causas que producen esas variedades enfermas.[6]

Los biólogos del siglo XIX lo explicaban, asimismo, por la teoría, íntimamente relacionada, del ‘atavismo’: en todo ser vivo, permanecían intactos sus rasgos primitivos iniciales, de tal forma que, bajo la corteza de cultura de la humanidad, existía al acecho un fondo de monstruosidad primitiva, presta a irrumpir en cualquier momento. Esto era lo que sucedía en los criminales. Se trataba, de ese modo, de un fenómeno biológico.

La literatura decimonónica expresa esta idea en muchas obras. En El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, publicada en 1886, Robert Louis Stevenson sugiere que la posibilidad de Jekyll de convertirse en Hyde sin afrontar las consecuencias de sus actos criminales, constituiría el mayor logro de la historia de la humanidad, por resolver su problema principal: el de la represión de nuestras aspiraciones más originarias y genuinas. Cuando me convertí en Hyde, relata Jekyll, sentí “algo indescriptiblemente nuevo y placentero… Sentía por dentro un temor embriagador, una corriente de desordenadas imágenes sensuales que se precipitaban en mi cabeza como el agua del saetín de un molino, una disolución de las ataduras de la obligación, una desconocida, aunque no inocente, libertad del alma. Me di cuenta… de que era más perverso, diez veces más perverso, vendido como esclavo a mi maldad original…”.[7]

En Drácula, escrita en 1897, Bram Stoker describe la inquietante posibilidad de que, en una sociedad civilizada y ordenada, irrumpa de forma inesperada lo salvaje y siniestro, que siempre había estado latente como un río subterráneo.

Los personajes humanos de Drácula libran una guerra por la civilización, en que deben recurrir a métodos extremos y brutales. Es una guerra que ganan y pierden a la vez: antes de matar a Drácula, pierden a la heroína del libro Lucy Westenra (su nombre puede leerse como “luz de Occidente”), que es presa de los monstruosos poderes del conde. Esta mujer modelo, normal y civilizada, queda transformada en una bestia famélica. La escalofriante aparición de Lucy como vampiro –sus labios goteando sangre, su “dulzura convertida en inflexible y despiadada crueldad, su pureza en voluptuosa lascivia”– se convierte en la parábola de Stoker acerca de cómo el proceso de degeneración invade los protegidos recintos de la vida civilizada.[8]

Francis Galton, primo de Darwin, acuña en 1883 el término eugenesia, “para referirse a una ciencia de la crianza de los ‘bien nacidos’”, nueva disciplina que “era el aspecto práctico del darwinismo teórico”. Si existía el riesgo de la degeneración, y si la civilización se asentaba sobre cimientos físicos y biológicos, el interés prioritario de una sociedad debía consistir en prevenir “el lado oscuro y retrógrado del proceso evolutivo”.[9] Para ello, debían reproducirse más y mejor los ‘normales’ y menos los ‘anormales’. Tanto en Inglaterra como en Alemania y Estados Unidos se fundan instituciones eugenistas que mantienen contacto entre sí. Téngase presente que estas ideas eran sostenidas con entusiasmo por los movimientos ‘progresistas’, en principio opuestos a movimientos que, como el nazismo, luego las llevaron a la práctica de manera más radical.[10]

Biología y filosofía

Estas ideas eran sostenidas como científicas, a veces sin consciencia de que, en realidad, no tenían fundamento empírico sino que, más bien, poseían una formalidad filosófica. Dos de los autores de mayor éxito en la época tuvieron el mérito de que, aunque insistieron con una retórica positivista en el fundamento científico de sus teorías, pusieron de relieve, al mismo tiempo, la animación filosófica subyacente. Se trata de Eduard von Hartmann y Ernst Haeckel. Ambos relacionaban explícitamente biología y filosofía, el primero acentuando lo filosófico y el segundo lo biológico. Cada uno conocía bien las ideas del otro; sus divergencias encubrían un acuerdo de fondo.[11]

Hartmann publicó su Filosofía del Inconsciente en 1869. La obra, cuyo subtítulo era Resultados especulativos de acuerdo al método inductivo de la ciencia física, intentaba relacionar, en una síntesis superior, las ideas filosóficas de Arthur Schopenhauer con los últimos descubrimientos físicos y neurocientíficos.

El inconsciente es el núcleo de la realidad porque la consciencia es un producto tardío cronológicamente y, por lo tanto, también secundario ontológicamente. Lo más auténtico de los seres humanos y, en general, de cada ser y del universo como un todo es una realidad inconsciente.

Siguiendo a Schopenhauer, Hartmann afirmaba, por ejemplo, que en el amor, el objetivo “no es otra cosa, real y verdaderamente, que la satisfacción sexual”, de tal forma que “todo lo conectado con él, como armonía del alma, adoración, admiración, es sólo un débil y falso espectáculo, o es algo más, algo para amar en la próxima puerta”.[12]

Esta realidad inconsciente, que Hartmann llamaba Voluntad, como Schopenhauer, no debería ser calificada como buena o mala. Es amoral. La moral hace su aparición junto con la consciencia, y no se refiere a ningún carácter objetivo de la realidad, sino a una “relación” o comparación, formulada por los seres humanos, entre su situación actual y el objetivo de una mayor consciencia.[13]

Hartmann nombra con veneración a Spinoza como “la flor del misticismo filosófico”, un misticismo auténtico que, lejos de postular un Dios trascendente, pone en el centro de la realidad una “Substancia” indiferente a todo y cerrada sobre sí misma.[14]

Ernst Haeckel,[15] por su parte, vio cómo su teoría de la recapitulación se difundía y lo convertía en una celebridad. Como aplicación del evolucionismo, esta teoría sostenía que el orden ontogenético recapitulaba’ el orden filogenético. En otras palabras, que cada individuo atravesaba en su desarrollo las mismas etapas que se habían seguido en la evolución general de las especies. En base a un estudio comparativo de la morfología de los embriones, Haeckel sostenía que los seres humanos atravesaban una sucesión de etapas propias de los peces, los reptiles, las aves, los mamíferos inferiores y, finalmente, los mamíferos superiores. Su Antropogenia, publicada en 1874, explicaba los detalles de este proceso. Con entusiasmo religioso, Haeckel consideraba que su descubrimiento era “la mayor conquista del espíritu” en su época.[16] Como pensaba, por otra parte, que había que pasar a la acción para aplicar tan importantes hallazgos, encabezó iniciativas sociales como la fundación de la Sociedad Alemana de Higiene Racial, en 1904, de la que fue nombrado presidente honorario.

Ahora bien, la unidad de este desarrollo articulado de todo el universo y de cada una de sus partes suponía una doctrina metafísica que la fundamentara, doctrina que Haeckel abrazó con fervor: el ‘monismo’. Esta concepción del universo implicaba abandonar visiones supersticiosas y anticientíficas como las de las religiones fundadas sobre un supuesto Dios trascendente y creador. Su obra más famosa, que alcanzó un éxito extraordinario, fue Los enigmas del universo, dedicada a esa concepción superadora. En su afán por difundir sus ideas, “fundó la Liga Monista, que pregonó el evangelio de la evolución y la selección natural en los círculos obreros alemanes”.[17]

 

 

Una tesis metafísica

Santo Tomás de Aquino distinguía en el desarrollo humano entre un orden de naturaleza, forma o perfección (ordo naturae u ordo essendi) y un orden temporal, material o de generación (ordo temporis u ordo generationis), haciéndose eco de una importante tradición filosófica. Asimismo, afirmaba que ambos órdenes no se identificaban y que, además, eran inversos:

…el orden puede ser de dos formas. Una, según la vía de la generación y la materia, según la cual lo imperfecto es anterior a lo perfecto. La otra, según el orden de la perfección y de la forma, según el cual lo perfecto es naturalmente anterior a lo perfecto.[18]

Cornelio Fabro llamó la atención sobre esta doctrina,[19] tal vez olvidada en la historia de la antropología tomista. Conforme a ella, el hecho de que pueda observarse que, por ejemplo, en el desarrollo humano se manifiestan primero las potencias de nivel inferior y, recién en un último momento las potencias superiores, no implica en absoluto que ese proceso temporal se identifique con el orden ontológico de precedencia (Santo Tomás también lo llamaba “orden de emanación”). No existe ninguna evidencia empírica de esta homologación entre estos dos tipos de orden. Se trata, más bien, de una cuestión de índole metafísica que no podría ser demostrada empíricamente.

Los autores referidos en este primer punto coinciden en sostener la tesis metafísica de la equivalencia entre ambos órdenes con una gran liviandad teórica, como si fuera tan evidente para la ciencia que no hiciera falta siquiera plantear la otra alternativa.

Esta concepción tenía muy importantes consecuencias. La secundariedad ontológica de las dimensiones superiores del ser humano suponía que la verdadera explicación de la realidad del hombre radicaba en sus dimensiones inferiores. Lombroso, por ejemplo, proponía que “estamos gobernados por leyes mudas que jamás caen en desuso y gobiernan con más seguridad a los hombres que las que están escritas en los Códigos”.[20] En realidad, el desarrollo no consistiría en un despliegue de lo propio en un proceso desde el interior hacia las manifestaciones exteriores, sino más bien en un proceso inverso, desde afuera hacia adentro: el medio exterior alteraría la superficie de un ser para que este se adapte sólo en su corteza, mientras que en el fondo conservaría su naturaleza primitiva e inferior inalterada.

Georg Groddeck, amigo de Sigmund Freud, lo expresaba así:

…la vida acaba por antojársenos ser un baile de máscaras para el que nos disfrazamos; para el que acaso nos disfrazamos diez, doce, o cien veces pero al que, pese a todo, concurrimos tales como somos y continuamos siendo debajo del disfraz, confundidos con todas las demás máscaras y del que luego nos retiramos exactamente tal como hemos llegado.[21]

La cultura, las instituciones, la moral coincidirían en ofrecer un barniz superficial y endeble a las fuerzas salvajes e impersonales que anidan en nuestro fondo. El Dr. Jekyll no es más que una máscara de Mr. Hyde.

Ahora bien, esta concepción implica tanto que el núcleo de cada ser humano y de toda la realidad es lo inferior, como que es lo genérico. Lo genérico, lo impersonal, lo indeterminado, es más real que lo individual, lo personal, lo determinado. En efecto, a medida que se asciende en la jerarquía de los seres se descubre una mayor unidad y una mayor distinción de los otros seres. Un ser inorgánico es igual en todas sus partes, no está centralizado en torno a un núcleo estructural y operativo como un ser vivo. Y los seres vivos inferiores lo están menos que los superiores. De forma análoga, dos seres inorgánicos se distinguen menos entre sí que lo que lo hacen dos seres vivos, y los inferiores menos que los superiores. La metafísica clásica definió esta gradación conforme a las propiedades trascendentales de unidad y aliquidad (la etimología de aliquid es “otro qué”).

De aquí que la tradición romántica y positivista referida hasta aquí haya entronizado al monismo como a su filosofía fundamental y haya descartado por supersticiosas toda visión de un Dios trascendente, de un ser humano personal con un núcleo espiritual, de una realidad identificada con las propiedades trascendentales de unidad, verdad, bondad, belleza… La secundariedad temporal de lo superior implica su secundariedad ontológica. El desarrollo humano es un proceso de “individuación”,[22] que nunca anula el fondo inferior, representante de lo genérico e impersonal.

Haeckel vincula con claridad estas tesis y las atribuye a la observación científica, al afirmar que “el monismo nos aparece como una proposición fundamental necesaria de la ciencia de la naturaleza” y que “el monismo debe conducir a reducir los fenómenos sin excepción a la mecánica atómica”.[23] De esta forma, postula, por un lado, la anterioridad ontológica de lo genérico por sobre lo individual y, por otro, la de lo inferior por sobre lo superior.

 

Primer episodio

Este primer episodio ilustra una discusión filosófica tomada como científica. Lo filosófico se hace presente, pero sólo como una especie de premonición o anticipo impuro de lo que la ciencia demostrará después.

Sin embargo, es indudable que subyace a estas ideas una tesis metafísica neta.

 

2. 1935, consultorio de Sigmund Freud, Viena

El consultorio donde Freud atendía a sus analizandos, y el estudio contiguo, fueron quedando gradualmente atestados de tapetes orientales, fotografías…, placas, etc. Las estanterías cerradas con cristales estaban llenas de libros y cubiertas de objetos… Pero las presencias que más abundaban en las habitaciones de trabajo de Freud eran las esculturas esparcidas sobre todas las superficies disponibles: formaban filas apretadas en los estantes, se amontonaban sobre las mesas y en las vitrinas, e invadían el ordenado escritorio de Freud, donde las mantenía bajo su mirada afectuosa mientras escribía sus cartas y redactaba sus artículos.[24]

El visitante podía encontrarse ante unas 3000 antigüedades, distribuidas de forma abigarrada. La mitad eran egipcias, pero también había prehistóricas, chinas, hindúes, tailandesas, etruscas, minoicas, micénicas, romanas, griegas, iraníes, sumerias, acadias, sirias, chipriotas, etc. De tamaño pequeño, Freud las compraba con lo percibido en concepto de derechos de autor y de consultas extraordinarias, fuera de su horario habitual de trabajo.

El gusto de Freud por las antigüedades llegaba al nivel de una adicción, apenas inferior a la que lo ataba al tabaco.[25] Además, con frecuencia daba un uso práctico a las estatuillas, al tomarlas como ejemplos en los diálogos con sus pacientes.

Pero también esta predilección tenía un motivo teórico, que lo relacionaba con Lombroso y con el monismo romántico y positivista.[26]

Es obvio que Freud no estaba de acuerdo con el racismo que implicaban las teorías de la degeneración (aunque haya admirado mucho al neurólogo Jean-Martin Charcot, quien fue su maestro en París). La eugenesia sería criticada por su adopción por parte del nazismo, por lo que fue cambiando de signo y por un tiempo dejó de ser defendida por los sectores progresistas de la sociedad. De hecho, Freud sufrió en carne propia las consecuencias de este pensamiento y debió huir de Viena y trasladarse a Londres. Es curioso que uno de los obstáculos que demoraron su viaje al exilio haya sido su renuencia a abandonar Viena sin llevar su colección de antigüedades, cuyo permiso de traslado tardaba en llegar.

Ahora bien, Freud conservó la tesis de la equivalencia entre el orden cronológico y el orden de perfección, así como las de la centralidad de lo inferior, la superficialidad y artificialidad de la persona[27] y de la cultura y el monismo metafísico, aunque acentuando la argumentación psicológica por sobre la biológica. Téngase en cuenta que “La interpretación de los sueños se publicó en 1899, el mismo año en que se publicó El enigma del universo de Haeckel y sólo dos años después… del Drácula de Stoker”.[28]

 

El analista y el arqueólogo

¿Por qué eran tan significativas, en este contexto, esas piezas antiguas? Porque, para Freud, lo antiguo era un testimonio de lo profundo y auténtico, de nuestro verdadero fondo. Freud admiraba y citaba a Haeckel y a Hartmann, y también a Schopenhauer y a Nietzsche. El estudio de los niños, el de los primitivos y el de los neuróticos confluían en dirigirse a lo ontológicamente primero. De aquí que, por ejemplo, Freud subtitulara Tótem y tabú como Algunos aspectos comunes entre la vida mental del hombre primitivo y los neuróticos. La observación de los neuróticos, por sufrir éstos una regresión, transportaría al analista a épocas pasadas, tanto a nivel individual (niños) como histórico (pueblos primitivos). Las patologías nos permiten acceder a ese fondo común[29] (de aquí que se califique a Freud como ‘patomorfista’). Carl Gustav Jung, por su parte, también adoptó, aun con mayor entusiasmo que Freud, estos aspectos de las ideas de Haeckel.

En 1915 Freud escribe Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, sobrecogido por los horrores de la Primera Guerra Mundial. Allí argumenta que, en verdad, quien se escandaliza ante el espectáculo de destrucción de la guerra, se ha dejado engañar por una especie de ilusión. En efecto, es común sostener “la necesidad de un proceso evolutivo” gracias al cual “las malas inclinaciones del hombre son desarraigadas en él y sustituidas, bajo el influjo de la educación y de la cultura circundante, por inclinaciones al bien”. De aquí que podamos “ya extrañar sin reservas que en el hombre así educado vuelva a manifestarse tan eficientemente el mal”, como es el caso de una guerra de semejantes dimensiones entre naciones civilizadas.

Ahora bien: esta respuesta… integra un principio que hemos de rebatir. En realidad, no hay un exterminio del mal. La investigación… psicoanalítica… muestra que la esencia más profunda del hombre consiste en impulsos instintivos de naturaleza elemental, iguales en todos y tendientes a la satisfacción de ciertas necesidades primitivas.[30]

Las esculturas antiguas remitían a ese mundo en general negado y que cada tanto irrumpe en la vida individual y social. El Ello de Freud se parecía al delincuente lombrosiano que habitaba en el fondo de todo ser humano. En 1937, hacía el final de su vida, Freud explicaba que el analista, a diferencia del arqueólogo, encontraba intactas las obras del pasado, ya que no existía un desarrollo psíquico que implicara una auténtica modificación de lo anterior. Somos lo más primitivo e inferior.

…el psicoanalista trabaja en condiciones más favorables que el arqueólogo, puesto que dispone de un material que no tiene comparación con el de las excavaciones… Pero ocurre algo diferente con el objeto psíquico cuya temprana historia intenta recuperar el psicoanalista. Aquí corrientemente nos encontramos en una situación que en la arqueología sólo se presenta en raras circunstancias, como las de Pompeya o las de la tumba de Tutankamón. Todo lo esencial está conservado; incluso las cosas que parecen completamente olvidadas están presentes de alguna manera y en alguna parte y han quedado meramente enterradas y hechas inaccesibles al sujeto.[31]

Freud fue fiel a estas ideas a lo largo de toda su vida. Ya en una conferencia de 1896 sobre La etiología de la histeria utilizaba la misma metáfora, al recordar que “saxa loquuntur”, “las piedras hablan”.[32]

 

Pesimismo y resignación

Pero Freud, a diferencia de Lombroso y Haeckel, y tal vez con mayor coherencia que ellos, no era optimista. Él también percibía este retorno de lo reprimido en la sociedad contemporánea, pero asistía a él con un resignado pesimismo frente a lo inevitable. No había en Freud proyectos de ingeniería social eugenista. El nazismo, a su juicio, era casi la concreción histórica y política de la irrupción del auténtico fondo humano.

Su estoica resignación lo acercaba a Spinoza,[33] un autor venerado por Hartmann y por los románticos en general.

      

3. 1999, en una calle solitaria de La Haya, Holanda

El afable portero del Hotel des Indes insiste: “No debería usted salir a pie con este tiempo señor, deje que le pida un coche. El viento es malo, es casi un huracán, señor. Vea las banderas”. Cierto, las banderas han echado a volar, y las veloces nubes se dirigen rápidamente hacia el este. Aunque la calle de las embajadas de La Haya parece a punto de despegar, declino la oferta. Prefiero caminar, le digo. Estaré bien. Además, mire lo bonito que se ve el cielo entre las nubes. Mi portero no tiene ni idea de hacia dónde me dirijo, y no se lo voy a decir ¿Qué pensaría? (…) Durante los últimos años he estado buscando a Spinoza, a veces en libros, a veces en lugares, y ésta es la razón por la que hoy me encuentro aquí.[34]

El testimonio pertenece al reconocido neurocientífico Antonio Damasio, quien en su obra En busca de Spinoza. Neurobiología de las emociones y los sentimientos, traza un paralelo entre su peregrinación a la casa donde el filósofo vivió sus últimos años, su progresivo reencuentro espiritual con Spinoza, a quien había leído por primera vez en la adolescencia, y el camino de sus descubrimientos en neurociencias. 

¿Otro paradigma epistemológico?

Este tercer episodio, a casi sesenta y cinco años del segundo, parecería ubicarse en el contexto de un paradigma epistemológico muy distinto a los dos anteriores. En general, los neurocientíficos suelen diferenciar sus perspectivas de las de la historia anterior, en la que, piensan, los elementos científicos aparecían mezclados con ideas fantásticas y supersticiosas. La pretensión de haber comenzado a recorrer el camino seguro de la ciencia y el juicio negativo respecto de los intentos anteriores –que habrían sido meros tanteos a ciegas– son actitudes ingenuas propias del positivismo, y marcan una primera continuidad entre los tres momentos aquí propuestos.

Damasio es un autor moderado respecto de estas cuestiones y valora la sabiduría de quienes lo precedieron. Su veneración por Spinoza –compartida con Hartmann y Freud– es una muestra de esta actitud. Ahora bien, el primer motivo por el cual Damasio va en busca de Spinoza es que este ha adelantado de forma intuitiva, precientífica, toda una serie de grandes descubrimientos de las neurociencias actuales.[35] Nótese que hay aquí un paradigma similar al de Hartmann, Haeckel y Freud: las ideas de los filósofos del pasado tienen un valor proporcional a su verificabilidad empírica posterior. Para Damasio, el psicoanálisis mismo, que no desprecia como hacen otros neurocientíficos, se ubica en esta categoría precientífica. Esto equivale a sostener una tesis epistemológica fuerte: la de que todo conocimiento de la realidad en última instancia es científico más que filosófico, porque la filosofía y las ciencias particulares se encuentran en un mismo ámbito epistémico, con una diferencia de grado.

 

Emociones y sentimientos

En este contexto, ¿qué descubrimientos habría adelantado Spinoza, y en qué se relacionan las ideas de Damasio a este respecto con las de Lombroso y Freud?

El primer vínculo radicaría en la teoría de Damasio acerca de las emociones y los sentimientos. Este explica que recién en los últimos años las neurociencias le otorgaron a este tema el lugar que merecía. Hasta hace poco, sólo se consideraba relevante el estudio de lo cognoscitivo, y las dimensiones afectivas eran relegadas como curiosidades sin importancia científica. Damasio cree haber descubierto su importancia y significado y haberles otorgado un auténtico status científico.

 

El punto de partida de este avance ha sido la profundización en la distinción entre emociones y sentimientos. Las primeras son “visibles para los demás, pues se producen en la cara, en la voz, en conductas específicas”, ya que “se representan en el teatro del cuerpo”. Los segundos “siempre están escondidos”, “invisibles a todos los que no sean su legítimo dueño, pues son la propiedad más privada del organismo en cuyo cerebro tienen lugar”; en otras palabras, “los sentimientos se representan en el teatro de la mente”.[36]

Es frecuente pensar que los sentimientos causan las emociones. Por ejemplo, que un sentimiento de dolor pueda ser percibido al expresarse en lamentos o gestos en el rostro de alguien. Pero esto constituye un grave error, culpable del “retraso a la hora de encontrar una explicación neurobiológica de los sentimientos”.[37]

En realidad, el proceso es inverso. Lo primario son las emociones. Todos los sentimientos subsiguientes, aun los más elevados o sofisticados, son derivados de las emociones primarias, que son el material inicial y auténtico de la vida afectiva.

¿Cuál es el fundamento de esta tesis? Responde Damasio:

…tememos emociones primero y sentimientos después porque la evolución dio primero las emociones y después los sentimientos. Las emociones están constituidas a base de reacciones simples que promueven sin dificultad la supervivencia de un organismo, y de este modo pudieron persistir fácilmente en la evolución.[38]

¿Se trata de una argumentación científica o de la aplicación acrítica del principio metafísico conforme al cual, en el desarrollo humano, el orden cronológico se identifica con el orden de naturaleza?

Lo primero en el tiempo, lo primitivo y más elemental, es el último fin de todo desarrollo posterior que, por lo tanto, es secundario también ontológicamente y un medio para cumplir esos fines primarios.[39]

De aquí que una emoción sea una tendencia a restablecer el equilibrio u “homeostasis” perdida, mientras que un sentimiento sea una representación, mental y por eso secundaria, de un determinado estado del cuerpo, a cuyos fines se orienta. En efecto, todos “los organismos vivos, desde la humilde ameba hasta el ser humano nacen con dispositivos diseñados para resolver automáticamente, sin que se requiera el razonamiento adecuado, los problemas básicos de la vida. Dichos son: encontrar fuentes de energía; mantener un equilibrio químico del interior compatible con el proceso vital; conservar la estructura del organismo… y detener los agentes externos de enfermedad y daño físico. La palabra homeostasis es el término apropiado para el conjunto de regulaciones y el estado resultante de vida regulada”. Ahora bien, en “el curso de la evolución, el equipamiento innato y automatizado de la gestión de la vida… se fue haciendo más refinado”.[40] Los sentimientos son parte esencial de ese “refinamiento”.[41]

 

Una muñeca rusa

Esta concepción acerca del desarrollo implica una idea acerca de la estructura del ser humano, tal como sucedía en los casos de Lombroso, Hartmann, Haeckel y Freud: en lo más profundo, en su estado original, habita lo primitivo e impersonal, y el desarrollo se produce como una acumulación de capas secundarias y más superficiales.[42]

El resultado, afirma Damasio, se parecería a una “muñeca rusa”, si no fuera que en esta cada parte mayor tan sólo repite la inferior. “Pero el principio de anidamiento se mantiene. Cada una de las distintas reacciones de regulación que hemos estado considerando no es un proceso radicalmente diferente, construido de la nada para una finalidad específica. Por el contrario, cada reacción consiste en un reordenamiento de… partes de los procesos más simples inmediatamente inferiores. Todos están dirigidos al mismo objetivo general, la supervivencia con bienestar, pero cada uno de los reordenamientos… está dirigido secundariamente a un nuevo problema cuya solución es necesaria para la supervivencia con bienestar”.[43] Este “anidamiento” de capas ontológicas en el desarrollo responde a un criterio metafísico similar al que daba origen a la teoría del atavismo. Lo inferior es la parte más “profunda y definidora de nuestra existencia”.[44]

El gusano C. elegans está dotado de sólo 302 neuronas y unas 5000 conexiones interneuronales. Esto lo convierte en un medio privilegiado de experimentación. Cuando los C. elegans, explica Damasio, disponen de alimento y de un buen entorno ambiental, viven distantes uno de otro y comen separados. Por el contrario, si se alteran estas condiciones favorables, los gusanos se agrupan para comer. Damasio concluye que es evidente que esas actitudes sociales, de nivel superior, obedecen a los objetivos primarios de las inferiores[45] y por eso pregunta si “acaso pensaba el lector que los seres humanos inventaron estas soluciones de conducta”.[46]

De aquí que, por ejemplo, el estado de felicidad consista en experimentar “un determinado estado corporal con cierta calidad que llamamos placer y que encontramos ‘bueno’ y ‘positivo’ en el marco de la vida…”.[47]

 

Spinoza, el protobiólogo

¿Por qué Spinoza, entonces? Porque prefiguró de forma genial, según Damasio, lo esencial de estas ideas.

En primer lugar, mediante su teoría del paralelismo entre el alma y el cuerpo (en términos del filósofo, se trataría de dos ‘modos’ de una misma ‘substancia’). Esta idea es mirada con simpatía por distintos neurocientíficos porque constituye un modelo explicativo que permitiría afirmar al mismo tiempo, para el tema mente y cerebro, un monismo materialista y un dualismo epistemológico.[48] La reducción a lo inferior tendría aquí un fundamento para ser pensada.

En segundo lugar, Damasio sostiene que la teoría de Spinoza de que el alma es la “idea del cuerpo” anticipa su idea de los sentimientos como representaciones del estado del cuerpo.[49]

En tercer lugar, la sentencia de Spinoza de que todo ser finito aspira a permanecer en su ser (conatus), que Damasio considera central en el conjunto de las ideas del filósofo, sería equivalente a la de la homeostasis como objetivo último de todo ser vivo.[50] [51]

 

Spinoza, el filósofo ‘espinozista’

Todos estos motivos para maravillarse ofrecidos por Spinoza, el protobiólogo, quedan subsumidos en una concepción general, de nivel filosófico, a la que Damasio da el nombre consagrado de “espinosismo”.[52] La diferencia respecto de las anteriores perspectivas radica en que estas últimas son particulares y son finalmente integradas en esta explicación global.

En última instancia, el espinozismo consiste en una metafísica monista, que obedece a los mismos principios mantenidos por Hartmann, Haeckel[53] [54] o Freud. Al abordar estas cuestiones, Damasio se permite considerar cuestiones filosóficas de forma más explícita.

Considera que el monismo de Spinoza dota a la ciencia de una mirada trascendente, sin obligarla a abandonar su materialismo de base. Para alcanzar cierta elevación, no es necesario postular la existencia de un espíritu realmente distinto de la materia. El monismo permite una cierta trascendencia horizontal.

En efecto, si bien es cierto que todo lo superior se reduce a lo inferior, y que toda la vida del espíritu en el fondo se orienta al objetivo primario del restablecimiento del equilibrio homeostático, Damasio declara que su “propósito no es reducir lo sublime a lo mecánico” y, de esta forma, atentar contra la “dignidad” de lo espiritual.[55] Por el contrario, “explicar el proceso fisiológico que hay tras lo espiritual” revela “la conexión al misterio”:

Spinoza y aquellos pensadores cuyas ideas tienen elementos espinozianos hacen que los sentimientos tracen un círculo completo, desde la vida en progreso, que es donde se originan, hasta las fuentes de la vida, hacia las que señalan.[56]

En otras palabras, el monismo permite trascender desde la parte hacia el Todo –trascendencia que suele llamarse ‘horizontal’ porque no exige la existencia de una realidad superior absolutamente distinta de lo finito–. La verdadera “espiritualidad” consiste en la captación abarcadora de la armonía de ese proceso general de la vida.[57] [58]

 

¿Un espinozismo ‘combativo’?

Del monismo derivan consecuencias no deseadas que Damasio reconoce. Si la verdadera realidad fuera un Todo, un proceso general, los seres particulares no tendrían el valor de un fin y la naturaleza no se ocuparía de su plenitud.[59] La naturaleza “no es cruel ni benigna”, es indiferente. Inclusive, “la biología moderna está revelando ahora que la naturaleza es más cruel e indiferente de lo que creíamos antes”.[60]

Llegados a este punto, explica Damasio, habría que modificar el espinozismo. Spinoza era pasivo frente a este fenómeno. Para él, había que entregarse a la Substancia-Dios de manera quietista, con una serena y lúcida aceptación (amor Dei intellectualis). Hartmann y Freud eran pesimistas, y su abandono era pura resignación desesperada. Pero Damasio, por el contrario, propone una actitud “combativa”.

La naturaleza carece de un plan para la prosperidad humana, pero a los seres humanos de la naturaleza les está permitido diseñar dicho plan. Una actitud combativa, quizás más que la noble ilusión de la beatitud de Spinoza, parece contener la promesa de que nunca nos sentiremos solos mientras nuestra preocupación sea el bienestar de los demás.[61]

Damasio propone una acción social y política, como lo hacían Lombroso y Haeckel, y como no lo hacía Freud. Cabe preguntarse qué postura es más coherente con el fondo metafísico monista.

Consciente del “fracaso de las experiencias pasadas de ingeniería social”, opina que tal vez este se debió a “falsas ideas de la mente humana en la que se basaron dichos intentos”. Esa ignorancia habría producido “una demanda de sacrificios humanos” inaceptable hoy.  Ahora que la ciencia conoce los “aspectos de regulación biológica”, que “se están haciendo científicamente transparentes”, la humanidad puede dejar de lado “el tribalismo, el racismo, la tiranía y el fanatismo religioso”. Como “ya estamos advertidos”, ahora “tenemos derecho a un nuevo comienzo”.[62]

      

Conclusiones

Se proponen a continuación algunas reflexiones finales motivadas por la comparación filosófica de estos tres episodios.

Las tesis científicas tienen siempre relación con tesis filosóficas y dependen en cierta medida de ellas. Se trata de campos distintos que se vinculan sin reemplazar uno al otro.

Negar esta relación implicaría una cierta confirmación de la misma, puesto que para hacerlo debería argumentarse filosóficamente. Estos episodios se caracterizaron por poner de manifiesto una serie de ideas filosóficas tomadas como si fueran científicas.

En la historia se ha repetido un modelo filosófico positivista consistente en interpretar los descubrimientos científicos recientes como “la verdad definitiva”, opuesta a las tinieblas de toda la historia anterior. Esta idea, además de ser ingenua, ha sido contradicha por la epistemología del último siglo que, en general, ha coincidido en señalar la provisionalidad de los paradigmas científicos y su interrelación con las ideas filosóficas y culturales de cada época.[63]

Si bien parecería un criterio más benigno, tampoco sería satisfactorio dar cuenta de lo filosófico como una especie de prefiguración intuitiva de lo científico. Respecto del caso particular aquí considerado, la idea de que lo inferior, lo primitivo, lo imperfecto, antecede temporal y ontológicamente (o en orden de perfección) a lo posterior, más perfecto, superior, espiritual, etc., es una tesis filosófica –de nivel metafísico– y así debería ser tratada. No tendría sentido pretender su demostración científica.

Esta tesis implica una teoría acerca del desarrollo humano y, al mismo tiempo, una ontología del ser humano, que excluye su dimensión personal, al reducirlo a lo inferior. Implica también una explicación de la cultura y de todo lo humano por sus dimensiones inferiores.

Supone una entronización del conocimiento ‘de tercera persona’ (no en Freud, quien propone algunas tesis contradictorias al respecto) como único científico.

Implicaría negar la centralidad de las relaciones interpersonales. Si no hay una dimensión personal en lo profundo, las relaciones interpersonales no son auténticas. En el ejemplo de Damasio del C. elegans, la verdadera motivación de los sentimientos sociales o interpersonales remitía a la homeostasis. Algo análogo podría decirse de la idea de Hartmann de reducir el amor al sexo, o de las tesis freudianas sobre el mismo tema.

Por último, implica monismo. Si en lo profundo no hay individuos, hay un todo primitivo y común. El materialismo evolucionista del siglo XIX, Freud y Damasio coinciden en proponer un monismo metafísico.

Una concepción personalista, por el contrario, supondría una vía de acceso distinta al ser humano, que no sería la de ‘tercera persona’. Lo material, en ella, es un aspecto esencial de la persona, pero no el más profundo ni el más determinante, ni de su ser ni de su obrar.

Cuando un fenómeno más complejo puede explicarse enteramente por lo material, ese fenómeno debe ser patológico. Lombroso, Freud y Damasio consideraron a lo patológico como una vía de acceso privilegiada a la esencia del ser humano y, de esta forma, accedieron a algunos de sus aspectos –inferiores–, pero bloquearon el camino hacia otros.

Es muy peligrosa para la humanidad una praxis política y social que desconozca la especificidad de lo humano –sólo accesible a una mirada filosófica– y quiera proceder a ciegas –guiada por la ‘verdad científica’ del momento, que es siempre una filosofía encubierta– procurando el bien de las personas. Lombroso, Haeckel, el nazismo y Damasio, salvando las notorias diferencias entre cada uno, fundamentaron de forma análoga sus propuestas de ‘ingeniería social’. Si bien Freud fue más lúcido al respecto, el psicoanálisis tuvo una gran influencia en la cultura, al nivel de una revolución, basada también en supuestos descubrimientos científicos.

 

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El autor es responsable intelectual de la totalidad (100 %) de la investigación que fundamenta este estudio.



[1]    Arthur Herman, La idea de decadencia en la Historia Occidental, trad. Carlos Gardini (Barcelona: Andrés Bello, 1998), 115.

 

[2]    César Lombroso, El delito. Sus causas y remedios (Madrid: Victoriano Suárez, 1902), 502.

 

[3]    Véase una interesante referencia de época en Giuseppe Antonini, I precursori de C. Lombroso (Torino: Fratelli Bocca, 1900).

 

[4]    Cfr. por ejemplo Oskar Negt, Hegel e Comte (Bolonia: Il Mulino, 1975).

 

[5]    Cfr. Herman, La idea de decadencia, 115-150.

 

[6]    Bénédict Augustin Morel, Traité des dégénérescences physiques, intellectuelles et morales de l’espèce humaine et des causes qui produisent ces variétés maladives (Paris: J. B. Baillère, 1857). Si bien era austríaco, Morel se formó en París. Entre otros lugares, en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière, donde años después Freud fuera alumno de Jean-Martin Charcot. Morel se distinguía de Lombroso por su mayor pesimismo respecto de las posibilidades de mejorar el fenómeno de la degeneración y por acentuar el origen ambiental del mismo.

 

[7]    Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Buenos Aires: Gárgola, 2004), 90.

 

[8]    Cfr. Herman, La idea de decadencia, 130.

 

[9]    Herman, La idea de decadencia, 137.

 

[10]   Cfr. Herman, La idea de decadencia, 145: “El destino de la eugenesia alemana y de las ciencias raciales ilustra cómo el temor a la degeneración y la apelación a las soluciones estatales colectivas podían llevar a los practicantes progresistas a los brazos de los que estaban dispuestos a adueñarse del estado para ‘salvar’ la civilización sin reparar en el precio”. Nota al pie: “Y esto no ocurría sólo en Alemania. Karl Pearson, sucesor de Galton, se convirtió en admirador de los nazis, mientras que en Estados Unidos la Oficina de Registro Eugenésico, fundada en 1912, se mantenía en estrecho contacto con la Sociedad de Higiene Racial alemana y brindó la inspiración práctica para la ley de esterilización de 1933”.

 

[11]   Véase el comentario de un autor español de la época a un artículo de Hartmann acerca de Haeckel: José del Perojo, “Haeckel juzgado por Hartmann”, Revista Contemporánea II, nº 3, tomo I, volumen III (1876): 358-369, http://www.filosofia.org/hem/dep/rco/0010358.htm el 12/3/2017.

 

[12]   Eduard von Hartmann, Philosophy of the Unconscious. Speculative Results according to the Inductive Method of Physical Science (London: Kegan Paul, Trench, Trubner & Co.Ltd., 1931), 231.

 

[13]   Von Hartmann, Philosophy of the Unconscious, 267.

 

[14]   Von Hartmann, Philosophy of the Unconscious, 371.

 

[15]   Véase una síntesis del pensamiento de Haeckel en Leopoldo José Prieto López, “Materialismo y eutanasia: a propósito de Ernst Haeckel”, Espíritu 57 (2008): 39-62. Asimismo, para dimensionar la influencia de Haeckel y los matices de su filosofía: Richard Milner, Diccionario de la evolución (Barcelona: Biblograf, 1995); Richard Noll, Jung, el Cristo ario (Buenos Aires: Javier Vergara, 2002), 139; Herman, La idea de decadencia, 142.

 

[16]   Ernest Haeckel, Origine de l´homme (Paris: Schleicher Freres & Cie., s. f.), 46.

 

[17]   Herman, La idea de decadencia, 142.

 

[18]   Tomás de Aquino, Summa Theologiae (Madrid: BAC, 1978), II-II, 18, 1 in corp. Véase también I, 77, 4 y I, 77, 7.

 

[19]   Cfr. Cornelio Fabro, Percepción y pensamiento, trad. Lisón Buendía J. F. (Pamplona: EUNSA, 1978), 225-226.

 

[20]   César Lombroso, El delito. Sus causas y remedios (Madrid: Victoriano Suárez, 1902), 502.

 

[21]   Georg Groddeck, El libro del Ello. Cartas psicoanalíticas a una amiga (Buenos Aires: Sudamericana, 1968), 25.

 

[22]   Este concepto era habitual en la literatura romántica. Cfr. Arantzazu González, El pensamiento filosófico de Lou Andreas-Salomé (Madrid: Cátedra, Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, 1997), 69-114.

 

[23]   Ernest Haeckel, Le monisme. Proffesion de foi d´un naturaliste (Paris: Schleicher Freres & Cie., s. f.), 21.

 

[24]   Peter Gay, Freud. Una vida de nuestro tiempo (Buenos Aires: Paidós, 1989), 203.

 

[25]   Cfr. Gay, Freud, 203.

 

[26]   Para un estudio más completo de esta influencia, véase, por ejemplo, Carlos Velasco Suárez, “Las luminosas profundidades de vuestro corazón”, en Psiquiatría y persona (Buenos Aires: Educa, 2003), 19-27; Juan Pablo Roldán, “Consideraciones filosóficas sobre el amor a sí mismo en la obra de Freud”, Revista de Psicología 2,   4 (2006): 77-83; Juan Pablo Roldán, “Lou Andreas-Salomé: El psicoanálisis frente a la metafísica. Lou Andreas-Salome: psychoanalysis facing metaphysics”, Observaciones filosóficas 15 (2013),  accedido el 14 de marzo, 2019, https://www.academia.edu/4205014/Lou_Andreas-Salom%C3%A9_El_psicoan%C3%A1lisis_frente_a_la_metaf%C3%ADsica._Lou_Andreas-Salome_psychoanalysis_facing_metaphysics.

 

[27]   Cfr. “Si usted raspa a un ruso, dice el proverbio, aparece el tártaro sobre la piel. Analice cualquier emoción humana, no importa cuán distante esté de la esfera de la sexualidad, y usted encontrará ese impulso primordial al cual la propia vida debe su perpetuidad”. Sigmund Freud, “Entrevista al Dr. Sigmund Freud. ‘El valor de la vida’”, en Encuentros. Publicación del Colegio de Psicólogos de la Provincia de Buenos Aires. Distrito XV. XXI 33 (2010), 6.

 

[28]   Herman, La idea de decadencia, 146-147.

 

[29]   Cfr. “Las llamadas enfermedades mentales tienen que despertar en el profano la impresión de que la vida mental e intelectual ha quedado destruida. En realidad, la destrucción atañe tan sólo a adquisiciones y evoluciones ulteriores. La esencia de la enfermedad mental consiste en el retorno a estados anteriores de la vida afectiva y de la función”. Sigmund Freud, “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, en Obras Completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres (Buenos Aires: El Ateneo, 2003), 2108.

 

[30]   Freud, “Consideraciones de actualidad”, 2105.

 

[31]   Sigmund Freud, “Construcciones en psicoanálisis”, en Obras Completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres (Buenos Aires: El Ateneo, 2003), 3366-3367.

 

[32]   Sigmund Freud, “Etiología de la histeria”, en Obras Completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres (Buenos Aires: El Ateneo, 2003), 300.

 

[33]   Cfr. “Una corteza de indiferencia está rodeándome lentamente; un hecho que compruebo sin queja. Es un desarrollo natural, una forma de empezar a volverse inorgánico… Debe estar conectado con un cambio decisivo en la relación de los dos instintos por mí postulados… La presión incesante y tangible de un vasto número de sensaciones desagradables puede acelerar esta tal vez prematura condición, esta tendencia a experimentar todo sub specie aeternitatis”. Sigmund Freud y Lou Andreas-Salome, Letters, ed. Ernst Pfeiffer (New York-London: Norton, 1983), 155.

 

[34]   Antonio Damasio, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos (Buenos Aires: Paidós, 2014), 19-21.

 

[35]   Cfr. “Spinoza parecía haber prefigurado las soluciones que los investigadores están ofreciendo ahora…”; “…Spinoza: el protobiólogo. Este es el pensador biológico oculto… Mi segundo propósito en este libro es conectar a este Spinoza menos conocido con parte de la neurobiología correspondiente de hoy”; “A lo largo de la historia, uno de los valores de la filosofía es que ha prefigurado la ciencia”. Damasio, En busca de Spinoza, 22 y 26.

 

[36]   Damasio, En busca de Spinoza, 38.

 

[37]   Damasio, En busca de Spinoza, 40.

 

[38]   Damasio, En busca de Spinoza, 40.

 

[39]   Cabría destacar que, conforme a una concepción metafísica distinta, que entendiera ambos órdenes como inversos, la relación entre medios y fines iría modificándose a medida que un ser fuera desplegándose, de tal manera que lo que aparecería como un medio desde el punto de vista de un grado inferior de vida, en uno superior se transformaría en un fin. El filósofo Hans Jonas, por ejemplo, ilustra esta idea al afirmar que “incluso el más enfermo entre nosotros, si es que realmente quiere seguir viviendo, quiere hacerlo pensando y sintiendo, no sólo digiriendo”, de tal forma que “la consciencia, como tal, proclama su propio valor como algo superior”. Hans Jonas, “La carga y la bendición de la mortalidad”, en Pensar sobre Dios y otros ensayos (Barcelona: Herder, 1998), 98.

 

[40]   Damasio, En busca de Spinoza, 40-41.

 

[41]   Cfr. “El sentimiento es consecuencia del proceso homeostático en marcha, el siguiente paso de la cadena”. Damasio, En busca de Spinoza, 100.

 

[42]   Por lo demás, esta idea continúa muy presente en el conjunto de las neurociencias contemporáneas. Véase, por ejemplo, el modelo tripartito (“triuno”) del cerebro de Paul MacLean –conforme al cual los hombres en el fondo actúan por su “cerebro de reptil”, siempre con algún desfasaje respecto de su cerebro racional–, que retoman autores como Gastón Le Doux o Daniel Goleman.

 

[43]   Damasio, En busca de Spinoza, 49.

 

[44]   Damasio, En busca de Spinoza, 47.

 

[45]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 59.

 

[46]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 59.

 

[47]   Damasio, En busca de Spinoza, 101.

 

[48]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 23.

 

[49]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 23-24.

 

[50]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 24.

 

[51]   Damasio se refiere a la muy comentada Proposición VI de la Tercera Parte de la Ética de Spinoza: “Cada cosa, en cuanto es en sí, se esfuerza en perseverar en su ser”. Benedictus de Spinoza, Ética (Buenos Aires: Aguilar, 1980), 171. Una proposición semejante, claro está, lejos de ser central en su sistema, más bien carece de sentido en una postura monista coherente. A este respecto, el mismo Freud es más consecuente con estos principios que Spinoza, por cuanto este último afirma en la misma obra que “no puede ser destruida ninguna cosa más que por una causa exterior” (Proposición IV, Tercera Parte, 170), mientras que Freud afirma lo contrario, al decir que “todo lo animado tiene que morir por causas internas” Sigmund Freud, “Más allá del principio del placer”, en Obras Completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres (Buenos Aires: El Ateneo, 2003), 2531.

 

[52]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 300.

 

[53]   Es interesante que el mismo Damasio reivindique, en una cierta medida, esta herencia. Véase Damasio, En busca de Spinoza, 279.

 

[54]   ¿Son muy distintas las siguientes ideas de Haeckel de lo que Damasio considera logros de la ciencia actual? “Como ya lo he mostrado hace tiempo, estas dos grandes cuestiones no son dos distintos ‘enigmas del universo’. El problema neurológico de la consciencia no es más que un caso particular del problema cosmológico que incluye todo, el de la cuestión de la substancia. Si nosotros conociéramos la esencia de la materia y de la fuerza, habríamos comprendido también cómo la substancia, que es nuestro substratum, puede, en determinadas circunstancias, sentir, desear y pensar. La consciencia es de la misma forma que la sensación y la voluntad de los animales superiores, un trabajo mecánico de las células ganglionares y, como tal, se remonta a un proceso físico y químico en su plasma. Además, por la aplicación de métodos genéticos y comparados, llegamos a la conclusión de que la consciencia, así como la razón, no son más que funciones cerebrales, exclusivas del hombre”. Haeckel, Le monisme, 37.

 

[55]   Damasio, En busca de Spinoza, 308.

 

[56]   Cfr. Damasio, En busca de Spinoza, 308.

 

[57]   Cfr. “Si los sentimientos… dan testimonio del estado del proceso vital, los sentimientos espirituales excavan bajo dicho testimonio, profundamente en la substancia de la vida. Forman la base de una intuición del proceso de la vida”. Damasio, En busca de Spinoza, 306.

 

[58]   Este materialismo matizado también es una actitud extendida en neurociencias. Podría ser calificado, en general, como “materialismo ilustrado”, según la expresión de Jean-Pierre Changeux a la que Kathinka Evers da un mayor alcance filosófico. Cfr. Kathinka Evers, Neuroética. Cuando la materia se despierta (Buenos Aires-Madrid: Katz, 2010), 42 y siguientes.

 

[59]   Cfr. “El plan de la ‘Creación’ no incluye el propósito de que el hombre sea ‘feliz’”. Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, trad. Luis López-Ballesteros y de Torres (Buenos Aires: El Ateneo, 2003), 3025.

 

[60]   Damasio, En busca de Spinoza, 308.

 

[61]   Damasio, En busca de Spinoza, 308-309.

 

[62]   Damasio, En busca de Spinoza, 310-311.

 

[63]   Popper, Kuhn y Feyerabend, entre otros, coincidieron en sostener que toda idea cientítica posee una ‘carga teórica’ (theory-ladenness) que, en gran medida, es filosófica.