FERNANDO
RODRÍGUEZ MANSILLA – UN DISCRETO HOMENAJE A JUAN CARLOS ONETTI: “AGNIESZKA EN
LA COSTA” DE HUGO FONTANA – doi: https://doi.org/10.25185/5.6
Fernando Rodríguez Mansilla
Hobart and
William Smith Colleges
Mansilla@hws.edu
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-6429-7307
Recibido: 25/08/2018 - Aceptado:
12/03/2019
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Rodriguez Mansilla, Fernando. “Un discreto homenaje a Juan
Carlos Onetti: “Agnieszka en la costa”
de Hugo Fontana”. Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo,
nº 5, (2019): 153-175.
https://doi.org/10.25185/5.6
Un discreto
homenaje a Juan Carlos Onetti: “Agnieszka en la costa”
de Hugo Fontana
Resumen: en este
trabajo se ofrece un análisis de los préstamos y recreaciones que lleva a cabo
Hugo Fontana de los materiales narrativos provenientes de la obra de Juan
Carlos Onetti en su cuento “Agnieszka en la costa” (incluido en Desaparición
de Susana Estévez, 2015). Mi objetivo es revelar tanto su esmerada
adaptación como las implicancias semánticas que resultan de esa labor. Onetti
era lector de novela negra y varios textos suyos recrean los mecanismos
narrativos de este género. En Fontana encontramos un interés parecido, pero con
una faceta nueva: la denuncia política.
Palabras clave: Agnieszka en
la costa, Hugo Fontana, Juan Carlos Onetti, recreación literaria.
A discreet homage to Juan Carlos Onetti:
“Agnieszka en la costa” by Hugo Fontana
Abstract: this article
analyzes the short story “Agnieszka en la costa” by Hugo Fontana (included in
his book Desaparición de Susana Estévez, 2015) as a sophisticated
re-elaboration of several narrative materials (characters, scenes, and topics)
from the fictional world of Juan Carlos Onetti. I aim to reveal the painstaking
narrative design of Fontana’s work, as well as the implications on meaning of
this literary remaking. Fontana shares with Onetti a strong interest in the
detective novel and they both incorporate resources from this genre to their
works. However, Fontana shows an additional facet in his use of the detective
novel devices: a critique about the political situation.
Keywords: Agnieszka in
the Coast, Hugo Fontana, Juan Carlos Onetti, literary re-creation
Uma discreta homenagem a Juan Carlos Onetti: “Agnieszka na costa”
de Hugo Fontana
Sumário: este trabalho oferece uma análise dos emprétimos e recriações que Hugo Fontana faz dos
materiais narrativos provinientes da obra de Juan Carlos Onetti em seu conto
“Agniezka en la costa” ( incluído em Desaparición de Susana Estévez, 2015). Meu
objetivo é revelar tanto sua cuidadosa adaptação como as implicações semânticas
que resultam deste trabalho. Onetti era leitor de romance negro e vários textos
seus recriam os mecanismos narrativos deste gênero. Em Fontana
encontramos um interesse parecido, porém com uma nova faceta: a
denúnica política.
Palavras chaves: Agnieszka na costa, Hugo Fontana, Juan Carlos Onetti, recriação
literária
Una de las características más recurrentes de la
narrativa de Hugo Fontana (Canelones, 1955) es la influencia de la novela
negra, a través de temas, personajes y manejo de atmósferas. Textos como El
noir suburbano (2009) y Barro y rubí (2013) son verdaderos
ejercicios de estilo en que Fontana recrea el género y lo aclimata al entorno
uruguayo con solvencia. En los últimos años, a través de novelas como La
última noche frente al río (2006) y Tierra firme (2011) se observa
un rasgo adicional: la recuperación de la figura y la obra de Juan Carlos
Onetti, así como de sus ambientes falsamente apacibles de provincia y los
personajes tan víctimas de ennui como escépticos embusteros. Dentro de
esta tendencia de inspirarse en Onetti para elaborar ficciones, Fontana incluye
en su colección de cuentos Desaparición de Susana Estévez (2015) un
relato titulado “Agnieszka en la costa” que constituye su homenaje más
elaborado, dentro del género cuento, al autor de La vida breve. En este
trabajo me propongo analizar los préstamos y recreaciones que lleva a cabo
Fontana con los materiales onettianos en este cuento para revelar tanto su
esmerada adaptación como las implicancias semánticas que resultan de esa labor:
componer una historia con tantos rasgos típicamente onettianos conlleva,
inevitablemente, un significado nuevo. Ya se mencionó que Onetti era lector de
novela negra y que varios textos suyos recrean los mecanismos narrativos de
este género. En Fontana encontramos un interés parecido, cierto, pero con una
faceta distintiva y original: la denuncia política.
La conexión con Onetti no es difícil de alcanzar
cuando se es aficionado a las tramas policiales, pues el autor de La vida
breve también lo era y ciertos rasgos de su narrativa pueden entenderse
mejor considerando los recursos típicos de la novela negra. De allí que los
vasos comunicantes entre Fontana y Onetti puedan establecerse con facilidad y
se detecten elementos que permean la obra del primero. Como ocurre con Onetti,
las historias de Fontana suelen proponerse como pesquisas en torno a un crimen.
Como en el autor de El pozo, las obras del escritor de Canelones se
impregnan de una mirada escéptica sobre los hechos narrados.
Los guiños a Onetti en la obra de Hugo Fontana se
encuentran en préstamos frecuentes y recreaciones cada vez más sofisticadas. En
La última noche frente al río (2006), la acción ocurre en Lavanda,
ciudad que inventa Onetti para su ficción desde Dejemos hablar al viento
en sustitución de Santa María. Partiendo de esta ambientación prestada, Fontana
también integra a su trama al periodista Lamas, proveniente de Cuando
entonces, la penúltima novela onettiana. Junto al personaje de Lamas,
Fontana hace aparecer, fugazmente, a un retirado comisario Medina, hombre de
ley del ciclo de Santa María,[1] y propone, como parte
fundamental de la trama de La última noche frente al río, a otro
comisario, también sentimental y escéptico, aunque no le otorga nombre. En las
primeras páginas de dicha novela, este nuevo comisario refiere, entre sus
tantas misiones estrambóticas emprendidas antes de llegar a Lavanda, que “tuve
que aclarar el asesinato por error de una prostituta polaca en un pueblito de
mala muerte en Canelones”.[2] En efecto, en 2006, cuando
se publicó La última noche frente al río aquel caso había sido ya
narrado por Fontana en la primera versión del relato “Agnieszka en la costa”,
que se incluía en su libro de cuentos Liberen a Bakunin (1997). En una “nota de autor” que abre Desaparición
de Susana Estévez, Fontana declara que extrajo aquel relato y los textos de
“Nancy agricultora” de Liberen a Bakunin y que ambos “han sido
corregidos para esta edición”.[3] Un cotejo de la versión
corregida de 2015 con la primera edición del cuento, de 1997, arroja variantes
de dos tipos para “Agnieszka en la costa”: estilísticas (la mayoría) y unas
pocas de detalles argumentales que señalaban de forma más explícita (y menos
arte) las referencias a Onetti y su obra.[4]
Tras evaluar ambas versiones, por sutileza estética
y mejoras de estilo, la versión de 2015 es superior y se comprende que Fontana
cancele con su publicación la vigencia del texto original de 1997. No obstante,
este último mantiene su interés para quien quiera adentrarse en el oficio
narrativo de Fontana y para entender también una conciencia narrativa que se
proyecta a la construcción de una saga propia que parte de la geografía
onettiana y la revitaliza. De esa forma, el lector de La última noche frente
al río en 2006 podía remitirse al relato publicado nueve años antes; ahora,
en cambio, ese mismo lector se dirigirá a la versión definitiva en Desaparición
de Susana Estévez, aparecida nueve años después de La última noche… Por
último, sin agotar las coincidencias entre ambos, debe recordarse que Onetti
también acostumbraba desajustar la cronología de su saga respecto de su orden
de publicación: El astillero vio la luz en 1961 y relata el último
regreso de Larsen a Santa María, incluida su muerte, mientras que Juntacadáveres
apareció tres años después y contaba un proyecto anterior del mismo personaje.
La revisión de textos previos tampoco es ajena a Onetti: el cuento “La larga
historia”, publicado en 1944, tiene una segunda versión mejorada, que revela
una laboriosa transformación debido al cambio de narrador, llamada “La cara de
la desgracia”, que salió en 1960.
La apropiación de la materia onettiana de parte de
Fontana prosigue en Tierra firme. En esta novela, además de adoptar
espacios onettianos, como Lavanda, Fontana retrata a un escritor huraño,
Edmundo Laguarda, que posee más de una semejanza con el propio Onetti. Aparece
de nuevo Lamas, quien es ahora director de El radical (nombre que asemeja
a El liberal, el antiguo diario de Santa María), ya que en la novela
previa lo había sido de El espejo. Vuelve a aparecer aquí el personaje
del comisario, cuyo nombre tampoco se expone, y que se encarga de esclarecer un
crimen ayudado por el asistente Pedraja (que tiene igual tarea en La última
noche frente al río) en paralelo con el relato de la vida de Laguarda.
Considerando que Tierra Firme se publicó en 2011, el personaje del
comisario anónimo tenía, en el universo ficcional de Fontana, al menos unos
quince años (considerando que la primera versión de “Agnieszka en la costa” se
remonta a 1995) y cumplió dos décadas de existencia literaria cuando apareció,
en su versión definitiva, en el volumen de relatos Desaparición de Susana
Estévez.
A continuación, paso a analizar la construcción de
la versión definitiva de “Agnieszka en la costa”. Buena parte de las siguientes
páginas de mi trabajo constituye el desarrollo y explicación de lo que he
sintetizado en el siguiente cuadro. He dividido “Agnieszka en la costa” en
siete secciones y pongo entre paréntesis las páginas correspondientes a cada
una. En las filas correspondientes, expongo los temas de las secciones, las
referencias históricas que se presentan y, al final, las alusiones a textos de
Onetti.
Sección |
1 |
2 |
3 |
4 |
5 |
6 |
7 |
Tema |
Historia
de Pola según Jorge |
Historia
de Pola según el almacenero |
Temor
del padre de Jorge |
Historia
de Pola según Nancy |
Festejo
de Año Nuevo 1981 e historia de Jorge según su amigo |
Confesión
de Nancy, según la cual todo fue producto del azar |
Recolección
de historias frente al padre de Jorge |
referencia
histórica |
febrero
de 1973 (cuatro meses antes del golpe de estado) |
Plebiscito
de noviembre de 1980 |
|
|
Diciembre
de 1980, sensación de debilitamiento de la dictadura |
El
Poderoso, miembro prominente de la dictadura |
|
alusión
onettiana |
Dejemos
hablar al viento y La vida breve |
Los
adioses, “Esbjerg, en la costa” |
|
|
Los
adioses, “Justo el 31” y varios cuentos sobre apostadores |
|
Para
una tumba sin nombre, “El perro tendrá su día” |
Para empezar, debemos señalar que el título
“Agnieszka en la costa” imita el del onettiano “Esbjerg, en la costa” y es el
primer reclamo sobre la propuesta de recreación que encierra el texto. En el
cuento de Fontana, Agnieszka es una polaca que se instala en Uruguay, por
causas ajenas a ella, y acaba sintiéndose adaptada al país, pese a que tuvo que
ejercer la prostitución para sobrevivir al inicio en la capital y apenas
alcanzó una vida sencilla, aunque cómoda, en un pueblo del interior. En
“Esbjerg, en la costa” de Onetti, Kirsten es una danesa que está casada con
Montes, un humilde empleado, y que carga con una gran nostalgia de su país,
especialmente del puerto de Esbjerg, al que sueña volver, de allí el título del
texto; al ver sufrir así a su esposa, Montes urde una estafa que no prospera
(para comprarle un pasaje) y acaban ambos endeudados, con menor calidad de
vida, trabajando duro, aunque se sienten más unidos ahora.[5]
Fontana ha transformado a la nostálgica danesa en una polaca emprendedora que
ya no aspira a volver a su país y cuya única nostalgia aparente, según anota
uno de los personajes, es la que siente hacia su antiguo oficio de mujer venal.
Si la nostalgia de Kirsten estaba cifrada en el danés “Esbjerg” del título
onettiano, la nostalgia de Agnieszka se encuentra en su propio nombre,
demasiado complicado para la gente del pueblo, que la llamaba simplemente
“Pola”, apócope de “Polaca”; a falta de evidencia textual, se descarta que esta
restitución del nombre propio implique nostalgia del país, por lo que solo
supondría un gesto, de parte del narrador, que le otorga dignidad al personaje.
La imitación del título, finalmente, se propone la ironía, ya que pasamos, en
Onetti, de una mujer que añora tanto su tierra natal que arrastra a su esposo a
asumir riesgos peligrosos, a una mujer que, resignada a una vida sencilla, se
abre camino por sí misma y logra echar raíces en un nuevo país, sin
sentimentalismos.
Asimismo, la discrepancia advertida entre ambos
cuentos en torno al tratamiento de la migración se puede explicar por sus
propios contextos de producción. En la época del cuento de Onetti, la década de
1940, el Río de la Plata era aún receptor de una migración masiva de Europa y
el personaje de Kirsten proponía un asunto (la nostalgia del migrante) que
también era materia típica del tango y otras expresiones culturales.[6] Por otra parte, las acciones
de “Agnieszka en la costa” están ambientadas a finales de la década de 1970,
cuando la nostalgia del migrante por razones económicas ya está extinta y, más
bien, los desplazamientos se producían por motivos políticos en sentido inverso
(del Cono Sur hacia Europa o Estados Unidos), con el exilio como cuestión
palpitante.
La estructura de “Agnieszka en la costa” también recuerda el método de
composición narrativa de Onetti: un narrador
desocupado recoge testimonios, investiga y reúne las piezas para proponerse
hallar un sentido o verdad, meta que no alcanza al convencerse de que es
inútil. Y deja la historia, fragmentaria, confusa o llena de mentiras, tal
cual, para que el lector explore las posibilidades de interpretación que
ofrecen las múltiples perspectivas recogidas. No obstante, en el cuento de
Fontana, el narrador sí alcanza a proponer una verdad definitiva, pero su
hallazgo tampoco conduce a nada, ya no por conflicto de perspectivas sino por
el entorno represivo que impone la dictadura, régimen que sobrevuela los
acontecimientos a través de alusiones a sus mecanismos y formas de intervención
en la vida corriente a lo largo del relato.
Tras cruzar el mínimo umbral que significa el
título, el relato arranca con la descripción del temporal que sacó a la luz el
cadáver de Agnieszka. Esta escena, que adquiere reverberaciones míticas, opera
también como un anuncio de reapertura del mundo ficcional onettiano, al que se
alude a través de sus novelas La vida breve y Dejemos hablar al
viento. En el discurso de un mito, la tormenta adquiere el significado de
un fin al que sucede un renacimiento.[7]
En el primer capítulo de La vida breve, titulado precisamente “Santa
Rosa”, el narrador Brausen describía la tormenta de esta forma:
Todos
los que vivían en Buenos Aires estaban condenados a esperar conmigo, sabiéndolo
o no, boqueando como idiotas en el calor amenazante y agorero, atisbando la
breve tormenta grandilocuente y la inmediata primavera que se abriría paso
desde la costa para transformar la ciudad en un territorio feraz donde la dicha
podría surgir, repentina y completa, como un acto de la memoria.[8]
La alusión a la tormenta de Santa Rosa y su poder
transformador en La vida breve es un umbral, pues opera como transición
entre la melancolía que embarga a Brausen por la ablación de mama que ha
sufrido su esposa a causa del cáncer (evento que evoca obsesivamente como un
trauma) y el inicio de la creación de Santa María en el capítulo siguiente de La
vida breve, titulado “Díaz Grey, la ciudad y el río”. Recordemos también
que en el último capítulo de Dejemos hablar al viento, una lluvia
abundante con relámpagos precedía al incendio, el cual había sido definido
antes por Medina como “una operación limpieza”.[9]
Este temporal de Dejemos hablar al viento se identificaba con la
tormenta de Santa Rosa, que anuncia la llegada de la primavera y, en el caso de
la novela, la conclusión del universo ficcional. No es por ello coincidencia
que la siguiente novela de Onetti, la breve Cuando entonces (1987),
arrancara mencionando de nuevo la célebre tormenta: “Una vez más la historia
comenzó, para mí, en el día-noche de Santa Rosa”.[10]
Onetti usa el motivo de Santa Rosa como engarce para un proyecto literario
nuevo en un punto de su vida en que se pensaba que ya no volvería a escribir.
De esa forma, si el mundo de Santa María había nacido con una tormenta en La
vida breve y más tarde se canceló con tormenta y fuego en Dejemos hablar
al viento, el nuevo ciclo onettiano que inaugura Fontana con “Agnieszka en
la costa” también está marcado por la lluvia como hito de regeneración, pero ya
no en primavera, sino en un tórrido verano, el de 1978.
Tras describir la espantosa condición en que fue
hallado el cadáver de Agnieszka, el narrador informa que, dos años después de
ese hecho, la madre del asesino, quien ya purga cárcel, le ha solicitado que
revise el caso, pues su hijo es inocente. El lector descubre entonces que esta
primera sección del relato propone una situación típica del mundo de Santa
María: el comisario que vegeta en una ciudad de provincia, como el Medina
onettiano, va a investigar un caso que nadie quiere tocar. Su primera acción es
visitar al condenado por el asesinato, Jorge Campos, quien era novio de
Agnieszka. Este le cuenta cómo vino la mujer a Uruguay hasta el punto de su
llegada al pueblo y su noviazgo. Así aprendemos que la llegada de Agnieszka fue
totalmente accidental, en un barco pesquero que se fue a pique frente al
puerto. Al inicio, Agnieszka había sido una más de esas “mujeres soñando con
volver a su país”,[11] que tenía que salir a
buscar hombres a los bares para ganar algo de dinero que le permitiera
mantenerse mientras esperaba el barco que la devolviera a Polonia. En esos
trajines, conoce a la prostituta Nancy, de quien se hará amiga, y empieza a trabajar
en un cabaret. Pese a su nueva rutina, Agnieszka aún no se distingue del
resto de mujeres varadas,
pues “como
el resto de sus compañeras solo pensaba en volver”.[12]
Sin embargo, Agnieszka no llega a tiempo al puerto para subirse al barco
noruego que viene a repatriar a la tripulación; dada la referencia a un buque
escandinavo, este puede considerarse un guiño adicional, aunque relativamente
distante, a la patria de la Kirsten (Dinamarca) de “Esbjerg, en la costa”. El
motivo de su tardanza es parte de la historia nacional: era febrero de 1973 y
“la Marina había tomado la Ciudad Vieja en protesta contra los primeros
movimientos militares que amenazaban con el golpe de Estado”.[13]
Si bien el golpe solo se lleva a cabo en el mes de
junio, puede afirmarse que el avance de la dictadura uruguaya interfiere en sus
planes, de índole convencional hasta entonces, y le impone quedarse. Más adelante, Agnieszka se va con su amiga Nancy al
pueblo, se instala allí y se empareja con Jorge, quien admite el noviazgo con la
polaca, pero niega su asesinato. El preso ha contado la historia de su novia
muerta con desgano, mientras jugaba una partida de ajedrez con el comisario.
Como no pretende convencerlo de su inocencia, no cuenta detalles del día del
crimen ni pretende causarle pena. Lo único que parece motivar a Jorge cuando se
despide del comisario es la posibilidad de volver a jugar al ajedrez con él,
pero apostando. Con ello se anuncia un aspecto del personaje que también posee
reminiscencias onettianas, según se verá más adelante: Jorge vive en medio de la
apatía, como un perdedor, pero encuentra en el juego una forma de recuperar el
entusiasmo, debido a la posibilidad de ganar una apuesta. Al final de la
sección, el comisario entrevista a una testigo que corrobora lo dicho en el
expediente. Tras su cotejo, le queda claro que hubo espacios vacíos que
facilitaron la condena rápida de Jorge y que la investigación no se quiso
dilatar más. La madre de Jorge visita al comisario de nuevo para agradecerle su
interés en el caso, pero admite que sería mejor tal vez resignarse, pues hay
que “sobrellevar la cárcel”.[14]
La segunda sección de “Agnieszka en la costa”
introduce un nuevo personaje: el viejo que regenta el boliche del pueblo. Este
personaje, al que tampoco se da nombre, es el almacenero que trabajaba junto al
hospital para tuberculosos en un pueblo de la sierra en la novela corta Los
adioses (1954) de Onetti. Las fechas encajan: el almacenero tendría dentro
del texto de Los adioses más
de cuarenta años, por lo que para las acciones de “Agnieszka…”, situadas entre
1978 y 1980, rondaría los sesenta y tantos. Es más: el viejo se describe a sí
mismo con la conciencia de ser el personaje que un demiurgo ha puesto a vivir
en un lugar donde se aburre y no acaba de entender el sentido que tiene su
presencia allí, postura existencial típicamente onettiana. Ese sentimiento de
derrota también sería compartido por el comisario, a quien el viejo describe
muy semejante al conocido Medina: “Un milico más o menos ilustrado que seguirá
cayendo en desgracia hasta que lo venza el aburrimiento, sin saber decirse por
qué nunca pudo ser de otra manera, ni siquiera intentarlo”.[15]
Al fin y al cabo, el aburrimiento es también lo que motivó al viejo a dejar
aquel mundo ficcional de Los adioses: “Muy linda la sierra pero me
aburrí del paisaje, del aire seco, de los cerros que rodeaban al pueblo. Me
aburrí de los sanos y de los enfermos, de una o dos historias de amor [como las
que involucraban al basquetbolista enfermo en la trama de Los adioses]”.[16] El viejo también le cuenta
al comisario que el origen de la fiesta de fin de año que organizará para
recibir 1981 proviene de aquella otra vida en la sierra: “Me la dio un
enfermero que siempre paraba a tomarse un vaso de vino”.[17]
Basta con abrir la página correspondiente de Los adioses para
confirmarlo: “La idea fue del enfermero, aunque no del todo; y pienso, además,
que él no creía en ella y que la propuso burlándose, no de mí ni del almacén,
sino de la idea misma”.[18] Por lo que comenta el
viejo, al acabar el año se vive un clima de optimismo tras el plebiscito del 30
de noviembre de 1980, aunque también advierte la tensión en medio de la cual se
llevó a cabo: “Yo no me atreví a hacer un baile la noche del plebiscito por
temor a que el comandante me clausurara el boliche, pero ahora [en la fiesta de
fin de año] vamos a hacer ruido hasta que nos corra el sol”.[19]
Este viejo bolichero, personaje onettiano auténtico
traído de vuelta a la ficción, que acoge al comisario y establece complicidad
con él por las razones ya dichas, le cuenta la parte de la vida de Agnieszka
que pudo conocer bien: la de su adaptación al pueblo y cómo empezó a trabajar
en la cocina de su local. En primer lugar, aporta un dato nuevo. Por lo visto,
Agnieszka era tuberculosa, como él mismo, y esa característica otorga otro
significado a sus actos: a causa del recrudecimiento de su enfermedad, “que le
volvía a despertar tras unos años de desórdenes y vida apurada”,[20] según el almacenero,
Agnieszka había sentado cabeza (tras haber ejercido la prostitución y padecer
sus excesos anejos) y le pidió el trabajo de cocinera. Se entiende, por lo
tanto, que la enfermedad le había impulsado a dejar la mala vida y reformarse.[21] El viejo cuenta que, en su
nuevo empleo, Agnieszka recuperó lozanía y se ganó el aprecio de todos en el
pueblo. De su relato se desprende un sentimiento paternal hacia ella, razonable
considerando la diferencia de edad entre ambos, que, sumado a la enfermedad
mortal de la mujer, desemboca en amor platónico. En la escena de su visita a la
playa de Capurro, se encuentra otra reminiscencia de “Esbjerg, en la costa”.
Agnieszka camina por la costa y señala un barco semihundido. Luego, paseando
por el puerto, se siente cómoda y afirma, con una sonrisa: “Yo no quiero volver
a mi país”.[22] Esta escena evoca una de
las más tristes del cuento de Onetti, el momento en que Montes descubre que su
esposa va al puerto buscando consuelo a su nostalgia: “Le dijo que iba siempre
al puerto, a cualquier hora, a mirar los barcos que salen para Europa […] que
le hacía bien hacerlo y que tendría que seguir yendo al puerto a mirar cómo se
van los barcos, a hacer algún saludo o simplemente a mirar hasta cansarse los
ojos”.[23] Mientras Kirsten necesita
ver los barcos zarpar, en movimiento de vuelta a sus orígenes, Agnieszka se
detiene en el barco ruinoso, luego se sienta sobre las piedras y no le importa
que el contexto de su nueva patria no sea el más favorecedor ni mucho menos
bello: “No le importó que yo estuviera a sus espaldas, ni el paisaje gris y
amarillento de las chimeneas y las barracas y el Cerro, ni el silencio grueso y
turbulento de la playa contaminada”.[24]
La mujer se ha adaptado completamente y acepta el ambiente. En suma, Fontana ha
invertido la nostalgia del cuento onettiano y quebrado, de paso, cualquier
atisbo de romanticismo que podría generar el desarraigo femenino.
De hecho, el personaje del viejo, traído
directamente de Los adioses, ayuda a mitigarlo más, con su paternalismo
sin maldad alguna, que pareciera representar el lado más gentil y receptivo del
país. La identificación del viejo con el mismo Uruguay no resulta del todo
frívola, si consideramos que, a partir de los años sesenta, el país empezó a
experimentar un deterioro económico que llevó a una sensación de decadencia y
desidia, por el fin de las ilusiones de cambio político, origen a su vez de la
nostalgia que impera aún en el imaginario del país.[25] Nótese además que tan envejecido y humilde
como el bolichero se describen los alrededores de ese puerto por donde pasea la
mujer. Con todo, esta visión, llena de amor y respeto hacia Agnieszka, que
ofrece el viejo bolichero no excluye la conciencia de que el Uruguay de 1980
vive en dictadura. Además de las referencias al plebiscito (cuyo efecto en el
ánimo nacional será pasajero), el comisario observa que el viejo intuye que
indagar en torno al crimen de Agnieszka no vale la pena: “Al menos hasta
promediar su relato [el viejo] mantuvo la misma expresión de todos los días,
como si él también sospechara de la inutilidad absoluta de mi esfuerzo”.[26]
Entre los personajes de “Agnieszka en la costa”
existe la firme convicción de que la justicia no puede alcanzarse, que el
sistema no admitirá error alguno y que no conviene meterse en problemas. Así lo
advierte también, en la tercera sección, el padre de Jorge Campos, quien va a
buscar al comisario para manifestarle su inquietud por remover el caso de su
hijo. Sin decirlo directamente, el padre da a entender que el muchacho fue torturado
para confesar el crimen, pues no quiere que se repita el interrogatorio al que
fue sometido. El padre tiene miedo por lo que puede pasarle a su vástago y
prefiere que siga en la cárcel sin protestar. Esta sección, en su brevedad, no
encierra ninguna alusión a textos onettianos, como tampoco la cuarta, en la que
se presenta la parte de la historia de Agnieszka contada por su amiga Nancy. El
relato de esta, que sigue ejerciendo la prostitución, muestra un contrapunto
frente al que proveyó el viejo bolichero. En el relato de Nancy, la fallecida
es codiciosa, por lo que no rehúye de los excesos de su oficio, y de allí se
desprende que haber caído enferma fuese una especie de castigo a esos malos
hábitos. Para enfatizar ese lado negativo de Agnieszka, Nancy cuenta que la
polaca les debía su nueva vida en el pueblo a ella y a su madre, quien le
consiguió el trabajo de cocinera en el boliche. Este detalle contradice lo que
contó el viejo en su versión del mismo hecho: que fue la misma Agnieszka la que
le pidió trabajo tras contarle que era tuberculosa, diagnóstico que a él le
conmovió en particular. Sospechosamente, Nancy retrata mal a Agnieszka,
resaltando su supuesta codicia, que a nadie más consta, y tergiversa un detalle
para quedar, por contraste, como generosa. Al final de la sección, el astuto
comisario deja en claro que sabe que le ha mentido y que ha descubierto todo el
misterio, a través de otro detalle aparentemente secundario: Nancy se ha teñido
el cabello de rojo, cuando en realidad es color rubio, como el de Agnieszka. El
comisario le hace notar que “son increíbles las cosas que hacen las mujeres
para parecer diferentes”.[27] La insistencia de Nancy en
distanciarse de su antigua amiga la delata y, si se trata de evaluar conductas,
en la primera sección de “Agnieszka en la costa”, el narrador insertó un dato
suelto que solo ahora adquiere sentido. En su diálogo con la testigo que halló
el cadáver, esta había comentado que “ella [Agnieszka] no, pobrecita, ella no
era igual que la otra”,[28] como acusando a Nancy de
haber hecho algo por lo que la “pobrecita” había pagado, injustamente, porque
“no era igual que la otra”. Al comisario ducho no le costaría atar cabos cuando
notó tanta negatividad hacia Agnieszka de parte de Nancy.
La quinta sección de “Agnieszka en la costa”
presenta la fiesta de Año Nuevo que organiza el viejo bolichero, que fue todo
un éxito. Comenta el comisario que “festejaban la llegada del nuevo año, pero
también festejaban el debilitamiento de la dictadura tras el resultado del
plebiscito”;[29] así, la celebración es un
gesto encubierto de rebeldía y una mirada optimista frente al futuro cercano.
Nuevamente, Fontana recupera un aspecto de la ficción onettiana y la
resignifica. Recordemos que la fiesta en Los adioses otorgaba a los
enfermos la oportunidad de abrazar esperanzas de futuro y sentir que han
sobrevivido un año más.[30] En “Agnieszka en la costa”,
el mismo sentimiento se transfiere a los que deben vivir bajo la dictadura, que
es como una enfermedad mortal que les carcome la vida, como la tuberculosis,
lentamente. La celebración del Año Nuevo no se aborda solo en Los adioses,
pues Onetti también compuso el cuento “Justo el 31”, que recoge la relación
decadente entre el comisario Medina y Frieda, la prostituta en ruinas con la
que empieza a convivir. No hay elementos exactos provenientes de “Justo el 31”
reciclados por Fontana, pero se pueden identificar puntos de contacto que
generan un tono familiar en el ambiente narrativo (el comisario, la prostituta,
el ambiente de fiesta, etc.).
En medio de la celebración por la llegada de 1981,
el comisario conoce al empleado del bolichero, que resulta ser amigo de Jorge
Campos y le dice que el novio es inocente. Tras los festejos, se reúnen y el
comisario recibe otra parte de la historia de Agnieszka. El empleado revela el
factor personal que subyace al destino de Jorge: era “un vividor, un timbero”,[31] un jugador que explotaba su
habilidad para quitarles el dinero a los demás, por lo que se ganó muchos
enemigos, especialmente entre los militares de la zona, quienes no habrían
dudado, se entiende, en convertirlo en chivo expiatorio. En este punto, el
personaje de Jorge se perfila completamente como onettiano, pues se cuenta que
asumió la empresa de conquistar el amor de Agnieszka como una apuesta.
En varios textos de Onetti se plantean personajes
similares a Jorge: sujetos que cifran una ilusión en apostar a las carreras con
la esperanza de ganar y que, tarde o temprano, pierden. Ese final desgraciado,
aunque no deja de afectarles, se reconoce como una posibilidad más del azar al
que se someten y es, en el fondo, lo que más les excita del juego. Los ejemplos
huelgan y apunto aquí solo los de cuatro cuentos famosos: en “Esbjerg, en la
costa”, Montes apuesta el dinero robado a los caballos para hacer feliz a
Kirsten con las ganancias y pierde; en “Bienvenido, Bob”, el protagonista,
vuelto un hombre cansino y mediocre, se pasa los domingos apostando por
teléfono a las carreras, buscando darle algo de emoción a su vida, sin
lograrlo; en “La cara de la desgracia”, el hermano del protagonista se suicida
tras perder dinero robado en las carreras de caballos y este último también se
enamorará, como quien vuelve a apostar sabiendo que puede perder, con un final
aciago para su romance fugaz; en “El infierno tan temido”, se explica el
suicidio de Risso por el desamor de Gracia César como si fuera consecuencia de
una apuesta fallida que todos habían dado por favorable antes de jugarse.[32] Por todo lo apuntado, en el
universo onettiano, las apuestas, tanto las de juego como las de amor, acaban
mal porque se deja la victoria al azar, que suele inclinarse hacia lo fatal.
Fontana ha hecho suyas todas estas ideas relativas al juego, el azar, la pasión
y la derrota que se plasman en el universo onettiano. Así, por ejemplo, sobre
la pasión por el juego, dice el personaje del escritor, García Pratt, apodado
“Onetti”, en La última noche frente al río: “La razón más poderosa, tal
vez la única [para explicar el ansia del jugador], es lo imprevisible, el sabor
esencial de lo aleatorio, en particular si la vida de ese individuo ya ha
tomado la forma intransferible de lo obvio”.[33]
Transponiendo las características onettianas sobre
el juego al personaje de Jorge en “Agnieszka en la costa”, se evidencia que él
también está condenado a perder, aunque sea precisamente esa tentación del
fracaso la que avive su pasión. Ahora bien, el problema adicional de Jorge
reside en que el azar está en manos de Agnieszka, puesto que ella no asumía
ningún compromiso con él. Como resultado, la relación era inestable y se
expresaba en términos de ganar el amor y sentir satisfacción, mas luego
perderlo y frustrarse, para jugar otra vez por volver a obtenerlo:
Entonces
el tahúr perdía. Jorge se volvía torpe cuando ella se negaba [a estar con él]
y, arrogante como era, intentaba ocultar sus esperanzas cuando por fin
resultaba convocado. Ninguno de los dos se prometía paz: él porque la
desconocía y ella porque ya la había alcanzado de otra forma más esencial,
anudada a la nostalgia, a su nueva identidad.[34]
Este amor, experimentado como juego de azar, se
vuelve un tira y afloja que nunca acaba. A Jorge esa inquietud no le es ajena,
pues es la de todos los días en su rutina de jugador que vive de esquilmar a
otros; de allí que se diga que él “desconocía” toda paz. Más complejo se
muestra el pasaje sobre Agnieszka: la paz que ella posee proviene de “la
nostalgia” y al mismo tiempo de “su nueva identidad”, lo cual parece una
contradicción, pues su “nueva identidad” es la de cocinera de pueblo y
uruguaya, frente a una “nostalgia” de un pasado que, por contraste no sería
otro que el de ser una prostituta polaca (es decir, “Agnieszka” y no “Pola”).
Pareciera que en ese vaivén se explica su conducta amorosa frente a Jorge.
Según explicaba el amigo de este último, “ella se dispuso a demostrar
nuevamente, como si le fuera una condición fatal, que era capaz de estar con un
hombre sin generarse el menor compromiso, y manejó la relación con absoluta
discrecionalidad”.[35] Aquella “condición fatal”
que Agnieszka demostraba “nuevamente” no sería otra que la actitud, propia de
la prostituta que ella había sido, de “estar con un hombre sin generarse el
menor compromiso”. De manera que esa sería la “nostalgia” particular de
Agnieszka en su etapa de digna cocinera, que jugaba a tener devaneos amorosos
con Jorge como quien recordaba la época en la que no requería guardar fidelidad
o sentimiento alguno hacia la pareja ocasional.
Con una relación así de tirante y complicada, sigue
informando el amigo de Jorge, “fueron pocos en el pueblo los que se asombraron
cuando Jorge fue acusado y la policía lo detuvo, y menos aún los que llegaron a
sentirse solidarios con él”.[36] Para la gente del pueblo,
era presumible que el novio actuara por celos frente a los desplantes de
Agnieszka, de la que, según el mismo empleado del boliche, todos estaban
enamorados. Jorge temía perder y se entiende que eso hubiera significado que
Agnieszka lo abandonase por otro. Sin embargo, el amigo aventura una hipótesis
que reelaborará el comisario en la sección siguiente: “Para mí [el asesino] fue
alguien de la otra vida de Pola”.[37]
La sexta sección del cuento está despojada de toda
referencia onettiana y lo que se propone es poner en primer plano la presencia
de la dictadura en la vida de los uruguayos. El comisario va a buscar a Nancy
con la excusa de salir con ella y charlar. La meretriz imagina que él ya sabe
lo que le oculta, así que se dispone a contarle la verdad, aprovechando el
contexto político actual, tras el reciente plebiscito que da la esperanza de un
regreso a la democracia: “Espero que las cosas que han pasado últimamente en el
país me permitan contarle todo lo que le voy a decir. Y si no es así no
importa”.[38] Sintiéndose más libre para
hablar, Nancy cuenta que era la amante de un miembro destacado de la dictadura,
al que llama, misteriosa pero enfáticamente, el Poderoso. La esposa de este le
pagó para que se deje fotografiar a su lado y así poder divorciarse de él
aduciendo adulterio. Cuando el Poderoso se enteró de la trampa, quiso vengarse
de Nancy eliminándola, pero el sicario que envió al pueblo la confundió con
Agnieszka, ya que ambas eran rubias y vivían en la misma casa. Nancy admite
que, muerta su amiga, todos se dieron por satisfechos y prefieren olvidar,
aunque por si acaso ella se había teñido el cabello después, para mantenerse
oculta. Ese pequeño detalle era el que llamó la atención del comisario y,
sumado a otros, le dio la pista para apuntar a ella.
Lo interesante de la revelación del misterio, más allá
de la truculencia de la sustitución accidental, es la reflexión que se genera a
partir del reconocimiento de Nancy y el comisario sobre el poder del azar:
“Casualidad es que yo esté viva”,[39] afirma la prostituta, lo
cual da a pie a que el comisario explique que Agnieszka murió por error.
Llámese casualidad o azar, es la misma fuerza que condena al jugador, pues no
reconoce mérito en las personas: de nada servía la habilidad de Jorge en la
timba, como tampoco que Agnieszka se hubiera regenerado, pues murió
horriblemente en lugar de Nancy, quien es la codiciosa que sigue ejerciendo un
oficio inmoral. Agnieszka es víctima de aquel fatalismo, de raigambre
onettiana, que se ensaña con los jugadores, y al mismo tiempo del brazo
violento y vengativo de la dictadura. Es notable cómo, a estas alturas de la
narración, sin necesidad de aludir a textos específicos, la trama de Fontana
está ya impregnada de elementos típicos del universo de Onetti, sin descuidar
intereses propios en el desarrollo de la anécdota (como la sombra de la
dictadura).
Tras la revelación de Nancy y resuelto el misterio
tras la muerte de Agnieszka, la séptima sección del cuento presenta el
encuentro del comisario con el padre de Jorge. El comisario le cuenta toda su
investigación, sin guardarse detalles. El padre escucha en silencio y, al
final, cuando el comisario le pregunta qué quiere hacer al respecto, no atina a
decir nada y se va del despacho. Para el comisario esto representa un alivio,
ya que “lo único que yo deseaba era que desapareciera de mi vista para
siempre”.[40] ¿Por qué ocurre esto?
Evidentemente, la historia que cuenta el comisario es la verdad del caso, pero
resulta absurda porque admitirla sería enfrentar al Poderoso. La impunidad del
crimen está asegurada. Por eso mismo, el comisario sabe que no puede haber justicia
y se avergüenza tanto que no quiere volver a ver al padre. La verdad que ha
descubierto no tiene sentido en ese contexto político. Con esto también se da a
entender que la dictadura sigue vigorosa y cualquier atisbo de esperanza, como
el que generaba el plebiscito de meses atrás o la soltura de Nancy para
confesar lo ocurrido con el militar, son solo espejismos.
Dos textos de Onetti, que involucran una
investigación de tipo policial, son oportunos para interpretar este desenlace
de “Agnieszka en la costa”. Antes de referirlos, conviene recordar un aspecto
clave de la construcción del género policial: “Cuando al final de la
investigación están tiradas todas las cartas y la verdad es conocida, se revela
tan poco satisfactoria como la mentira inicial, y solo suscita lasitud o un
sentimiento de total inutilidad”.[41] Esto también se encuentra
al final de los relatos más “policiales” de Onetti, como Para una tumba sin
nombre, en que revelar la verdad se muestra imposible y la escritura de
Díaz Grey se vuelve inútil para aclarar los hechos. Una variante de este
fenómeno se presenta en el cuento “El perro tendrá su día”, donde el comisario
Medina resuelve el crimen frente al potentado Jeremías Petrus para que este
prácticamente se encoja de hombros y le dé a entender que aquella verdad no
tiene valor alguno, pues no se hará justicia nunca. En “Agnieszka en la costa”
se respira la misma inutilidad, debido a que el crimen quedará indudablemente
impune. Los padres de Jorge lo intuían, así se mostraba desde las primeras
páginas del cuento, y ahora que saben la verdad, gracias a la pericia del
comisario, nada va a cambiar en realidad la situación de su hijo, debido a que
el autor intelectual del crimen es el Poderoso, miembro prominente de la
dictadura. Esta, pese a las señales que se anticipaban en el cuento, se
encuentra en pleno vigor, por lo que el hallazgo acaba siendo inútil y más
doloroso aún.
En Para una tumba sin nombre, el médico Díaz
Grey se propone indagar el misterio en torno a la mujer que ha enterrado Jorge
Malabia: una prostituta tuberculosa llamada Rita. La investigación fracasa,
porque la historia que reconstruye está llena de mentiras y hasta se dice que
la mujer fallecida no era Rita, sino su prima, que la había reemplazado en el
mismo oficio. Díaz Grey recoge todo lo pudo averiguar y declara escribir la
historia incluyendo algunas falsedades. El último párrafo de la novela expresa
el sentido de su trabajo:
Lo único
que cuenta es que al terminar de escribirla [la historia de la prostituta Rita]
me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse
de esta clase de tarea: había aceptado un desafío, había convertido en victoria
por lo menos una de las derrotas cotidianas.[42]
En “Agnieszka en la costa” también tenemos la muerte
de una prostituta tuberculosa que sustituye a otra en la tumba, detalles
mezclados que podrían remontarse a Para una tumba sin nombre. Y algo más
importante todavía, si contrastamos el desenlace del cuento de Fontana con el
párrafo de conclusión de Onetti: el comisario, también asumiendo el desafío del
crimen, sí ha podido aquí revelar la verdad, pero no alcanza victoria alguna,
ya que de nada sirve su investigación. Viviendo en dictadura, la derrota cotidiana
es la injusticia y, paradójicamente, la victoria de descubrir el misterio
supone la sensación de fracaso y vergüenza, tal como expresaba el comisario en
las líneas finales del relato.
La atmósfera de impunidad que rodea el asesinato que
lleva a cabo alguien con un poder casi absoluto no es ajena a la narrativa
onettiana, pero obedece a motivaciones distintas. Precisamente el comisario
Medina, en “El perro tendrá su día”, debe lidiar con Jeremías Petrus, cuya
brutal misoginia pretende justificar un asesinato: “¿Para qué explicar,
comisario? Todas las mujeres son unas putas”.[43]
Medina responde, en apariencia, siguiéndole la corriente, pero su discurso
revela también el fracaso que es común a todos (también a Petrus, con su
proyecto fallido de reflotar el astillero) y el reconocimiento de una realidad
amarga que no puede cambiar:
Cierto,
don Jeremías […] Casi todas [lo son]. Pobres, que no nacieron para otra cosa.
Usted pelea para hacer un astillero. Yo peleo, los sábados para dormir
borracho, a veces para enterarme de quién era el dueño de las ovejas robadas.
También necesito tiempo para pintar. Pintar el río, pintarlos a ustedes.[44]
Medina le lanza varias indirectas a Petrus: la
inutilidad del plan de este último con el astillero, el refugio del comisario en
el alcoholismo, su terquedad por intentar hacer su trabajo, que maquilla con
aparente descuido (“para enterarme”, como si no quisiera saberlo o fuera
meramente accidental), y el afán artístico con el que pretende redimirse. Como
Medina, el comisario sin nombre de “Agnieszka en la costa” debe ir a
contracorriente para hacer su trabajo, pese a la adversidad. Para el Poderoso y
su sicario, no hay gran diferencia entre una prostituta y otra; de forma
parecida a la que para Petrus todas las mujeres eran meretrices.
La inutilidad de pretender solucionar el misterio de
un crimen conducía, en Para una tumba sin nombre, a la perplejidad de un
narrador que, como Díaz Grey, no alcanzaba a consolidar una verdad unívoca,
dado el ambiente de mentiras y embustes machistas que lo devoraban todo. El
escepticismo y la satisfacción por el intento de hallar la verdad, pese al
fracaso, son la interpretación onettiana de la trama policial. En “Agnieszka en
la costa”, en cambio, la inutilidad de descubrir la verdad revela la amoralidad
de la sociedad en la que ocurre el asesinato. Aquí reside la originalidad en el
planteamiento policial de Hugo Fontana: la intriga del crimen se vuelve medio
para denunciar aquel ambiente de violencia, propio de la dictadura, donde nadie
está a salvo. Si en la novela negra, “la inseguridad es […] característica
dominante”,[45] se percibe cómo aquella
inseguridad adquiere ribetes políticos dentro del argumento del cuento:
Agnieszka es asesinada, sin haber hecho nada malo a nadie, y Jorge, su novio,
es condenado por ello siendo también inocente.
En La última noche frente al río, el
personaje del escritor, García Pratt, al que llaman “Onetti”, reflexiona sobre
los protagonistas del texto que desea componer y a propósito de ello señala
que, en su juventud, “estuve rodeado por la violencia política”.[46] El pasaje se presta a
considerarlo un trasunto de la experiencia del propio Fontana, nacido en 1955,
y cuya propia juventud se ve marcada por la imposición de la dictadura
uruguaya. Precisamente, Fernando Aínsa ha observado que uno de los efectos de
la dictadura en los jóvenes escritores (Fontana tenía veinte años en 1975) era
que estos “crecieron en la orfandad y en la ausencia de referentes […]
desmoronadas las utopías de las que apenas habían tenido sus ecos
voluntaristas, estaban privados de ilusiones. Todo los empujaba a la
desafiliación y a un desenganche no solo literario, sino vital”.[47] La recuperación de Onetti,
quizás, formaría parte de este afán de reenganchar con una tradición narrativa
nacional, pero con un énfasis diferente, el de un ajuste de cuentas con un
clima represivo. Recordemos que el autor de Juntacádaveres partió al
exilio por esos años y, a lo largo de toda su obra, con excepción de Para
esta noche, su conocido escepticismo evitó que usara la ficción como medio
para denunciar régimen político alguno.[48]
En conclusión, en “Agnieszka en la costa”, Hugo
Fontana ha recogido materiales onettianos (personajes, lugares y temas) para
incorporarlos en un mundo narrativo propio que no fagocita el de Onetti, sino
que lo reconstruye, a la vez que lo innova. Ese es el aspecto hasta cierto
punto transgresor del personaje del comisario según lo interpreta Fontana. En
una entrevista sobre su novela policial Barro y rubí, el autor comentaba
que la escasez de la novela policial en el panorama rioplatense podía obedecer
a que “la policía, históricamente, no se ha dedicado a investigar, no es un
cuerpo de investigaciones, sino que es un cuerpo de represión […] Nuestra
generación lo tenía bien claro: es un cuerpo de represión política”.[49] Con “Agnieszka en la costa”,
tanto como con La última noche frente al río, Fontana ha reinterpretado
a Onetti otorgándole un nuevo elemento que actualiza su mundo ficcional: la
sombra larga de aquella dictadura de la que el autor de La vida breve escapó
y que las nuevas generaciones tuvieron que sobrevivir. El aburrimiento, el
escepticismo y la inutilidad de corte eminentemente existencial en Onetti se
vuelve en la escritura de Fontana denuncia silenciosa de un orden político
injusto y opresor. Con maestría, Hugo Fontana ha logrado aclimatar un género
foráneo (el del policial), recrear la obra de un clásico nacional (Onetti) y
consolidar una obra que conjuga una original factura literaria y compromiso
frente al pasado político reciente.
Si bien en este trabajo he ahondado en las raíces más
onettianas de la escritura de Hugo Fontana a través de uno de sus relatos más
logrados, la obra de este narrador no se agota en cuidadosas recreaciones y
guiños a la obra de Juan Carlos Onetti. Junto a un relato como “Agnieszka en la
costa” y otros textos suyos de trama policial aquí abordados, el narrador
cuenta con un registro narrativo amplio que, empezando por la poesía que
practicó en su juventud, va más allá de rendir tributo a uno de los autores
nacionales más eminentes. Verbigracia: Veneno (2000) es una nouvelle
que, siguiendo el modelo de la narrativa picaresca, representa el fenómeno de
la migración y cómo el sujeto negocia, trágicamente, con su nostalgia;[50] La piel de otro
(2001) es una novela coral que indaga en la historia de los Tupamaros y el
personaje del evanescente Amodio Pérez; en
tanto El príncipe del azafrán (2005) es una novela epistolar que repasa,
en clave irónica y festiva, la historia cultural del Uruguay de la segunda
mitad del XX. En todos los textos pergeñados por Fontana, al margen de sus
recreaciones onettianas, destacan la indagación en torno a la historia
nacional, los mitos identitarios, así como la memoria de la dictadura y su
impacto en la cultura uruguaya. En esa medida, “Agnieszka en la costa” no es
una imitación servil ni mucho menos una mera máquina de contar, sino un complejo
ejercicio de recreación de un corpus narrativo al que dota de nuevos
significados en los albores del siglo XXI.
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Farrar, Straus and Giroux, 1978.
El autor es responsable intelectual de la totalidad (100 %) de la
investigación que fundamenta este artículo.
[1] Hugo Fontana, La última noche frente al río (Montevideo: Planeta,
2006), 138. “Medina, un colega suyo, comisario retirado, que dos días antes de
jubilarse quiso incendiar la seccional y creo a toda la ciudad”, dice Lamas,
haciendo alusión al fuego que se anuncia en la última página de Dejemos
hablar al viento.
[2] Fontana, La última noche frente al río, 8.
[3] Hugo Fontana, Desaparición de Susana Estévez (Montevideo:
Estuario Editora, 2015), 5.
[4] En comunicación personal, Fontana me confirmó esta evaluación de sus
correcciones al original, aunque descarta las variantes estilísticas quizás por
ser irrelevantes para el significado final del relato: “Agnieszka en la
costa […] es un cuento que escribí en 1994 ó 1995 y que está en Liberen a Bakunin, libro que apenas tuvo una
tirada de 300 ejemplares […] Más que reescritura, hay simplemente algunas
frases omitidas, las que en aquel momento escribí como para recalcar los
orígenes onettianos de los personajes del cuento y que casi veinte años después
me parecieron innecesarias”. Hugo Fontana, mensaje de correo electrónico al
autor, 23 de agosto, 2015.
[5] De hecho, “Esbjerg, en la costa” es uno de los pocos cuentos de Onetti
en que el final parece dar a entender que el amor puede sobrevivir y resistir
la adversidad. Un análisis minucioso de esta historia de amor se ofrece en
Fernando Rodríguez Mansilla, “Un narrador cínico y el amor: Esbjerg, en la
costa de J. C. Onetti”, Itinerarios 7 (2008): 165-174.
[6] Sobre el impacto de la migración en la cultura urbana de Buenos Aires en
las primeras décadas del siglo XX (el cuento de Onetti es de 1946 y recoge todo
un estado de cosas), consultar Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica.
Buenos Aires 1920 y 1930 (Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 2003),
17-18. Para una discusión sobre el tango y la nostalgia del migrante en el Río
de la Plata es útil María Rosa Olivera-Williams, “The Twentieth Century as
Ruin: Tango and Historical Memory”, en Repensando el pasado, recuperando el
futuro. Nuevos aportes interdisciplinarios para el estudio de la América
latina. Remembering the Past, Retrieving the Future. New Interdisciplinary
Contributions to the Study of Colonial Latin America, ed. Verónica
Salles-Reese (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005),
95-106.
[7] Mircea Eliade, El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición
(Madrid: Alianza, 1972), 84.
[8] Juan Carlos Onetti, La vida breve (Buenos Aires: Sudamericana,
1950), 14.
[9] Juan Carlos Onetti, Dejemos hablar al viento (Barcelona: Seix
Barral, 1984), 247.
[10] Juan Carlos Onetti, Cuando entonces (Buenos Aires: Punto de
Lectura, 2008), 11.
[11] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 146.
[12] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 147.
[13] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 147.
[14] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 149.
[15] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 150.
[16] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 150.
[17] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 151.
[18] Juan Carlos Onetti, Obras completas (Madrid: Aguilar, 1970), 731.
[19] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 150.
[20] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 152.
[21] En el siglo XIX, se consideraba que la tuberculosis ponía a prueba la
virtud y morir a causa de ella podía significar una redención, como la de la
prostituta Fantine en Los miserables de Víctor Hugo. Esta y otras reverberaciones
literarias de la enfermedad se hallan en Susan Sontag, Illness As Metaphor
(New York: Farrar, Straus and Giroux, 1978) 41.
[22] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 154.
[23] Juan Carlos Onetti, Cuentos completos (Madrid: Alfaguara, 1994),
161.
[24] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 153.
[25] Giuseppe Gatti, “Memoria individual y nostalgia colectiva en Uruguay: la
fragmentación del tiempo en los relatos enmarcados de Tijeras de plata
de Hugo Burel”, Verba Hispanica 20, nº 2 (2012): 128-129. Más
acerca de esta
estética del deterioro y la melancolía,
circunscritas al
espacio urbano, en Fernando Aínsa, Espacios de la memoria. Lugares y paisajes de la cultura
uruguaya
(Montevideo: Trilce, 2008), 54-71.
[26] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 152.
[27] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 157.
[28] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 149.
[29] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 158.
[30] Onetti, Obras completas, 732.
[31] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 159.
[32] El tema de las apuestas, con su aplicación a las carreras de caballos,
se desarrolla por extenso, con más ejemplos y matices, en Fernando Rodríguez
Mansilla, “Los caballos en la narrativa de Juan Carlos Onetti”, Revista de
Crítica Literaria Latinoamericana 79, nº 1 (2014): 390-394.
[33] Fontana, La última noche frente al río, 178.
[34] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 160.
[35] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 160.
[36] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 160-161.
[37] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 161.
[38] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 162.
[39] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 162.
[40] Fontana, Desaparición de Susana Estévez, 165.
[41] Robert Louit, “La novela negra americana”, en Cuentos policiales de
la serie negra, selección y notas de Emilio Renzi (Buenos Aires: Tiempo
Contemporáneo, 1972), 14.
[42] Onetti, Obras completas, 1046.
[43] Onetti, Cuentos completos, 414.
[44] Onetti, Cuentos completos, 414.
[45] Louit, “La novela negra americana”, 13.
[46] Fontana, La última noche frente al río, 39.
[47] Fernando Aínsa, Del canon a la periferia. Encuentros y
transgresiones en la literatura uruguaya (Montevideo: Trilce, 2002), 139.
[48] El distanciamiento de Onetti frente a la política es un fenómeno
llamativo en una época, como la década de 1960, en que las tomas de posición
eran de rigor. De Onetti se sabe que, como amigo de Luis Batlle Berres, se le
podía identificar como un “colorado” o centroderechista, mas nunca hizo
proselitismo como escritor ni se aprovechó de la política para obtener algún
rédito literario. Su exilio, como se sabe, fue motivado por un escándalo
público, absurdo e injusto a todas luces, sobre todo para quien no era
considerado un enemigo (tampoco un amigo) de la dictadura uruguaya. Los
detalles del episodio se presentan en María Esther Gilio y Carlos M. Domínguez,
Construcción de la noche. La vida de Juan Carlos Onetti (Buenos Aires:
Planeta, 1993), 169-202.
[49] “Hugo Fontana sobre su novela Barro y rubí / 1”, YouTube video, 02:12,
publicado por Casa editorial HUM, 9 de julio, 2013,
https://www.youtube.com/watch?v=2TUkBF1k9Y8. Accedido el 21 de agosto, 2018.
[50] En torno a Veneno, puede consultarse Fernando Rodríguez
Mansilla, “Picaresca y sujeto migrante en Veneno de Hugo Fontana”, Humanidades.
Revista de la Universidad de Montevideo 12 (2014): 19-33.