doi: https://doi.org/10.25185/6.13
Reseña
Pablo Melongo (comp), Ciencia, matemática y experiencia. Estudios en historia del conocimiento científico. Montevideo: Índice Grupo Editorial, 2015.
Manuel Santana Hernández1
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-1843-0394
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Universidad de Salamanca
Recibido: 11/05/2019 - Aceptado: 20/05/2019
El desarrollo
científico podría considerarse el tema de una suerte de conversación donde,
desde un ámbito profesional, participan diversos científicos y filósofos de la
ciencia. Unos hablan antes y otros se incorporan después, pero todos aportan
algo al debate, de forma que construyen entre todos un conocimiento colectivo y
dialéctico en su esencia. En determinados momentos insólitos, algunas de las
teorías o consideraciones relativas a la ciencia resultan sorprendentes e
incluso permiten comprender el universo desde otras perspectivas o enfoques.
Son precisamente esos momentos de innovación los que se abordan en Ciencia,
matemática y experiencia. Estudios en historia del conocimiento científico,
un volumen compilado en 2015 por Pablo Melogno (Universidad de la República,
Uruguay) en el que diversos autores toman la palabra. En el texto, se repasan,
de forma sucinta pero afinada, algunos de los hitos cruciales del desarrollo
del pensamiento científico sobre el que se ha sustentado el progreso técnico[1]
para revisitarlos no desde el discurso científico sino humanístico. La labor
que lleva a cabo Melogno no es sencilla, especialmente si se considera que
dentro de la ciencia existen todavía una considerable cantidad de interrogantes
que merecen un acercamiento pormenorizado. Sin embargo, tal dificultad no solo
no le quita valor al análisis realizado por los diversos autores del libro,
sino que se lo añade, ya que, pese a la heterogeneidad dominante, todos los
capítulos apuntan en última instancia hacia la problemática —aunque también
estrecha— vinculación entre ciencia y matemática, y a cómo esta condiciona la
forma en que se percibe la experiencia, por lo que la pluralidad de voces no
diluye el texto sino que permite observar dicho problema desde varios puntos de
vista y momentos en el transcurso del
tiempo.
Formalmente, el
libro se compone de 184 páginas y un total de diez capítulos organizados de
acuerdo a un criterio cronológico, y que abordan desde el nacimiento del
pensamiento científico en la Grecia clásica hasta discusiones en torno al ADN o
a la mecánica cuántica. Se podría afirmar que el libro está presentado
siguiendo una disposición corpuscular, casi como si quisiera seguir en su
escritura la disposición del Universo que esbozó la física newtoniana: cada capítulo
puede entenderse como un pequeño cuerpo cuya relación con el resto se puede
trazar fácilmente a través de la propia lectura. Así, el libro está conformado
como una red de textos entretejidos que, por una parte, apuntan hacia la
relación entre ciencia, matemática y experiencia, mientras que por otra
permiten que el lector reconstruya sutilmente las diversas ramas en que tal
relación se ha bifurcado. De esta manera, se conforman como un conjunto de
capítulos que, más que proporcionar análisis exhaustivos de manera
individualizada, ofrecen en su conjunto una imagen caleidoscópica de la
diversidad presente en las teorías científicas, matemáticas y, acaso
finalmente, filosóficas[2].
Así, el libro condensa un cúmulo de interrogantes, a través de los cuales da
cuenta de varias cuestiones cruciales para el desarrollo científico, como la
necesidad de dudar de los paradigmas dominantes y no dar nada por sentado, o la
importancia fundamental de la medición como herramienta sobre la que construir
cualquier discurso científico que aspire a ser riguroso. En definitiva, la
propuesta que actúa como hilo conductor entre los capítulos del texto y que
homogeneiza al libro es que el conocimiento —no solo el científico— debe
apoyarse no tanto en una concepción metafísica de la propia epistemología como
en datos rigurosos medidos de forma objetiva y fiable, para lo cual las
matemáticas resultan fundamentales. De esta manera, la tesis que impregna el
libro es que la importancia del conocimiento y la experiencia del mundo se debe
basar predominantemente en su carácter apodíctico[3],
lo cual constituye una fuerte toma de posición en una cuestión que ha sido
durante siglos objeto de debate para la filosofía de la ciencia.
Dentro de que todos
los temas apuntan hacia la epistemología, se podrían clasificar grosso modo en
tres grandes grupos. Antes de definir cada grupo, es pertinente señalar que
estos no son compartimentos estancos, sino áreas en torno a las cuales se
agrupan los capítulos, por lo tanto es posible que un mismo capítulo se
encuentre en una zona de intersección entre grupos. En este sentido, se
menciona aquí el área a la que más se acerca cada capítulo, sin que por ello
sea necesariamente la única. El primer grupo es el más extenso, y estaría
conformado por los capítulos primero, quinto, sexto, séptimo y noveno. Aquí se
abordarían temas propiamente físicos. Esto es, aquellos que tratan algún
problema relacionado con la physis. Así, en el primer capítulo, Pablo
Melogno adopta una perspectiva filosófica para especular acerca de las
interpretaciones de la física platónica a través del diálogo entre el Timeo
con el Epinomis; en los capítulos quinto y el sexto, Patricia Coradim y
Oswaldo Melo Souza se dedican a indagar en las claves del pensamiento de
Leibniz y sus aportaciones dentro del campo de la física, y más concretamente a
cómo estas sirvieron de crítica a los cartesianos al mismo tiempo que
conllevaron un considerable avance filosófico; Alejandro Cassini realiza en el
capítulo séptimo un repaso a los experimentos y debates físicos sobre la
velocidad y comportamiento de la luz; y Christian de Rhonde y Nahuel
Sznajderhaus plantean en el noveno capítulo los problemas ontológicos y
epistemológicos que se derivan de las paradojas propias de la mecánica
cuántica.
El segundo grupo
correspondería a los capítulos tercero, cuarto y décimo, y en él entrarían los
textos destinados a problemas predominantemente historiográficos más vinculados
a historia de la ciencia que a cuestiones puramente teóricas. Así, en el tercer
capítulo, Diego Pelegrín reflexiona sobre la profunda transformación filosófica
que se derivó de la Revolución copernicana. Para Pelegrín, esta no se trató
solo de una ruptura del paradigma científico o astronómico, sino que dio pie a
cambios del hombre en su relación con Dios, consigo mismo, con la naturaleza y
funcionó como el nacimiento de la Modernidad; en el cuarto, Silvia Manzo
problematiza los diversos enfoques historiográficos acerca de las leyes de la
naturaleza destacando la falaz vinculación de las categorías jurídica y
biológica, al tiempo que muestra el progresivo tendencia en el siglo XVII hacia
la «matematización del mundo»[4];
en el décimo, Marcos Rodrigues da Silva repasa las controversias
historiográficas relacionadas con el modelo de doble hélice del ADN y la
participación de Rosalind Franklin en el proceso.
El tercer y último
grupo es el más corto, y solo comprende los capítulos segundo y octavo. Este
grupo se ocuparía estrictamente de problemas lógico-matematicos y sus
consecuencias para la filosofía de la ciencia. Godfrey Gillaumin habla en el
segundo de la importancia de la medición como herramienta para la astronomía y
establece que una medición precisa es la condición de posibilidad de cualquier
discurso que aspire a ser considerado científico; en el octavo, Ricardo Mendes
Grande señala que las matemáticas tienen una gran utilidad como apoyo para el
desarrollo de la física cuántica, por lo que cabe cierta sinergia entre ambas.
Teniendo en cuenta
todo lo anterior, cabe terminar señalando que la presente reseña tan solo
acierta a dibujar brevemente el libro de Melogno, por lo que resulta crucial
señalar su profundidad conceptual: se trata, en esencia, de una brillante
aproximación hacia los diversos problemas que median en la relación entre
matemática, ciencia y experiencia, hecha desde la polifonía de varios autores
que, lejos de entorpecerse, se solapan inteligentemente y ayudan al lector a
hacerse una imagen de algunos de los grandes interrogantes de la filosofía de
la ciencia.
[1] Para evitar caer en el positivismo decimonónico, se debe señalar que el progreso técnico es estrictamente científico, y no tiene por qué venir acompañado de un desarrollo en el ámbito ético.
[2] Si se dice aquí que la filosofía está detrás de las discrepancias científicas y matemáticas es sobre todo porque, en muchos casos, ciencia y matemáticas problematizan la estructura del universo material y, por tanto, ofrecen una pregunta acerca de la propia physis.
[3] Entiéndase que el conocimiento apodíctico es aquel que o bien se encuentra contenido dentro de sus propias condiciones de posibilidad o, cuando menos, se puede deducir lógicamente de estas.
[4] A partir del trabajo científico desarrollado en esta época, se fue conformando la corriente mecanicista que consideraba que el Universo era una suerte de engranaje que, sujeto por unas leyes físicas, funcionaba en esencia de la misma manera sincronizada que un reloj. Por un lado, la posibilidad de explicar el mundo únicamente a través de sus leyes físicas eliminó a Dios del discurso explicativo del cosmos; por otro, la existencia de semejante mecanismo se encuentra en la base de la teoría del «diseño inteligente», que sostiene que un sistema de tal precisión no ha podido surgir del mero azar y que, por tanto, si el universo es un reloj, es necesario que haya un relojero.