doi: https://doi.org/10.25185/8.7
Artículos
La revista Atlántida de David Peña. Entre el impulso por unir
el «alma de
la América» y la vehemencia por reafirmar lo nacional[1]
The Atlántida magazine by David Peña. Between the impulse to unite the
«soul of America» and the vehemence to reaffirm the nation
A revista Atlántida de David Peña. Entre o impulso de unir a “alma da
América” e a veemência de reafirmar o nacional
María Gabriela Micheletti1
ORCID id: https://orcid.org/0000-0002-1777-1122
1Universidad Católica Argentina, Argentina.
CONICET, IDEHESI / Nodo IH, Argentina
gabimiche@yahoo.com.ar
Resumen: Este
artículo propone el estudio de la revista Atlántida (Buenos Aires,
1911-1914) en tanto objeto cultural, y como un proyecto editorial del
historiador y escritor David Peña. Realiza una presentación general de la
publicación, que puede ser considerada una expresión del contexto cultural
hispanoamericano y argentino de principios del siglo XX. En particular, se
ocupa de calibrar el propósito americanista que proyectó imprimirle su
director, a la vez que establece cómo la preocupación de éste por lo nacional
se tradujo en tres momentos definidos en su trayectoria: el Centenario de Mayo,
la reforma electoral de 1912 y la sociabilidad asociativa. Por último, y
también con referencia a los temas de interés de Peña, la ubica en relación con
el desarrollo de la disciplina histórica en la Argentina. Para realizar este
estudio, se trabajó longitudinalmente con la colección completa de la revista,
como principal fuente de información, a la que se complementó con documentación
consultada en el archivo personal de David Peña y en otras publicaciones de la
época. Desde un eje de análisis que evalúa la impronta que le marcó su
director, el artículo aporta al conocimiento de una revista cultural argentina
hasta el momento poco frecuentada por los especialistas.
Palabras clave: Revistas
culturales, Historiografía argentina, Centenario de Mayo, Reforma electoral,
Sociabilidad cultural
Abstract: This
article proposes the study of Atlántida magazine (Buenos Aires,
1911-1914) as a cultural object, and as an editorial project by the historian
and writer David Peña. It makes a general presentation of the publication,
which can be considered an expression of the Hispanic-American and Argentine
cultural context of the early 20th century. In particular, it is concerned with
gauging the Americanist purpose that its director intended to impress upon it,
while establishing how his concern for the national was translated into three
defined moments in the trajectory of the publication: the Centennial of May,
the electoral reform of 1912 and associative sociability. At last, and also
with reference to Peña’s topics of interest, it places it in relation to the
development of historical discipline in Argentina. To carry out this study, we
worked longitudinally with the magazine’s complete collection, as the main
source of information, which was complemented with documentation consulted in
David Peña’s personal archive and in other publications of that time. From an
axis of analysis that evaluates the imprint that its director marked, the article
contributes to the knowledge of an Argentine cultural magazine so far little
frequented by specialists.
Key words: Cultural
magazines, Argentine Historiography, Centennial of May, Electoral reform,
Cultural Sociability
Resumo: Este
artigo propõe o estudo da revista Atlántida (Buenos Aires, 1911-1914)
como objeto cultural e como projeto editorial do historiador e escritor David
Peña. Ele faz uma apresentação geral da publicação, que pode ser considerada
uma expressão do contexto cultural hispano-americano e argentino do início do
século XX. Em particular, trata da aferição do objetivo americanista que seu
diretor projetava imprimir, enquanto estabelecia como sua preocupação com o
nacional era traduzida em três momentos definidos em sua carreira: o Centenário
de maio, a reforma eleitoral de 1912 e a sociabilidade associativa. Finalmente,
e também com referência aos tópicos de interesse de Peña, ele o coloca em
relação ao desenvolvimento da disciplina histórica na Argentina. Para a
realização deste estudo, trabalhamos longitudinalmente com a coleção completa
da revista, como principal fonte de informação, complementada com a
documentação consultada no arquivo pessoal de David Peña e em outras
publicações da época. A partir de um eixo de análise que avalia a marca que seu
diretor marcou, o artigo contribui para o conhecimento de uma revista cultural
argentina até agora pouco frequentada por especialistas.
Palavras-chave: Revistas
culturais, Historiografia Argentina, Maio Centenário, Reforma eleitoral,
Sociabilidade cultural
Recibido: 31/03/2020 - Aceptado: 01/07/2020
Introducción
Durante la segunda mitad del siglo XIX y las
primeras décadas del XX se vieron nacer en el espacio hispanoamericano una gran
variedad de revistas culturales. Estas publicaciones dieron cuenta de los
procesos de modernización por los que transitaban los países del continente,
trazaron puentes a ambos lados del Atlántico, sirvieron para la vinculación de
letrados e intelectuales, y resultaron de gran utilidad para la construcción y
circulación del conocimiento. De muy diversa importancia, duración e impacto, pero
afines en cuanto a su escaso nivel de especialización y a su carácter
multitemático, sus principales intereses se dirigían con frecuencia al cultivo
de la Historia, la Literatura y el Derecho, pero se ocupaban también de las
Ciencias –de un modo bastante genérico-, y de otros saberes y competencias.[2]
En Argentina, algunas lograron alcanzar
notoriedad, como La Revista del Paraná (1861), La Revista de Buenos
Aires (1863-1871), la Revista Argentina (1868-1872), La Revista
del Río de la Plata (1871-1877), la Nueva Revista de Buenos Aires
(1881-1885), la Revista de Derecho, Historia y Letras (1898-1923) y Nosotros
(1907-1943), para nombrar sólo algunas de las más significativas.[3] Aunque menos conocida y poco
estudiada, hay que ubicar entre ellas a Atlántida, fundada por David
Peña a comienzos de 1911 en el contexto del clima cultural del Centenario de
Mayo de 1810, y cuya vida se prolongó hasta abril de 1914.[4]
David Peña (1862-1930) fue un abogado,
periodista, historiador y dramaturgo que nació en Rosario, pero que vivió la
mayor parte de su vida en la ciudad de Buenos Aires, en donde estudió y en
donde construyó múltiples vinculaciones políticas e intelectuales con
reconocidas personalidades de la época.[5]
Si bien ocupó algunos cargos de carácter político, se destacó principalmente en
el ámbito de la cultura. Desde joven fundó y dirigió periódicos y revistas,
escribió obras de carácter histórico y literario, fue docente universitario,
miembro de la Junta de Historia y Numismática Americana y secretario de la
Comisión Nacional del Centenario.[6] Al calor de las funciones
desempeñadas en este cargo concibió la idea de fundar Atlántida.
Este artículo pretende avanzar en el
conocimiento de esta revista en tanto objeto cultural, lo que posibilita
entenderla como un objeto de estudio autónomo y como un dispositivo cultural
complejo. «La revista» –que ha sido de algún modo redescubierta en los últimos
años por los historiadores como una fuente de gran riqueza para el análisis de
la cultura de una época y de los vínculos y redes entre intelectuales-
constituye en sí misma un objeto de estudio heterogéneo y polivalente, al
tratarse de un texto múltiple con múltiples autores, de un espacio dinámico de
circulación de discursos, entre los cuales se hace necesario identificar los
nexos posibles, a la vez que captar el programa del editor que ayuda a otorgar
organicidad al conjunto.[7] Según la hipótesis que se
sostiene para el caso particular de Atlántida, el estudio de este
programa editorial permite evaluar la fuerte impronta personal que consiguió
conferirle a la publicación su fundador y director.
Surgida como expresión del contexto cultural
hispanoamericano y argentino de principios del siglo XX, este artículo procura
calibrar los alcances del propósito americanista que el director proyectó en un
comienzo imprimirle a la publicación, a la vez que determinar sus principales
intereses y sus posibles momentos o etapas, y realizar una aproximación a sus
aportes a la disciplina histórica. Para llevar adelante este análisis se contó
con un valioso corpus documental consistente en la colección completa de la
revista, a la que se puso en relación con fuentes de diverso origen, entre ellas,
algunas provenientes del archivo personal de Peña, y otras publicaciones de la
época.
Atlántida, como documento y «huella» de su
época
Al iniciar su vida en enero de 1911, Atlántida
se presenta inserta en una línea genealógica de prestigiosas revistas culturales
que se remonta a principios del siglo XIX. Evoca a La Abeja argentina
(1822), órgano de la Sociedad Literaria de la época de Rivadavia; La Moda
(1837), de Alberdi; El Plata Científico y Literario (1854), de Miguel
Navarro Viola; La Revista del Paraná (1861) de Vicente G. Quesada; La
Revista de Buenos Aires (1863), de Navarro Viola y Quesada; La Revista
del Archivo General (1869); La Revista del Río de la Plata (1871), de Andrés Lamas, Vicente
Fidel López y Juan María Gutiérrez; la Revista Argentina, de José Manuel
Estrada; la Nueva Revista de Buenos Aires (1881) del mencionado Quesada;
la Revista Nacional (1886), de los Carranza, y otras más. Con esta
estrategia, su fundador David Peña procuraba legitimar a Atlántida desde
su nacimiento, al ubicarla al final de una herencia cultural que recuperaba,
junto con esas publicaciones, a algunas de las principales voces de la
intelectualidad argentina, haciendo caso omiso de las diferentes épocas,
movimientos y tradiciones ideológicas que se habían encontrado en el origen de
cada una de aquéllas. Pero a la vez, Peña intentaba diferenciar a Atlántida
en su alcance, ya que se ocupaba de aclarar que mientras esas publicaciones
«han considerado en primer término el interés de Buenos Aires», el objetivo de
la nueva revista es «abarcar en todas sus manifestaciones el del país entero».[8] En correlación con las
conocidas ideas federales de su director[9],
Atlántida se propone entonces como una publicación federal[10] y moderna, que responde
mejor a la realidad de su tiempo.
Esa realidad epocal es la que plantea retratar
Atlántida como propósito principal que vertebra a la publicación y que
asoma en sus artículos, en sus comentarios y en sus distintas secciones. Según
sostiene Peña, la revista dejará en las bibliotecas «la huella del pasaje de
una generación por el mundo».[11] Esta conciencia de la
historicidad de Atlántida y de su valor como fuente histórica es
destacable, ya que revela la vocación historiográfica de su director, así como
su agudeza para percibir la riqueza que encierra una revista como «documento de
cultura» de su época.[12]
Constituir a una revista en un objeto de
estudio, supone considerar tanto su materialidad (aspectos materiales,
técnicos, tipográficos), como los aspectos retóricos y estrategias de escritura
(intenciones y retórica del autor o responsable de la publicación, construcción
del texto, contenido).[13]
Algo se ha dicho ya, con respecto a las
intenciones y objetivos de Peña. Al momento de fundar Atlántida, su
director no era un improvisado en la gestión editorial, puesto que para
entonces ya había dado inicio a varios emprendimientos del rubro. En
particular, había fundado una revista cultural de similares características en
Rosario, en 1891. Pero entonces, Revista Argentina había colapsado luego
de varias entregas, víctima -según la queja de su director- de un momento de
“política febril” -post crisis del año noventa- y de “amargas displicencias
literarias en los ánimos”.[14] La mayor permanencia en el
tiempo de Atlántida y su mayor impacto en el campo de la cultura,
señales de su relativo éxito, pueden ser adjudicados a diversas variables, que
tienen que ver con el clima de efervescencia cultural del Centenario
coincidente con su fundación, pero también con el lugar de edición, que se
desplazó desde una ciudad del interior a la capital del país, y con la madurez
y prestigio intelectuales y con las vinculaciones cosechadas por Peña en los
veinte años transcurridos entre 1891 y 1911.
¿Consiguió Peña dejar una huella en las
bibliotecas del mundo, tal como se había propuesto? Una exploración sin
pretensiones de exhaustividad por diversos repositorios del país y del
extranjero revela la existencia de ejemplares de Atlántida en
bibliotecas de las universidades más antiguas del país, es decir, de la
Universidad de Córdoba y de la Universidad de Buenos Aires -en particular, en
la Biblioteca del Instituto de Literatura Argentina Ricardo Rojas y en la
Biblioteca del Instituto Ravignani-, en la Biblioteca Nacional de la República
Argentina y en la Biblioteca Nacional de Maestros, en la Biblioteca de la
Academia Nacional de la Historia (antes Junta de Historia y Numismática
Americana, de la que Peña fue miembro de número), en la Biblioteca de la
Universidad Austral, en algunas bibliotecas municipales de Buenos Aires, como la
Biblioteca Manuel Gálvez y el Tesoro Leopoldo Lugones, y en la Biblioteca del
Docente, que fuera fundada como Biblioteca Popular de Distrito en 1906 por el
santafesino Manuel María de Iriondo. En lo que respecta a la ciudad natal de
Peña, se encuentra la colección casi completa en la Biblioteca Argentina Juan
Álvarez, y en la Biblioteca de la Facultad de Cs. Económicas de la Universidad
Nacional de Rosario, cuyo fondo antiguo alberga parte de la colección que
perteneciera a Estanislao Zeballos. Por fuera del país, el Instituto
Iberoamericano de Berlín, que aloja el importante Legado de Vicente y Ernesto
Quesada, conserva la colección completa de Atlántida, y ejemplares
sueltos de la revista se localizan en la Biblioteca Nacional de España. También
se encuentra algún ejemplar en la Biblioteca de Marcelino Menéndez Pelayo,
escritor que mantuvo vínculos con David Peña, al igual que los argentinos
anteriormente mencionados.[15] Sin contar con datos sobre
el alcance de la tirada, y a más de cien años de la aparición de la revista, la
constatación de su existencia en algunas de las más prestigiosas y antiguas
bibliotecas de la Argentina no resulta suficiente indicio para suponer una
amplia difusión de la que sí gozaron publicaciones más populares y de larga
trayectoria, como Caras y Caretas o Nosotros, e incluso alguna de
perfil más científico y similar a Atlántida, como la Revista de
Derecho, Historia y Letras, de las que también se conservan bastantes aún
-y a veces salen a la venta- colecciones particulares. Aunque difícil de medir
en términos reales la recepción, en cuanto a cantidad de lectores, es probable
que la revista de Peña haya contado con un público más acotado, circunscripto
especialmente a espacios de intercambio intelectual, entre los que tuvo buena
aceptación.[16]
Atlántida se publicó
entre enero de 1911 y abril de 1914, a través de números mensuales, estando la
edición y financiamiento a cargo de la empresa editorial Coni Hnos. de Buenos
Aires. ¿Por qué eligió Peña aquel nombre? En la revista no nos deja pistas
sobre una elección que tampoco resulta demasiado original, si se tiene en
cuenta la existencia para la época de otras publicaciones periódicas
denominadas de manera similar.[17] El nombre mítico se
completa, dado su carácter de revista cultural no especializada, con un
subtítulo explicativo de sus materias de interés: Ciencias, Letras, Arte,
Historia americana, Administración. La dirección, a cargo de David Peña,
sólo pasó a manos de Luis Álvarez Prado –abogado y colaborador de Atlántida-
de manera circunstancial entre agosto y diciembre de 1912, a raíz de la
designación de Peña como secretario de la Embajada especial ante España para el
centenario de las Cortes de Cádiz.[18]
Cada número mensual consta de ciento sesenta
páginas, y se unen en un tomo por trimestre, dando lugar a cuatro tomos
anuales. Entre 1911 y 1913 aparecieron doce tomos, a los que se sumó uno que
abarca los tres primeros meses de 1914, y el último, que quedó incompleto. Un
total de 40 números se encuentran compendiados en esos catorce volúmenes.
Ilustraciones y fotografías, impresas en papel ilustración, aparecen cada tanto
intercaladas entre sus páginas, contribuyendo a conferir mayor estética y calidad
a los aspectos materiales de la publicación. De dimensiones fáciles de
manipular y formato cómodo para la lectura, Peña explica que la revista
participa «de los caracteres del libro y de los heterogéneos del periódico:
grave y amable, filosófica y ligera: historia y crónica», y llega a asemejarla
a una «enciclopedia», por las diversas materias que contiene.[19]
Además de ofrecer artículos sobre temas
diversos, cada número provee una sección bibliográfica y se cierra con otra que
aporta la fotografía y datos biográficos de los colaboradores de esa entrega, y
que hoy resulta de utilidad para conocer en qué etapa de su trayectoria
intelectual se encontraban los letrados que circularon por sus páginas, a la
vez que la valoración que hacía Peña de su producción. Fueron muchos los
colaboradores del campo de las Letras y de la Historia, que por medio de sus
escritos contribuyeron a la conformación de una identidad argentina y americana
que se plasmó en Atlántida. De varios de ellos, ya fallecidos para la
época en que se editó la revista, la contribución se limitó a la selección que
realizó el mismo Peña de algunos de sus escritos, lo que también nos permite
leer, oblicuamente, los intereses del propio director.
Aunque desde un comienzo la revista tenía
asegurado su sostén económico, David Peña confiaba en que a corto plazo podría
lograr su autofinanciamiento. Un objetivo que se manifestó difícil de cumplir,
según se explicó en el primer aniversario de la revista: «[…] son dos los
mayores obstáculos al inmediato triunfo de esta clase de publicaciones entre
nosotros: uno, la dirección o sentido del espíritu público hacia el
aprovechamiento de la vida en pos de las riquezas, intenso afán que lo separa
de toda consagración literaria por improductiva y dispendiosa de tiempo; y otro
la competencia económica e intelectual del lado de Europa, que toda revista
similar implica.»[20] En síntesis, dificultades
de mercado debido al materialismo y afán de lucro de la sociedad, y la
competencia que significaba la producción de allende el océano. Resulta
interesante esta referencia a las revistas que llegaban desde el otro lado del
Atlántico y que parecían concitar la preferencia de los intelectuales
argentinos: «Las revistas, como los libros que nos vienen del extranjero, son
más baratos, más artísticos y más nutridos que los que nacen de nuestras
incipientes artes y bellas letras», lo que sumado a «la composición cosmopolita
de nuestra población y el cierto diletantismo que tira al nativo hacia el
snobismo literario» dejaba en desventaja a las publicaciones autóctonas.[21] Una de las revistas más
prestigiosas que llegaban de Paris era la Revue de Deux Mondes (1829),
mencionada por el mismo Peña en una de sus cartas.[22]
Es dable pensar a Atlántida como un
proyecto personal de David Peña –antes que de un grupo-, al que éste procuró
incorporar –con disímil éxito- a sus amigos, conocidos y allegados. La
aparición en ella de buena cantidad de textos ya previamente publicados o
escritos con otra finalidad (capítulos de libros en preparación, conferencias)
hace dudar de la existencia de un gran número de colaboradores que hayan
preparado sus materiales ex profeso para Atlántida. Pero sí puede
presumirse cierto acompañamiento de intelectuales amigos, como Ernesto Quesada,
José Ingenieros o Manuel Gálvez, cuyos escritos figuran entre las páginas de Atlántida
y cuya amistad con el director ha quedado testimoniada en su correspondencia.[23] En cuanto a equipo
editorial, poco deja conocer la revista como para poder afirmar que haya
existido uno permanente, pero se puede descubrir a un puñado de jóvenes
colaboradores más asiduos, sobre todo a partir de los últimos meses de 1912 y
en forma coincidente con el viaje de Peña a la península. En la sección
Bibliografía esos jóvenes acostumbran a firmar con sus iniciales el comentario
de las obras que reseñan, y entre ellos se adivina la presencia, entre otros,
del mencionado Álvarez Prado, de Enrique Ruiz Guiñazú, de José María Sáenz
Valiente, y de quien es presentado, recién en uno de los últimos números, como
secretario de redacción de la revista, Elías Martínez Buteler.[24]
El
americanismo: un objetivo opacado por la nación
La lectura del Prospecto inicial de Atlántida
da a entender que alienta entre sus fines un impulso americanista. Ese impulso
ya había animado a Revista Argentina, fundada por Peña en 1891: «También
entran en esos propósitos aumentar los esfuerzos para que nuestro país
establezca comercio de pensamientos con las demás naciones de la América. De
América somos una parte, y sin embargo, vivimos afuera del continente. Nos
tiran a aquellas la religión, el idioma y los recuerdos del pasado, sacrificios
y glorias que nos hermanan ante la humanidad.»[25]
Pero Peña apenas había logrado sostener por seis meses y con grandes
dificultades a aquella publicación, que se extinguió sin llegar a cumplir su
propósito americano.[26]
El ideal americanista, entonces, no era una
inquietud nueva para Peña, quien también se había ocupado de él como miembro de
número de la Junta de Historia y Numismática Americana, mocionando en 1906 que
se intensificaran los contactos entre ese núcleo de sociabilidad dedicado al
cultivo de la historia y otras instituciones similares del resto del
continente.[27]
Al dar inicio a Atlántida, David Peña
reflotó aquella inquietud:
Del punto de vista americano, reflejará del
mismo modo el movimiento espiritual por medio de las producciones de los más
acreditados ingenios científicos, políticos y literarios del nuevo mundo.
La América no se conoce a sí misma.
Vínculo, entonces, de pueblos fraternos, del
mismo origen, Atlántida unirá todavía el alma de la América en la
infinita expresión de su aliento intelectual.[28]
A pesar del paso del tiempo, la preocupación
de Peña parece ser la misma: según su percepción, los argentinos, y en
particular los porteños, viven a espaldas del continente, mirando hacia Europa,
antes que a las provincias del interior y a los pueblos americanos hermanos, a
los que una misma esencia cultural –religión, idioma y un pasado en común-, sin
embargo, los aproxima. Esa actitud argentina parecería estar en relación con el
«cosmopolitismo», el «diletantismo», y el «snobismo literario» criticados por
Peña. Una revista, como producto cultural integrado por diversas voces y
experiencias, se presentaba como una herramienta adecuada para revertir esa tendencia,
promover los vínculos y fortalecer los lazos ya existentes. Recuperando al
hacerlo, según demandaba el nacionalismo cultural argentino emergente para la
época del Centenario, aquella esencia e identidad en común que el
cosmopolitismo y el aluvión inmigratorio amenazaban con hacer desaparecer.[29] Las revistas americanistas,
por cierto, ocupaban por entonces un segmento importante del arco literario
hispanoamericano, motorizadas por posiciones de autoafirmación política y
cultural, que apuntaban a la conformación de un ideario continental, y servían
de plataforma para el debate y la discusión de corrientes liberales,
modernistas, nacionalistas y/o antiimperialistas, y para la emergencia de las
vanguardias estéticas y literarias.[30]
Como director, sin embargo, Peña no parece dar
con la fórmula adecuada para imprimir ese cariz americanista que pretende a la
revista, tensionado en su interés por la temática de lo nacional argentino que
lo insume casi por completo. Repasando la nómina general de colaboradores de Atlántida,
se advierte que los autores de otros países americanos participan en una
proporción muy reducida. Un cuadro ayuda a visualizar esta afirmación:
|
argentinos |
latinoamericanos |
españoles |
otras nacionalidades |
Cantidad de autores |
169 |
15 |
17 |
17 |
Fuente: Confección propia a partir de la
colección completa de Atlántida, números 1 a 40.
Es cierto que se introducen en la revista
algunas voces conocidas del continente, pero el repaso longitudinal de la
revista conduce a concluir que Peña no pudo o no supo imprimirle a la revista
ese tono americano que había prometido en el Prospecto. Es la importante
producción literaria colombiana la que aporta a Atlántida algunas de las
principales contribuciones del continente. Encontramos en las páginas de la
revista tres poemas del escritor romántico Julio Flores (Tomos IV y X), a quien
Peña considera, junto «con José Antonio Silva, el poeta por excelencia de
Colombia, y por lo tanto, de América».[31]
Uno de esos poemas está dedicado a «Jorge Isaacs», ya fallecido. También
figuran dos poemas de Manuel Uribe Velásquez (Tomos XII y XIII). Otro notable
escritor y político liberal colombiano, Antonio José Restrepo, se encuentra
presente con un texto «Sobre poesía popular en Colombia» (Tomo VIII), y además
cuenta con un extenso artículo de Atlántida dedicado a su memoria,
escrito por su connacional Juan de Dios Uribe. Al dar a conocer este texto,
Peña aprovecha para recordar su promesa al fundar Atlántida de dar a
conocer el pensamiento de América, y explica que a la vez procura saldar una
deuda personal con el biografiado (Restrepo), cuya obra no supo leer y valorar
a tiempo.[32]
La sintonía de Peña con los liberales
ecuatorianos queda reflejada en el artículo titulado «Montalvo y García
Moreno». La crítica bibliográfica del libro de Roberto Andrade dedicado a estos
dos ecuatorianos destacados, sirve al director de Atlántida para
explayarse sobre la vida y obra del escritor Juan Montalvo, «el honor de
América», que sufrió el destierro bajo la presidencia de Gabriel García Moreno.[33] De paso, aparecen
mencionados otros connacionales, como Tomás Moncayo Avellán. Recupera además en
el mismo número, al artículo «El otro monasticón», del anticlerical Montalvo
(Tomo XI). De todos modos, el interés de David Peña por estos escritores
ecuatorianos viene de lejos, y tiene más que ver con simpatías ideológicas que
con el armado de una red intelectual a través de Atlántida. Ya en su
revista de 1891, Peña había recogido un artículo de Andrade sobre Montalvo y
García Moreno y dos contribuciones de Moncayo Avellán. Este último estuvo
exiliado en Argentina y en 1886 coincidió con David Peña en Santa Fe en la
organización de los festejos por el centenario del caudillo Estanislao López,
una ocasión que seguramente sirvió a ambos para estrechar vínculos.[34]
De México, en cambio, no se hallan
colaboradores, y tan sólo se encuentra en Atlántida como documento un
escrito reservado de 1907 del diplomático argentino Epifanio Portela, en el que
se pronosticaban los desórdenes que seguirían a la caída del Porfiriato. Desde
Guatemala, la pluma de Máximo Soto Hall contribuye con un poema, y desde Cuba
participa el político y periodista Manuel Sanguily, con una biografía del
educador José de la Luz Caballero (Tomos VII y X).
De los países limítrofes de Argentina, llegan
las contribuciones de los chilenos Víctor Domingo Silva, Juan Mackenna y
Marcial Martínez, y del poeta brasileño Homero Prates. También se encuentran
los aportes de los uruguayos Joaquín de Salterain, Domingo Aramburu y del
escritor e historiador Raúl Montero Bustamente. Ángel Menchaca, paraguayo que
residió en Uruguay y Argentina, colabora con un poema.
En cuanto al español radicado en Uruguay y con
vinculaciones con la Argentina Manuel Bernárdez, se lo encuentra contribuyendo
en 1912 con una biografía de «El barón de Río Branco», fallecido poco antes en
Río de Janeiro (Tomo V). Este texto, escrito en realidad en 1908 y reproducido
en Atlántida en calidad de homenaje al difunto, constituye una excepción
en la revista en cuanto a que se ocupa de retratar a una personalidad de la
política sudamericana, por fuera de los límites de la República Argentina. Es
interesante la nota al pie de la Dirección, en la que Peña destaca «la
evolución que ya ha alcanzado en el alma de América la noción de patriotismo»,
y adhiere a la política de cordialidad americana que el escrito de Bernárdez
propiciaba. En los mismos momentos en que las relaciones entre Brasil y
Argentina se tensaban por la política armamentista brasileña, y Estanislao
Zeballos clamaba en contra de una «diplomacia desarmada»[35],
Bernárdez sostenía el ideal americanista:
La política del Brasil […] era afirmada por el
Canciller [el barón de Río Branco] sobre el concepto de que el mal de uno se ve
de afuera como mal de todos, –que el desconcepto de uno hiere o salpica a los
demás- y que lo que hay que hacer es propender a aclimatar las semillas
preciosas del orden y la paz en todas las tierras de América –es cultivar la
civilización general, la justicia, la lealtad y un insospechable concepto de
intereses solidarios, para que todo eso haga escuela y forme un cuerpo virtual
de doctrina sudamericana. […] Y el día que no haya sino un pensamiento y una
acción en toda cuestión internacional que afecte al continente, no habrá osadía
ni arbitrariedad bastante fuerte para imponernos una vejación.[36]
La política de Río Branco, que fue a la vez de
cordialidad con Estados Unidos y de fortalecimiento geopolítico de América del
Sur para evitar intromisiones extracontinentales, es leída en clave
americanista por Bernárdez, quien aporta a Atlántida un discurso que se
afianzaba en el continente a principios del siglo XX.
Ideas similares vuelven a aparecer esporádica
y oblicuamente en Atlántida, en la forma de la transcripción de un
comentario publicado en la revista Hispania de Londres.[37] David Peña le presta
atención en cuanto constituye una advertencia sobre las pretensiones
imperialistas europeas y un reconocimiento hacia la doctrina Monroe, bajo la
interpretación del presidente argentino Roque Sáenz Peña: «América para la
humanidad».[38] La referencia resulta
significativa, por un lado, ya que permite conocer sobre las lecturas de Peña y
los circuitos de intercambio de ideas entre Atlántida y otros
emprendimientos editoriales contemporáneos. Por otro lado, para precisar la
posición de Peña en el tema, es conveniente traer a consideración el borrador
de una carta que dirigiera algunos años antes al crítico erudito, historiador y
director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Paul Groussac (1848-1929).
En ella, Peña se mostraba admirador del país del norte y sostenedor de la
doctrina Monroe. Aunque el borrador no lleva fecha, se lo puede datar para la
época en la que se celebró la Segunda Conferencia Panamericana en México en
1901. Groussac se había hecho portavoz del primer antiimperialismo forjado por
intelectuales hispanoamericanos –José Martí, Rubén Darío, José Enrique Rodó-
sobre el final del siglo[39], y se había inclinado a
favor de España en la guerra hispano-estadounidense. Para Groussac, los
acontecimientos de 1898 eran un reflejo de una «crisis suprema de la
civilización», en la que quedaban enfrentados «latinidad» y «yanquismo».[40] Por contraposición, Peña
aparece en su carta proclive a una posición panamericana, y le reprocha su
americanismo de corte antinorteamericano. Al justificar la política
norteamericana en Cuba, Peña realiza una lectura unitaria del movimiento
independentista hispanoamericano a través de la condena de la conquista
española:
Usted no oyó estos lamentos, no vio este
pavoroso montón de seres con el pellejo sobre el hueso echados sobre las ruinas
de sus antiguas opulencias; no reconoció en Martí, Maceo y Gómez los héroes
emparentados con los Moreno, Belgrano y San Martín de nuestro suelo y, para
repetir el apóstrofe de Pi y Margall, no descubrió en esta ocasión el
cumplimiento de una ley histórica: la venganza de la América, de aquella
América origen de los Atahualpa, contra aquella España traicionera, cruel, avilantada
de los Pizarro, los Hernán Cortés y los Pedro de Mendoza, a través de cuatro
siglos![41]
Frente a la crueldad del imperialismo
hispánico, Estados Unidos –«ese noble Tío Tom»- se perfila como el redentor
justiciero ante la mirada de Peña de inicios del siglo XX:
Qué nación se condolió de tanto daño? Un
senador americano fue enviado al lugar mismo de donde partían los ayes. [...]
Y fue Estados Unidos el que detuvo a Cánovas y
a Blanco; el que arrojó aquellos frailes satánicos que la Inquisición dejó en olvido
en Filipinas; el que devolvió un pedazo más de tierra a la civilización, a la
libertad, a la vida. Usted siguió, no obstante, hostil a Norteamérica.[42]
Años después, para el momento del Centenario,
Peña parece sin embargo dispuesto a revisar su posición crítica a España, en
sintonía con la revalorización de la hispanidad que se produce en Argentina en
torno al cambio de siglo y que se acrecienta con motivo de la conmemoración
patria.[43] Retornando al análisis de Atlántida,
será a fines de 1912 cuando las circunstancias conduzcan a Peña a intensificar
la presencia de España en las páginas de la revista. Su viaje en función
oficial con motivo del aniversario de las Cortes de Cádiz actúa en este sentido
como catalizador de los objetivos trazados en el prospecto inicial de la
revista, pero a la vez como momento culminante de reconciliación con la madre
patria, contagiado por el espíritu de confraternidad hispanoamericana. Al
retomar la dirección de la revista, el número de febrero de 1913 muestra una
presencia de motivos y autores españoles bastante más significativa que la
habida hasta ese momento.[44] Peña dedica un artículo de
su autoría a la semblanza del literato y político español Segismundo Moret, a
quien ha conocido en su viaje y que acaba de fallecer, realiza una presentación
detallada, acompañada de fotografías, de la historia y de los fondos existentes
en el Archivo de Indias de Sevilla, y publica como fuente documental recabada
en Madrid la orden de extrañamiento de los jesuitas. También incorpora las voces
de algunos colaboradores españoles, como el dramaturgo Francisco Villaespesa, y
el historiador y político Pío Zabala y Lera.
El impulso, sin embargo, se desvanece pronto,
y aunque es cierto que durante el tercer año de la revista los colaboradores
españoles se hacen más frecuentes que al comienzo, el medio argentino absorbe
nuevamente las preocupaciones de su director. Por otro lado, la admiración por
Estados Unidos continúa, en un Peña que le dedica buena porción de páginas a
relatar en detalle la visita del ex presidente Theodore Roosevelt al país (Tomo
XII), realizada en el marco de un panamericanismo que puso en marcha
estrategias culturales para promover los lazos políticos e intelectuales del
país del norte con América del Sur.[45]
Por último, hay que reconocer también
que la temática indígena, un tópico frecuente de cierto americanismo[46], pasa prácticamente
desapercibida en las páginas de Atlántida. Apenas asoma en una crítica
teatral de Dardo Corvalán Mendilaharsu a la obra «Arauco libre» (1818) de José
Manuel Sánchez -que más allá del título que remite a la herencia india, se
inscribe dentro de la llamada dramaturgia «patriótica» (Tomo XI)-. Y tan sólo
vuelve a aparecer, con más firmeza, en «Canciones incásicas» y en «Yaravíes»,
composiciones del músico Alberto Williams (Tomo XII y XIII). Pero lejos se
encuentra la Atlántida de Peña de abrazar la defensa del indio de un
Martí, que la carta de 1901 a Groussac había parecido esbozar.
En definitiva, se puede concluir que el
objetivo americanista planteado en el Prospecto inicial no llegó a concretarse
en Atlántida, que acogió en muy reducida medida a autores de las
naciones hermanas y que, excepto en escasísimas ocasiones, tampoco se hizo eco
ni demostró sensibilidad especial hacia ideas rectoras del americanismo de esos
años, como el antiimperialismo norteamericano, al entrar éste en colisión con
las ideas del director. A pesar de esto, se puede sostener que la revista
comparte con el conjunto de publicaciones que circulaban por entonces en
Hispanoamérica un horizonte cultural que contribuyó a la conformación de un
ideario continental, siendo de destacar en ella valores como la modernización,
el afán civilizador y el ideario liberal democrático, que se van a aplicar
preferentemente a la consideración de cuestiones propias del medio
sociocultural y político argentino. Atlántida va a ver su vida
atravesada así por motivaciones de índole nacional, que marcan tres momentos
claves en su trayectoria.
El
Centenario y el momento conmemorativo e historiográfico
La fundación de Atlántida, en enero de
1911, debe ponerse en relación con el cargo que había desempeñado poco antes
Peña como secretario de la Comisión Nacional del Centenario. Como tal, había
capitalizado insumos y experiencias, que lo ayudarían a concretar la idea de
fundar una revista que se constituyera en órgano difusor de las múltiples
iniciativas culturales surgidas al calor de la conmemoración patria, y en
reflejo de las corrientes intelectuales de la época.[47]
En el Prospecto inicial, Peña enlaza el origen
de la revista con «esta hora, tan llena de íntimas satisfacciones ante la
contemplación del camino recorrido por nuestra joven república en su primer
centenario».[48] Con tono autocelebratorio,
se visualiza un porvenir promisorio para el país y su rol en el continente:
«ante la arrogante iniciación de su segunda centuria a la cabeza de
Sud-América, como si tácitamente le acordaran las demás [naciones] el cetro del
“destino manifiesto”, no se extrañe que alienten las páginas de Atlántida,
ritmos de armonía y de optimismo, de paz y de fe, porque siempre conviene
recordar que el espíritu humano no ha salido de su aurora.»[49]
Atlántida viene no sólo a exteriorizar «esa latente vida del espíritu»,
sino también, a hacerla «fructífera».[50]
Al pasar al análisis de la revista, se
advierte que el contexto conmemorativo señalado en el Prospecto marca también
una impronta fuerte en su composición.
Por un lado, como un modo de asegurarse cierta
cantidad de contenido para los sucesivos números, Peña aprovecha la información
y los materiales recolectados en su cargo en la Comisión. Bajo el título
«Crónica del Centenario», se abre con el primer número una sección que se
mantiene casi sin interrupciones por más de un año. Allí se ofrecen, con
profusión de imágenes, las descripciones de la medalla oficial conmemorativa y
de los diversos monumentos proyectados o ya construidos, con lo que Atlántida
viene a resultar útil para conocer cómo se elaboró el panteón de los héroes
del Centenario, visibilizando una simbología repleta de alusiones a la patria
próspera: llanuras fecundas, figuras de la Abundancia y de la Paz, rebaños y
trigales, arados, adornan a la República en su primera centuria.
Aunque la publicación de materiales sobre el
Centenario fue común a otras publicaciones, incluso bajo títulos similares[51], la particularidad de Atlántida
radica en que contó con fuentes de primera mano obtenidas por Peña en su cargo
que le permitieron realizar una presentación muy completa y sistemática, por
ejemplo, de los monumentos, acompañados de detalles de su contratación,
explicación de su diseño y croquis. También se describen en Atlántida,
por medio de la pluma de Francisco Armellini y a través de varios números, las
diversas salas que integraron la Primera Exposición Internacional de Arte
realizada en la Argentina. De esta manera, el aspecto iconográfico, que ocupó
un lugar central en la agenda del Centenario, es recuperado y resguardado por
la revista, en momentos en que se estaba produciendo en el país la primera
reflexión sobre el arte nacional.[52]
Como cierre de una etapa, el número 14 de Atlántida
reproduce la carta de renuncia presentada en enero de 1912 por la mayor parte
de los miembros de la Comisión Nacional del Centenario al considerar concluidas
sus tareas, así como el decreto de aceptación por parte del gobierno nacional.
David Peña aprovecha para lamentar el desconocimiento existente sobre la labor
de la comisión, y para reclamar la publicación de sus extensas actas.[53]
La finalización de la evocación en la revista
del Centenario de Mayo, sin embargo, sólo marca una primera etapa de un ciclo
conmemorativo mayor, que se proyecta hacia 1916. Por ello, enseguida se ve
continuada con la publicación del discurso de José Yani, capellán del Ejército,
para el centenario de la bandera. A ello seguirá, a partir de febrero de 1913 y
durante el resto de ese año, la publicación de las sesiones de la Asamblea del
año XIII. A manera de presentación, un comentario de Nicolás Avellaneda
introduce la serie. Meses más tarde, otro escrito de Avellaneda anticipa ya en
julio de 1913 el recuerdo del Congreso de 1816. La dirección de Atlántida
brinda su visión unitaria del ciclo conmemorativo que se ha abierto en 1910 y
su importancia en el largo plazo de la historia argentina: «Con el Cabildo
abierto de 1810, esta Asamblea y el memorable Congreso de Tucumán de 1816, el
historiador filósofo puede dar principio a los fastos parlamentarios de nuestra
nación y al conocimiento de los orígenes de la Constitución nacional.»[54] Hace David Peña, además, un
llamado de atención para que el centenario de 1916 tenga una celebración acorde
a su significación histórica: «Es innegable que la importancia histórica del 9
de julio de 1816 es tanto o más que la del 25 de mayo de 1810. […] [el congreso
de Tucumán] se encarga de arrancar de su sede lo que entonces pudo considerarse
el concepto de patria, para expandirlo y marcarlo con el primer sello
genuinamente nacional […].»[55]
El fervor conmemorativo palpita en Atlántida,
además, en la galería de personajes que presenta por medio de la transcripción
de documentos, o bien de semblanzas y biografías que en la mayoría de los casos
persiguen el propósito de restituir su memoria frente a los embates que
sufrieron. Moreno, Saavedra, el deán Funes, Gorriti, Brown, Rivadavia, Alberdi,
Sarmiento, Urquiza, emergen en aspectos poco conocidos o estereotipados de su
trayectoria, con la idea de mostrar las luces junto con las sombras. Cabe tener
presente que este afán reivindicatorio, en realidad, excede a los fines
desarrollados por Peña en la revista, para extenderse al conjunto de su obra
escrita, tanto anterior como posterior a los años de publicación de ésta. En su
afamado Juan Facundo Quiroga (1906), por empezar, pero también en sus
dramas históricos, como Dorrego y Facundo, reproducidos in
extenso en Atlántida.
Esta evocación de personajes y acontecimientos
históricos del período independentista y de las décadas centrales del siglo XIX
es sobre todo fuerte en los números de la revista correspondientes a 1911, como
saga de la euforia memorialista del Centenario de Mayo, y de a poco se irá
atenuando para entrar en un impasse durante los meses de 1912 en los que
Álvarez Prado se hace cargo de la dirección, en los que predominarán en los
artículos otros temas –entre ellos los de carácter jurídico- por sobre los
históricos. El año 1913 traerá la conmemoración del centenario de la Asamblea,
junto con el regreso de Peña a la dirección, un retorno moderado de las
cuestiones históricas y una mayor diversidad temática.
El interés por la conmemoración debe
considerarse en relación con la preocupación historiográfica de David Peña por
dilucidar y encontrar claves que permitan interpretar el pasado patrio, la
historia de sus encuentros y desencuentros, y la posibilidad de construir un
relato unificado e integrado del mismo. Hay que tener en cuenta que el ciclo
conmemorativo 1910-1916 coincide con un momento de profundos debates en la
sociedad argentina, que se encuentra atravesada por una acuciante
conflictividad social frente a la emergencia de las organizaciones obreras y
sus demandas, interpelada por un cosmopolitismo amenazante para el sentimiento
de nacionalidad, y cuestionada por las tensiones que provoca un sistema
político deslegitimado por el fraude y la corrupción y la aparente crisis del
sistema federal de gobierno.[56]
Esa misma preocupación había guiado a David
Peña algunos años antes en su defensa de Juan Facundo Quiroga, al colocar al
caudillo en la senda del sistema constitucional argentino, buscando derribar la
negativa tesis articulada por Domingo F. Sarmiento en su célebre Facundo.[57] La actitud historiográfica
de Peña, al revisar el pasado en busca de la «verdad», derribando mitos y
falsas antinomias, revela su concepción de la Historia, que para él debía
basarse en la compulsa documental, la toma de distancia y la superación del
relato testimonial y subjetivo.[58] Esta concepción de la
Historia aflora en Atlántida, revista en la que Peña lleva adelante un
notable esfuerzo de reproducción de fuentes, recogiendo distintas voces del
pasado que podrán ser utilizadas por el «historiador futuro» para la
composición de una historia auténtica:
La historia, bien lo sabemos, no está escrita
ni puede escribirse […]. Pueblo de cien años, ¿dónde está nuestra historia?
Dónde ha de estar, sino donde el convencionalismo, el documento, la impostura
afectuosa o admirativa, el odio, la ingenuidad, la modalidad literaria, la
transacción, la influencia del aula, el vínculo con el padre o con el hijo […]
La historia la escriben los siglos. […] Necesitamos que las figuras humanas de
la historia, a todo se sometan y sobrevivan a todo, para estar aptas a
sobrevivir al olvido. Historia y duración han venido a ser sinónimos en el
fondo de nuestras ideas.
[…] Continuemos, entretanto, allegando
materiales sin creer por eso que los ladrillos harán el edificio.[59]
Por ello, al introducir de manera central a la
materia histórica en las páginas de Atlántida, Peña procura incluir a
los principales representantes de la escritura del pasado en el país –de otrora
y actuales- sumando perspectivas y puntos de vista. Atlántida construye
así una imagen de revista tolerante, plural y moderna, que promueve la
reflexión, la confrontación y el debate.[60]
Como en un ramillete se elevan las opiniones y los juicios dispares de Vicente
F. López, Bartolomé Mitre, Carlos Tejedor, Nicolás Avellaneda, Domingo F.
Sarmiento, Vicente G. Quesada, Juan M. Gutiérrez, Juan B. Alberdi, Teófilo
Fernández, Ángel J. Carranza, Benjamín Posse, Dalmacio Vélez Sarsfield, Marco
Avellaneda (h.), Carlos Pellegrini, Lucio V. López, Benjamín Victorica. Temas
nodulares de la historia argentina vertebran sus discursos: las guerras civiles
y el federalismo, la época de Rosas, el Acuerdo de San Nicolás, la «cuestión
capital», las tensiones entre la nación y las provincias, la Guerra del
Paraguay. Se trata de discursos testimoniales y comprometidos, como los de
López (sobre la conferencia privada de Palermo en mayo de 1852) y Tejedor
(sobre los episodios de 1880). Más allá de la conocida devoción de David Peña
por Alberdi[61], se observa la admiración
por la Generación del ’37 en su conjunto, de la que David Peña se siente
heredero y con la cual intenta establecer una filiación y una vinculación
simbólica a través de la revista. De todos modos, la historia de partido que
sus integrantes construyeron intenta ser superada por el director de Atlántida,
que incorpora a nuevas generaciones de historiadores, colaboradores
contemporáneos de la revista: Pastor S. Obligado, Bernardo Frías, Adolfo
Saldías, Ernesto Quesada, Ricardo Levene, Adolfo P. Carranza, Benigno T.
Martínez. Responsables al igual que Peña, en algunos casos, como en el de
Saldías o Teijeiro Martínez, de elaborar relatos alternativos sobre diversos
episodios de la historia argentina. Con Levene se produce la innovación de la
introducción del estudio del período colonial en la revista, ausente en los
textos de historiadores decimonónicos que ésta reproduce (Tomo IV).[62] Desde el punto de vista
historiográfico, entonces, Atlántida emerge en la segunda década del
siglo XX precisamente en un momento que es en la Argentina de transición entre
prácticas más tradicionales y apegadas a los moldes decimonónicos[63] y el inicio de un proceso
de profesionalización y consolidación del campo, en forma contemporánea a la
etapa de génesis de la Nueva Escuela Histórica.[64]
El
momento político: la reforma electoral[65]
La aparición de Atlántida, a comienzos
de 1911, coincide en la Argentina con los inicios del gobierno de Roque Sáenz
Peña, en momentos en que resultaban cada vez mayores las críticas a un sistema
político de democracia restringida, opacado por el fraude y la corrupción y
jaqueado por las revoluciones radicales.[66]
La elite política e intelectual se encontraba atravesada por estas discusiones,
y el nuevo presidente representaba a la vertiente reformista que dentro del
arco conservador advertía la necesidad de sanear las deterioradas instituciones
del sistema republicano de gobierno. Esta posición puede ser explicada en
términos de regeneracionismo, ya que lo que proponía era restaurar un cuerpo
político al que consideraba viciado por el fraude y el caudillismo, más que
producir una verdadera transformación de las instituciones y de la sociedad, y
además pretendía imponer ese cambio desde arriba.[67]
Como uno de los fines de Atlántida
consistía en reseñar «los principales actos de los poderes argentinos en lo
nacional y provincial»[68], su director incluyó bajo
su firma una sección denominada «Fisonomía del país», que con el correr de los
meses se fue transformando en un vehículo para otorgar respaldo a la política
reformista del presidente.
Ya en el número 1, David Peña deposita un voto
de confianza en la nueva gestión presidencial.[69]
Encuentra un punto en común entre Sáenz Peña y el presidente saliente, José
Figueroa Alcorta –un amigo personal a quien Peña había apoyado públicamente[70]-, en su mutuo rechazo al
personalismo ejercido por el antiguo líder del Partido Autonomista Nacional,
Julio A. Roca, y alienta la expectativa de una próxima reforma: «Puede
corresponder al gobierno del doctor Sáenz Peña la alta gloria de resolver el
problema, tantas veces iniciado, de la adopción de un sistema electoral,
sencillo y puro, que familiarice al ciudadano con el uso de sus derechos
políticos.»[71] El número 3 sede al
presidente la palabra, al transcribir una carta en la que éste anuncia una
reforma política para garantizar la libertad electoral.
Pronto, Atlántida se irá comprometiendo
cada vez más con la política reformista de Sáenz Peña. La entrega de junio de
1911 se dedica a comentar de manera elogiosa el primer mensaje del presidente
en el Congreso Nacional, en el que se anuncia que la reforma incluirá dos
principios: la representación de las minorías y el voto obligatorio.[72]
En septiembre de 1911, un artículo de la
autoría de David Peña trata la ley electoral argentina a través de la historia.
Tema candente del momento, este artículo de carácter histórico del director de Atlántida
no puede menos que interpretarse como un respaldo a la política del presidente.
Poco después, Atlántida trae la noticia sobre el debate que se ha
iniciado en el Congreso, que promete un mejoramiento de las instituciones.[73]
Por fin, el número 16 reproduce el manifiesto
dado por el presidente para explicarle al pueblo la reforma electoral y trata
la reglamentación de la ley ya sancionada. El propósito de David Peña es doble:
por un lado, y respondiendo a uno de los principales objetivos de Atlántida,
documentar un momento trascendente de la vida del país, ya que ello servirá «a
la tarea que se imponga el crítico futuro»; por otro lado, manifestar su
adhesión a la reforma y su reconocimiento al gobernante que la ha impulsado.[74]
Poco después, sin embargo, un dejo conservador
se advierte en la escritura de Peña, que en julio de 1912 alerta sobre el
peligro de una democracia que signifique el encumbramiento de la «muchedumbre»,
de los sectores más bajos de la sociedad. Se percibe en sus palabras el temor
de la elite dirigente a ser desplazada del manejo de la cosa pública, aunque
busca un elemento de transacción y reflexiona sobre la necesidad de educar a la
masa ciudadana para que pueda ejercer con responsabilidad el derecho de voto,
de modo que la reforma signifique una renovación de las instituciones, de las
costumbres y de la cultura.[75]
A través del prisma de Atlántida –una
revista producida por una elite intelectual argentina allegada a los círculos
de poder del orden conservador- se evidencian los límites del regeneracionismo
impulsado por el gobierno de Sáenz Peña y por los sectores que lo respaldaron,
que no evaluaron con seriedad una derrota propia en las urnas.[76] A pesar de estos límites,
resulta interesante destacar el entusiasmo con el que esta revista cultural,
alejada en sus objetivos explícitos de cuestiones políticas, se comprometió con
el contexto político y avaló la reforma electoral plasmada en la Ley Sáenz
Peña, por lo que ella significaba en cuanto a reafirmación de los principios
democráticos y golpe a las prácticas políticas tradicionales: «¿Dónde están hoy
los políticos que ayer creyeron ocupar toda la escena? ¿Dónde, aquellos que se
consideraban dueños del país, en sus bienes y en sus hombres? ¿Y dónde aquellos
caudillos manejadores del rebaño […]?»[77]
La alusión a Roca, resulta evidente. Se ubica Atlántida así adentro del
espacio representado por una prensa que –sin dejar de tener carácter académico-
se muestra motivada y participativa frente a la coyuntura política.[78]
Los apoyos, de todos modos, no resultan
incondicionales, y a medida que avanzan los meses, David Peña comienza a dar
cuenta de los cuestionamientos cada vez mayores que sufre un presidente
debilitado y enfermo, y finaliza creando estado -al igual que otros medios de
prensa- a favor de la renuncia del presidente Roque Sáenz Peña.[79]
El
Ateneo Nacional y el momento de la sociabilidad asociativa
A mediados de 1913, cuando Atlántida
promediaba su tercer año de vida, David Peña se embarcó en un nuevo proyecto
cultural que lo absorbió con entusiasmo, y que de alguna manera venía a ser el
complemento de la fundación de la revista. Se trata de un nuevo espacio de
sociabilidad intelectual, el Ateneo Nacional, cuya creación es anunciada en el
número 30, de junio de 1913.
Las últimas décadas del siglo XIX y las
primeras del XX fueron fecundas en la Argentina en el surgimiento de
asociaciones de diverso tipo, entre ellas, las culturales, que hacia la segunda
década del siglo XX comenzaron a adquirir un carácter más definido en cuanto al
grado de institucionalización y especialización disciplinar.[80] En ese contexto hay que
ubicar la creación del Ateneo Nacional. Diez meses antes, una iniciativa
similar, que contó con la presencia en Buenos Aires de Rubén Darío, había dado
nacimiento al Ateneo Hispano-Americano, como símbolo de unidad espiritual entre
España y América.[81] En ese momento, Atlántida
había rescatado esa noticia, haciéndose eco de una idea que Peña trataría de
imitar al año siguiente, aunque centrándola en el espacio cultural argentino,
en otra muestra de que el interés por lo nacional desdibujaba en sus proyectos
el impulso americanista.
Fundado el día 8 de julio de 1913 e inaugurado
el 25 de octubre, Peña convocó a participar en el Ateneo Nacional a destacadas
personalidades. Resulta llamativo el listado de autoridades designadas para el
Ateneo, que se distribuían entre su junta directiva y sus distintas secciones.
Como si David Peña hubiese querido comprender en ellas a todo lo más
distinguido y selecto de la sociedad y de la cultura argentina. Sin ánimo de
exhaustividad, se puede mencionar a Manuel Derqui, Salvador Barrada, Martiniano
Leguizamón, Roberto Giusti, Ricardo Lezica Alvear, Carlos Alberto Leumann,
Mario C. Gras, Alfredo L. Palacios, Julio A. Costa, O. R. Amadeo, C. del Campo,
Luis Agote, Pedro S. Palacios (Almafuerte), Marco M. Avellaneda, Carlos F.
Melo, Ricardo del Campo, Martín Aldao, Manuel Gálvez, J. Benjamín Zubiaur,
Alberto Gerchunoff, Enrique Ruiz Guiñazú, Teófilo T. Fernández, Juan B.
Ambrosetti, Alberto Ghiraldo, Jorge F. Shöle, Francisco Roca, José Figueroa
Alcorta, Vicente G. Quesada, Joaquín V. González, Rodolfo Rivarola, Estanislao
S. Zeballos, Baldomero Llerena, Samuel Lafone Quevedo, Rafael Obligado, José M.
Ramos Mejía, Calixto Oyuela, Leopoldo Lugones, Norberto Quirno Costa, Adolfo E.
Dávila, Jorge A. Mitre, Lucio V. López, Dardo Rocha, E. del Valle Iberlucea, Antonio
Dellepiane, José Ingenieros, Luis María Drago, Ernesto Quesada, Norberto
Piñero, Rafael Calzada, Juan B. Terán, Diógenes Découd, Lucas Ayarrragaray,
Lorenzo Anadón, Pedro N. Arata, Marcial R. Candioti, Adolfo P. Carranza, Dardo
Corvalán Mendilaharzu, Manuel Carlés, Ernesto Pellegrini, Ricardo Rojas,
Ricardo Levene, Clara G. de Bischoff, Raquel Camaña, etc.[82]
La creación se acompañó desde Atlántida
con una serie de artículos académicos y de documentación sobre la historia e
importancia de este tipo de instituciones, de modo de contextualizarla y
dotarla de significado histórico, refiriendo el surgimiento de la Academia en
Paris en el siglo XVII (Tomo XII), explicando la experiencia del Ateneo de
Madrid (Tomo XIII), y rescatando un escrito de Bernardo de Monteagudo y Juan
María Gutiérrez sobre «Sociedades literarias», y un discurso de Francisco José
Planes sobre la «Sociedad patriótico-literaria» (Tomo XIII).
La nueva institución, establecida con el
carácter de centro de estudios generales, científicos y literarios, filosóficos
y artísticos, y organizada bajo el modelo del Ateneo de Madrid, poseía amplios
objetivos: creación de una biblioteca general y especial, formación de
bibliotecas populares, organización de conferencias, fomento de excursiones
escolares y universitarias, instalación de una escuela de bellas artes, un
archivo de documentos históricos, impresión de obras literarias y científicas,
representación del instituto bibliográfico de Bruselas y sección especial de
canje.[83] Para instalarla, Peña consiguió
alquilar una importante y bien ubicada casa en Buenos Aires, y logró que a la
inauguración asistiera una nutrida y selecta concurrencia. Las fotos poblaron
las páginas de Atlántida.
La revista se trasformó en publicación oficial
de este Ateneo, con la idea de que difundiera sus actividades y conferencias.
Tal como explica el número 36, de diciembre de 1913, la transferencia de Atlántida
se realizaba «para que sirva especialmente de órgano a la producción
intelectual de sus asociados, sin perder por ello su condición actual de
independencia e imparcialidad con que ha estado y desea continuar al servicio
público.» Al considerar que, en sus tres años, Atlántida había cumplido
los objetivos para los que había sido creada, «era lógico que estos dos instrumentos
de la inteligencia, el Ateneo y la Revista, se juntaran por la identidad de sus
fines.»[84]
De esta manera, a partir de diciembre de 1913
comenzaron a aparecer publicadas las conferencias pronunciadas en ese ámbito:
«El ideal latino y el ideal moderno», del rumano radicado en Argentina Teófilo
Wechsler, «Alquimistas medioevales», del español Salvador Barrada, y «La música
argentina», del propio David Peña (Tomo XII). En ese mismo número se publicó el
Plan de trabajos para el quinquenio 1914-1919, las Secciones y las Bases de la
institución, que ponen en evidencia que el Ateneo perseguía ambiciosos fines. A
partir de enero de 1914 se comenzaron a publicar noticias de la Secretaría del
Ateneo.
Paralelamente, Atlántida dejó de
recibir el financiamiento de Coni Hnos. Al iniciarse en 1914 el cuarto año de
vida, el director explicó que Fernando y Pablo Coni se separaban de la edición,
de modo que quedaba como «dueño exclusivo de la publicación y de su título».[85] Otras publicaciones dieron
cuenta de la novedad, mostrando el reconocimiento que merecía por entonces Peña
en los espacios de la intelectualidad porteña. Así lo hizo Nosotros, que
se refirió a los logros de Atlántida y a los cambios operados en su
proceso editorial, en una valoración positiva de la revista: «Con seriedad y
elevación, Atlántida ha cumplido su programa: ser una revista de
biblioteca, una publicación que equivalga al libro, en la cual, junto a las
firmas de los escritores del día, halle el lector las páginas más bellas de los
hombres de ayer. Ha exhumado así, Atlántida, numerosas producciones
literarias del pasado, con lo que ha prestado un valioso servicio a los
curiosos de las cosas que fueron».[86]
A partir de allí, comenzó el esfuerzo por
conseguir suscriptores y patrocinantes, tal como queda evidenciado en el número
40 de la publicación, de abril de 1914, que sin embargo ya se resiente de la
falta de recursos. El ejemplar, impreso en los Talleres Gráficos de Selín
Suárez, se reduce de 160 a 105 páginas; además, informa sobre las condiciones y
precios de suscripción y ofrece un reducidísimo número de avisos publicitarios
(2) entre los que se descubre como patrocinante al responsable de la
publicación. Por entonces, el valor de la revista era de 2,50$ el ejemplar. La
suscripción semestral era de 12 o 14 pesos, ya fuese para la Capital Federal o
para el Interior, y la anual, de 20 o 24 pesos, respectivamente.
Tiempo atrás se había conseguido un evidente
logro, con la inclusión para la revista de un subsidio anual de 3.600$ en la
Ley de Presupuesto General para 1913, aprobada por el Congreso Nacional en
junio.[87] Ese dinero alcanzaba para
cubrir una tirada aproximada de unos 150 ejemplares por mes, lo que no llegaría
a cubrir los gastos de edición, pero resultaría un cierto desahogo para su
director. Los dineros, sin embargo, se hicieron esperar. Recién más de un año
después, en agosto de 1914, un Acta de la Comisión Protectora de Bibliotecas
Populares dio cuenta de la existencia de ese subsidio, que era a dicha Comisión
a la que le correspondía diligenciar, fijando la cantidad de ejemplares a
adquirir.[88] Un poco más tarde, en
dichas Actas quedó registrada la suscripción a la revista y el pago
correspondiente al primer trimestre de 1914.[89]
Esta Comisión se ocupó de distribuir en bibliotecas del país el lote de
revistas que recibió a cambio de la suscripción, según se puede colegir de una
nota de la Sociedad Sarmiento de Santiago del Estero, en la que se solicitaban
nuevos números de la publicación a partir del tomo XIV para poder completar la
colección.[90] Sin embargo,
lamentablemente, el subsidio había llegado excesivamente tarde y la cuestión
económica parece haber sido irresoluble para la administración de la revista,
por lo que aquel número 40 resultó ser el último de la publicación.
El Ateneo sobrevivió a Atlántida por un
tiempo más, pero al desaparecer la revista, se perdió una fuente inestimable
para conocer más de cerca el desenvolvimiento de esta institución. Rastros han
quedado en el archivo epistolar de Peña, que lo muestran a éste convocando a posibles
conferencistas y colaboradores, como a José Ingenieros, avanzado el año 1914, y
todavía en abril de 1916, a Ernesto Quesada, a través de solicitudes que con
frecuencia se chocaban con elegantes disculpas de unos amigos que se
encontraban sobrecargados por los compromisos contraídos.[91]
Finalmente, también sucumbió el Ateneo, según surge del testimonio de Manuel
Gálvez, debido a que Peña acometió ese proyecto como muchos otros, con más
empuje que cálculo de las posibilidades.[92]
Consideraciones
finales
A lo largo de este artículo se ha procurado
realizar una presentación general de Atlántida, una revista cultural
argentina hasta el momento poco estudiada, de la cual se han señalado las
principales características e identificado tres momentos clave de su existencia.
Propósitos americanistas y motivaciones y preocupaciones nacionales aparecen
tensionados en los fines de esta revista, cuyo origen se presenta dinamizado
por el clima festivo y la efervescencia intelectual que rodea al Centenario de
Mayo y al ciclo de las conmemoraciones que se proyecta hacia 1916. En su
trayectoria, se ve movilizada por la política reformista encarada por el
presidente Sáenz Peña, a la que adhiere con entusiasmo, y más tarde se
reorienta para transformarse en órgano de difusión de las prácticas de la
sociabilidad asociativa en auge por entonces. En todas estas orientaciones,
resulta fundamental el carácter que le imprime a la revista su fundador y
director, David Peña, un hombre con profundas inquietudes culturales y
dilatadas vinculaciones políticas e intelectuales, que lleva adelante a Atlántida,
y al Ateneo Nacional que funda luego, con un ferviente compromiso personal.
Esto hace que la revista se ofrezca como un producto cultural que, considerado
en relación con la obra escrita (en parte difundida a través de la misma
revista) y otras actividades de su fundador, facilita delinear los contornos de
éste como agente cultural, profundizando en una figura aún poco conocida de la
intelectualidad argentina de entresiglos. En su defecto, la lectura de Atlántida
no aporta demasiadas pistas sobre redes intelectuales -a nivel nacional o
internacional- que se hayan configurado o fortalecido al correr de sus páginas,
ni hace explícita la existencia de un equipo editorial por detrás de la fuerte
impronta que le marca Peña, y sólo permite descubrir el nombre de algunos
jóvenes colaboradores y cantidad de personalidades como autores.
Con respecto al impulso americanista que
enuncia la revista en su Prospecto, y que se aplana al correr de las páginas,
cabe consignar que se encuentra moldeado por afinidades ideológicas (sintonía
de Peña con intelectuales liberales de otras naciones) y tendencias
panamericanas, aunque demuestra también una paulatina revalorización de la
herencia española, que lleva al director a irse despojando de la tradición
antihispanista decimonónica. La densidad del momento cultural, conmemorativo,
político e historiográfico en el que ve la luz Atlántida conducirá, de
todos modos, a que Peña se decante decididamente por lo nacional, dejando
trunco aquel propósito de unir intelectualmente el «alma de la América».
En lo historiográfico -una de facetas fuertes
de la revista por la vocación historiadora de su director y por el momento
conmemorativo en el que nace- Atlántida es producto de un momento de
transición, que recoge la herencia de los grandes historiadores del siglo XIX,
pero a la vez da cabida a quienes representan la renovación que pronto se
plasmará en la Nueva Escuela. En sintonía con su concepción de la historia,
Peña concibe a la revista como un documento de su época, y también como un
instrumento para recopilar fuentes a ser utilizadas cuando las condiciones de
producción historiográfica permitan componer una historia argentina que supere
al relato testimonial y de partido. El propósito reivindicatorio es central en
toda la producción de Peña, quien se vale de la tribuna que le brinda la
revista para reforzarlo y difundirlo.
La toma de posición frente a la sanción de la
Ley Sáenz Peña sirve para ilustrar un modo de intervención política utilizada
por un intelectual simpatizante con el sector reformista, valiéndose para ello
de los instrumentos de que disponía como productor cultural.
Por último, la fundación del Ateneo Nacional
fue un golpe de audacia del director, con la idea de amplificar las
irradiaciones culturales de la revista, que al final vino a resultar un golpe
mortal para ésta. Los problemas de índole económica se constituyeron así en uno
de los principales obstáculos para la supervivencia de dos emprendimientos que
representaron experiencias sumamente interesantes de sociabilidad intelectual y
de circulación de ideas, de ejercicio historiográfico y compromiso con la
realidad presente, y de testimonio documental de los modos de producción
cultural de la época del Centenario.
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Micheletti,
María Gabriela. “La revista Atlántida de David Peña. Entre el impulso por unir
el «alma de la América» y la vehemencia por reafirmar lo nacional”. Humanidades: revista de la Universidad de
Montevideo, nº 8, (2020): 175-211.
La autora es responsable intelectual de la totalidad (100 %) de la
investigación que fundamenta este estudio.
Editor responsable Mariana Moraes: mmoraes.medina@gmail.com
[1] Avances de esta investigación fueron presentados en las ponencias: “Los momentos de la revista Atlántida (1911-1914): conmemoración patria, reforma política y sociabilidad cultural”, IX Jornadas de Historia y Cultura de América, Universidad de Montevideo (Montevideo, 24-26 de Julio, 2019), y “David Peña y Atlántida. Un proyecto cultural e historiográfico para la época del Centenario”, II Jornadas Nacionales de Historiografía, Universidad Nacional de Río Cuarto (Río Cuarto, 10-11 de mayo, 2018), en Intersecciones y disputas en torno a las escrituras de la historia y la memoria, Actas de las II Jornadas Nacionales de Historiografía, compilado por Eduardo Escudero y Marina Spinetta (Río Cuarto: UniRío Editora, 2019), http://www.unirioeditora.com.ar/wp-content/uploads/2019/03/Intersecciones-y-disputas-en-torno-a-las-escrituras-UniR%C3%ADo-editora-Edook.pdf
[2] De manera reciente la
revista Antíteses ha dedicado un dossier específico al tema de las
revistas culturales americanistas. Consultar: Andrea Pasquaré y María Marcela
Aranda (coords.), “Revistas culturales en Iberoamérica” (Dossier), Antíteses
12, n° 23 (2019), http://dx.doi.org/10.5433/1984-3356.2019v12n23p21
[3] Un panorama del espacio cultural en el que se gestaron estos emprendimientos editoriales y una presentación general de las revistas en: Aurora Ravina, “La Historiografía”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, t. VI, ed. Academia Nacional de la Historia (Buenos Aires: Planeta, 1997), Alejandro Eujanian, “La cultura: público, autores y editores”, en Nueva Historia Argentina, Liberalismo, Estado y orden burgués (1852-1880), dir. Marta Bonaudo, t. 4 (Buenos Aires: Sudamericana, 1999), y Héctor René Lafleur, Sergio Provenzano y Fernando Alonso, Las revistas literarias argentinas (1893-1967) (Buenos Aires: El 8vo. Loco, 2006). Estudios particularizados pueden hallarse en: Alejandro Eujanian, “Por una historia nacional desde las provincias. El frustrado proyecto de Vicente Quesada en La Revista del Paraná”, Cuadernos del Sur 39 (2012), http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/pasadoprov_eujanian.pdf , Miranda Lida, “El grupo editor de la revista Nosotros visto desde dentro. Argentina, 1907-1920”, Historia Crítica 58 (2015), http://dx.doi.org/10.7440/histcrit58.2015.04 , y Nicolás Arenas Deleón, “La Revista de Buenos Aires (1863-1871): construcción y ocaso de un proyecto editorial americano”, en Cultura e História na criação intelectual na Europa e na América Latina, séculos XIX e XX, orgs. Marilene Proença Rebello de Souza et al. (São Paulo: Instituto de Psicologia da Universidade de São Paulo, 2018), entre otros.
[4] Sobre Atlántida existe, además de algunas referencias parciales, un índice general, acompañado de un breve estudio introductorio, que consigue dar cuenta de 36 números (12 tomos). Néstor Auza, Estudio e Índice General de “El Plata Científico y Literario” (1854-1855) y “Atlántida” (1911-1913) (Buenos Aires: Instituto de Historia Argentina y Americana, 1968). No obstante, en varios repositorios se encuentra el tomo XIII, que compila los números 37, 38 y 39. El número 40 de la revista, correspondiente al mes de abril de 1914 sólo se ha podido localizar y consultar en el repositorio digital de revistas culturales del Instituto Iberoamericano de Berlín. Luego de él, se pierde el rastro de la revista. Disponible en: https://www.revistas-culturales.de/es/digitale_sammlungen/seite/14805?page=0%2C103
[5] El archivo epistolar de David Peña, que se conserva en la Academia Nacional de la Historia de Argentina, resulta un acabado reflejo de esos vínculos. Al respecto se puede consultar: María Gabriela Micheletti, “‘Un epistolario que puede ser considerado como elemento de historia.’ Amistades personales, sociabilidades intelectuales y proyectos editoriales a través de las cartas del archivo de David Peña (1862-1930)”, Anuario del CEH, n° 17 (2017), https://revistas.psi.unc.edu.ar/index.php/anuarioceh/article/view/21999/21686
[6] Un acercamiento a la vida y obra de David Peña en: Leopoldo Kanner, David Peña y los orígenes del Colegio Nacional de Rosario (Rosario: Banco Provincial de Santa Fe, 1974).
[7] Alexandra Pita González y María del Carmen Grillo, “Una propuesta de análisis para el estudio de revistas culturales”, Revista Latinoamericana de Metodología de las Ciencias Sociales 5, n° 1 (2015), http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.6669/pr.6669.pdf
[8] Atlántida, t. I (Buenos Aires, 1911): 6.
[9] Las ideas federales de Peña habían cobrado notoriedad pública a partir de sus famosas conferencias dictadas sobre el caudillo riojano Juan Facundo Quiroga en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en 1905, y publicadas en forma de libro un año más tarde. David Peña, Contribución al estudio de los caudillos argentinos. Juan Facundo Quiroga (Buenos Aires: Coni, 1906). David Peña cuestionó la tesis sentada por Domingo F. Sarmiento en el Facundo, realizando una temprana reivindicación de los caudillos federales como precursores del sistema constitucional argentino. Sus ideas al respecto han sido abordadas en: María Gabriela Micheletti, “‘Facundo Quiroga rehabilitado.’ Una aproximación al contexto de producción, repercusiones y aportes historiográficos del libro de David Peña (1906)”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana «Dr. Emilio Ravignani», n° 42 (2015), http://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/ravignani/article/view/6911
[10] Atlántida, t. I (Buenos Aires, 1911): 6. El grado de concreción de esta aspiración al federalismo ha sido evaluado en: María Gabriela Micheletti, “‘El bullir de tantas colmenas’. Tendencias federales y difusión de las culturas locales en la revista Atlántida de David Peña (1911-1914)”, XVII Jornadas Interescuelas / Departamentos de Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Catamarca (Catamarca, 2-5 de octubre de 2019).
[11] Atlántida, t. I, 7.
[12] Fernanda Beigel, “Las revistas culturales como documentos de la historia latinoamericana”, Utopía y praxis latinoamericana, 8, n° 20 (2003). https://www.ahira.com.ar/wp-content/uploads/2018/11/Beigel.pdf
[13] Pita González y Grillo, “Una propuesta de análisis”, 3.
[14] María Gabriela Micheletti, “‘Comercio de pensamientos’ entre ‘soldados de la idea’. Comunicación cultural, sociabilidades intelectuales y escritura de la memoria en el Rosario y Santa Fe de entresiglos”, en Historias en ciudades puerto, eds. Liliana Brezzo y Miguel Ángel De Marco (Rosario: Instituto de Historia / EDUCA, 2009).
[15] Junto con Menéndez Pelayo, integró David Peña el staff de destacados intelectuales de diversos países convocados para realizar la selección de obras y autores para la Biblioteca Internacional de Obras Famosas (1910). En junio de 1912 David Peña dedicó una nota necrológica de Atlántida al ilustre polígrafo español recientemente fallecido. Ver: Atlántida, t. VI (Buenos Aires, 1912): 429-433, y Beatriz Cecilia Valinoti, “Una nueva Serendipia: David Peña y la Biblioteca Internacional de Obras Famosas”, IV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, 2013).
[16] En el número 2, David Peña agradeció “a los diarios, revistas y personas” que habían manifestado sus simpatías por la aparición de Atlántida. Atlántida, t. I, 320.
[17] Entre ellas, L’Atlantida. Revista literaria (Barcelona, 1896-1897), Atlántida: revista internacional de literatura y variedades (San Salvador, 1909), Atlántida: ilustración mensual (Buenos Aires: Atlántida, 1917), Atlántida: literatura, arte, ciencia y sociología (Santiago, 1919-1920), y Atlántida: ilustración semanal argentina (Buenos Aires: Atlántida, 1918-1970).
[18] Poco antes, en junio de 1912, Luis Álvarez Prado había publicado su primer artículo en Atlántida, y David Peña había tenido conceptos elogiosos hacia él, presentándolo como un joven jujeño graduado en la Universidad de Buenos Aires y con cualidades para destacarse. Atlántida, t. IV (Buenos Aires, 1911): 460.
[19] Atlántida, t. I, 7.
[20] Atlántida, t. V (Buenos Aires, 1912): 5-6.
[21] Ibídem., 6.
[22] Archivo Academia Nacional de la Historia, Fondo David Peña (AANH-FDP), caja 1, David Peña a Pedro S. Lamas, 3 de agosto de 1909.
[23] AANH-FDP, cajas de correspondencia.
[24] Elías Martínez Buteler (1886-…) egresó en 1907 de la Facultad de Filosofía y Letras, de la que David Peña era profesor, y fue autor de obras de filosofía y de psicología.
[25] Revista Argentina, n° 1 (Rosario, 1891): 4.
[26] Revista Argentina apenas recoge un boceto teatral del escritor uruguayo Samuel Blixén, y escritos del colombiano Juan B. Echeverría y de los exiliados liberales ecuatorianos Roberto Andrade y Tomás Moncayo Avellán.
[27] Boletín de la Junta de Historia y Numismática Americana, v. 4 (1927): 338-339.
[28] Atlántida, t I, 7.
[29] Como escritores representativos de esta corriente se destacaron Manuel Gálvez, Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas. Consultar, entre otros: Fernando Devoto, Nacionalismo, Fascismo y Tradicionalismo en la Argentina moderna. Una historia (Buenos Aires: Siglo XXI, 2002) y Oscar Terán, Historia de las ideas en la Argentina (Buenos Aires: Siglo XXI, 2012).
[30] Pasquaré y Aranda, “Presentación. Revistas culturales”: 21-28.
[31] Atlántida, t. IV, 159.
[32] Atlántida, t. V, 352-353.
[33] Gabriel García Moreno encontró la muerte siendo presidente (1875), a manos de un grupo de jóvenes opositores liberales entre los que se encontraba Andrade.
[34] Revista Argentina, Rosario, núm. 1, 2 y 6, junio, julio y noviembre de 1891, y Nueva Época, Santa Fe, 25 de agosto de 1886.
[35] Martín Castro,
“Estanislao Zeballos: sensibilidad diletante, nacionalismo y estado, 1906-1912”, Anuario del Centro de Estudios
Históricos «Prof. Carlos S. A. Segreti» 4 (2014).
[36] Atlántida, t. V, 328-329.
[37] Hispania fue un proyecto editorial y político cultural hispanoamericano llevado adelante en Londres por un grupo de exiliados colombianos, que se propusieron promover el diálogo en el continente y hacer resurgir el ideal bolivariano de la Patria Grande. Rafael Rubiano Muñoz y Juan Guillermo Gómez García, Años de vértigo. Baldomero Sanín Cano y la revista Hispania (1912-1916) (Antioquía: Siglo del Hombre Editores, 2016).
[38] Atlántida, t. VII (Buenos Aires, 1912): 153-155.
[39] La aceptación por parte de los estados americanos de la doctrina Monroe (1823) proclamada por Estados Unidos fue desigual y sufrió vaivenes a lo largo del siglo XIX. En general bien recepcionada en un comienzo, como una defensa continental contra el intervencionismo europeo, fue generando mayores recelos a medida que aumentaba el poderío norteamericano y su voluntad de injerencia en la región. La participación de Estados Unidos en la guerra de Cuba de 1898 y el corolario Roosevelt de 1904 fueron hitos que tensaron las controversias sobre las relaciones intracontinentales, y los discursos antiimperialistas de los intelectuales se abrieron paso con fuerza, sostenidos -como elementos en común- sobre la protesta frente al expansionismo estadounidense y la contrapropuesta de la defensa de la unidad latinoamericana. Oscar Terán, “El primer antiimperialismo latinoamericano”, en En busca de la ideología argentina (Buenos Aires: Catálogos editora, 1986).
[40] Paula Bruno, “Mamuts vs.
hidalgos. Lecturas de Paul Groussac sobre Estados Unidos y España en el
fin-de-siglo”, en Pensar el antiimperialismo. Ensayos de historia
intelectual latinoamericana, 1900-1930, coords. Alexandra Pita
González y Carlos Marichal Salinas (México: Universidad de Colima, 2012).
[41] AANH, FDP, caja 1, Borrador de carta de David Peña a Paul Groussac, “Estados Unidos y el Congreso de México”, s/f.
[42] Ibídem.
[43] Ignacio García, “‘…Y a sus plantas rendido un león’: xenofobia antiespañola en Argentina, 1890-1900”, Estudios Migratorios Latinoamericanos 39 (1998).
[44] Los colaboradores españoles en los dos primeros años de Atlántida son escasos y, más allá de Felipe Trigo, cuya participación se explica por su paso por Argentina en 1911, y de César Calzada, se trata de un núcleo radicado en la región del Plata: José Martínez Orozco, Julio Navarro y Monzó, el ya mencionado Manuel Bernárdez y Rafael Calzada (Tomos III, IV y VII).
[45] La Conferencia Panamericana de 1910 en Buenos Aires marcó un período de acercamiento entre Argentina y Estados Unidos, que se vio reforzado con la visita del ex presidente Roosevelt en 1913. Perla Zusman, “Panamericanismo y conservacionismo en torno al viaje de Theodore Roosevelt a la Argentina (1913)”, Modernidades 11 (agosto 2011), https://ffyh.unc.edu.ar/modernidades/panamericanismo-y-conservacionismo-en-torno-al-viaje-de-theodore-roosevelt-a-la-argentina-1913/
[46] Mercedes Serna, “Hispanismo, indigenismo y americanismo en la construcción de la unidad nacional y los discursos identitarios de Bolívar, Martí, Sarmiento y Rodó”, Philologia Hispalensis 25 (2011), http://dx.doi.org/10.12795/PH.2011.v25.i01.12
[47] Para considerar las características de este especial momento cultural e historiográfico: Fernando Devoto, “Entre ciencia, pedagogía patriótica y mito de los orígenes. El momento de surgimiento de la historiografía profesional argentina”, en Estudios de historiografía argentina (II) (Buenos Aires: Biblos, 1999).
[48] Atlántida, t. I, 5.
[49] Ibídem., 8.
[50] Ibídem., 6.
[51] La Revista de Derecho, Historia y Letras, por ejemplo, entregó por varios años las secciones «Homenaje al Centenario» y «Crónica intelectual del Primer Centenario» y transcribió gran cantidad de «Discursos» pronunciados para la ocasión.
[52] Con motivo del Centenario se publicaron artículos de Eduardo Schiaffino y de Martín Malharro en La Nación y La Prensa, y de Juan Mas y Pi en la revista Renacimiento, entre otros. Enmarcándose dentro del nacionalismo cultural, una posición esbozaría un diagnóstico pesimista sobre el arte argentino, al que se comparaba desventajosamente con el europeo, debido a la carencia, precisamente, de un «arte nacional». La posición oficial resultó más optimista y consideró que el arte argentino se encontraba en desarrollo. Miguel Ángel Muñoz, “El ‘arte nacional’: un modelo para armar”, en El arte entre lo público y lo privado (Buenos Aires: CAIA, 1995).
[53] Atlántida, t. V, 449-453. Lo que sí fue publicada y se puede consultar es: Memoria de la Comisión del Centenario, al poder ejecutivo nacional, 1910, Buenos Aires, Coni Hermanos, 1910.
[54] Atlántida, t. IX (Buenos Aires, 1913): 191.
[55] Atlántida, t. XI (Buenos Aires, 1913): 141-142.
[56] José Nun (comp.), Debates de Mayo. Nación, cultura y política (Buenos Aires: Gedisa, 2005).
[57] Pablo Buchbinder, “Caudillos y caudillismo: una perspectiva historiográfica”, en Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, eds. Noemí Goldman y Ricardo Salvatore (Buenos Aires: Eudeba, 2005).
[58] En otros trabajos hemos
abordado diversos aspectos de la obra historiográfica de David Peña. V.g.:
Micheletti, “‘Facundo Quiroga rehabilitado”, “‘Un epistolario”, y “Entre
la tradición liberal y la revisión histórica. La construcción del pasado
argentino a través de la correspondencia privada del historiador David Peña
(1862-1930)”, Historiografías, revista de historia y teoría 16 (2018),
https://doi.org/10.26754/ojs_historiografias/hrht.201803305 .
[59] Atlántida, t. I, 313-314.
[60] Atlántida aclara en su Prospecto que en sus páginas «hallarán franca acogida las ideas, sin más restricción que la sana moral y el bien decir». En el número 14, recuerda el espíritu abierto de la revista, «dentro del verdadero concepto de la tolerancia al pensamiento ajeno». Atlántida, t. I, 6 y t. V, 283.
[61] María Sol Rubio García y Jorge Nuñez, “David Peña, amigo y defensor de Alberdi”, Todo es Historia 580 (Buenos Aires, 2015).
[62] Se trata de un Levene muy joven que llegaba justo ese año de 1911 a la cátedra de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras. En el tema escogido para su conferencia inaugural que reproduce Atlántida (“Los primeros gérmenes de la democracia en la colonia del Río de la Plata durante el siglo XVI”), se evidencia la pertenencia a una nueva generación de historiadores, que presta mayor atención al período anterior a 1810 y que introducirá cambios en la práctica historiográfica a través de la Nueva Escuela. En el comentario que trae Atlántida sobre la obra de Levene se la encuentra a ésta a tono con la «nueva orientación científica de la época”. Se destaca el criterio de sociólogo del autor, y la importancia que atribuye en sus investigaciones a la fusión del indio y del español en una nueva raza, más vigorosa, que encierra el germen de la democracia argentina. Atlántida, t. V, 305-311.
[63] Gustavo Prado, “Las condiciones de existencia de la historiografía decimonónica argentina”, en Estudios de historiografía argentina (II).
[64] La llamada Nueva Escuela Histórica, integrada por quienes han sido considerados los responsables de iniciar la historiografía profesional en el país, se hizo visible hacia mediados de la segunda década del siglo XX, y dio un significativo impulso a los estudios históricos, teniendo su período de auge en las décadas de los años veinte y treinta. Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina (Buenos Aires: Sudamericana, 2009), 139-200.
[65] La posición de David Peña y de Atlántida acerca de la reforma electoral ha sido estudiada con más detalle en: María Gabriela Micheletti, “Historiadores, revistas y reformismo político para el Centenario. El caso de David Peña y Atlántida (1911-1914)”, Estudios Sociales Contemporáneos, n° 21 (2019), http://revistas.uncu.edu.ar/ojs3/index.php/estudiosocontemp/article/view/2644
[66] Ezequiel Gallo, “Liberalismo, centralismo y democracia restringida en la Argentina (1880-1916)”, Anales de la Universidad de Alicante. Historia Contemporánea, n° 7 (1989-1990).
[67] Natalio Botana, “El arco republicano del Primer Centenario: regeneracionistas y reformistas, 1910-1930”. en Debates de Mayo.
[68] Atlántida, t. I, 7.
[69] Atlántida, t. I, 146-147.
[70] Guada Aballe, Figueroa Alcorta: el hombre de los tres poderes (Buenos Aires: Olmo Ediciones, 2013), 201-231.
[71] Atlántida, t. I, 148-149.
[72] Atlántida, t. II, 453-454.
[73] Atlántida, t. IV, 439.
[74] Atlántida, t. VI, 132-144.
[75] Ibídem., 308-309.
[76] Las elecciones de 1916, primeras presidenciales en las que se aplicó la Ley Sáenz Peña, significaron la derrota de las fuerzas conservadoras que a través del Partido Autonomista Nacional habían gobernado ininterrumpidamente al país por más de treinta años, y el triunfo del candidato de la Unión Cívica Radical, Hipólito Yrigoyen.
[77] Atlántida, t X (Buenos Aires, 1913): 149.
[78] Darío Roldán, Crear la democracia: la Revista argentina de ciencias políticas y el debate en torno de la república verdadera (Buenos Aires: FCE, 2006).
[79] Atlántida, t. XIII (Buenos Aires, 1914): 161-162. Las voces a favor de la renuncia de Sáenz Peña irán en aumento a lo largo de 1914, mientras éste mantiene el gobierno en la inacción debido a las continuas licencias que terminarán en su fallecimiento en el mes de agosto.
[80] Paula Bruno, Sociabilidades y vida cultural. Buenos Aires, 1860-1930 (Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2014).
[81] La Nación, Buenos Aires, 2 de septiembre de 1912. El Ateneo Hispano-Americano fue presentado como la primera institución de este tipo en América, destinada a afianzar las relaciones de los pueblos unidos por tradición e idioma. Inspirado en las tendencias hispanistas e hispanoamericanistas de principios de siglo, propugnaba que “el patriotismo hispano-americano es una consecuencia natural de la perpetuación de una raza que por ley fatal no puede dividirse”. Atlántida, t. VIII (Buenos Aires, 1912): 134.
[82] Atlántida, t. XI, 146-151.
[83] Atlántida, t. X, 474 y t. XI, 145-146.
[84] Atlántida, t. XII, 462.
[85] Atlántida, t. XIII, 6-7.
[86] Nosotros, t. XIII (Buenos Aires, 1914): 223-224.
[87] Ley de Presupuesto General de la República Argentina para el ejercicio de 1913 (Buenos Aires: Talleres de Publicaciones de la Oficina Meteorológica Argentina, 1913), 806.
[88] Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares (CONABIP), Archivo Histórico, Acta 43, 25 de agosto de 1914, p. 67. Consultado en línea: http://v.conabip.gob.ar/archivo_historico/0000actas001067
[89] CONABIP, Archivo Histórico, Acta 46, 6 de octubre de 1914, p. 72. Consultado en línea: http://v.conabip.gob.ar/content/073-29
[90] CONABIP, Archivo Histórico, Sociedad Sarmiento al presidente de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares, Santiago del Estero, 5 de enero de 1915. Consultado en línea: http://v.conabip.gob.ar/content/052-23
[91] AANH-FDP, Carta de José Ingenieros a David Peña, 16 de septiembre de 1914, y Carta de Ernesto Quesada a David Peña, 12 de abril de 1916.
[92] Manuel Gálvez, Recuerdos de la vida literaria (1900-1910) (Buenos Aires: Kraft, 1946), 287.