doi: https://doi.org/10.25185/11.9
Artículos
Un verano difícil en la historia del Partido Nacional uruguayo (1931)
A difficult summer in the history of the Uruguayan National Party (1931)
Um verão difícil na história do Partido Nacional uruguaio (1931)
Carolina Cerrano
Universidad de Montevideo-ANII, Uruguay
ccerrano@um.edu.uy
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-0541-9623
José Antonio Saravia
Universidad Rusa de Amistad de los Pueblos, Moscú, Rusia
joseasaravia@outlook.com
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-7435-1987
Recibido: 12/10/2021 – Aceptado: 30/12/2021
Resumen: En este artículo se investiga un periodo de tiempo acotado temporalmente, el verano de 1931, pero con una gran significación para el Partido Nacional uruguayo, ya que definiría su ruptura y su campo de acción durante las siguientes tres décadas. La activa y mediática participación en el debate nacionalista de su líder más popular, Luis Alberto de Herrera, constituye una de las aristas principales de análisis. Herrera había sido el candidato derrotado en las últimas tres campañas presidenciales (1922, 1926 y 1930) y se constituyó, para parte de la dirigencia, en el símbolo del fracaso partidario. Por el contrario, este se ocupó de mostrar que la adhesión de la mayoría de la masa partidaria lo tenía como «guía». El nacionalismo asistió durante esos meses a una crispada división que sorprendió a propios y adversarios, por lo que en este trabajo se realiza una reconstrucción minuciosa de las discusiones que permite comprender por qué las heridas de esa batalla interna, producto de la inesperada derrota comicial de noviembre de 1930, serían muy difíciles de sanar.
Palabras clave: Uruguay, Luis Alberto de Herrera, Partido Nacional, verano 1931.
Abstract:
This article
investigates a temporary limited period, the summer of 1931, but with great
significance to the Uruguayan National Party, since it would define its rupture
and field of action during the next three decades. The active media
participation in the nationalist debate of its most popular leader, Luis
Alberto de Herrera, constitutes one of the main points of analysis. Herrera had
been the defeated candidate in the last three presidential campaigns (1922,
1926 and 1930) and was constituted for part of the leadership as the symbol of
party failure. On the contrary, he cautiously showed that the adherence of most
of the party mass insisted on him as a «guide». During those months, nationalism
witnessed a tense division that surprised itself and its adversaries, so in
this work, a meticulous reconstruction of the discussions is carried out that
allows to understand why the wounds of that internal battle, product of the
unexpected electoral defeat of November 1930, would be very difficult to heal.
Keywords: Uruguay, Luis Alberto de Herrera, National Party, summer 1931.
Resumo: Esse artigo possui um recorte temporal breve, focaliza-se no verão de 1931, mas com uma grande significação para o Partido Nacional uruguaio, já que definiria sua ruptura e seu campo de ação durante as seguintes três décadas. A ativa e mediática participação no debate nacionalista de seu líder mais popular, Luis Alberto de Herrera, constituiu uma das aristas principais de análise. Herrera tinha sido o candidato derrotado nas últimas três campanhas presidenciais (1922, 1926 e 1930) e constituiu-se na parte da diligência, no símbolo do fracasso partidário. Pelo contrário, ele ocupou-se de mostrar que a adesão da grande maioria da massa partidária o tinha como «guia». O nacionalismo assistiu durante esses meses uma grande divisão que surpreendeu aos próprios e adversários, pelo que neste trabalho realiza-se uma reconstrução minuciosa das discussões que permite compreender por que as feridas dessa batalha interna, produto da inesperada derrota comicial de novembro de 1930, seriam muito difíceis de sarar.
Palavras-chave: Uruguay, Luis Alberto de Herrera, Partido Nacional, verão de 1931.
Introducción
«Como lobos me persiguen y pretenden que
como
a corderos los trate. En manada me asaltan, engolosinados en la persecución
contra uno solo, y ¡todavía! Se quejan porque el así agredido, sin contarlos,
los enfrenta ¡Ya entre ellos se van a devorar!.»
Luis Alberto de Herrera.[1]
El 30 de noviembre de 1930 el Partido
Nacional perdió las elecciones presidenciales frente a su adversario, el
Partido Colorado, por una diferencia de 15.000 votos. Si bien no era una
cantidad tan abultada, si se la compara con los resultados más estrechos de
1922 (5.175) y de 1926 (1.526), se vivió como una catástrofe partidaria, que
sumió a su dirigencia y a sus bases en el desconcierto y el pesimismo. El
nacionalista Luis Alberto de Herrera cosechó su tercera derrota consecutiva
como candidato a la presidencia y tras los comicios comenzó a ocupar un rol
mediático cada día más activo. Para algunos pasó a personificar el fracaso, por
más que esta idea no fuera transmitida de forma explícita. Las discusiones en
relación con el adverso resultado fueron significativas en el mes de diciembre,
pero durante el verano de 1931 tomaron un tono cada vez más violento,
acelerándose la crisis del partido. Herrera se atrincheró en un antibatllismo
furibundo, ninguneó a sus oponentes internos e inició una abierta campaña
contra la constitución vigente. La escalada verbal tornó la derrota electoral
en un tsunami político que arrasó la unidad partidaria, lo que se refleja en
esta investigación a través del análisis de la prensa nacionalista.[2] El
ritmo de los sucesos políticos de los meses de enero, febrero y marzo de 1931
amerita una reconstrucción minuciosa de los acontecimientos para comprender la
génesis del cisma del partido que se convertiría en irreconciliable hasta 1958.[3]
El abordaje de la discusión interna del
nacionalismo permite reflexionar sobre el liderazgo, la política y la ética
desde la visión de los distintos grupos partidarios. El corpus documental lo
constituyen los siguientes medios periodísticos montevideanos: La Tribuna
Popular, El País, El Nacional y Diario del Plata. La Tribuna Popular fue
el órgano
utilizado por Herrera (quien carecía de un medio propio,
ya que El Debate comenzaría a publicarse a mediados de año) para
promocionarse y defender sus posiciones, caracterizado por la confrontación, la
agresividad, la movilización de pasiones y sentimientos en su intento de llegar
a los sectores populares de una forma próxima. En cambio, El País nucleaba
a las personalidades del directorio del Partido Nacional, que asumió funciones
a fines de enero de 1931, y a los dirigentes que creían que el personalismo
encarnado en Herrera era un peligro para el futuro partidario. Su lenguaje era
más mesurado y apelaba a la racionalidad de las filas nacionalistas. Por su
parte, El Nacional, medio de difusión de la Agrupación Nacional
Demócrata Social, situada en la centroizquierda, uno de cuyos principales
exponentes era el abogado Carlos Quijano. Por último, Diario del Plata era
dirigido por el parlamentario nacionalista Juan Andrés Ramírez, quien se
encontraba en las antípodas del herrerismo.[4]
Por lo tanto, las declaraciones y mensajes a
través de la prensa jugaron un rol esencial como transmisores de las ideas
entre los políticos en pugna, en un momento en el que las vías de comunicación
directa en los órganos oficiales del partido habían sido cortadas. De tal modo,
por la naturaleza de las fuentes consultadas, el lenguaje escrito adquirió un
papel de suma relevancia como medio de expresión para los hombres públicos
implicados. Así pues, este artículo se sirve de los instrumentos brindados por
el análisis del discurso para estudiar los alcances de las manifestaciones de los
políticos.[5]
De la unidad partidaria a la confrontación
El 30 de noviembre de 1930 se llevaron a cabo elecciones presidenciales en Uruguay. El lema Partido Nacional presentó dos candidatos: Luis Alberto de Herrera y Eduardo Lamas, el primero obtuvo la mayoría de los sufragios blancos. Sin embargo, el lema Partido Colorado logró un porcentaje mayor en el total de votos, por lo que Gabriel Terra asumió la primera magistratura el 1° de marzo de 1931.[6] La campaña electoral se había desarrollado de forma armónica, debido a que la prensa nacionalista, a pesar de tener cada una sus simpatías propias, tuvo palabras de reconocimiento y de apoyo a ambos dirigentes. No hubo hechos que revelaran discrepancias fundamentales en el seno de la colectividad, lo que era motivo de orgullo partidario, al tiempo que entre los colorados las divisiones cada día tomaban un rumbo más rupturista, acentuado desde el fallecimiento de José Batlle y Ordóñez en 1929. Las expectativas de lo que visualizaban como una segura y definitiva victoria nacionalista se estrellaron con una realidad inesperada, puesto que por primera vez desde 1922 la diferencia con los colorados se amplió de forma considerable.[7] Este fracaso con su correspondiente retroceso en el número de votos, destaparon discusiones internas sobre los motivos del adverso resultado. En este sentido, las principales preocupaciones giraron en torno a la reorganización y a la necesidad de definir y precisar las posiciones ideológicas y las propuestas políticas para el futuro. La derrota mostró que la pregonada unidad no era tan armoniosa y que existían inquinas y rencores acumulados entre los dirigentes. A la par, una vez finalizados los comicios se ventilaron denuncias de fraude electoral, compartidas por el nacionalismo y los colorados riveristas. Este asunto ocupó poco espacio mediático durante diciembre, aunque cobró fuerza en enero del año siguiente.
En efecto, el balance elaborado por el
Partido Nacional no era alentador. Su pesimismo se veía acrecentado no solo por
razones electorales: el peso de la crisis económica y financiera a nivel
mundial tenía sus repercusiones en el país, y la desocupación se volvía cada
día más aguda y era un motivo de inquietud en el conjunto de la clase política.
Desde El Nacional se manifestaba que el único signo positivo de Uruguay
era su rol como «asilo seguro» de la democracia en América. Las interrupciones
constitucionales de Bolivia, Perú, Argentina y Brasil del año anterior, que se
sumaron a las dictaduras de Chile y Venezuela, eran una señal de alarma porque
repercutía en «algunos insanos que aspiraban para nuestra Patria lo que afrenta
a la mayoría de los países amigos».[8]
Por su parte, La Tribuna Popular inauguró el año 1931 con una saga de artículos provocativos titulados «La gran estafa electoral» con los que ponía en evidencia la «magnitud del atentado» del fraude organizado por la «secta» batllista para seguir manteniendo sus posiciones y «lesionar» de forma «vergonzante» la dignidad nacional. En esta dinámica, el herrerismo reclamaba la anulación y nueva convocatoria de las elecciones en varios circuitos de Montevideo. Sus motivos se fundaban en que en decenas de mesas receptoras de votos al parecer habían funcionado como secretarios solo ciudadanos colorados o clasificados de nacionalistas, pero que no tenían representación oficial del partido.[9] A lo anterior se sumó que a mediados del mes en el Senado Enrique Andreoli atribuyó coacciones electorales en el Ministerio de Obras Públicas, que incluían a funcionarios que habían realizado colectas con fines electorales, ofrecido ascensos y trabajo a cambio de votos y suspendido a trabajadores que no respondían a la presión de los superiores, entre otras.[10] No obstante, el foco de las protestas estuvo en los circuitos que no respetaron las leyes electorales.
Mientras se ventilaban las irregularidades comiciales, el 2 de enero renunció el directorio del Partido Nacional. Cabe mencionar que Herrera, que había sido integrante de ese cuerpo, lo había hecho en el mes de diciembre. Para sus seguidores, su actitud había sido pionera para precipitar este acontecimiento, visualizado como necesario. La Tribuna Popular argumentó que su líder no había tolerado la presencia de «batllistas blancos» en el directorio cesante.[11] Esta acusación no dejaba de ser una grave afrenta para muchos correligionarios. Los herreristas consideraban que había dirigentes operando como adversarios «infiltrados», «indiferentes», «derrotistas» y «fríos», es decir, que con su «silencio» ante el fraude no deseaban el triunfo del partido. Así pues, presionaban para que el nuevo directorio se nutriera de «blancos de verdad, sin dobleces y dispuestos a jugarse» para defender las decisiones de un pueblo «indignado». Asimismo, si no estaban dispuestos a asumir esa «valiente» actitud los invitaban a abandonar las filas nacionalistas con alocuciones como «¡Están de más!» y los amenazaban: «¡Los pondremos al desnudo para que el pueblo los juzgue!».[12] Estas lapidarias críticas se acompañaban con una angustiosa solicitud de recuperar la disciplina partidaria – solo concebida como plegarse a su criterio- y, en caso de no alcanzarla, la disolución era una sentencia.[13] Al mismo tiempo, pedían al pueblo «vigilancia» y no «cruzarse de brazos ante esta emergencia», aunque para calmar los ánimos aclaraban que «todas las coacciones son repudiables, pero sí es el deber del electorado hacer sentir su pensamiento al respecto».[14]
De hecho, si bien el Partido Nacional había
elevado al Senado un pedido de anulación de algunos circuitos electorales en la
capital,[15]
algunos dirigentes se declararon contrarios a movilizarse y a hacer campaña
periodística en apoyo a esta decisión. Estos señalaban
la esterilidad del procedimiento, puesto que los votos denunciados no
modificarían el resultado global de la elección favorable a los colorados. Para
otros, se daba el riesgo de beneficiar al riverismo y reabrir el polémico hándicap.[16]
El herrerismo, desde La Tribuna Popular,
sostuvo que era falso el rumor de que su intención era contribuir al triunfo
riverista, y reiteró su condena al hándicap como una fórmula antidemocrática y
anticonstitucional.[17] Los
herreristas interpelaban a sus adversarios internos con el interrogante de si
se movían por cobardía o por otros intereses, y demandaban al Senado, de
mayoría nacionalista, no traicionar al pueblo como lo hizo en 1927 cuando
renunció a ser juez de la elección después del «atentado» de la cerrillada.[18] El
recuerdo de la estrecha derrota electoral nacionalista en las elecciones de
noviembre de 1926 era muy reciente. El verano de 1927 había mantenido en vilo a
la opinión pública ante el recuento definitivo de los votos. Al final, el
Partido Nacional, desde el Senado, avaló el ascenso del batllista Juan
Campisteguy a la presidencia, con el apoyo de Herrera. Entonces, cuatro años
más tarde, los antiherreristas le reprochaban a su excandidato que fuera tan
inflexible en sus denuncias en un momento en que la diferencia era muy
superior. Herrera aclaró que se estaban discutiendo dos fraudes distintos,
puesto que en 1927 hubo ciudadanos que habían votado coaccionados por fuerzas
de seguridad, y que en 1930 la nulidad estribaba en que las leyes electorales
no se respetaron porque funcionaron circuitos de votación con miembros de un
solo partido. Herrera amparaba su posición manifestando: «toda mi culpa actual
consiste en defender el derecho popular, en reclamar el cumplimiento de las
leyes, en hacer pie firme frente al intolerable desafío batllista, y en hacerme
eco del clamor partidario».[19]
Del mismo modo, los herreristas exigían «reorganización partidaria», transformada en una urgencia ante el desastre electoral de noviembre, que debería contemplar el armado de ficheros de los ciudadanos nacionalistas, asegurar los delegados para las mesas de votación, ofrecer locomoción el día de los comicios, dar mayor vida a los clubes e incrementar el tesoro partidario.[20] De hecho, en diciembre se había tomado a la Unión Cívica Radical de Argentina como un modelo a considerar para esta tarea, la que destacaba por su eficiencia técnica y actividad incansable.[21] En su perspectiva, la reorganización se ligaba a la obligación de reemplazar dirigentes, en concreto «los llamados conservadores perjudican enormemente al credo, puesto que aparecen en todos sus actos como enemigos del obrero, del trabajador (…) hombres impopulares que restan a la causa millares de votos. Es necesario, entonces, llamar al orden a esos señores».[22] Unos días más tarde de esta arenga se desarrolló el congreso elector de nuevas autoridades del nacionalismo en las que Herrera perdió la elección y no pudo acceder a la presidencia del partido. Desde ese momento la condena y persecución mediática a sus opositores no tendría freno, como se verá en el siguiente apartado.
Herrera
¿autor o víctima de la crisis del nacionalismo?
Para Herrera, los comicios de 1930 fueron un
«verdadero latrocinio» producto de un «fraude a gran escala» y ante el cual el
Partido Nacional no podía quedarse pasivo. A partir de este razonamiento,
inició una batalla verbal hacia los nacionalistas que «conspiran contra los
ideales de nuestro partido» cuyos «espíritus opacados» se «inclinan
ovejunamente, ante el exceso adversario y que vierten, a media voz, palabras de
derrotismo». No solo los ninguneaba como ovejas, sino que, valiéndose del
recurso de la animalización, los tildaba de polillas que lo carcomían en la
oscuridad, llamando a los suyos «a luchar, sin cuartel y de frente».[23] En
otra intervención indicó que: «con la creciente hasta los peludos salen de la
cueva y ganan la cuchilla».[24] Herrera repudió a los
correligionarios que no compartían su hartazgo, que no insistían en
denunciar el fraude e investigarlo y que no hacían propaganda contra la
corrupción electoral, y cómo con tal actitud desoían la «indignación nacionalista» y hacían un
juego favorable al batllismo.[25] Un
abismo separaba la energía y valentía del herrerismo frente a los que bregaban
por un partido «manso», «blando» o «flojo», incompatible con la «hombría»
nacionalista favorable a la lucha y en particular cuando «las circunstancias
demandan una acción más vigorosa y de franca oposición al sistema imperante».
En palabras de Herrera, la disyuntiva era: «O se está con el pueblo
nacionalista (…) o se está contra él».[26]
Ante el congreso elector de autoridades del
Partido Nacional, Herrera aceptó el pedido de los suyos de postularse como
candidato a presidente del directorio con el objetivo de efectivizar el
cumplimiento estricto de las leyes, lo que implicaría anular circuitos
electorales viciados de irregularidades en la última elección nacional, además
de «intensificar el movimiento anticolegialista» para modificar la constitución
vigente.[27]
Asimismo, los herreristas anunciaron que solo integrarían el directorio si su «jefe
civil» era electo presidente del cuerpo.[28] Al final, el 23 de enero,
la lista de Herrera perdió la votación con 67 votos frente a los 96 de sus
adversarios, quienes dieron la victoria a la fórmula de Ismael Cortinas como
presidente del directorio, Enrique Andreoli como primer vicepresidente y como
segundo vice a Amador Sánchez.[29] En
su primer discurso Cortinas anunció su deseo de concordia y de «lealtad para
todos los sectores de la opinión partidaria» y con énfasis pidió «a la
propaganda proselitista que se mantenga dentro de los justos límites del
respeto a las ideas ajenas, pues la demagogia o el engaño constituyen siembra
infecunda que no puede ni debe prosperar en el solar nacionalista».[30]
Desde la visión herrerista era una injusticia, una traición y una usurpación que su líder no ocupara el puesto de presidente del directorio, debido a que había ganado ese derecho por los ciento treinta mil sufragios obtenidos en el «plebiscito» del partido en los comicios de noviembre de 1930, lo que según sus cálculos representaba el 86 % del electorado partidario. En el Club Nacional se llevó a cabo la reunión de la asamblea de congresales. La Tribuna Popular relató cómo en la puerta, en el vestíbulo y en la calle los herreristas tomaron posiciones frente a los «avestruces» ubicados en una de las salas interiores.[31] Esta descripción concuerda con la concepción de la política que tenía su jefe: «a los partidos populares no se los dirige desde los gabinetes, hay que estar en la calle».[32] Al momento de su llegada, Herrera fue «muy aplaudido» y «llevado en andas (…) al bar del club» donde hizo uso de la palabra. Su derrota derivó en que sus diatribas contra sus compañeros se tornaran más virulentas. A la medianoche, en el cierre del congreso hubo algunos incidentes, ya que los «émulos de Judas» al abandonar el edificio fueron insultados y silbados con el mote de «avestruces, felones, embaucadores y batllistas».[33] La mirada sobre el porvenir trasmitida por la prensa pro-Herrera fue lapidaria: «El Partido Nacional, esencialmente revolucionario en su brillante ejecutoria, quedaría así convertido en el león de la fábula a quien le limaron los colmillos y le cortaron las garras», es decir, habían triunfado los «mansos» y «flojos».[34]
Para el herrerismo, el nuevo directorio
estaba integrado por los «partidarios de los acuerdos» y de la «política de
acomodos», personajes «calculadores» y «arribistas». En definitiva, eran unos «antiherreristas»
desagradecidos y mentirosos. Herrera les incriminó en varias alocuciones
públicas que habían escalado niveles abusando «industrialmente de su modesto
nombre» y de su confianza. A partir de ese momento, anunció que solo se
reuniría de «verdaderos amigos», intérpretes fieles del «sentimiento
nacionalista», dispuestos a «salvar al país» de la dominación batllista y del
colegiado.[35]
Según su visión, él y sus seguidores encarnaban la masa popular del partido
opuesta al grupo de los «privilegiados y oligarcas», estigmas que también eran
atributos de los batllistas.[36] Ese
verano en el que las divisiones del partido se perfilaban con mayor precisión
que el año anterior, Herrera se adueñó del concepto de popular para identificar
a su sector político. Por ejemplo, Roberto Berro, uno de sus acérrimos
acólitos, sentenciaba que era el «más dinámico y popular de los abanderados»
del partido.[37]
Asimismo, Herrera denunció que el congreso elector se había llevado a cabo a «espaldas del electorado nacionalista» y que los elegidos, como estaban «huérfanos del calor cívico» que le cerraba las puertas, no tuvieron otra alternativa que «colarse por la ventana». Desde su perspectiva, el momento era dramático, ya que la «minoría» del partido tenía «horror» de «ponerse en contacto con la masa nacionalista, solo tolerada y jamás querida. No la sienten, no la comprenden: no les interesa. Son los omnibuseros del Partido Nacional, tomado como vehículo que lleva a donde se desea llegar. Solución práctica […] Sin amor, sin pasión, se es nacionalista como se podría ser comunista o católico».[38] En este sentido, las disertaciones de Herrera apelaban a la presencia de «fuerzas ocultas», «conjuros maléficos», de un batllismo que contagiaba «su gangrena» a los nacionalistas que hacían «la ficción de luchar contra el batllismo para abrazarse, de noche, en la mayor camaradería», por lo que exigía que un «alambre de púas» separara los dos campos.[39] Los «desertores espirituales» del nacionalismo habían olvidado que un «cisma de sangre» los apartaba del batllismo.[40] En su lógica, la comunidad nacionalista debía evitar constituirse como una «simple espectadora del banquete colorado».[41]
A pesar de que en sus discursos es palpable el resentimiento y enojo dispensados hacia sus compañeros, Herrera se posicionaba como poseedor de una moral superior y describía que no anidaban «rencores en su alma» a diferencia de los «emponchados […] irreductibles en su odio». Conforme a su estilo discursivo, les arrebataba su condición de seres humanos por medio de la animalización: «el ladrido de los cuzcos molesta por lo cargoso, pero no se toma en serio». En otros términos, a él no le afectaban las injurias y no temía a sus adversarios porque se encontraban en un plano de inferioridad.[42] Según su criterio, ellos se hallaban en soledad «que es el primer castigo de las acciones reprobables. La malicia popular ya ha puesto su epitafio a esa conducta». A la inversa, él era apoyado por las masas populares, que habían reaccionado con un «¡Hermoso y reconfortante espectáculo» y quienes eran objeto de sus deudas de gratitud por sus gestos de cariño y apoyo, porque «no resulta fácil contestar cada una de las expresiones cordiales que me salen al encuentro, ni estrechar tantas manos».[43] Herrera, en cada intervención, profundizaba en su teoría política acerca de las bondades y maravillas de las muchedumbres, multitudes o masas populares, conceptos intercambiables y manejados como sinónimos. Un aspecto significativo de ellas era su «facultad extraordinaria» para no dejarse engañar con sofismas del «camino recto y bueno», como «los más humildes hijos del pueblo saben distinguir el grano de la paja». Puntualizaba que era «inútil detenerse a averiguar dónde radica el secreto de esta singular intuición popular». En cambio, sus enemigos habían crecido como «maleza», borrando la verdadera senda partidaria.[44] En estas frases trasluce una concepción populista sobre el pueblo, en el que radicaba la sabiduría natural para elegir a su líder.
De acuerdo con sus ideas, Herrera
consideraba que la política debía hacerse «con la llamarada ardiente de la
pasión, que es la fuerza magnética de los partidos populares», y que su partido
necesitaba enorgullecerse y rejuvenecer la hazaña revolucionaria de Saravia.[45] En
cada intervención recordaba la «garra combativa», el «amor» y la «lealtad»
partidaria, virtudes que sus oponentes internos habían abandonado.[46]
Esto quedó en evidencia cuando a fines de febrero la comisión de legislación
del Senado expidió su informe sobre el fraude electoral y aprobó como válidos
circuitos protestados, sosteniendo que el 99 % de las denuncias eran falsas.[47] El
herrerista Juan Morelli, presidente del cuerpo, renunció.[48] Para los herreristas, las
autoridades del nacionalismo eran culpables de complicidad y de silencio ante
la impunidad y criminalidad del batllismo.[49] Especial inquina se desató
contra Juan Andrés Ramírez —miembro de la Alta Corte de Justicia,
vicepresidente del Senado y director de Diario del Plata— partícipe del
informe de investigación electoral. Ramírez fue acusado de ser la «mano negra»,
«el eterno vampiro del Partido del llano»[50] y «el alma del movimiento antiherrerista actual».[51] Por
el contrario, los medios antiherreristas hicieron un ruego a la serenidad y al
respeto del triunfo batllista por más que fuera «doloroso y lamentable» y que
la opinión pública debía «defenderse de propagandas verbalistas de fácil
seducción, pero carentes de contenido real».[52]
En esta sección se mostró un perfil de Herrera que sorprendió a los suyos y dejó a sus oponentes a la defensiva. Unos años más tarde, Eduardo Víctor Haedo reconoció la agresividad de sus discursos «distintos por el tono a todos los que habían salido hasta entonces de su pluma», lo que se justificaba por las «heridas» del congreso de enero y por el accionar de sus adversarios que no le dieron «tregua» para «destrozarlo».[53] En esta lógica, Herrera era una víctima partidaria, en cambio, los agraviados no dejaron de manifestar su perplejidad ante lo que concebían como injustas y falsas acusaciones de Herrera, que se veía cegado por sus emociones distorsionadas.
La réplica ante la actitud de Herrera y la génesis definitiva del cisma
Los nacionalistas apartados del herrerismo
no guardaron silencio y respondieron con increpaciones hacia el caudillaje de
Herrera. Durante la década de 1920, su liderazgo se había consolidado de manera
paulatina dentro del Partido Nacional, lo que había llevado en varias
oportunidades a El País a aludir a los riesgos de este proceso. No
obstante, en el verano de 1931 ese temor se convirtió en una alarmante
realidad, concretada en la aparición del personalismo. Este era definido como «seguir
ciegamente a un hombre y subordinar a él orientaciones, ideas, libertad,
principios», en el que el caudillo se transformaba en un fetiche idolatrado por
sus amigos y seguidores.[54]
También usaron la imagen del pastor y del rebaño obediente y dócil, criticando
que fuera llamado «jefe civil».[55]
Según su mirada, la servidumbre incondicional y pasional hacia una persona era
«indigno de un partido moderno» movido por ideas e ideales.[56] Asimismo, explicaban que
cuando el servilismo se profundiza el fetiche se cree las adulaciones y agudiza
su omnipotencia. El País, sirviéndose de argumentos fundados en
la experiencia histórica, manifestaba que estas tendencias siempre acababan
mal, con el ejemplo del expresidente argentino Hipólito Yrigoyen derrocado el
año anterior.[57]
Herrera retrucó que era un honor que se lo comparara con un «ilustre ciudadano
de América, de manos limpias e intenciones probas» y le trasmitió al mandatario
cautivo en la isla Martín García su «inalterable afecto y mi más cálido
homenaje republicano».[58]
Por su parte, El Nacional advertía
que la modernidad de un partido se vinculaba con la presencia de líderes y no
por la de caudillos. Mientras que los primeros son representantes, mandatarios
y conductores que obedecen y dirigen siguiendo las normas de su colectividad,
los segundos, en evidente alusión a Herrera, son símbolos de incultura política
y resabios del pasado, hombres que se sienten dueños del partido y confunden a
la organización con su persona, transformándose en «mitos encarnados para mover
a las masas».[59] El
País también insistía que en Uruguay estaban en vías de desaparición o en
decadencia los políticos que exasperaban las pasiones o las fibras sensibles de
las multitudes debido a que el avance cultural hacía que el pueblo fuera más exigente y menos crédulo a las mentiras, soluciones fáciles y charlatanería.[60]
Los oponentes a Herrera le reprochaban ciertas incoherencias, como que había formado parte del Consejo Nacional de la Administración [CNA] durante seis años y que de inmediato después de su derrota presidencial en noviembre de 1930 —y con una casualidad sospechosa— se había convertido en un acérrimo detractor. Le reconocían su derecho a «defender su prestigio y propagar sus ideas», aunque de ninguna manera injuriar a los demás hombres del Partido Nacional.[61] El Nacional agregó que tenía sus dudas «de las convicciones civilistas del señor Herrera».[62] En otras ocasiones denunció, de forma genérica, que había miembros del partido dispuestos a abandonar su misión histórica caracterizada por la vía de las urnas, comprometiendo así la paz y ubicándose en el oprobio de «tantas republiquetas en que la política se reduce al duelo singular de los caudillos: los que ganan se hacen dictadores los que pierden se convierten en revolucionarios (…) confiamos en la cordura y honradez de las masas nacionalistas».[63]
En relación con esta idea, El País enfatizó que el
partido se mantenía en el «más severo acatamiento de la legalidad… [y] si algún
loco quisiera apartarlo de este noble camino caería en el ridículo y solo
merecería el desprecio de las almas honradas». Herrera era objeto de veladas
críticas cuando se comentaba que, si en política se empleaba la deslealtad, la
calumnia y la intriga, con este proceder se atentaba al «pudor cívico» y a la
moralidad. Había enorme preocupación de que los escándalos, las agresiones
verbales y las vagas imputaciones de Herrera hacia sus compañeros afectaran al
«decoro partidario».[64] El
País acusó a Herrera y a sus amigos de provocar un «cisma partidario»,
aunque esperaba que la crisis fuera pasajera y accidental, porque era «injustificada»,
con lo cual minimizaba, en cierta forma, el problema. Además, en su lectura de
los acontecimientos, un «prestigioso ciudadano», es decir, Herrera, se había
exasperado incriminando a miembros del partido, quienes no tuvieron más
alternativa que responderle.[65]
Desde el herrerismo inferían que era un
error minimizar la crisis partidaria. Por el contrario, creían que el partido
podía beneficiarse de ella porque obligaría a sus dirigentes a tomar posiciones
y permitiría al electorado saber qué pensaban sus candidatos, para así acabar
con los característicos discursos aduladores del nacionalismo —como si todos
fueran «buenos» e «iguales»— que en la búsqueda de unidad habían ocultado las
diferencias.[66]
Herrera consideró que la crisis partidaria era providencial, necesaria, fecunda
y saludable, puesto que desenmascaraba a los disfrazados e infiltrados. Si algo
tenía para reprocharse «es haber soportado demasiado en homenaje a una unidad
partidaria más aparente que real».[67] En su lectura, había una «discrepancia
espiritual» que distanciaba a la masa partidaria de los doctores o los «señores
de birrete».[68] Sin
embargo, a él no le importaba haber perdido la adhesión de esos «señores
intelectuales, de sus afines y de su prole, los intelectuales chiquitos» ofuscados
con su «odio frío y largamente acumulado». En cierto modo, se presentaba como
un mártir que mientras luchaba por el bien del pueblo era calumniado de ser «un
ambicioso vulgar… arrebatado por el despecho» y un delincuente culpable de ser
un agente de disolución pública. Él se defendía explicando que con total
tranquilidad resistía las piedras arrojadas y trasmitía a sus seguidores la
seguridad de que nunca participaría en «infames conspiraciones» ni se rendiría.
De ninguna manera era una «alimaña» ni «una planta maldita».[69]
En otro sentido, El Nacional conceptuaba que la gravedad de la crisis partidaria residía en que no era producto de la discusión de ideas y de principios ideológicos, sino que se planteaba en términos de divisiones personales. En esta dinámica, reiteraban su convicción de que el partido mantuviera su unidad en torno al liberalismo político, su patrimonio común, pero se diferenciara en tendencias ideológicas frente a la problemática económica y social.[70] No obstante, el curso de los acontecimientos llevó al grupo de Quijano a condenar las injurias y las tácticas para generar ruido, malestar, desconcierto, desorden y avivar suspicacias, ya que no se podía «cubrir con palabras vanas la falta de orientaciones claras», y exigía a los dirigentes «gran serenidad espiritual y una inteligente prudencia».[71] No le cabían dudas de que Herrera era el autor de la «anarquía partidaria», por más que él se presentase como «mártir y perseguido» y no tenía más alternativa que aceptar el actual directorio, electo de forma legal.[72] La actitud contraria era catalogada de «subversiva».[73]
Por su parte, el presidente de la máxima autoridad nacionalista, Ismael Cortinas, a principios de marzo publicó una carta pública dirigida a Herrera en la que remarcó que por cuestiones de «responsabilidad en la dirección política» muchos dirigentes habían guardado silencio porque habían creído que cesaría con sus «agresividades» y que sus «nervios» se calmarían «un poco», pero considerando que esto no había sucedido era momento de ponerle un «límite». Entre varias partes de su razonamiento se destaca la siguiente alocución, en la que critica con dureza el proceder de Herrera:
Pero cuando se asumen actitudes catonianas
frente a la multitud, cuando se le dice que hay quienes en vez de dirigirla, la
engañan, la entregan y hasta la venden; cuando se señala a esos dirigentes como
a mansos lacayos sometidos al látigo adversario, como a vulgares explotadores
de la confianza colectiva y hasta como mercaderes indignos dedicados a una
explotación industrial, hay que tener la entereza de nombrarlos, relacionando
hechos concretos para que haya sanciones merecidas. Lo contrario, la absurda
tarea de salpicar a todos y a ninguno, es táctica cómoda pero no correcta, es
envenenar a sabiendas la conciencia popular, sembrando la desconfianza y el
excepticismo (sic) junto al descrédito de quienes tienen que honrar la bandera
que custodian.[74]
La constitución de 1917 asediada: discusiones sobre el futuro partidario
El herrerismo convirtió la desmoralización y
el resentimiento por las expectativas frustradas en combustible para dinamitar
la constitución y el colegiado. Herrera puntualizaba que su partido «nunca
había sido colegialista» y que el pueblo se había alzado el 30 de julio de 1916
contra los Apuntes de Batlle.[75] En su explicación, el
sistema híbrido, que»ningún país serio practica», fue una «solución de
emergencia» o «circunstancial» y un «gran sacrificio» para que se aceptara el
voto secreto y la representación proporcional, entre otras novedades que había
instituido la segunda constitución de la república. El «pseudo colegiado» fue
el «precio» o «peaje» pagado para arribar a «la tierra prometida de la tan
deseada libertad política». Sus diatribas contra la constitución vigente se
construían mediante pruebas históricas, como su disertación sobre el
significado del 30 de julio de 1916, «fecha máxima» que simbolizaba la «segunda
independencia» —la «epopeya del sufragio»— «contra el opresor de adentro,
prendido como un cáncer al pecho de la República».[76] De forma mimética, en otro
30 —en referencia al día de la última elección nacional— se escribió su «epitafio»
ante la opinión pública, producto del «exceso batllista». Desde su punto de
vista, la muerte del colegiado cerraba «un capítulo de esperanzas patrióticas»
y anunciaba tiempos difíciles u oscuros en los que se acrecentaría la «dominación
arrolladora del batllismo», quien se erigía como «el dueño absoluto del gobierno».[77] En
consecuencia, arengaba a que el partido se introdujera en la «trinchera»
anticolegialista, y se aprestara a «librar nuevas batallas por sus ideales y
por la pureza del sufragio que tan grave peligro ahora corre».[78] En
concordancia con su prédica, a fines de marzo, el comité nacional herrerista
fijó el sublema de sus listas para las elecciones legislativas de noviembre:
«Con Herrera, contra el colegiado y por el plebiscito».[79]
En
cambio, el directorio se situó en el polo opuesto. Los editorialistas de El
País y Diario del Plata señalaban que el momento político no era
oportuno ni había urgencia de una reforma constitucional, ya que antes había
que abordar la delicada crisis económica, financiera y social.[80]
Además, podía ser perjudicial para la unidad partidaria ventilar este asunto.[81]
En su visión, el partido debía abocarse a una eficaz «acción parlamentaria» para
demostrar sus aptitudes de gobierno, a la par que mejorar la organización
partidaria en el afán de obtener mejores resultados en las elecciones
legislativas de noviembre de 1931.[82] A la vez,
llamaban a deponer «pequeñas pasiones» y «colocar el sagrado interés
partidario por encima de los personalismos inferiorizantes que afrentan nuestra
dignidad cívica».[83] Este «pequeño
grupo de nacionalistas» eran peligrosos porque estaban «poseídos
de una terrible furia nihilista, aspiran a arrasar lo existente, pero no saben
cómo será el edificio venidero (…) incapaces de construir, ni siquiera de
arrimar un ladrillo a la obra que deberá llenar el vacío de las instituciones
arrasadas».[84]
En contrapartida, los herreristas se
desvinculaban de la acusación de personalismo, porque este no formaba parte de
la esencia de un partido del llano, y explicaban en la lógica de un discurso
antipolítico que: «no se sigue al hombre creyéndole un semidiós. Se le sigue
porque él encarna como ninguno las aspiraciones de un pueblo que está harto de
las concupiscencias de los políticos profesionales, y que está harto del
batllismo».[85] Herrera
consideró que era «inútil» agraviar la «soberanía partidaria» arrastrada por su personalismo, e
invirtió los conceptos: «soy yo quien sigo a la opinión colectiva y si ella,
honrándome mucho, me acompaña, es porque recojo e interpreto su hondo sentir y
su pensamiento. Si la gran mayoría de mis correligionarios piensan como yo, es
sencillamente porque yo pienso como ellos piensan».[86]
Cuando Herrera se negó a
aceptar el resultado de la votación del congreso elector, el grupo de Quijano
se posicionó de forma muy crítica hacia su actitud. En primer lugar, expresaban
que, si bien nunca habían sido «amigos políticos», tampoco eran «enemigos
ocultos», y se definían como «adversarios leales». En este sentido, no le
negaban méritos, aunque eso no implicaba reconocer que era el «hombre
imprescindible» para evitar la bancarrota del partido y alertaban sobre el
riesgo del caudillismo.[87] Los
demócratas sociales planteaban la discusión en el plano teórico y afirmaban que
la democracia exigía el respeto a la decisión de la mayoría, lo que no solo correspondía
a nivel nacional, sino que debía ejemplificarse en la lucha partidaria.[88] En
segundo lugar, según este sector político, la crisis del nacionalismo se había
producido porque Herrera no había sido elegido presidente del directorio y no
había aceptado su derrota en la elección interna. En relación con esta idea, señalaban que él no era «la
encarnación de la voluntad del partido», no era insustituible ni «poseedor de
la verdad absoluta».[89]
Desde su punto de vista, el problema residía en que Herrera carecía de una
orientación ideológica definida en materia económico-social y su prédica contra
los defectos electorales eran viejos motivos que ya no movían a las masas.
Además, no estaba de acuerdo con que él se ubicara a sí mismo en las antípodas
de los conservadores del partido, ya que, al contrario, se encontraba cerca de
ellos. El Nacional comentaba su discrepancia con los conservadores
vinculados a El País, pero le reconocían que, por lo menos, definían sus
enfoques, a diferencia de Herrera.[90]
Carlos Quijano puntualizó que su grupo había
discutido dos opciones: incorporarse a un partido más pequeño o permanecer en
el Partido Nacional. Establecía que habían escogido la segunda alternativa por
compartir «las realizaciones en el campo político», como el sufragio universal,
la representación proporcional y el voto secreto.[91] Desde su perspectiva, la
crisis partidaria era ocasión de precisar conceptos, y comentaba cómo los
herreristas se adjudicaban el título de «avanzados» y de «liberales» frente a
los conservadores, encabezados por Ismael Cortinas. En su diagnóstico esto era
inapropiado y desvirtuaba su verdadera ubicación en el espectro político, ya
que Herrera era «más conservador», sin ahondar lo suficiente en esta
definición. Así explicaba que en el plano político el Partido Nacional había sido
revolucionario y renovador con su lucha a favor de las libertades y de la
democracia, combatiendo a los reaccionarios a estos avances. Sin embargo, en el
terreno económico y social también era posible distinguir avanzados y
conservadores: los primeros apoyaban la necesidad de reformas; y los segundos
eran partidarios de mantener, casi sin alteración, el funcionamiento económico,
tendencia donde era razonable ubicar al doctor Herrera. Estas posiciones eran
reconocibles cuando se debatía sobre propiedad, herencia y salario,
categorías «organizadas bajo el signo del individualismo». Los demócratas
sociales sostenían que la propiedad «permite y autoriza un régimen de
privilegio y de abuso» y la herencia «acrecienta la desigualdad
natural de los hombres», por lo que correspondía combatir al individualismo
para hacer «desaparecer las desigualdades artificialmente creadas entre los
hombres, dando, en fin, a la sociedad, sin desmedro de la libertad, lo que
realmente le pertenece».[92]
Por otra parte, durante el verano de 1931, El
Nacional continuó con su prédica favorable a la revisión de la constitución
de 1917, leitmotiv del medio desde su nacimiento el año anterior. En su
mirada esta había sido una fórmula híbrida, pero viable, de transacción entre
ambos partidos adversarios y había sentado los cimientos de la democracia, pero
en su práctica era ineficaz, incoherente e imposibilitaba una buena gestión
gubernamental.[93] En
ese momento se daba la situación de que un partido, el Colorado, controlaba la
presidencia y la mayoría del CNA, y la oposición tenía mayoría en ambas cámaras
del poder Legislativo. Sin embargo, era posible que un partido conformara el
CNA y otro la presidencia, lo que embrollaría la acción del gobierno. Esa sería
la situación si el Partido Nacional ganara las próximas elecciones
presidenciales: continuaría como minoría en el CNA y solo podría conquistar la
mayoría con sucesivas victorias hasta 1934. Asimismo, el Partido Nacional, al
haber sido siempre minoría, era el más perjudicado porque a la postre se la
pasaba «colaborando» en una gestión que él no dirigía.[94] La Agrupación Nacional
Demócrata Social era partidaria del parlamentarismo por ser de «esencia más
democrática», quitándole al presidente los «últimos restos de feudalismo».[95] En
su lógica, tanto el ejecutivo bicéfalo de 1917 como un régimen
presidencialista, tenían el problema de tener un «mandato a término fijo» lo
que restaba a la responsabilidad gubernamental.[96] Los demócratas sociales
reclamaban que Herrera especificara el régimen político que esperaba con la
reforma. Si bien para ellos la revisión constitucional era una necesidad,
creían que la discusión debía ser mesurada y serena, a diferencia de Herrera,
poco dispuesto a «negociar», un punto
fundamental para reunir los votos en el parlamento.[97]
Los herreristas ocupan la calle
Como se ha analizado, después de la derrota presidencial del 30 de noviembre de 1930 los herreristas asumieron una actitud de combate en la interna partidaria. En enero de 1931, la merma de posiciones entre las autoridades del partido fue interpretada como una pérdida del aval y legitimidad de liderazgo que se le había depositado a Luis Alberto de Herrera en la última década. Desde la derrota buscaron ocupar visibilidad en la calle y hacer patente calor popular. La primera ocasión propicia para demostrar que las masas partidarias mantenían su fidelidad al «jefe civil» del partido fue el 27 de febrero, día en que Herrera abandonó su puesto de consejero nacional. Según la crónica de su prensa favorable, alrededor de siete mil personas lo despidieron, incluyendo familias con niños, que acompañaron a su «ídolo» en una «manifestación de simpatía» desde la sede del Consejo Nacional de la Administración hasta la casa de su madre. El fin de la recorrida en ese lugar no fue casual, ya que en el imaginario de la masa partidaria ella simbolizaba a la mujer cristiana y abnegada, quien había llevado en su seno a su líder.
La procesión de despedida revistió enorme
significación si se considera que esto ocurría a un mes de la votación
desfavorable a Herrera en el congreso elector nacionalista y a
escasos días de que el Senado aceptara la victoria batllista. La Tribuna
Popular reportaba que a los «hombres superiores jamás alcanza el lodo en
que chapotean los batracios». Las crónicas relataban que Herrera «fue
apretujado, abrazado y besado por la muchedumbre» y describían cómo al salir
a la calle del edificio donde sesionaba el CNA, abrazó «fuerte y apasionadamente»
al «conserje Flores», un excombatiente del caudillo del Cordobés. La crónica
narraba que Flores derramó «lágrimas de alegría y gratitud». Por otra parte,
desde los balcones de la casa de su «buena y santa, como toda madre», Herrera
habló a la multitud que con su «conmovedora acogida» y con el «latido de sus
corazones» cercanos al suyo compensó la «amargura» de las últimas semanas.
Agradeció su confianza y manifestó su deseo de «conservar, entero, vuestro
afecto». En una demostración de falsa modestia pidió disculpas si en alguna
ocasión incurrió en errores y que no tuvieran dudas de que siempre lo guiaron
los buenos propósitos y el «culto a la verdad». Como prueba de su humildad
señaló que: «si mejor no lo he hecho es, lealmente os lo digo, porque no he
sabido hacerlo. Excusádmelo».[98]
La lectura de El País fue opuesta y
contrastó el apoyo popular que rodeó la llegada de Herrera al CNA hacía seis años
con el «grupo raleado y poco significativo» que fue a despedirlo. En su
explicación hubo varios motivos, como «que el pueblo uruguayo es demasiado
inteligente» y no aceptaba la «pajarería barata» de promesas incumplidas.
Además, reiteraban que Herrera era el culpable de generar la partición del
partido y de maltratar sin mesura a sus compañeros.[99]
El 28 de febrero la adhesión de los
seguidores de Herrera no solo se hizo visible en las calles. Ese día también
recibió cartas de apoyo con motivo de su retiro del CNA, en las que sus
adherentes le reconocían sus virtudes como un gobernante preocupado por el
pueblo. Asimismo, los periódicos comenzaron a jugar un rol más relevante en la
pugna interna del partido, y varios dirigentes del interior solicitaban a su «jefe
civil» a encontrar los medios para que La Tribuna Popular «reclamada a
gritos por los Herreristas», llegara a todos los puntos del país, como
modo de transmitir la versión de su corriente partidaria.[100]
A principios de marzo, los herreristas
denunciaron a los miembros del directorio por gastar el dinero del partido en
una «espasmódica actividad» a lo largo de la República, lo que también permite
evaluar que ambos grupos querían ganar contacto directo con el pueblo
nacionalista. El herrerismo exigió adoptar una «actitud radical con respecto a
las andanzas de estos ilustres señores» y reiteró que la división la provocaron
ellos cuando buscaron abatir el prestigio de Herrera e hicieron un «rancho
aparte». No podía haber contemplación: «con Herrera, o contra Herrera», y era
necesario «higienizar el partido de los elementos impuros que se introdujeron
por la noche», ya que ser indiferente era una deserción.[101] Para Herrera, esos «aristócratas»
o «casta privilegiada» habían desatado en su contra «furias infernales» dejando
en evidencia «dos concepciones espirituales» que salían a la luz porque se
había roto el «convencionalismo formal» que había caracterizado al partido. No
obstante, advertía que desde 1922, en alusión a la interna presidencial
nacionalista de ese año, habían intentado «lapidarlo» cuando él había llevado
la renovación y la modernidad al partido. Sin embargo, al final «la
reconciliación fue más ficticia que real»
y se había equivocado
al confiar en ellos dejando «desprevenida la fortaleza.
Empresa fácil, desde que ni siquiera había guardias. Hasta del armero se
apoderaron. Fue entonces [que] reapareció, con multiplicado furor, el odio
viejo que, por el tiempo corrido, parecería enfriado».[102]
La siguiente manifestación favorable a
Herrera fue el 14 de marzo. En este nuevo homenaje, según sus propios registros,
la participación fue más
numerosa, rondando las cuarenta mil personas, que no solo aclamó a su «conductor
de multitudes», sino que exigió la renuncia del directorio. La Tribuna
Popular dedicó amplio espacio al evento y narró que debió protegerse a
Herrera para que «no fuese ahogado por el entusiasmo de la masa» En un relato
cargado de simbolismo, como las apoteosis del «tren relámpago» de las campañas
electorales de 1922, 1925 y 1926, un «relámpago nacionalista» a «paso vencedor»
recorrió las calles de la ciudad, con una participación de más de cien autos
embanderados que acompañaban a la caravana humana. Al igual que en aquellas
giras políticas, la nota de color eran de las mujeres que lo vivaron con una «lluvia
de flores». El acontecimiento cobraba mayor impacto al indicarse que ese día
otras diversiones podrían haber limitado la concurrencia, como el campeonato
latinoamericano de box, los fuegos artificiales del Parque Rodó y varios
espectáculos de bailes y comparsas.[103]
A través de estos eventos Herrera se acercaba a sus adherentes más allá de las reuniones que se llevaban a cabo en campañas electorales, y permiten observar cómo su figura de líder adorado ya estaba consolidada. La forma de proceder adquiría un tono ritual, que se repetiría de igual forma, y solo con algunos matices, en las siguientes décadas. Herrera era objeto del fervor pasional de las masas, que deseaban expresar sus sentimientos de adhesión incondicional de forma física. Asimismo, el «jefe civil» mostraba que conocía y se preocupaba por sus seguidores, sin importar que desarrollaran actividades de poco prestigio social. Así, su abrazo al conserje era una señal para la masa de que su líder los tenía en cuenta por el simple hecho de entregar su apego a la causa que este defendía.
Igualmente, cabe mencionar que los
dirigentes herreristas indagaron en el origen de las adhesiones espontáneas del
pueblo nacionalista y en las razones de esa devoción. Para comprender el rol
que este jugaba en el imaginario de su colectividad política, caben incluir
algunas ideas expuestas en un manifiesto político elaborado por el grupo de
congresales que en enero había votado por Herrera para la presidencia del
directorio. Estos recalcaban que a partir de 1922 todos los nacionalistas,
incluso aquellos que discrepaban de él, reconocían que era una «fuerza moral»
que concitaba
entusiasmos, «factor impersonal y representativo» y «motor sentimental, en la más pura
significación del concepto». En
particular, destacaban la función esencial de Herrera como caudillo: para la consecución de ideales colectivos: la de dinamizar a las
multitudes, que, aún en los partidos de mayor densidad intelectual, se mueven
por impulso emotivo y han menester del brío que le comuniquen sus hombres
representativos. Fenómeno de simpatía y afinidad colectivas, su presencia ha de
regocijarnos, cuando quien desempeñe tal difícil ministerio no lo degenere en
instrumento de señorío ilegítimo.[104]
Por otro lado, resaltaban que el
reconocimiento de la preeminencia de Herrera, a pesar de ciertas disensiones
dentro del partido, no limitó la libertad de los afiliados, sino que fue
fecundo para el florecimiento de diversas tendencias. Sus defensores afirmaban
que su jefe había «realizado dignamente su función histórica de caudillo; su
empeñoso esfuerzo ha contribuido fundamentalmente al engrandecimiento del
Partido, y nadie ha osado negar tan esclarecido título».[105]
Reflexiones finales
1931 fue un año crítico en la historia del Partido Nacional uruguayo, y a la postre sería el símbolo de la división durante casi treinta años. La derrota electoral de noviembre de 1930 movilizó frustraciones, resentimientos y pasiones que se pusieron en dramática evidencia para propios y ajenos. El nacionalismo vivió la pérdida de la paridad electoral alcanzada con el Partido Colorado en la última década con desconcierto, pesimismo y angustia. Las discusiones buscaron con distintos matices encontrar culpables del fracaso, pensar la reorganización partidaria y precisar las posiciones ideológicas en un intento desesperado por alcanzar una mejor performance electoral a futuro.
Las intervenciones públicas fueron ganando en virulencia, y en especial, Luis Alberto de Herrera, el presidenciable tres veces derrotado, destacó en sus ataques hacia sus compañeros, animalizados y acusados de ser «blancos batllistas y colegialistas» por no acompañarlo en sus denuncias de fraude. Cabe remarcar el rol privilegiado que asumió el lenguaje escrito en este verano difícil, ya que fue estructurante de las discusiones y funcionó como una vía para ahondar las diferencias y avivar la agresividad de la contienda entre los políticos. Las palabras expresadas, junto con la adjetivación de los nacionalistas como colorados, sus enemigos paradigmáticos, y la supresión de las características humanas de los individuos, llegaron a tal punto de provocación que haría muy difícil una posible reconciliación entre los implicados.
Por su parte, Herrera pretendió posicionarse como el referente principal del partido y que los demás dirigentes siguieran sus órdenes y convicciones. Herrera y sus seguidores, ya identificados a sí mismos como herreristas, en su combate radical contra el régimen vigente levantaron la bandera del anti colegialismo como una seña de identidad de los «blancos de verdad». Por otro lado, los nacionalistas anti herreristas pedían a Herrera moderación y tranquilidad, expresaban que en su desesperación había perdido el juicio y la templanza. El mayor peligro que denunciaron fue el personalismo de Herrera, y que el partido se transformara en una masa de ovejas que seguían ciegamente a su pastor. Asimismo, tenían en la mira el impacto en Uruguay de la crisis económica y social global, por lo que no era prioritario en ese momento discutir una reforma constitucional. En otra dinámica, Herrera manifestaba que la forma de solucionar los problemas del país con celeridad era eliminando el colegiado.
Este artículo muestra cómo la escalada de agresiones que aumentarían en los meses siguientes imposibilitaron posiciones negociadoras y puentes donde cimentar una unidad resquebrajada. De tal modo, se hizo patente el contraste con la década del veinte en la que las agrupaciones y sus líderes se sirvieron de los canales estipulados por los órganos partidarios para resolver sus diferencias y acatar las decisiones de la mayoría de cara a las elecciones nacionales.
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Fuentes primarias de prensa
El País, Montevideo, diciembre 1930, enero, febrero y marzo de 1931.
La Tribuna Popular, Montevideo, diciembre 1930, enero, febrero y marzo de 1931.
El Plata, Montevideo, diciembre 1930, enero, febrero y marzo de 1931.
El Nacional, Montevideo, diciembre 1930, enero, febrero y marzo de 1931.
Archivo
Museo Histórico Nacional (Uruguay), Archivo Luis Alberto de Herrera, carpeta 3654.
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo Cerrano, Carolina y José Antonio Saravia. “Un verano difícil en la historia del Partido Nacional uruguayo (1931)”. Humanidades: revista de la Universidad de Montevideo, nº 11, (2022): 227-255. https://doi.org/10.25185/11.9
Carolina
Cerrano es responsable intelectual del 50% del trabajo que fundamenta la
investigación de este estudio y José Saravia del 50% restante.
Editor responsable Sebastián Hernández
Méndez: s.hernandez.mendez@hotmail.com
[1] Luis Alberto de Herrera, «Una oligarquía frente al pueblo», La Tribuna Popular (Uruguay), 11 de marzo de 1931, 1.
[2] La bibliografía secundaria sobre este periodo es escasa y las obras publicadas no analizan en profundidad esta temática. Por otra parte, los abordajes historiográficos sobre Luis Alberto de Herrera se centran en su trabajo como historiador y su pensamiento político, faltando obras que lo estudien en su faceta política desde 1930 hasta su muerte en 1959. El libro más completo sobre su figura, pero limitado hasta fines la década del veinte es el de: Laura Reali, Herrera. La revolución del orden: Discursos y prácticas política, 1897-1929 (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2016). En su último trabajo Gerardo Caetano le dedica un capítulo, aunque no cubre en detalle el análisis de su liderazgo partidario: El liberalismo conservador (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2021), 151-179.
[3] El libro de referencia para el análisis del año 1931 en la política uruguaya en general es el de: Gerardo Caetano y Raúl Jacob, El nacimiento del terrismo (1930-1933), Tomo 1 (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1989). En cuanto a la interna nacionalista, Eduardo Víctor Haedo, uno de sus protagonistas del sector herrerista, escribió un texto durante la década de 1930, en el que da su visión de los acontecimientos a la vez que aporta documentación partidaria y de prensa: La caída de un régimen. Tomo II (Montevideo: Cámara de Representantes del Uruguay, 1990). Una interpretación contemporánea desde el anti herrerismo es la de: Gustavo Gallinal, El Uruguay hacia la dictadura (Montevideo: Nueva América, 1938).
[4] Para más información sobre la prensa nacionalista: Daniel Álvarez Ferretjans, Desde la Estrella del Sur a Internet: Historia de la Prensa en el Uruguay (Montevideo: Búsqueda-Fin de Siglo, 2008), 208-209, 232, 339-340, 442, 446, 461-464, 488. En cuanto a los demócratas sociales y sus posiciones ideológicas: Gerardo Caetano y José Rilla, El joven Quijano, 1930-1933: izquierda nacional y conciencia crítica (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1986).
[5] Las herramientas teóricas utilizadas se basan en los referentes de la Escuela de Cambridge y sus sucesores. A modo de ejemplo: Quentin Skinner, “Significado y comprensión en la historia de las ideas”, Prismas: revista de historia intelectual, n° 4, (2000): 149-194; John Pocock, Pensamiento político e historia. (Madrid: Akal, 2011); George Lakoff y Mark Johnson, Metáforas de la vida cotidiana (Madrid: Cátedra, 1991).
[6] Caetano y Jacob, El nacimiento del terrismo (1930-1933),163-168.
[7] Sobre la campaña electoral de 1930 y sus consecuencias: Carolina Cerrano y José Saravia, “El Partido Nacional uruguayo en las elecciones de 1930”, Res Gesta, n° 57 (2021): 258-280. [https://erevistas.uca.edu.ar/index.php/RGES/article/view/3555]; Caetano y Jacob, El nacimiento del terrismo (1930-1933), 151-173, 188-195; Göran Lindahl, Batlle: Fundador de la democracia en el Uruguay (Montevideo: Arca, 1971), 261-267.
[8] Héctor Payssé Reyes, «El año que se terminó», El Nacional (Uruguay), 1 de enero 1931, 1; Juan Pedro Zeballos «Año de dictaduras», El Nacional, 1 de enero 1931, 1.
[9] «La gran estafa del 3o», La Tribuna Popular, 2 de enero de 1931, 1; «La gran estafa del 30», La Tribuna Popular, 3 de enero de 1931, 1; «Las elecciones del 30 serán anuladas», La Tribuna Popular, 8 de enero de 1931, 1. Haedo transcribió actas del directorio del partido en las que se abordó este asunto: La caída de un régimen, 248-254, 258-259.
[10] «Se formulan denuncias sobre coacción electoral», La Tribuna Popular, 20 de enero de 1931, 1.
[11] «Anoche renunció el directorio», La Tribuna Popular, 3 de enero de 1931, 1.
[12] «La gran estafa del 3o», La Tribuna Popular, 4 de enero de 1931, 1; «La gran estafa del 3o», La Tribuna Popular, 5 de enero de 1931, 1; «La gran estafa del 3o», La Tribuna Popular, 6 de enero de 1931, 1.
[13] «El Partido Nacional debe disciplinarse sino quiere llegar a la disolución», La Tribuna Popular, 6 de enero de 1931, 1.
[14] «Deben anularse los cincuenta y un circuitos», La Tribuna Popular, 25 de enero de 1931, 1; «El pueblo vigila», La Tribuna Popular, 31 de enero de 1931, 1.
[15] «Cumpliendo un deber», El País (Uruguay), 22 de enero de 1931, 1.
[16] El hándicap fue un acuerdo colorado para sellar la unidad del lema partidario escasas semanas antes de las elecciones presidenciales del 30 de noviembre de 1930. Por medio de esta fórmula se les prometió a los riveristas que si su candidato Pedro Manini Ríos obtenía el 17.5 % de los votos, el candidato batllista Gabriel Terra, del que se esperaba obtener mayor cantidad de sufragios, se comprometía a renunciar a la presidencia a favor de Manini Ríos. Lindahl, Batlle, 253-254. Algunas notas periodísticas a modo de ejemplo son: «Extraño olvido», El País, 16 de enero de 1931, 5; «La anulación de las elecciones en nada beneficiaría al nacionalismo», El País, 17 de enero de 1931, 5; «Obligados a hablar, hablemos clara y serenamente», El País, 25 de enero de 1931, 5; «En el entrevero político: dónde están los guapos», Diario del Plata, 20 de enero de 1931, 3; «El fraude electoral», El Nacional, 19 de febrero de 1931, 1.
[17] Cabe consignar que Eduardo Víctor Haedo aceptó unos años más tarde que Herrera «pensó con honrada sinceridad que aquella arma del “handicap” inventada por los batllistas para atraer votos y derrotar al Nacionalismo, podía volverse ahora contra quienes la esgrimieron (…) para hacerlos destrozar entre ellos o “amargarles la fiesta"». Es decir, reconocía que la intención de Herrera de combatir el fraude podía contribuir a que Manini alcanzara los votos para la presidencia y así obligar al Partido Colorado a resolver su caótica interna. Haedo, La caída de un régimen, 255-256.
[18] «El Senado cumplirá con su deber», La Tribuna Popular, 11 de enero de 1931, 1. Sobre los sucesos post elecciones de 1926, véase: Carlos Manini Ríos, La Cerrillada (Montevideo: Imprenta Letras, 1973) y Milton I. Vanger, José Batlle y Ordóñez: La elección de 1926 (Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 2012).
[19] «Hay que despreciar las actitudes despreciables», La Tribuna Popular, 26 de enero de 1931, 1.
[20] «Si el Partido Nacional no se organiza: inútiles serán los programas y las tendencias», La Tribuna Popular, 9 de enero de 1931, 1.
[21] «Lo
que debió hacerse», La Tribuna Popular, 3 de diciembre de 1930, 1.
También era necesario incorporar más jóvenes en la dirección partidaria:
«El nuevo directorio nacionalista», La
Tribuna Popular, 5 de diciembre de 1930, 1.
[22] «Se pide la inmediata reorganización del Partido Nacional», La Tribuna Popular, 11 de enero de 1931, 1.
[23] «De nuevo la palabra del Dr. Herrera retempla la fibra cívica», La Tribuna Popular, 13 de enero de 1931, 1. Al día siguiente Leonel Aguirre exigió a Herrera que precisara los nombres de los imputados de esos gravísimos cargos de defección y cobardía ante el batllismo, «eterno enemigo» del partido. Leonel Aguirre, «Publicaciones ofensivas», El País, 14 de enero 1931, 5. Dos días más tarde, Aguirre criticó a Herrera por el abuso de estigmas del reino animal -oveja, avestruz, polilla, liebre- para denostar a ciudadanos representativos del partido. Leonel Aguirre, «Las ofensas a los hombres del partido», El País, 16 de enero de 1931, 5. En febrero este medio siguió publicando notas de desagravio: «El batllismo y el Partido Nacional», El País, 4 de febrero de 1931, 5.
[24] Luis Alberto de Herrera, «La época incierta que se abre en la política nacional», La Tribuna Popular, 12 de febrero de 1931, 1.
[25] Luis Alberto de Herrera, «No tiene personería en la emergencia el Dr. Aguirre», La Tribuna Popular, 15 de enero de 1931, 1.
[26] «Ayer se fustigó duramente la política mansa de los enemigos del Dr. Herrera», La Tribuna Popular, 25 de enero de 1931, 1; «El Senado ante la protesta», La Tribuna Popular, 16 de enero de 1931, 1.
[27] «Hay que intensificar el movimiento anticolegialista», La Tribuna Popular, 18 de enero de 1931, 1.
[28] «La conspiración contra Herrera», La Tribuna Popular, 19 de enero de 1931, 1.
[29] «El consejero Ismael Cortinas fue electo Presidente del Directorio del Partido», El País, 23 de enero de 1931, 3; «La elección de Directorio Nacionalista», Diario del Plata (Uruguay), 23 de enero de 1931, 1. En el congreso elector, la Agrupación Demócrata Social no presentó candidatos propios y apoyó la lista de Cortinas aclarando que su abstención hubiera imposibilitado el quorum necesario para elegir nuevas autoridades «El nuevo directorio», El Nacional, 23 de enero y 24 de enero de 1931, 1. El grupo de Quijano señaló que las elecciones de autoridades internas sellaron la ruptura definitiva con Herrera. Para ampliar sobre el impacto de los acontecimientos de 1931 en los demócratas sociales, véase: Caetano y Rilla, El joven Quijano, 98-114.
[30] «El congreso elector dio ayer fin a su tarea», El Nacional, 29 de enero de 1931, 1.
[31] «Anoche los “batllistas colegialistas” del Partido Nacional derrotaron al doctor Herrera», La Tribuna Popular, 23 de enero de 1931, 1.
[32] Luis Alberto de Herrera, «La época incierta que se abre en la política nacional», La Tribuna Popular, 12 de febrero de 1931, 1.
[33] «Anoche los “batllistas colegialistas” del Partido Nacional derrotaron al doctor Herrera», La Tribuna Popular, 23 de enero de 1931, 1. A diferencia de esta crónica, El País reivindicó la «total normalidad» del acto eleccionario. «El consejero Ismael Cortinas fue electo Presidente del Directorio del Partido», El País, 23 de enero de 1931, 3.
[34] «Quieren cortarle las garras al león», La Tribuna Popular, 29 de enero de 1931, 1.
[35] «Anoche los “batllistas colegialistas” del Partido Nacional derrotaron al doctor Herrera», La Tribuna Popular, 23 de enero de 1931, 1. Los herreristas consideraban que el único error objetable de Herrera fue que había «criado cuervos» dentro del partido. «Al final de cuentas», La Tribuna Popular, 12 de febrero de 1931, 1.
[36] Luis Alberto de Herrera, «Crisis necesaria y fecunda», La Tribuna Popular, 10 de febrero de 1931, 1.
[37] Roberto Berro, «Ante una afirmación calumniosa rectifica en absoluto una tendenciosa afirmación», La Tribuna Popular, 17 de febrero de 1931, 1.
[38] Luis Alberto de Herrera, «Crisis necesaria y fecunda», La Tribuna Popular, 10 de febrero de 1931, 1. En respuesta a esta crítica El País sostuvo que Herrera era el «primer pasajero» del ómnibus que quería alejarse del camino recto para tomar un atajo: «El primer pasajero», El País, 10 de febrero de 1931, 5.
[39] Luis Alberto de Herrera, «Hablándole al país. En lucha resueltamente anticolegialista», La Tribuna Popular, 2 de febrero de 1931, 1.
[40] «De nuevo la palabra del Dr. Herrera retempla la fibra cívica», La Tribuna Popular, 13 de enero de 1931, 1.
[41] Luis Alberto de Herrera, «Con el pueblo nacionalista», La Tribuna Popular, 6 de marzo de 1931, 1.
[42] Luis Alberto de Herrera, «Crisis necesaria y fecunda», La Tribuna Popular, 10 de febrero de 1931, 1.
[43] Luis Alberto de Herrera, «El Partido Nacional dicta su fallo», La Tribuna Popular, 23 de febrero de 1931, 1.
[44] Luis Alberto de Herrera, «En 1931 como en 1916», La Tribuna Popular, 25 de febrero de 1931, 1.
[45] Luis Alberto de Herrera, «Hablándole al país. En lucha resueltamente anticolegialista», La Tribuna Popular, 2 de febrero de 1931, 1.
[46] Luis Alberto de Herrera, «Como en 1916: Anticolegialistas a un lado; colegialistas a otro», La Tribuna Popular, 3 de febrero de 1931, 1.
[47] «El desenlace de una aventura», El País, 19 de febrero de 1931, 5; «El Senado dictó su fallo como juez de la elección», El País, 27 de febrero de 1931, 1.
[48] «El Senado dictará hoy su fallo», La Tribuna Popular, 25 de febrero de 1931, 1.
[49] «El proceso de la estafa electoral», La Tribuna Popular, 24 de febrero de 1931, 1.
[50] «La mano negra», La Tribuna Popular, 4 de febrero de 1931, 1; «Se aconseja el rechazo de la protesta», La tribuna Popular, 22 de febrero de 1931, 1.
[51] «El capitán de 1904», La Tribuna Popular, 21 de enero de 1931, 1.
[52] «El fallo del Senado», El Nacional, 24 de febrero de 1931, 1.
[53] Haedo, La caída de un régimen, 286-287.
[54] «Los personalismos resultan siempre funestos», El País, 1 de febrero de 1931, 5.
[55] «En la actual crisis del Partido Nacional», El País, 20 de febrero de 1931, 5; «La esclavitud cívica», El País, 7 de febrero de 1931, 5.
[56] «¿Fraude electoral?», El País, 27 de febrero de 1931, 5.
[57] «No es trabajar por el partido», El País, 14 de febrero de 1931, 5; «Los peligros del personalismo», El País, 3 de febrero de 1931, 5. El accionar del nuevo directorio era ajeno al personalismo y se regiría por la disciplina, el orden, el respeto mutuo y la actividad constructiva. «La labor del directorio», El País, 12 de febrero de 1931, 5.
[58] Luis Alberto de Herrera, «Crisis necesaria y fecunda», La Tribuna Popular, 10 de febrero de 1931, 1.
[59] «Principios y no hombres», El Nacional, 31 de enero de 1931, 1.
[60] «El orador político», El País, 13 de febrero de 1931, 5.
[61] «Los líos de dentro de nuestro partido», El País, 7 de febrero de 1931, 5; «Las diez contradicciones fundamentales de Herrera», El País, 27 de enero de 1931, 5; «Hablar claro», El Nacional, 3 de febrero de 1931, 1. Asimismo, se documentaron declaraciones de Herrera favorables al colegiado para demostrar sus incoherencias: «Sobre lo mismo», El Nacional, 3 de febrero de 1931, 1.
[62] «Hablar claro», El Nacional, 3 de febrero de 1931, 1.
[63] «Revolución y legalidad», El Nacional, 5 de febrero de 1931, 1. Otro artículo similar: «Para los hombres sensatos», El Nacional, 16 de enero 1931, 1. En esta línea pidió a los herreristas moderar los ataques «desmedidos a las instituciones actuales», manifestando su franca preocupación respecto a la presión ejercida sobre el Senado como juez de la elección: «Menos palabras y más reflexión», El Nacional, 17 de enero de 1931, 1.
[64] «Pudor cívico», El País, 20 de enero de 1931, 5; «Por la unión del partido y contra la difamación de sus hombres», El País, 28 de enero de 1931, 5. También reconocían que por una década le habían prestado apoyo político y periodístico, que habían silenciado sus errores por una cuestión de disciplina y amor a la divisa, pero que ello ya no era posible. Por otra parte, aprovechaban para defenestrar la actuación política de Herrera en los últimos años, y en especial se lo acribillaba como culpable de la expulsión de los carnellistas, que se había traducido en la derrota electoral de 1926. «La causa inicial de las últimas derrotas nacionalistas», El País, 26 de enero de 1931, 5; «Nuestra actitud ante la expulsión del radicalismo blanco», El País, 27 de enero de 1931, 5.
[65] Leonel Aguirre, «No hay ni puede haber un cisma partidario», El País, 31 de enero de 1931, 5; «¿Hay un cisma nacionalista?», El País, 28 de enero de 1931, 5.
[66] «Es inútil querer restar importancia a la crisis nacionalista», La Tribuna Popular, 12 de marzo de 1931, 1.
[67] Luis Alberto de Herrera, «Salimos de la confusión para entrar en las situaciones definidas», La Tribuna Popular, 24 de enero de 1931, 1; Luis Alberto de Herrera; «Como en 1916. Anticolegialistas a un lado; colegialistas al otro», La Tribuna Popular, 3 de febrero de 1931, 1.
[68] Luis Alberto de Herrera, «La época incierta que se abre en la política nacional», La Tribuna Popular, 12 de febrero de 1931, 1; Luis Alberto de Herrera, «Hablándole al país», La Tribuna Popular, 2 de febrero de 1931, 1.
[69] Luis Alberto de Herrera, «Una oligarquía frente al pueblo», La Tribuna Popular, 11 de marzo de 1931, 1; Luis Alberto de Herrera, «Con el pueblo nacionalista», La Tribuna Popular, 6 de marzo de 1931, 1.
[70] Estos argumentos ya habían sido vertidos en la campaña electoral de 1930. «Diferenciación ideológica», El Nacional, 9 de febrero de 1931, 1; «Inició sus sesiones el Congreso elector: nuestra posición», El Nacional, 19 de enero de 1931, 1; «Reorganizarse», El Nacional, 23 de enero de 1931, 1.
[71] «Propagandas anárquicas», El Nacional, 15 de enero de 1931, 1.
[72] «Anarquizando el partido», El Nacional, 6 de febrero de 1931, 1.
[73] «Lo que no debe olvidarse», El Nacional, 11 de febrero de 1931, 1.
[74] Ismael Cortinas, «Hay que hablar claro al Dr. Luis Alberto de Herrera», El Nacional, 8 de marzo de 1931, 1. En febrero, el directorio del partido había enviado una circular a las comisiones departamentales del interior en la que refutaban «acusaciones malevolentes» de estar en transacciones con el adversario tradicional. «Lo afirma el directorio del Partido categóricamente de una vez por todos», El País, 15 de febrero de 1931, 5.
[75] Luis Alberto de Herrera, «Ante la gran
batalla que precedió al 30 de julio», La Tribuna Popular, 20 de febrero
de 1931, 1. Sobre los Apuntes y la nueva constitución: Lindahl, Batlle,
44-49.
[76] Luis Alberto de Herrera, «La grosera artimaña burladora de la conciencia pública», La Tribuna Popular, 21 de febrero de 1931, 1; Luis Alberto de Herrera, «El ejército con el arma al brazo tiene los ojos puestos en el Senado», La Tribuna Popular, 22 de febrero de 1931, 1. La investigación más exhaustiva sobre el armado de la constitución de 1917 y el rol del Partido Nacional es la de: Daniel Corbo, Cómo se construyó nuestra democracia 1897-1925: Los pactos fundacionales de nuestra democracia pluralista (Montevideo: Ediciones de la Plaza, 2019).
[77] Luis Alberto de Herrera, «Como en 1916: Anticolegialistas a un lado; colegialistas a otro», La Tribuna Popular, 3 de febrero de 1931, 1; Luis Alberto de Herrera, «La época incierta que se abre en la política nacional», La Tribuna Popular, 12 de febrero de 1931, 1.
[78] Luis Alberto de Herrera, «Crisis necesaria y fecunda», La Tribuna Popular, 10 de febrero de 1931, 1.
[79] «El Comité Nacional Herrerista fija norma de su conducta», La Tribuna Popular, 20 de marzo de 1931, 1. Este comité, con Herrera como su presidente, nació en febrero con el objetivo de concretar la lucha contra el régimen batllista, revisar las leyes electorales y promover la reforma constitucional. Haedo, La caída de un régimen, 295-297.
[80] «La reforma», Diario del Plata, 13 de enero de 1931, 3. Eduardo Rodríguez Larreta, «Dos leyes previas a cualquier reforma constitucional», El País, 10 de enero de 1931, 5. Para este medio, el anticolegialismo era una «nostalgia» por las presidencias dictatoriales. «Nostalgias peligrosas», El País, 19 de enero de 1931, 5; «La nostalgia del despotismo», El País, 6 de febrero de 1931, 5.
[81] «Reforma de la Constitución y presidencialismo», El País, 23 de enero de 1931, 5.
[82] «La acción parlamentaria», El País, 9 de febrero de 1931, 5.
[83] «El momento político», El País, 18 de enero de 1931, 5. También pedían a los herreristas que no sembraran escepticismos; al contrario, era necesario trasmitir confianza a las fuerzas del partido y mostrar flexibilidad, porque la terquedad era un mal augurio: «Camino claro», El País, 28 de enero de 1931, 5; «El nuevo directorio tomó posesión ayer», El País, 29 de enero de 1931, 5.
[84] «Una reforma constitucional que nadie sabe en qué consistirá», El País, 16 de febrero de 1931, 5.
[85] «No hay tal personalismo», La Tribuna Popular, 1 de febrero de 1931, 1.
[86] Luis Alberto de Herrera, «Crisis necesaria y fecunda», La Tribuna Popular, 10 de febrero de 1931, 1.
[87] «Los puntos sobre las íes», El Nacional, 21 de enero de 1931, 1. Los herreristas consideraban que en el congreso elector sus «enemigos ocultos» se habían sacado la careta: «Ahora son las lamentaciones», La Tribuna Popular, 22 de febrero de 1931, 1; «Touché!», La Tribuna Popular, 11 de febrero de 1931, 1.
[88] «La ley de la democracia», El Nacional, 22 de enero de 1931, 1.
[89] «Frente a nuevas palabras», El Nacional, 25 de enero de 1931, 1.
[90] «Definiciones principistas», El Nacional, 27 de enero de 1931, 1. En su análisis, la indefinición de Herrera, que condenaba a unos por su «bolchevismo» y a otros por su «conservadurismo reaccionario» le permitía situarse equidistante de unos y otros. «Hay que definirse», El Nacional, 10 de febrero de 1931, 1.
[91] Carlos Quijano, «Sobre lo mismo», El Nacional, 27 de enero de 1931, 1.
[92] «Contestando al Señor Herrera», El Nacional, 27 de enero de 1931, 1; «Algo más», El Nacional, 28 de enero de 1931, 1.
[93] Héctor Payssé Reyes, «Reforma constitucional», El Nacional, 2 de enero de 1931, 1.
[94] «La situación política», El Nacional, 6 de enero de 1931, 1.
[95] «La reforma», El Nacional, 1 de noviembre, 1930, 1; «La reforma constitucional», El Nacional, 18 de noviembre, 1930, 1. «El parlamentarismo», El Nacional, 9 de marzo de 1931, 1. Alertaban que su época no era favorable a este régimen político, acusado de ser culpable de la existencia de dictaduras en Europa, pero a pesar de ello seguían creyendo en sus ventajas. En caso de que el parlamentarismo no prosperara preferían el colegiado integral antes que el presidencialismo.
[96] «Tendencias reformistas», El Nacional, 4 de enero 1931, 1; «Reforma constitucional», El Nacional, 7 de enero de 1931, 1; «La reforma constitucional», El Nacional, 5 de enero de 1931, 1. Para ampliar criterios sobre sus posiciones en este debate, véase: Caetano y Rilla, El joven Quijano, 201-204.
[97] «Las peligrosas exageraciones de cierto reformismo», El Nacional, 1 de febrero de 1931, 1.
[98] El comité departamental herrerista de Montevideo, presidido por José A. Otamendi (hijo), había organizado el homenaje. «En los brazos del pueblo llegó al Consejo Nacional», La Tribuna Popular, 27 de febrero de 1931, 1; «…Y en los brazos de su pueblo dejó el Consejo», La Tribuna Popular, 28 de febrero de 1931, 1.
[99] «La manifestación fracasada», El País, 28 de febrero de 1931, 5.
[100] Cabe mencionar que durante enero le entregaron varios mensajes de adhesión, número que se incrementaría en febrero. Museo Histórico Nacional (Uruguay), Archivo Luis Alberto de Herrera, carpeta 3654.
[101] «¡Alerta, herreristas!», La Tribuna Popular, 6 de marzo de 1931, 1.
[102] Luis Alberto de Herrera, «Una oligarquía frente al pueblo», La Tribuna Popular, 11 de marzo de 1931, 1. Sobre la interna presidencial nacionalista en 1922 véase: Carolina Cerrano y José Saravia, «La primera elección presidencial de Luis Alberto de Herrera desde el discurso del candidato y la prensa partidaria (1922)», Prohistoria. Historia, políticas de la Historia, n° 35 (2021): 47-68. [https://ojs.rosario-conicet.gov.ar/index.php/prohistoria/article/view/1404].
[103] «Glorificaciones populares», La Tribuna Popular, 14 de marzo de 1931, 1; «La honestidad y la altivez continúan siendo virtudes ciudadanas», La Tribuna Popular, 15 de marzo 1931, 1. La Tribuna Popular se conceptualizaba por su prédica «sana, noble y desinteresaba» a diferencia de los demás medios nacionalistas «enemigos de Herrera» quienes consideraron que la manifestación no había colmado las expectativas de los organizadores. «La manifestación herrerista y el ramirizmo», La Tribuna Popular, 16 de marzo de 1931, 1. Según Diario del Plata, los concurrentes fueron entre seis y siete mil, número que no había respondido a las expectativas de sus promotores. De este modo, se dudaba del prestigio y la popularidad de Herrera: «La manifestación herrerista», Diario del Plata, 15 de marzo de 1931, 3.
[104] «Un manifiesto político de verdadera importancia», La Tribuna Popular, 29 de enero de 1931, 1.
[105] «Un manifiesto político de verdadera importancia», La Tribuna Popular, 29 de enero de 1931, 1.